jueves, 31 de diciembre de 2009

159. anuario

Aunque uno no quiera, aunque esté en contra de esos manejos maléficos interiores, llega el 31 de diciembre de cualquier año y resulta inevitable el balance anual de los 365 días (y noches) que dejamos atrás.
Ahora estoy en lo de Sergio ayudando un poco para la festichola de esta noche que, como desde hace varios años atrás, puntualmente se recibe al 1º de enero entre música, buenos amigos, tragos, la santa piletita, y demás festines.
Y mientras estoy llevando unas sillas al fondo, me detengo en el lugar exacto donde todo comenzó (o terminó). Cuando casi un año atrás, y con la llegada exacta de este año que ahora se está yendo sin prisa y sin pausa, Fernanda me decía un “chau” que era un “hasta luego”, y Lucía me saludaba con un “hola” que era un “buenas noches”.
Porque Fernanda no dejaba de volver una y otra vez…
Porque Lucía no dejaba de ofrecerme “buenas noches”…
Y si este fue el comienzo de locura, la desestabilidad emocional siguió establemente a lo largo de este 2009…

Fernanda: Muchas idas y vueltas, hasta que finalmente se dio vuelta y la ida fue completa.
(aunque siempre está volviendo)

Lucía: En plena pasión le cambié el nombre y me dejó abandonado en un verano caliente.
Pero regresó con toda la furia de mujer y una sorpresa interior que me quiso regalar. Pero había un padre verdadero con el cual se quedó, y yo me quedé un poco más solo que la noche anterior.

Valeria: Bajó del cielo (en un pájaro de hierro) iluminándolo todo, hasta que con toda esa luz pude ver que estaba acompañada por otro, y que el pack incluía la estadía permanente en su Bariloche querido.

Vanesa: Unas pocas palabras escritas y el pasado que vuelve como si no existiera el futuro. Y el futuro indicaba que estaba a punto de casarse… y por eso le dije que no iba a realizar una última vuelta en la montaña rusa de su cuerpo. Y no me arrepiento…
(bue, un poquito sip)

Julieta: Apareció de manera mágica, imprevista, directa, llena de energía, avasallante, y después de pasar juntos momentos mágicos, imprevistos, directos, llenos de energía, avasallantes, se marchó para siempre de manera mágica, imprevista, directa, llena de energía, avasallante.

Sandra: Me hizo conocer el Cielo y el Infierno en una sola vida. Fue cuando por un par de días me tuve que hacer pasar por el marido que no tiene, ante la imprevista visita de sus padres. Fueron días caóticos, divertidos, anormales e inmortales. Imposible olvidarla… sobre todo teniendo en cuenta que vive en el edificio de enfrente y… de vez en cuando se cruza.

Nadia: Con su juventud como divino tesoro, y la arrogancia de quién se sabe exquisitamente linda.
Tuvimos una breve época de oro, pero el carbón volvió a cubrirlo todo cuando quiso cambiar mi ser sin ser su ser.

Ellas (y algunas otras) pasaron (y se quedaron) por mi vida y le dieron sentido y ritmo a mi corazón.

Y los que siempre están, mis queridos amigos del alma: Pablo, Sebas, Cris, Sergio, Lore, Natalia, Pato y Pamela.
Y mi hermana Ana, y mi amada Tami, ahora agrandando la familia con el noviazgo increíble con Pablito.
Y hablando de romances, Sebas con mi prima Vero; o el de Pato y Pamela que sigue su curso (pese a la sociedad).

Y los laburos que se fueron mutando, de la querida Editorial desmantelada, hasta la tortura viajante por un pasaje al Cielo.

Y un montón de cosas más que llenaron de vida los últimos 365 días de mi vida a diario.
Y no sólo por ellos… sino también por vos!!!


—Che Gastón, ¿vas a ayudar o vas a hacer el balance del año justo ahora? —me pregunta Sergio, apurándome para dejar todo listo y recibir al nuevo año como se merece, como todos queremos.

lunes, 28 de diciembre de 2009

158. una noche buena

Sabía que cada uno ya había arreglado el lugar donde pasaría la noche navideña por una sencilla e importante razón que ya era una cábala de los últimos tiempos. Recibiríamos el nuevo año en la casa de Sergio.
Mientras tanto, todavía estaba por caer Papá Noel y en casa me encontraba con Sebas y Verónica, que por obvios motivos estaban acá conmigo en el depto. La señora de la rotisería nos había reservado un pollo descomunal con papas haciendo juego. Sebas se encargó de las bebidas y Vero de las ensaladas y el postre helado.

Entre las paredes sonaba buena música de fondo que acompañaban nuestras charlas sin sentido y las risas al recordar ciertas anécdotas inmortales que hacían abrir exageradamente los ojos asombrados de Verónica.
Por suerte la tormenta pasó de largo y el clima era óptimo para la fecha que estábamos viviendo.
Algunos destellos de colores y el paso de varias estrellas fugaces pirotécnicas nos avisaron de la llegada de la medianoche y la hora de abrir los regalos.
Como no había regalos (qué mejor regalo que estar con las personas que uno quiere) lo que hicimos fue destapar la botella correspondiente, llenar las copas, hacerlas chocar en el aire al ritmo de nuestros deseos, y tomarlas en el balcón mirábamos el espectáculo multicolor debajo de las nubes.

Era un poco más de la una de la mañana y estábamos tomando un trago nuevo para bajar el helado cuando del edificio de enfrente se iluminó una ventana.
—¿Ese no es el departamento de Sandra? —preguntó Sebas.
—¿Quién es Sandra? —quiso saber Vero.
—La ex esposa de Gastón —le contestó Sebas riendo de la nueva cara que puso Vero al escuchar la respuesta inesperada—. No, dejá, ahora te explico… —le prometió mientras se iban para la cocina.
Sandra me vio desde su propio balcón y salió a saludarme. Le hice señas de que se cruce, de que venga a brindar, cosa que hizo que diez minutos después esté acá con su energía de siempre, contándome sus planes para el año que ya se aproxima.
—Pero… ¿te vas y volvés? —le pregunté cuando quedamos solos al irse Sebas y Vero a su depto a seguir con las celebraciones a la luz titilante del arbolito.
—No lo sé…
Sandra me contó que los padres le mandaron un pasaje para ir después de fin de año a verlos a España. La idea de ellos es que se quede allá, pero Sandra no quiere ir con esa idea. Prefiere ir a disfrutar de las tierras europeas y si después surge algo… lo decidirá en el momento.
—¿Y vos? ¿Es verdad que te vas de acá, de “la ciudad de la furia” como te gusta decirle a tu Buenos Aires querido?
—Sip —fue mi respuesta tan sincera como profunda.

Quedamos en silencio un rato, mientras de fondo continuaba la música y algún que otro estruendo artificial. De pronto Sandra se levantó y me deseó que tenga una linda noche buena.
—Teniendo en cuenta la hora, me tendrías que desear una buena Navidad.
—No me refería a eso…


Cuando el día se hizo presente entrando por la ventana y me encontré con ella todavía dormida al lado mío en la cama, entendí a qué se había referido con el deseo de una noche buena.
Y por suerte el deseo se cumplió…

jueves, 24 de diciembre de 2009

157. el milagro navideño

Me dejaron a Tami en casa mientras Ana y Pablo se iban de incógnito a luchar contra el enjambre navideño y conseguir los últimos regalos que todavía quedaban sin comprar.
—Tío, ¿te puedo hacer una pregunta?
—Sí, claro —le contesté sin imaginar que esa era la primera de una serie interminable de preguntas.
—¿Por qué no armaste el arbolito?
—Porque estaba esperando a que vos venga así lo armamos juntos —le mentí piadosamente.
—Tío, Papá Noel no te va a traer nada si seguís mintiendo.
—Y Norman Briski me va a querer cobrar más por las clases de actuación.
—No importa, yo te ayudo a armarlo y quizás Papá Noel te traiga algún regalito.
—Esperemos que la tienda de los chinos esté abierta hasta tarde.

Después de buscar el arbolito, encontrar la caja con los adornos, probar las luces, y cotejar que las figuras del pesebre estés todas (o por lo menos sus protagonistas), hicimos lugar en una esquina al lado del balcón. Ese sería el rincón navideño 2009, según la óptica de mi sobrina y yo.
Mientras preparaba unos jugos de naranja exprimidos para dos y ella se sumergía en la tarea de mezclarse entre las bolas, guirnaldas y demás adornitos brillantes, volvió con sus preguntas incisivas.
—Tío, ¿por qué las personas salen a comprar regalos si es Papá Noel el que se encarga de eso?
—Supongo que es porque Papá Noel es muy riguroso con la lista de los que se han portado bien y mal, y quizás a alguno no le traiga nada y, llegado el caso, no es para tanto.
De pronto, la cara de Tami se transformó en una muestra de horror.
—¿Te pasa algo?
—Entonces vos no vas a recibir ningún regalo.
—Che, ¿tan mal me porté?
—(…)
—Tami, ¿qué significa ese silencio? ¿Vos de verdad creés que me porté mal? ¿Por qué? ¿Qué hice de malo?
—Tío, para mí sos el más bueno de todos. Siempre me hacés jugos ricos, miramos las películas que a mí me gustan, me dejás quedarme a dormir acá, jugamos, me cuidás, me hacés reír mucho, me llevás a lo del tío Mc, pero…
—Pero…
—Pero el otro día escuché cuando mamá y el tío Pablo hablaban y decían que no tenés novia. Y yo te vi con novia… Bah, con muchas novias… Y entonces no entiendo porqué no te quedás con una de ellas si todas eran re lindas. Hasta la tía Fernanda era buena, aunque a veces te retaba y eso no me gustaba.
—Tami, yo te agradezco la preocupación por el estado sentimental de tu tío preferido, pero el amor es algo serio. Es verdad que tuve varias novias, varias amigovias, varias… variedades, pero supongo que si un día llega una chica que resulte ser mi gran amor, seguramente no la deje ir y me porte muy bien y le prepare ricos jugos de naranja.
—Tío… ¡se me acaba de ocurrir una idea requetebuenísima!
—¿De verdad? Te escucho…
—¿Y si le pedís a Papá Noel que te traiga esa chica que sea tu amor? Total no tiene que meterla adentro de su bolsa, ella puede ir sentada al lado de él en el trineo.
Me reí mucho con la sana ocurrencia de Tami.
Y mientras ella terminaba con el adornado del árbol, yo me fui a buscar una lapicera y me dispuse a escribir una breve cartita para poner debajo del arbolito.
Quién sabe…
Quizás todavía haya tiempo para algún milagro navideño.

jueves, 17 de diciembre de 2009

156. el dato que faltaba

Anoche estuvo parte de la barra acá en casa, y nos quedamos compartiendo unos tragos hasta bien entrada la madrugada. Cuando el último de ellos se retiró, me lancé de cabeza a la cama que me esperaba con sus sábanas abiertas.
O me dormí enseguida o no había pasado mucho tiempo cuando escucho tres golpes exactos a la puerta y un timbrazo, demasiado extenso para mi gusto, que me obligan a levantarme a abrir la puerta. Fue entonces cuando, sorpresivamente, me encuentro con la chusma de mi vecina con su boca no aguantando comenzar a hablar.

—¿Me vino a pedir una tacita de azúcar? —le pregunté despierto pero con los ojos cerrados.
—No, gracias. Pero por lo visto, durmiendo todavía a estas horas, seguro no te enteraste de lo que le sucedió a Eduardo.
—¿A quién? —pregunté abriendo apenas los ojos y dándome cuenta un minisegundo después, del grave error que había cometido.
—Eduardo, el hijo del kiosquero que está al lado de la casa de los Martines, así con “ese”, porque parece que el juez que los anotó en el registro civil, la noche anterior había salido de juerga y en el camino se encontró con Marta, que ya se había separado del cuñado de Lucía, la de la tienda de telas, la misma que había tenido un romance prohibido con Ernesto. Claro que eso fue antes del accidente, y todo porque le quiso hacer una broma a Don Mario quitándole el coche del taller sin saber que faltaba arreglarle los frenos, y que si no hubiese sido porque a la mañana temprano había ido a visitarlo la atorranta de Cristina, la sobrina del diputado ese que tiene el pedido de captura por lo de la casa de juegos, hoy no la contaba. Casi lo mismo que le sucedió a su primo Enrique, sólo que él ya estaba retirado de la política, o por lo menos eso decía él, pero sin embargo siempre se lo podía ver firme como rulo de estatua en todo acto partidario que se realizara con cualquier excusa. Y sin importar del partido que sea, siempre bien con Dios y con el otro colorado. Igualito a Guillermo Manzioto que firmó contrato con los de la contra porque le pagaban unas chauchas más. Y yo esto lo sé por mi prima hermana Patricia que lo conocía muy bien porque ella había estado de novia con uno que era compañero de él. Lo que pasa es que a ella siempre le gustaron los deportistas pero nunca tuvo suerte. Es que estos tipos les interesa más la pelotita que sus mujeres, y eso que no hago referencia al tenista ese que también era uno de esos que no le daba bolilla a su mujer pero no por el juego, sino por un compañero con el que mantenía una relación oculta y que fue descubierta por el técnico un día que entró sorpresivamente al vestuario. Y él no dijo nada porque él también una vez fue visto muy temprano en la esquina del buzón por el panadero que era muy madrugador pero sólo porque su oficio así lo requería, pero también porque aprovechaba a ver a la esposa del comisario, sin saber que el comisario salía de su casa también muy temprano y casualmente para visitar a la esposa del panadero. Pero ojo que yo esto lo sé por Zacarías, el ferretero, que fue a la comisaría a hacer una denuncia por robo y acusó a su empleado que era inocente pero la verdadera causa era porque andaba de novio desde hacía cuatro meses con su hija y se habían peleado, entonces decidió asustar al chico con la historia del robo. Verdaderamente yo no sé como puede haber personas que juegan con eso, o con armas, o con el juego de la copa, que dicen que es muy peligroso y unas amigas de mi sobrina Choli jugaron a esa porquería y dicen que un espíritu se quedó encerrado en el placard de la habitación de Julieta, una de las chicas. Por lo menos eso es lo que le dijeron al marido y por eso no se sorprendió cuando una noche estaba acostado y escuchó que desde adentro del armario habían estornudado. Enseguida Julieta le dijo que era del espíritu ese y Ernesto se quedó tranquilo y siguió durmiendo porque peor era lo que le había pasado a Alfonso que llegó una noche más temprano de la fábrica y tan cansado que apenas llegó a su casa se acostó, y parece que en el viaje tomó frío y estornudó y alguien desde adentro del placard le dijo: “salud”. Pero no se creyó del espíritu encerrado y al abrir la puerta del armario se encontró con el alma del pelado Pérez y también con su cuerpo desnudo que salió literalmente volando por la ventana abierta y rápidamente una ambulancia lo llevó al hospital y fue ahí donde conoció a Yolanda que es una gran enfermera y sin haber estudiado medicina, dicen... es capaz de revivir a un muerto. Por lo menos es el comentario de varios que han pasado por la enfermería (algunos sin tener ningún tipo de dolencia). Y así le pasó a...

Esto último no alcancé a escucharlo porque mi indiscreta vecina dejó de hablar cuando cerré la puerta con tantas ganas en su propia nariz.
Y mientras me disponía a seguir con mi sueño interrumpido me di cuenta que me había quedado sin saber lo que le había sucedido finalmente a Eduardo, el hijo del kiosquero.

viernes, 11 de diciembre de 2009

155. caminos nuevos y piedritas amistosas

Días de silencio y soledad. Tardes infinitas de entradas sin salidas. Noches de insomnio y otras pesadillas.
¿Acaso puede ser tan difícil dar vuelta el timón del propio barco?
Cada uno va reaccionando con su estilo y manera cuando sale el tema de alejarme unos kilómetros de mi Buenos Aires querido, y los entiendo… pero también espero que me puedan entender a mí.

—¿Y a dónde vas a ir? —preguntó Sebas.
—Había pensado en colgar un mapa de Baires y arrojar un dardo que acertara el lugar exacto de mi próximo destino.
—¿Y si se clava en Dock Sud? —arriesgó Cris con su cuota de real pesimismo
—Supongo que podré hacer un poco de trampa.

—¿Y por qué te vas? —quiso saber una vez más Lore que no lograba comprender la causa de mi viaje.
—No tengo ninguna buena razón, sino pura pasión por alejarme un poco de todo el quilombo diario.
—Sé que después vas a extrañar todo esto.
—Seguro, pero también voy a extrañar no haber desplegado algunas alas mientras todavía puedo caminar.

—Si te vas no vas a volver —dijo en forma de sentencia Vero.
—¿Qué querés decir con eso? —le pregunté mientras por mi cabeza pasaban imágenes de la película “Destino final” de cualquier número.
—Que la ciudad tiene demasiadas atracciones y está buenísimo, pero es evidente que vos vas en busca de aires más puros. Y alejándote de acá lo vas a encontrar, y una vez que lo hagas… difícil que vuelvas.
De pronto se hizo un silencio intenso, infinito, denso, que lastimaba en alguna parte.
Miré a los presentes y recordé a algunas personas que se fueron a otros países y que hoy me alegra el corazón cuando recibo mensajes o fotos de ellos y enterarme que están bien.
Y yo no me voy tan lejos…
Ni siquiera creo que vaya a cambiar de provincia…
Simplemente me siento algo ahogado y quiero respirar un poco.

—Che, ¿ustedes no me piensan ir a visitar?
Todos contestaron afirmativamente.
—De todas maneras es obvio que no nos vamos a ver tan seguido cuando te vayas —dijo Pablo sin su humor habitual.
—No, pero…
—Pero no importa, porque yo me quedo con tu hermana —soltó contagiando la risa.

—Gastón, ¿y Nadia qué va a hacer?
—Nadia… Nadia se va.
—¿Se va con vos?
—No, se va de mi lado.


Pucha, qué difícil todo esto cuando en realidad estoy tomando una decisión que se supone que es para bien, no?

lunes, 30 de noviembre de 2009

154. volar, volar

De pronto llegó el lunes y me levanté temprano sin recordar que el trabajo ya no estaba y que no tenía a dónde ir. Me di cuenta de eso cuando Nadia se levantó dormida, desnuda, contenta y me ganó la entrada al baño.
—¿Y qué vas a hacer? —me preguntó mientras apuraba su té y se iba a trabajar.
—No sé, pero supongo que tengo tiempo para pensarlo…

Tiempo para pensarlo…
Eso tuve esta semana después de que la camioneta de Luis se quedó internada en el taller y él recibía la esperada jubilación con una sonrisa enorme, casi igual a la que mostró cuando el médico le dijo que el tumor se estaba reduciendo.
La idea de volarme de Buenos Aires me seguía rondando, pero Nadia no se enteró y traté de que los demás no ahonden en el tema.

Después de unos mates, me vestí y salí a caminar sin una dirección precisa. Dejé que mis zapatos tomaran la decisión y así anduve entre cuadras de distintos paisajes. De pronto, me frené ante una puerta que me resultaba conocida. Claro, era la de la casa de Lorenzo, mi ex jefe de la Editorial. Me di cuenta que había pasado bastante tiempo desde lo del robo en el lugar y no había tenido noticias de él. Me decidí de inmediato a sacarme la duda y llamé a su puerta.
—Gastón, qué alegría verte por acá. Justamente estaba por llamarte.
—¿De verdad? ¿Por qué?
—Pero vení, pasá, tomemos algo y te cuento…

Se le veía bien a Lorenzo y eso me alegró mucho. Por otra parte me estaba por llamar y comencé a imaginar si no habrá rearmado la editorial y me estará por dar de nuevo trabajo. Claro que eso podría significar que entonces no me vaya y… Bue, ahí venía él con un mate para compartir y pronto me diría en qué anda… pero me ganó la ansiedad y entonces decidí preguntarle pero intentando ser lo menos directo posible.
—¿Armaste de nuevo la editorial?
—No —fue su respuesta tajante y precisa—. En estos meses me dediqué a leer a autores totalmente desconocidos y libros que no han llegado a las librerías.
—Ahhh… —fue mi respuesta como quién ve la olita de la realidad destruyendo el gran castillo de arena de la fantasía.

Tomamos unos mates e intercambiamos opiniones sobre la actualidad y demás temas del mundo hasta que me dijo la razón por la que había pensado llamarme.
—Vos sabés que descubrí desde el inicio tu diario “íntimo”, y debo decirte que sufrí con vos cuando te notaba tan mal, y también me hiciste reír mucho con esas cosas raras que sólo a vos te pasan.
—Bueno, me alegro por la parte de haberte divertido. Pero, ¿a qué viene todo esto?
—Estás con ganas de irte de la ciudad y a todo el mundo le sorprende, menos a los lectores que te leen y ya viven en lugares como los que soñás, con aire puro, sin inseguridades ni tantas corridas.
—Y sí… Pero…
—Mirá lo que encontré ayer —dijo mientras se levantaba y traía una hoja cuadriculada escrita con una letra que reconocí de inmediato como mía.
—¿Qué es?
—Esto es un poema que escribiste… Acá está la fecha… 1991. Estabas en la secundaria sino me equivoco y es de una caja que me habías dado hace mucho para que la queme y yo, como corresponde, la guardé de tu fuego asesino. Pero, tomá, leé lo que escribiste, y no mires la calidad porque se nota que es de cuando empezabas a garabatear letras, sino fijate en lo que dice…

Volar, volar
Quisiera volar
Hasta un lejano punto
Donde no me puedan alcanzar
Donde no me puedan reconocer

Quisiera volar
Hasta perderme dentro de un sueño
Y al despertarme
Que la realidad siga siendo una fantasía eterna

Quisiera volar
No como una hoja de otoño
No como una oscura golondrina
Simplemente volar, volar...

Cien veces me voy y otras tantas veces vuelvo
Quiero estar con vos, otras veces no
Me gusta reír pero tengo tanto que llorar
Y mientras camino quisiera volar

Lo bueno se encuentra lejos (tan lejos)
Encadenado a una rueda maldita que no deja de girar
Solamente quisiera escapar
La única manera es pudiendo volar


Sí, se trataba, efectivamente, de uno de mis primeros poemas, de esos que dan vergüenza encontrar después de tanto tiempo.
Sin embargo, su mensaje no había perdido actualidad, y las alas se encontraban todavía listas para el vuelo postergado…

lunes, 23 de noviembre de 2009

153. cara y cruz

Estuve un buen rato resoplando y resoplando mientras pensaba mil cosas a la vez y no me decidía a tocar el timbre. Todavía era temprano y había muy poco movimiento en la ciudad. Y ahora menos después de haber chocado con la camioneta de Luis.

Los chicos querían quedarse conmigo pero les dije que era innecesario, que vayan nomás a lo de Pato y Pamela a pasarla bien con el resto del grupo. En tanto yo vería la manera de preguntarle a mi jefe si tiene alguna otra camioneta de repuesto.
La grúa dejó las tres cuartas partes de lo que quedaba de la camioneta en la puerta de donde vive Luis.
Me llevé la mano a un bolsillo amagando sacar un cigarrillo, habiendo olvidado por completo que hace cinco años había dado el último beso de humo.
Hice tiempo esperando que un meteorito cayera sobre el vehículo estacionado y quedara yo exento de culpa y cargo, pero mis contactos con la NASA desaparecieron al igual que mi imaginación realista.

Me senté un rato en el cordón de la vereda intentando invocar a la “musa de las excusas imposibles”, pero nadie se hizo presente, excepto una de esas vecinas curiosas que reconoció la camioneta de su vecino y de inmediato le tocó el timbre para saber si se encontraba bien después de tremendo choque.
—Hola, ¿Don Luis? Soy Francisca, su vecina del 6º “B” —comenzó con su comunicación vía portero eléctrico—. Simplemente vi cómo quedó su camioneta con el choque y quise saber si usted se encontraba bien.
—¿Cómo dice? Yo no choqué… —contestó Luis del otro lado.
—Quizás usted no, pero su camioneta sí. La reconozco aunque, realmente, esté irreconocible.
—Un momento… Ya bajo —dijo Luis mientras yo rezaba para que no le diera un infarto… ni me mate a mí.
Debo confesar que en ese instante también pensé si no sería posible que ese meteorito que pedía unos minutos antes, de aparecer, pudiera desviarse un poco de su trayectoria y caer sobre el peinado arreglado de la vecina metida… pero tampoco se hizo presente.
El que sí asomó su cabeza con sus ojos algo desorbitados, fue Luis, que salió del edificio y se topó con lo que era su camioneta.
—¿Qué pasó? —gritó al ver la chatarra verde.
—No sé, cuándo llegué ya estaba acá —contestó la vecina haciéndose cargo de la pregunta de Luis—. Quizás ese muchacho sepa algo… Disculpe jovencito, ¿usted vio, por casualidad, quién chocó la camioneta?
Al darme vuelta para mandar a cagar a la vieja, Luis me vio y se acercó de inmediato a mí.
—Gastón ¿qué pasó? ¿Estás bien?


Mientras Luis me alcanzaba una de las tazas de café, sentados en la mesa de la cocina, le conté lo sucedido.
—Lo importante es que ni vos ni tus amigos se lastimaron.
—Sí, gracias, pero, ¿y con el reparto qué hacemos? —pregunté más preocupado por él que por mí.
—Mirá Gastón, ayer estuve hablando con un amigo y parece que esta semana me llega, por fin, la jubilación. La verdad es que ya no tengo ganas de andar tanto tiempo en la calle, y noto que no es lo tuyo y muchas veces, además de cansado, no estás contento.
—Bueno… Yo…
—Después vuelvo a llamar a esta persona para asegurarme de que el dato que me pasó sea cierto. Y de ser así, vendo como está la camioneta y a comenzar a disfrutar de una vez por todas la vida. Después de todo, no olvidemos que me están dando una segunda oportunidad con este tumorcito que se está queriendo ir de mí. Y vos… Y vos Gastón me ayudaste mucho, muchísimo, y te doy las gracias por eso.


Y ahora ya en casa, tomando una taza grande de capuchino en el balcón, sonando de fondo Beyonce, y meditando sobre esos extraños golpes (y algunas caricias) que, muchas veces, te devuelven a la vida…

viernes, 20 de noviembre de 2009

152. curvas peligrosas

Por suerte la atención se puso en la música y el tema de mi posible ida se estaba esfumando cuando Pablo acercó el tema de manera drástica.
—Es que si te vas de acá te vas a perder paisajes como ese.

Lo de drástico fue porque las palabras de Pablo fueron lo último que escuchamos antes de chocar la camioneta contra un auto que estaba adelante nuestro.
Más allá de algún que otro golpe, nadie salió lastimado de gravedad.
Nadie salvo la camioneta que quedó con toda su nariz irreconocible, y por entre sus fosas nasales, parte del motor.

Los curiosos que acertaron a pasar por el lugar, la policía que llegó un segundo antes que una ambulancia que fue alertada por si acaso, el chofer del auto que estaba a las puteadas contra los jóvenes alcoholizados y drogadictos (?), y nosotros, claro, un poco más aturdidos que de costumbre.

—¿Alguno está mal? —preguntó uno de los médicos de la ambulancia.
—No, ya estábamos mal desde antes —contestó Pablo sin perder el humor.
—¿Qué pasó? —interrogó con su tono dictatorial uno de los policías—. Y no me contesten “chocamos” porque los meto ya mismo en cana—, advirtió mirando a Pablo de mala manera.
—Ellos tienen la culpa, agente. Manejan borrachos y matan impunemente a las personas —sentenció el tipo del auto al que chocamos.
A causa de esas acusaciones nos hicieron de inmediato un test de alcoholemia a cada uno de nosotros, los cuales dieron, efectivamente, que no teníamos ni media gota de alcohol en nuestros respectivos organismos.
—Ellos fueron los que me chocaron a mí —continuó quejándose y acusándonos el tipo del auto.
—Sin embargo el semáforo estaba para que crucemos… —reflexioné yo en voz alta.
Uno de los policías se acercó con una mujer bastante mayor que dijo ser testigo del choque.
—¿Sabe qué pasa señor oficial de policía? En esta esquina siempre hay de estos choques —comenzó a decir la señora con sus bolsas del mercado el mano—, y esta vez no tiene la culpa ni el semáforo que, gracias a Dios, funciona, ni el hombre malhumorado ese del auto, ni estos muchachos que, gracias a Dios, no se lastimaron.
—¡Gracias a Dios! —dijo Sebas con su atea ironía.
—Sí, gracias a Dios —repitió la señora.
—A Dios y a los cinturones de seguridad —agregó uno de los médicos de la ambulancia que ya se retiraba sin llevar a nadie en la ambulancia… gracias a Dios.
—¿Y entonces? —¿Por qué fue que chocaron, señora? —la interrogó el policía.
—Por culpa de ella —dijo señalando con su dedo índice en diagonal hacia arriba.
Todos miramos en esa misma dirección… y sí, en ese lugar se encontraba ella, la culpable de la distracción casi fatal.

Se trata de una gigantografía de unos 10 ó 12 metros en la que se encuentra una modelo (desconocida para mí) muy linda, de mirada tentadora, labios comestibles, y ropa interior cara.
Claro, ya sé que hay muchos de estos carteles en la vía pública, pero este tiene algo especial.
Más allá del tamaño, esta ropa interior, por lo menos la bombacha, marca ciertas ondulaciones interiores que transforma la avenida recta en una curva peligrosa.

—Siempre pasa lo mismo en esta esquina —repitió la señora indignada—. Hasta hemos realizado petitorios con firmas de varios vecinos para quitar la publicidad esa, pero no nos han hecho caso.
—¡Gracias a Dios! —exclamamos al unísono sin poder quitar la mirada del cartel.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

151. tracción a sangre

Pato y Pamela llamaron para avisar que estaban organizando para hacer una fiesta diurna el domingo desde temprano. Como la mayoría aceptamos la propuesta festiva, intentamos organizarnos para ir todos juntos.
Le pregunté a Luis si me prestaba la camioneta para la excursión amistosa y no tuvo problemas, aunque ya tuvo que meter su pedido cautelar.
—No te pido que la traigas limpia, pero sí que la cuides.


El domingo temprano fueron apareciendo los que iban conmigo en la camioneta, es decir, Sebas Sergio, Cris, y Pablo.
En el auto de Nadia iba ella, Ana con Tami, Vero y Lorena.
Sí, los nenes con los nenes y las nenas con las nenas, como correspondía a una fiesta de Pato y Pamela.

—¿Seguís con la idea de irte? —preguntó Sebas.
—¿Irse? ¿Quién se va? —quiso saber Sergio algo atrasado de noticias.
—Gastón se quiere mudar de la ciudad —respondió Sebas a secas.
—¿De verdad? ¿Estás loco? ¿A dónde te querés ir? ¿Y nosotros? —me acribilló Cris con sus interrogantes metafísicos-existencialistas.
—Nada, fue sólo una idea lanzada al aire… que puede caer en cualquier momento —expliqué tratando de tranquilizar el ánimo ya exasperado de Cris.
—La dijo después de ver “Into the wild” —explicó Sebas— y al final el protagonista muere envenenado y solo —terminó aportando.
—A veces uno se siente solo entre tanta gente… —dijo Sergio con tono de monje budista.
—¿Y el veneno?
—Bueno, eso se consigue en cualquier ferretería —respondió Pablo sin darle demasiado vueltas al tema.

Yo seguía manejando mientras mi mente se volaba por alguna parte de aire puro y algo más de verde y lo que decían los chicos sonaba apenas de fondo.
—¿No les molesta si pongo algo de música? —pregunté mientras ponía el disco solista de Cordera sin esperar a que nadie me conteste.
Por suerte la atención se puso en la música y el tema de mi posible ida se estaba esfumando cuando Pablo acercó el tema de manera drástica.
—Es que si te vas de acá te vas a perder paisajes como ese.

Lo de drástico fue porque las palabras de Pablo fueron lo último que escuchamos antes de chocar la camioneta contra un auto que estaba adelante nuestro.
Más allá de algún que otro golpe, nadie salió lastimado de gravedad.
Nadie salvo la camioneta que quedó con toda su nariz irreconocible, y por entre sus fosas nasales, parte del motor.

jueves, 12 de noviembre de 2009

150. vida salvaje

A Tami le mandaron del Jardín investigar sobre los Onas.
Y esa fue la razón por la que el sábado se quedó en casa y el domingo temprano nos dirigimos hacia la Costanera, en la parte donde se encuentra la reserva ecológica, con los comestibles necesarios, las caras algo pintadas y armados de un arco y flechas (con punta de goma) que compramos el día anterior.
Nos divertimos mucho los dos. Y aunque no cazamos guanacos, sí acertamos con las flechas inofensivas a un gato, una pelada reluciente de un señor pasado de pastas, un sánguche, y el vidrio trasero del auto que se llevó pegada una de las tres flechas.
Cuando el lugar comenzó a llenarse de vendedores de cualquier cosa, de atletas fanáticos, de familias italianas enteras, de chicos por demás gritones, decidimos abandonar el lugar.

Ana me contó que Tami explicó muy bien todo lo que aprendió sobre esta tribu indígena en el Jardín, y que anduvo diciendo que “es muy difícil cazar con el arco y la flecha, pero los Onas igual lo hacían porque se divertían mucho”.


Ayer la ciudad fue un verdadero caos, y justamente tuve que transitarla por el medio.
Mucho calor, muchas personas sacadas, protestando, malhumoradas, nerviosas, impacientes por descargar su furia ante el primer animalito inocente que acierte a cruzar por el camino de los ojos rojos.
Cuando por fin regresé a casa (y la ciudad continuaba ardiendo en sus propias llamas), me encontré a Vero con Sebas tomando un trago.
—¿Querés un poco?
—A Gastón no se le pregunta, simplemente se le hace entrega del vaso lleno —explico Sebas mientras efectivamente me alcanzaba un vaso lleno.
—¿Y qué andan haciendo? —pregunté despreocupado.
—Te estábamos esperando, primín.
—¿Para qué?
—Para que terminemos de ver la peli del otro día.
Nos acomodamos en el sillón, apagamos todas las luces, encendí los parlantes y nos acomodamos frente a la pantalla.
No hizo falta llevar a votación poner la película desde el principio, cosa que hicimos para ponernos en clima con “Into the wild”.

Más de dos horas después, y apenas terminada la peli, Sebas se levantó a encender las luces, al mismo tiempo que Verónica iba al baño a secarse las lágrimas y yo me quedaba en silencio, con la mirada perdida en lo que se veía del cielo a través del balcón.
—¿Qué pensás? —me preguntó Sebas advirtiendo mi contemplar hacia la nada misma.
Por mi mente pasaron imágenes de mis juegos con Tami entre el verde natural, y la extrema contradicción con los malos aires de Buenos Aires.
—¿Y, en qué estás pensando? —volvió a inquirir Sebas, que sabe muy bien cuando algo raro me pasa.
Lo miré, tomé lo que quedaba en mi vaso, y con voz valiente le contesté:
—En irme a la mierda de esta ciudad.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

149. con final feliz

—¿Por qué no me lo dijistes antes?
—Porque no me diste tiempo, nena.
—Bueno, te encontré unos aritos que no eran míos y que sé que tampoco vos usás.
—Ok, pero justamente para eso te había dicho que vengas, para presentarte a Verónica y decirte que se iba a quedar por unos días acá.
—¿Y ahora dónde está?
—En lo de Sebas.
—¿Haciendo qué?
—No sé…

Sebas se había cruzado la otra vez con Vero, y desde ese día venía de manera más frecuente a “visitarme”. Lo pongo entre comillas porque la mayoría de las veces lo hacía cuando yo no estaba.
De todas maneras Vero no es tonta y Sebas por algo es mi amigo, y lo más importante acá es que se aclaró todo con Nadia.
Y la verdad es que me sentí algo extraño porque estoy bastante acostumbrado a que antes de solucionar algo, agrego un nuevo problema.
Pero acá estábamos, con Nadia mirando una peli, y haciéndonos unos mimos de esos que no nos dejan ver el final de la película.

Y así fuimos pasando del sillón a la alfombra, de la alfombra a la mesa ratona, de la mesa ratona pasamos por la cocina, y de la cocina a la camita.
Al mejor estilo Hansel y Gretel, fuimos dejando nuestras miguitas de pan (en este caso nuestras ropas) señalando el camino del amor.
Y fue un largo camino…


A la mañana el maldito despertador no perdonó el ejercicio nocturno y Nadia demostró su buen estado mañanero.
Sabía que iba a llegar tarde al laburo, pero a veces vale la pena.
Y más allá de la pena, me tuve que levantar, vestir y salir a la ciudad, al igual que Nadia.
Antes ella preparó unos capuchinos mientras yo me daba una ducha rápida pero reparadora.
Estábamos terminando las tazas cuando se escuchan las llaves y la puerta que se abre para presenciar a Vero que se sonroja al vernos.
—Hola —saluda con timidez.
—Hola —saludó Nadia en son de paz ofreciéndole un capuchino.
—Gastón, no pienses mal…
—Vero, no soy tu papá. Todo bien.
—Es que con Sebas nos pusimos a hablar de películas y nos quedamos mirando una hasta tarde y después conversamos sobre ciertos aspectos del séptimo arte y…
—¿Y cuál miraron? —quiso saber Nadia.
—“Into the wild”, es sobre un flaco que…
Con Nadia nos miramos y comenzamos a reírnos.
—¿Qué pasa? —preguntó Vero confundida.
—Es que es la misma peli que nosotros estábamos mirando anoche y no pudimos ver el final —le expliqué.
—Sí, ¡qué increíble! Decinos ya por favor cómo termina —le pidió Nadia.


(parece que vamos a tener que juntarnos los cuatro para poder ver el final de la peli)

jueves, 29 de octubre de 2009

148. mateando el tiempo

¿Y cómo es?
Esta es la pregunta que se venía repitiendo en forma de eco interminable desde que la barra se enteró que mi prima Verónica había llegado a la ciudad de la furia.
Ya pasaron un par de días y se hizo costumbre los mates nocturnos mientras charlamos un poco de todo y de todo un poco.
Es muy divertida, canchera, en algunos aspectos media inocentona, pero sobre todo, y se le nota a la legua, muy buena piba.
Pero claro, acá estaban mis amigos esperando que la describiera físicamente, aprovechando que ella no estaba (había ido a visitar a Ana).
Y entonces, como era de esperarse, el que tomó la palabra fue Pablo, que se la había cruzado y tenía la data que los demás esperaban escuchar.
—Amigos, si no fuera el novio de la hermana de Gastón, quizás igual entrara en su familia, porque Verónica es muy linda.
—¿Cuántos años tiene? —preguntó Sergio.
—Treinta y dos… creo.
—¿Y hasta cuándo se queda? —preguntó Cris.
—Tiene que dar unas materias en la facultad. Esta semana le decían bien las fechas, las rinde, y se va.
—¿Dónde duerme? —preguntó Sebas.
—En la cama que hay debajo del sillón.
—Che, ¿Y Nadia qué dijo? —preguntó Pablo
—¿Sobre qué?
—Sobre la presencia de Verónica…
—Nada, ¿qué va a decir? Es mi prima...


A la tardecita, y una vez que los chicos se fueron, vino Nadia.
—¿Qué me querías decir? —preguntó todavía algo ofendida.
—Antes que nada te pido que me disculpes por lo del otro día. No sé qué me pasó. Me agarraste en un momento extraño.
—Está bien, amor. Igual te quiero.
—Sip, yo también, pero lo que te quería decir es que…
No terminé la frase porque el instinto de mujer la llevó a descubrir unos aritos apoyados sobre la mesa ratona.
—¿Y esto? —quiso saber exigiendo una respuesta inmediata.
—Bueno, justamente sobre eso te quería contar…
Y mi frase fue nuevamente interrumpida pero esta vez por la puerta que se abrió para permitirle la entrada a Verónica que saludó a Nadia con un beso y enseguida se dirigió a mí despreocupadamente para decirme:
—Quiero que esta noche me termines lo de ayer —dijo yéndose a la cocina a calentar la pava para unos mates.
Nadia me miró con ojos fulminantes y el portazo de su partida todavía creo escucharlo.
—¿Qué pasó? —quiso saber Vero al escuchar el golpe de la puerta.
—Se fue Nadia.
—¿Quién es Nadia?
—Alguien que no sabe que sos mi prima —dije mientras me sentaba y me disponía a terminar la anécdota que había quedado inconclusa, y aceptaba el primero de los mates nocturnos.

miércoles, 21 de octubre de 2009

147. llegando llegaste

Hoy me desocupé algo temprano, por lo que aproveché para pagar algunas cuentas y comprar un par de cosas que necesitaba.
Cuando estaba haciendo el camino de regreso, pasé por la puerta de una farmacia y dudé un instante en entrar a comprar un test de embarazo, pero la lluvia me empujó a seguir para casa.

Ya en el depto y a punto de matear un poco, aparece Nadia con claras intenciones de querer disfrutar de la lluvia ciudadana de manera sexualmente salvaje.
—¿Jugamos a algo? —me preguntó Nadia clavándome esa mirada que hace derretir a las piedras.
—¿A qué? —pregunté yo con mi extraña inocencia que algunas veces se hace presente.
—Bueno… Había pensado que quizás yo podría hacer de chica virgen y vos de sexópata degenerado.
—Ok, entiendo que me toca un papel para interpretar que va con mi personalidad, pero ¿por qué lo de la virginidad tuya?
—No sé… Para aprovechar que llegó Andrés.
—¿Qué Andrés?
—El que viene una vez al mes-
Debe ser el verso que inspiró a Arjona para su conocida canción menstrual, pero que en mi caso el efecto que causó fue el contrario, por lo que de manera amable y directa, le pedí a Nadia que me dejara solo y vuelva en cinco días.

No fue fácil su retirada y hasta la lluvia se había marchado antes que ella. Sin embargo, una vez que quedé solo en el depto (una vez más), sonó el timbre del portero eléctrico. Supuse que era Nadia que se había olvidado de algo.
—¿Qué pasó?
—Soy Verónica.
—¿Nadia?
—No, Verónica, tu prima.
—Ana, ¿sos vos?
—¡¡¡SOY TU PRIMA VERÓNICA!!!
—¿De verdad?
—Si me ayudás con los bolsos te vas a dar cuenta.

Sí, era ella y ahí estaba, algo confundida pero con una gran sonrisa y una enorme cantidad de bolsos.

Al entrar finalmente al depto y mientras le convidaba con unos mates, le pedí disculpas por el malentendido en el portero eléctrico sobre su identidad.
—Es que en realidad te esperaba la semana pasada.
—Era la idea, pero no podía venirme antes del día de la mad… ¿Vos dijiste que me estabas esperando? ¡Ay, qué lindo! —dijo y me cubrió en un abrazo muy dulce.

Y de pronto sentí como si…
No, no sentí nada…
Absolutamente nada…

domingo, 18 de octubre de 2009

146. family game

Ya es de público conocimiento que el seleccionado argentino va al Mundial del año que viene, que Maradona invitó a varios periodistas a una orgía oral, y demás escritos, comentarios, estudios literarios, y otras diversidades de incontinencias verbales de los últimos días.
Pero antes de todos estos hechos, el portero eléctrico avisaba de la presencia de mi “esperada” prima Verónica en la entrada del edificio.
Pablo bajó a abrirle la puerta y en el depto quedamos los hombres con cierta tensión en el estómago ante la visita anunciada e inesperada.
Al rato se escucha las puertas del ascensor y las risas de Pablo al entrar con… ¡mi sobrina Tami y mi hermana Ana!
—¿Y Verónica? —pregunté sorprendido representando a los demás presentes.
—Tonto, ¿en verdad no me reconociste? —repreguntó Ana comenzando a reír junto a su Pablo.
—Evidentemente es contagioso el humor —explicó Cris compartiendo la broma.
—Lo que va a ser contagioso es la patada en el culo a los dos —dije enojado.
—Tío, no digas esa palabra —me retó Tami, y haciendo que su presencia traiga paz al encuentro.
Por suerte el partido terminó con el ajustado triunfo de Argentina y la bravuconada maradoniana que nos hizo hacer bromas al respecto una vez que Pablo y Ana se fueron junto a Tami.



—Che, qué raro que tu prima no haya venido. ¿No iba a aparecer después del finde largo? —curioseó Sebas.
—Seguramente espere a que pase el Día de la Madre y aparezca esta semana —dije sin darle mucha importancia.
—¿Y Nadia? —preguntó ahora Pablo
—Está con su mamá en su día.
—¿Y por qué no fuiste?
(no hacía falta que contestara esa pregunta, ¿no?)

Hoy llamé a mi vieja y me llenó el celular de lágrimas.
Es de emocionarse fácil y como le sube la presión enseguida, le quité importancia al día hablando de lo comercial de la jornada.
—Bueno, muy comercial con vos no es ya que no recibí ningún regalo —me reprochó mi vieja.
(madre hay una sola… y justo me vino a tocar a mí, jejeje)

Por la tarde compré un portarretrato y se lo regalé a Ana con una foto que le saqué el día del partido con Tami.
Como hermana deja bastante que desear (aunque la quiero demasiado) pero como mamá…
(pucha, no encuentro la palabra exacta que defina lo tremendamente excepcional que es)

Volví a casa y mientras escuchaba el último disco de Fabiana Cantilo, apareció Nadia. Y con una sonrisa naturalmente exagerada haciendo juego con una alegría sorprendente me dijo:
—Tengo un atraso… ¿Mirá si soy mamá?
(por suerte se había puesto un poco fresca la noche y la puerta del balcón estaba cerrada)



Les deseo un feliz día a todas las mamis de cuerpo y alma, y a las de corazón cargados de latidos

miércoles, 14 de octubre de 2009

145. la previa

Aprovechando que algunas coordenadas planetarias nos permiten, por distintos motivos, estar libres de laburo, nos juntamos en casa para una picada informal y disfrutar-padecer del partido de esta noche contra Argentina.
La barra masculina a pleno, y haciendo tiempo nos vamos poniendo al día sobre distintos temas…

—¿Y? ¿Alguna minita en el viaje “de placer”? —pregunta Sebas mientras cortaba el pan para el salamín.
—No, no fui para eso —contesté mientras cortaba el salamín para el pan.
—Es obvio, ¿o no se acuerdan que está con Nadia? —acotó Cris con su acento oportuno.
—Sí, pero también parece que está con su familia —dijo Pablo comenzando a divertirse a costa mía.
—Che, ¿y qué tiene eso de malo? —preguntó Sergio devuelto a la realidad después de largo tiempo sin estar (y sin saber muy bien por qué).
—No tiene nada de malo, y por eso yo soy feliz con mi querida Ana.
—¿Vos conocés a mi vieja? —le pregunté, algo desconcertado, a Pablo.
—No, pero te conozco a vos que sos un loco sexópata, y ya con eso me alcanzó para entrar en la familia, jajajaja.
(últimamente tengo la certera impresión de que Pablo se olvida por completo de que Ana es mi hermana)

—No creo que Argentina hoy gane.
Todos miramos con cierto odio a Sebas después de su frase desafortunada.
—¿Cómo podés decir eso?
—Es obvio… No hay ningún jugador de Huracán.
—Entonces vamos a ganar porque hay de Vélez —dijo Cris sacando a relucir ser hincha del último campeón local.
—Igual, hoy todos por Argentina, eh? —propuso Sergio levantando su vaso y haciendo que todos brindemos con ganas y cierto cosquilleo en el estómago.

Estábamos disfrutando de estar juntos en un día futbolero tan especial como el de hoy, y por otra parte, con unos nervios tremendos, a causa del día futbolero tan especial como el de hoy.

Ya falta poco más de media hora para el partido.
Miramos las noticias previas al encuentro.
—¿Para qué hora pediste las pizzas? Ya veo que viene cuando comienza el partido —se quejó con fastidio Cris.
—Ya debe estar por venir… Me dijeron que a las…
Mi frase fue interrumpida por los tres timbres que sonaron del portero eléctrico.
—Ahí llegaron. Por quejoso tendrías que bajar vos a recibirlas —le dije mientras atendía el llamado— ¿Quién es?
—Verónica —contestaron del otro lado.
—¿Verónica? ¿Qué Verónica?
—Verónica… Tu prima Verónica

sábado, 10 de octubre de 2009

144. la recta final

Son las cuatro de la mañana y no sé la causa de este insomnio.
Sobre todo teniendo en cuenta que a las cinco comenzaré a manejar como cada día, salvo que en esta ocasión en una dirección mucho más placentera.

Resulta que gracias al feriado (un feriado más en el que la fecha indica que no hay nada que festejar) de alguna u otra manera, todos van a tener un día más de descanso.
Sin embargo, la semana esta resultó excesiva y exageradamente larga, y los motivos son los siguientes:
Después del finde pasado con la “adorable” familia de Nadia, no tuve mejor idea que preguntarme cómo la había pasado. Y yo no tuve mejor idea que responderle con sinceridad. Ella dijo que no era para tanto, y yo le conteste que no era para menos.
—¿Y para qué fuiste?
—Porque te quise acompañar. Además vos me invitaste.
—Vos le dijiste a mi papá que eras mi novio.
—Menos mal. Mirá si le decía “Hola, soy Gastón, el que garcha con su hija”, en lugar de pedirme el carbón, me tiraba al carbón.
—¡Sos un exagerado! Con mis hermanas no tuviste ningún problema.
—Es verdad, no los tuve porque me ignoraron por completo.
—¿Y con mis cuñados?
—Cuando vieron mi viejo celular, perdí señal con ellos.
—¿Y mi mamá? Ella te trató bien.
—Sí, pero creo que fue porque le recordaba a tu ex. Por eso se pasó todo el día llamándome Germán.
—Ok. Nadie te trató bien y la pasaste para el culo.
—No, con tu perro Simba me divertí bastante. Claro que más de diez minutos tirando el palito ya es demasiado.
—¡Sos malo!
—No lo creo. Igual yo quiero estar con vos, no con todos ellos.
La discusión siguió. Por suerte en algún momento vino la reconciliación y los carbones seguían encendidos…

Después hubo problemas con Luís.
Quizás por el tumor que sigue ahí, quizás porque de alguna manera hay una sensación de vida más corta (aunque nadie sabe cuándo viene la señorita Parca a darte su beso), quizás porque se enojó con el mundo, quizás por un montón de etc.
El tema es que me hablaba con un tono que no es el indicado. Hubo un par de discusiones y palabras subidas de tono. Y algunos viajes en silencio tenso y con el culo en la cara.
A esto se le sumo la complicación del tránsito con sus cortes, piquetes, bocinas, autos desbordados, conductores suicidas, ceños fruncidos, y todo el colorido infernal de la ciudad nuestra de cada día.

A los chicos/as casi que no los vi, salvo a Sebas que cruzamos dos palabras en el ascensor y medio a las apuradas.

Y creo que octubre, con su fin de año ya por llegar, me puede encontrar un poco cansado por el ritmo del año, por lo que tomé la sana decisión de irme para el lado de mis viejos. A exactos 300 km de donde estoy. A disfrutar del aire puro, de un poco de naturaleza viva y vida al natural. A cargar las pilas para terminar bien lo que resta de este loco 2009.

Lo extraño es que ya pasaron unos minutos de las cuatro de la mañana y quiero a las cinco salir con el rumbo indicado.
Todavía me falta tirar algo dentro del bolso, elegir la música para el viaje, dejar el celular guardado en un cajón, y listo.

Me voy… pero para volver.
Sobre todo teniendo en cuenta que la semana que viene llega mi prima Vero.
(tengo la sensación de que va a ser mejor que aproveche estos días para descansar…)

lunes, 5 de octubre de 2009

143. mi familia es un dibujo

Con Nadia anda todo más que bien. En la semana salimos a dar una vuelta por la ciudad y generalmente se queda en casa a dormir.
(bue, dormir es una forma de decir)
Puedo asegurar que nos sentimos cómodos y a gusto estando juntos. Me encanta hacerla reír, y que podamos disfrutar de cosas tan simples de la vida cotidiana. Y creo que eso fue lo que la llevó a hacerme la propuesta indecente el sábado después de mirar una película por la mitad.
—Gastón, mañana domingo quiero que vengas a la quinta que tengo en Ezeiza.
—Buenísimo. Sí, claro que voy. No sabía que tenías una quinta allá.
—Sí, casi siempre voy para allá con mi familia.
—Ah… —exclamé presintiendo algo extraño—, ¿y mañana no van ellos?
—Sí, claro que van, por eso es que me va a encantar que mañana te conozcan y vos a ellos.

Nadia es inteligente, y lo demostró sabiendo (o imaginando) que si me decía de ir a pasar el domingo junto a su familia, una buena excusa le iba a dar como respuesta, pero armó todo como para que yo aceptara y después me enterase del programa familiar.


Domingo de sol. Me desperté sin varicela. No había piquetes. Y tampoco me habían secuestrado seres extraterrestres. Cargamos unas pocas cosas en el auto y salimos con la dirección imprecisa.
La autopista logró que lleguemos al lugar mucho antes de lo que yo quería. Pero bue, ya estaba ahí y había que pasarla lo mejor posible.
Me sorprendió al llegar ver varias chicas.
—Son mis hermanas.
Si de algo no tenía ganas era de una gran mesa familiar, y ahí estaban sus cuatro hermanas, sus tres cuñados, sus cuatro sobrinos, sus padres. Y un perro enorme que no dejaba de ladrarme y después de meter su nariz entre mis bolas.
—Vos debés ser Gastón, ¿no? —me dijo su señora madre mientras me miraba y saludaba con demasiado cariño.
Sus hermanas me saludaron con escaso cariño, y sus respectivos maridos-novios, con un apretón de manos demasiado fuerte para mis huesos.
El papá estaba junto a la parrilla. Me acerqué tímidamente a él y al verme dijo:
—Alcanzame más carbón.
Le di la bolsa y él se encargó de esparcirlo sobre el fuego que se alzaba con sus llamas ardorosas.
—Ejem… Hola, soy Gastón… el novio de Nadia.
—Ah, hola…
Menos mal que hacía calor porque la frialdad de su mirada hubiese competido con la de un esquimal.

Tímidamente saqué el celular y miré la hora… Recién habían pasado doce minutos de las once de la mañana.
—Y hasta las dos o tres de la tarde no comemos —me advirtió Nadia—. Por lo que te pido que te relajes y pases este primer momento de conocimiento mutuo entre mi familia y vos.
—¿Tengo que dar algún examen?
—No tontis, solamente quiero que te conozcan. Soy yo la que elige con quien quiero estar… pero no deja de ser importante que ellos también te conozcan.
—Te hubiese dado alguna foto...
Mientras hablábamos, nos fuimos acercando donde sus hermanas tomaban sol y sus parejas... no.
Ellas parecían vivir en otro mundo, y ellos… no se quedaban muy cerca.
Cada uno conectado con sus celulares-notebooks-lapcop y demás antenas satelitales, no se percataron de mi existencia.

Fui a dar una vuelta por el enorme lugar y me encontré nuevamente con el perro que, esta vez, ni me ladraba ni me olfateaba, simplemente me invitaba a jugar arrojándole una pelota que traía entre su babosa boca.
Mientras lanzaba su redondo juguete y él lo traía a mis manos, sentí que por fin estaba con alguien más humano, por más peludo y ladrador que fuera.

lunes, 28 de septiembre de 2009

142. tirados en el pasto

Sábado por la tarde. Tomando sol en una plaza junto a Pablo y a Sebas, mientras Ana está con Tami en la calesita.
—El domingo podemos enfilar para Luján a comer un asadito, o quizás al Tigre para comer un asadito, o a lo de Sergio a comer un asadito.
—Parece que hace mucho que no comés “carne”, ¿no? —dijo con ironía Pablo ante la insistencia carnívora de Sebas.
—Vos porque…
—¡Momento! Acordate que Pablo anda con mi hermana, por lo que no es prudente que le contestes nada delante mío —acerté a cortarle la frase a Sebas—. Y por otra parte, les aviso que mañana va a llover.
—Es imposible.
—Sin embargo va a llover.
—Si llueve hago el asado igual. Ya lo estoy llamando a Sergio para que prepare todo para mañana —se apuró en organizar Sebas.
—Ok, preparen todo y me avisan.
—¿Te vas?
—Dentro de un rato. Va a venir a casa Nadia y quiero comprar antes algunas cosas.
—Está todo bien, ¿no? —me preguntó Pablo.
—Por ahora…

—¿Alguien sabe algo de Cris?
—Anda preparando unos exámenes de inglés, según me dijo.
—¿Quieren la posta? Se está moviendo a Daniela —dijo sorpresivamente Sebas.
—¿Quién es? —preguntamos en estereo Pablo y yo.
—Daniela, la de los ojos saltones. Esa que estaba en la fiesta del barco.
—Ah, sí, me acuerdo, pero… ¿Vos no habías estado con ella? —pregunté sorprendido.
—Claro, en el barco.
—¿Y cómo sabés que ahora Cris…?
—Porque el otro día estábamos chateando y me contó que andaba con alguien y me mandó una foto de ella y la reconocí al toque.
—¿Y le dijiste?
—No, ¿para qué? Lo mío con ella fue un par de veces y nada más. Además, ¿no te acordás porqué dejé de verla?
—No.
—Porque… ¡¡¡Explotaba hacia afuera!!!
(?)

—Si fuera millonario igual sería amigo de ustedes.
—Si vos fueras millonario nosotros también seríamos tu amigo.

—¿No sabés si Ana encontró alguna foto de Verónica?
—¿De tu prima? No, era mentira. No tiene ninguna foto —me avisó Pablo.
—La vas a concer cuando venga a instalarse a tu casa —dijo Sebas.
—¿Y si es muy fea? —preguntó Pablo.
—¿Qué tiene que ver? Es mi prima, nene —contesté.
—¿Y si es muy linda? —repreguntó Pablo.
No contesté.

—¿Dónde estábamos hace un año?
—Yo por irme a un casamiento —contestó Sebas.
—Yo no me acuerdo —dijo Pablo.
—Yo con Fernanda —contesté.
—Evidentemente el que mejor estaba era yo —afirmó Pablo.
—¿Pero si acabás de decir que no te acordás?
—Por eso.

Sábado por la tarde. El sol comenzaba a irse, y nosotros seguíamos divagando tirados en el pasto.

viernes, 25 de septiembre de 2009

141. el que ríe último...

—Jajajajajaja…
—Dejate de joder, che. No es gracioso —le dije a Sebas que no dejaba de reírse.
—¿Y qué querés que haga? Es muy loco que tu vieja te meta a una prima que no conocés en tu casa.
—Es que me agarró desprevenido.
—Sí, como lo hizo Sandra con lo del casamiento.
—¿Qué tiene que ver eso? Mejor prepará algo para tomar mientras busco unas fotos.

Ok, mi prima Verónica me resultaba una desconocida, pero no dejaba de ser mi prima.
De todas maneras quería tener una mínima noción de cómo podía ser ella, por lo que tuve la brillante idea de buscar en un cajón de fotos viejas, por si aparecía evidencia de aquel famoso casamiento en que bailamos juntos.

No encontré nada sobre el tema, pero sí fotos de cuando era chico y no me metía en tantos problemas. Y si los había… tenían mi altura.
—Mirá —dijo de pronto Sebas revolviendo entre las demás fotos—, acá estamos cuando fuimos todos juntos a Sánber aquel verano.
—Tendríamos que repetirlo... —exclamé mi pensamiento en voz alta, sabiendo que ya existían algunas ideas al respecto.
Continuamos mirando las fotos que iban apareciendo y recordando la historia de cada una, sin embargo yo quería encontrar a Verónica.

—¿Y tu hermana?
—Debe estar en la casa —contesté de manera automática a la pregunta familiar de Sebas.
—No, tonto, digo si tu hermana no tendrá alguna foto de tu prima.

Agarro el celu y la llamo a Ana.
—Nena, ¿cómo estás? Necesito un favor
—¿Cuánto precisás?
—No, no es dinero… Escuchame, ¿vos te acordás de la prima Verónica?
—¿Quién?
—Verónica, que vive en Mendoza… La hija de la tía Graciela.
—¿Quién?
—Graciela, la prima de mamá. A mamá la conocés, ¿no?
—No sé quién es Verón… Ahhh, creo recordar algo…
—¿Te acordás de ella? ¿De Verónica?
—No, pero me acuerdo que mamá me llamó para contarme algo de ella y yo le dije que vos no tendrías problema en hospedarla por algún tiempo.
—¿Vos le dijiste eso? ¿Vos le diste la idea a mamá? ¿Vos estás loca?
—Bueno, es nuestra prima —contestó Ana con su maldad de hermana.
—¿Y por qué no le dijiste que se quede ahí con vos?
—Che, acá en casa creo que tengo alguna foto de ella. ¿Querés venir a verla?
—No, lo dejamos para otro día porque si voy ahora te doy una patada en el culo.

—Jajajajajaja…
—De verdad, che. No es para que te rías así —le dije a Sebas que nuevamente se había tentado de la risa.
—Pero es que no se puede creer.
—Y bue… Ahora ya está. Además es nada más que por un par de días. No va a haber ningún problema
La risa de Sebas, después de escuchar esto último, ya fue imposible de detener.

lunes, 21 de septiembre de 2009

140. mi prima vero

—Hola hijo, ¿cómo estás?
Recibir el llamado de mi vieja preguntándome simplemente cómo me encuentro no me convence demasiado, por lo que espero que la charla continúe hasta que confiese la verdadera razón de su llamado.

No pasó demasiado hasta que mamá fue al tema que le interesaba y que no era otro que el auténtico motivo de su llamado…
—Hijito, ¿vos te acordás de la tía Graciela?
—No, ¿se murió?
—Ay, no hijo… Gracias a Dios se encuentra muy bien. Pero, ¿de verdad no te acordás de ella?
—Te juro mamá que no sé quién es.
—Es mi prima, la que vive en Mendoza. La viste en el casamiento de Rodolfo.
—¿De quién?
—Rodolfo, el hijo del hermano de tu papá.
—Ah, sí, a mi papá lo conozco.
—¿Y de Verónica no te acordás?
—¿Por qué debería de acordarme de esa tal Verónica?
—Porque te la pasate bailando con ella.
—¿Bailando con ella? ¿Dónde?
—¡En el casamiento de Rodolfo!

La conversación era de locos, pero por alguna cuerda razón estaba mi mamá pretendiendo que recordara a todos ellos. Intenté ponerle onda a todo este despiole familiar…

—Mamá, me encantaría poder recordar ese baile casamentero, pero sabés que mi memoria es un tanto frágil. ¿Cuándo se casó este Rodolfo?
—Y… dejame pensar…
Por suerte la llamada desde larga distancia la estaba haciendo ella, porque se tomó sus buenos eternos segundos para pensar.
—Ella tendría unos 9 ó 10 años, y vos 12.
—Pero mamá, tengo 34 años. ¿Pasaron 22 años y vos querés que me acuerde del casamiento ese?
—No, del casamiento no, pero sí de tu prima.
—¿Quién es mi prima?
—Verónica.

Si estaba tan centrada en que tenga presente a mi prima, es porque algo sucedió. Y como se trata de una prima tan lejana que ni sabía de su existencia, le hice la pregunta directamente…
—¿Se murió?
—No hijo, todo lo contrario.
(todo lo contrario a “se murió” debe ser que “resucitó”, pero no quería meterme en una conversación filosófica-literaria con mamá)

—¿Y entonces…? —pregunté ya cansado de tantas vueltas y sin poder entender y/o imaginar porqué mamá me llamaba hoy lunes primaveral para hacerme recordar a una persona con la que parece que bailé durante el casamiento de Rodolfo, que es el hijo del hermano de mi papá. Y mi papá es quién se casó (y divorció) de mi mamá, que es prima de Graciela, la madre de Verónica que es con quien bailé durante el casamiento de… Rodolfo (?)

—Hijito de mi alma, el tema es el siguiente —dijo mamá, y mientras yo respiraba profundamente intentando que este lunes primaveral sea una excepción a mis lunes de siempre—. Verónica está estudiando en una facultad de allá en Mendoza, pero por algo que me explicó mi prima y que ahora no me acuerdo, tiene que ir a Buenos Aires a dar unas materias que debe, o algo por el estilo.
—OK, espero que le vaya muy bien, mamá, pero ¿me podés decir qué tengo que ver yo en todo esto?
—Que le dije que no había problema en que se quedara unos días ahí en tu casa, así no gastaba en hospedaje.
—¿QUÉ?
—Además pensá que no conoce Buenos Aires y es peligroso para que ande sola por ahí.
—Pero mamá, ella tiene casi mi edad, ya es grande.
—Sí, ¡pero también es tu prima!

Claro, mi prima Vero.

viernes, 18 de septiembre de 2009

139. lluvias interiores

La semana pasó como siempre pero algo distinto sucedió.
Cuando estaba comenzando a disfrutar del sol y la remera, llegó la tormenta que anuncia la llegada de la calma, y con ella… Nadia.

Ayer jueves la ciudad empapada de millones de gotas y otras cantidades inexactas de corazones rotos y almas acompañadas.
Por alguna extraña razón (sin razón) la camioneta y Luis decidieron descansar, por lo que me tomé el día libre. Enseguida le avisé a Nadia por si quería pasar más tarde por casa.
—Una amiga me debe unos días, por lo que puedo arreglar y me voy ya mismo para allá.

No tenía nada preparado para la ocasión, y cuando llegó con su piloto todo mojado y sus ojos infernales, me di cuenta que no hacía falta nada más.

La tarde oscura la pasamos conversando de cientos de cosas, entre tazas de café (con crema para mí) y Dylan sonando de fondo.
¿Hay algo mejor que pasar toda una tarde eterna y sentirse tan bien?

La respuesta llegaría entrada la noche y la misma lluvia…


Era la hora exacta en que las almas se van a dar una vuelta por ahí y los cuerpos quedan jugando por acá. Te estaba haciendo unos masajes que te gustaban, te hacían bien y encendía las velas interiores. Me detuve cuando te diste vuelta, clavaste tu mirada en la mía, me dijiste gracias, sonreíste, y me abrazaste. Otra vez tu mirada clavada, pero esta vez tu sonrisa la cambiaste por un beso, un beso delicioso, labios sobre labios, besos deliciosos que son la única forma que tenemos de besarnos. Otra vez tus labios unidos a los míos. Tus labios entreabiertos para dejarme pasar. Nuestras bocas humedecidas jugando al juego que más le gustan y que mejor le quedan. Las manos que también quieren participar y me recorren la espalda y te recorren la nuca, y se tocan y se encuentran y se reencuentran y se apretan con fuerza y se invitan a pasear hasta llevarnos a través de nubes y dejarnos aterrizar sobre la cama. Y los besos continúan mientras vas desabrochando cada uno de los botones de mi camisa y yo te voy quitando la remera de la tentación que vuela hasta aterrizar en el camino donde descansa el resto de la ropa. Y los besos que van de un lugar a otro, y las manos que bailan acompañando nuestro baile, y mis labios besando otros labios, y tus labios recorriendo el árbol de la vida, y mi respiración agitada haciéndote cosquillas eternas, y la mirada que lo dice todo sin decir nada, y tus gemidos que me dan la bienvenida mientras yo me dejo caer al vacío que lo es todo.
Y los cuerpos de nuestras almas que se convierten en unidad en este ir y venir, y la unión y la desunión que nos vuelve a unir, y el movimiento de nuestro amor como el de un barco en alta mar, como el de un barrilete por los aires de Buenos Aires, como el de una mariposa en plena primavera, como el de nosotros dos haciendo el amor.
Y mi boca que se clava en tu cuello mientras tus dedos dibujan líneas sobre mi espalda. Y los dos pares de piernas que se tensionan hasta terminar abrazadas como dos anacondas pasionales. Y nuestra mejor imagen encontrándose una vez más por los distintos puntos cardinales, pero sobre todo en la fortaleza y debilidad del sur...
Y el grito que anuncia el final, y el temblor de los cuerpos mostrando que siguen vivos, y la fuente que desborda, y las gotas de amor que nos tocan, y tu mirada nuevamente clavada en la mía, ahora con más brillo, ahora con más vida.


Por la ventana la lluvia sigue cayendo sobre la ciudad dormida y nosotros tan despiertos… mojados y felices.

viernes, 11 de septiembre de 2009

138. ríe por mí

No tenía ganas de afeitarme.
No tenía ganas de nada, pero no podía faltar.
No tenía obligación alguna y la escena era incómoda, pero me puse el casco para el corazón y la nariz de payaso y me fui para lo de Luis.

—Venite, Rosa preparó una torta riquísima.
Luis me alentaba a asistir, sabiendo que no soy aficionado a los dulces cumpleañeros, pero ya había asegurado mi presencia en una respuesta rápida y por eso fui más o menos puntual.

—Gastón, qué alegría verte por acá —me saludó su esposa forzando la sonrisa obligada de ambas partes.
Apenas entré me alcanzaron una botella para descorchar.
—Sí cae en mi cabeza lo mato —dije sin darme cuenta que el chiste no era nada gracioso, por lo menos en ese momento.
Nadie quería pensar en que mañana estaban los resultados del estudio, sin embargo no dejaba de ser una realidad que sobrevolaba el ambiente sin globos ni música.

Todo pasaba en cámara lenta y no resistía mirar cada dos minutos la hora en el celular.
—¿Esperás algún llamado?
—Sí —mentí en una pésima actuación.
—Ya viene la torta —anunció Luis aliviándome un poco.
Un feliz cumpleaños cantado en pocas voces y un tanto desafinado.
Los saludos rutinarios y el abrazo entre Luis y su esposa que duró hasta que las lágrimas se evaporaron.
—Todo va a estar bien —le prometí con la fe algo maltratada, y me fui para mi casa, ya que al día siguiente (hoy) nos esperaría un día intenso.


Pasé la noche en el balcón, mirando todo y la nada.
Pensando en cientos de cosas y ninguna en particular.
Sin darme cuenta el cielo comenzó a aclarar y me invadió cierto frío al que no le quise encontrar significado más que el meteorológico (y lógico).
Me di una larga ducha (que me hubiese gustado tuviese mayor duración) y tuve una informal charla con Dios.

Lo pasé a buscar a Luis y tomamos el camino indicado.
El trayecto al hospital fue rápido, la espera del médico lenta.
Mientras tanto el silencio era una buena excusa para no decir nada que no valiera la pena decir.
El parlante lo nombró a Luis y entramos al consultorio.
—¿Cómo se siente?
—La verdad, bastante nervioso, muy ansioso —se sinceró Luis.
—Bien, veamos que hay por acá —dijo el médico mientras abría los sobres que guardaban los estudios y sus resultados.
Los miró una vez, otra vez, y su rostro era imperturbable.
Yo lo observaba y no podía adivinar ninguna respuesta en su expresión.
Luis, por su parte, prefería posar su mirada en un cuadro inentendible.

Por fin, el médico guardó los estudios en el sobre, tosió, y dirigiéndose a Luis mientras le estrechaba la mano le dijo:
—La verdad que lo felicito. El tumor ha disminuido. Por lo que la batalla va muy bien encaminada. Sigamos como hasta ahora y me viene a visitar en dos meses.
Luis le estrechó con fuerza la mano y le agradeció por la noticia.

Cuando salimos del consultorio exclamó un “vamos, carajo!” y me dio un abrazo demasiado fuerte para mis pobres huesos.
Luis se sentía nuevamente vigoroso.
Yo necesitando unas buenas vacaciones.

lunes, 7 de septiembre de 2009

137. demasiada presión

Lunes…
Lluvia…
Algo cansado…
Pensando en nada (o quizás en tantas cosas)…

Haciendo el viaje de regreso, un poco más despacio por la calzada mojada y traicionera.
La música en la radio es la misma de siempre, pero igual acompaña.
En un momento lo miro a Luis, y se encuentra mirando el paisaje que va pasando del lado de afuera.
—¿Pasa algo, Luis?
—El jueves es mi cumpleaños.
—¿De verdad? No sabía… ¿Cuántos cumple?
—Sesenta redondos —dijo, y volvió a quedar en silencio, pensativo, preocupado, sintiendo el peso en la espalda.
Sabía que era un cumpleaños especial.

En los últimos tiempos, desde que le diagnosticaron el tumor maligno en los riñones, lo estuve acompañando a realizarse las veinte sesiones de rayos, la quimio endovenosa, y demás consultas médicas.
Y aunque parece ir todo bien, uno nunca sabe del todo qué puede estar sucediendo adentro del organismo, por más que el alma haga fuerzas por sanar al cuerpo.

—Y el mismo jueves tengo los resultados de los estudios… Pero no quiero ir a buscarlos ese día.
—¿Por? ¿No es mejor sacarse la duda de encima? Digo, si está todo bien, un buen festejo, y de no ser buenas las noticias, a darle un poco de más pelea, ¿no?
—Prefiero pasar el día de mi cumpleaños “tranquilo”. El viernes, ¿me acompañás a buscar los resultados?
—Sí, claro —le dije seguro pero sin estar del todo convencido.


El resto del viaje lo hicimos en silencio, salvo la radio que llenaba el aire con las mismas canciones de siempre.
(aunque ahora todo comenzaba a sonar de una manera diferente)

viernes, 4 de septiembre de 2009

136. a veces pasa

—¿Y por qué le dijiste que no?

Esa fue la pregunta que se fue repitiendo en los últimos días, no sólo de parte de mis amigos, sino de mí mismo.

—Todos quieren una vez más, pero en todos los sentidos —comenzó a exponer su teoría Sebas mientras se acomodaba en el sillón delante de mí—. ¿Cuántas personas le hincharon las pelotas a Cerati y compañía con el regreso de Soda Stereo?
—¿Qué tiene que ver eso? —pregunté sabiendo lo difícil que es algunas veces seguirle el hilo de la conversación a Sebas.
—Tiene que ver. Ellos ya no querían estar más juntos y decidieron despedirse, lo anunciaron y hasta dieron el último concierto.
—Sí, el de las gracias totales.
—Ese mismo. Y sin embargo la gente quería escucharlos, o verlos cantando, juntos, una vez más.
—Sebas, te aseguro que si me pagan un palo verde, con Fernanda lo hacemos hasta que se vuelvan a juntar Los Beatles.
—De todas maneras…
Obviamente, Pablo estaba presente y no podía quedarse sin aportar algo.
—De todas maneras… —continuó Pablo con rostro pensativo— Soda se juntó una vez más, al igual que Los Cadillacs, al igual que La Portuaria, etc.
—Sí, y ahora vuelve Charly. ¿Y qué tiene que ver eso con Fernanda y yo? —pregunté algo desconcertado.
—¿No te gusta Charly? ¿Te acordás cuando lo fuimos a ver a San Bernardo? —recordó Pablo con su nostalgia a pilas.
—Sí, me acuerdo.
—Lo que me acuerdo… —dijo Sebas llegando desde la cocina con unos capuchinos a pedido— es que estábamos hablando sobre tu “voto no positivo” a garchar de nuevo con Fer. Y lo mismo hiciste en su oportunidad con Vanesa.
—Uy, mirá si se te hace vicio y morís virgen —dijo Pablo haciéndonos escupir el capuchino de la risa.
—Chicos, es verdad, es raro porque sinceramente estaría buenísimo hacer el amor otra vez con Fer, pero les cuento…
No se esperaban esta charla en tono íntimo por lo que dieron un buen sorbo caliente y se acomodaron para escuchar lo que tenía para decirles, para contarles.
—Una vez, con una chica, pasó exactamente lo mismo. Nos estábamos por separar y los dos estuvimos de acuerdo en hacerlo por última vez. Si muchos se despiden con un gran beso, porqué nosotros no con un gran beso de nuestros cuerpos. Además yo era bastante joven…
—No existía el arco iris en colores —acotó Pablo haciéndose el pendejo cuando todos andamos por la misma edad de las tres décadas.
—Bueno, como les decía, sabíamos que era la última vez, pero no nos preparamos mentalmente para la ocasión.
—¿Es la excusa para decir que no se te paró?
—No, al contrario, todo estuvo muy bien, salvo que en mitad de nuestro último momento juntos… ella se puso a llorar.
—¿En medio de…?
—Sí, ahí, y no se imaginan lo inesperado de la situación porque la última imagen que tengo son las lágrimas de ella mientras se vestía y se iba. Y los sentimientos posteriores son de sentirme perturbado, conmovido, dolorido por algo que se suponía que iba a estar bueno.
—A mí también una vez me pasó —dijo serio Sebas.
—¿Y?
—No quisiera recordarlo.

Nos terminamos los capuchinos casi en silencio, sintiendo que a veces es mejor perder una buena noche que ganar una nueva herida en el maltrecho corazón.

lunes, 31 de agosto de 2009

135. me repite la pregunta

—¿Te puedo pedir un favor?
—Si te lo puedo conceder, con mucho gusto.
—Sé que sí, porque lo que te quiero pedir es…
—¿Qué me querés pedir?
—Quiero que hagamos el amor… por última vez.


La noche parecía tener un aire mágico, como si el mundo hubiese cambiado el rumbo de su giro.
El reloj marcaba las dos de la mañana y ya había pasado un par de horas desde que me había quedado solo en el depto, desde que Fernanda se había marchado, desde que ella me había propuesto entrar una vez más en su cuerpo.
Ahora a siete pisos de la realidad y un buen vino descorchado derramado en mi copa, mientras fumo un cigarrillo que había quedado guardado en caso de incendio interior.

Sé que el pedido de Fernanda no es fácil de decir, de hacer, de rechazar.
Sé que a la distancia las mujeres pueden no entenderlo y los hombres… tampoco.
¿Es una manera de estirar la agonía o una forma saludable de despedida?

Recuerdo que la primera vez que Fernanda y yo lo hicimos fue bueno, pero nada comparado con la segunda vez, y ni hablar de las veces posteriores.
Cada vez que nos hacíamos uno era… inexplicable.
Fernanda es linda con ropa como desnuda.
Tiene la elegancia de un cuerpo con las curvas perfectas para recorrerlas sin tiempos, sin apuros, sin pausas.

Sentado en la soledad de mi adorable balcón, observando a la ciudad desde una altura privilegiada que no permite quemarme del todo con las llamas del infierno pavimentado, intento convencerme de que ese avión que pasa con sus luces parpadeantes es una estrella fugaz a pedido de mis pensamientos más oscuros.
Y entre el humo y un vino cosecha 1975, voy dibujando con cierta perfección la silueta de ese cuerpo imperfecto que alguna vez fue tan cercano al mío.
Cierro los ojos y ahí está ella, tan linda cuando la hago enojar sin querer queriendo.
Tan celosa de los fantasmas que pasan rozando mi corazón.
Tan buena en el arte culinario de la cocina y la habitación.
Tan excitante cuando ríe por no llorar y cuando llora de la risa.
Tan mujer de armas poderosas con las que sabe llevar a cabo sus propósitos más oscuros y de otros colores también intensos.

Ante mis ojos de mirada perdida va pasando una peli de un final impensado.
Porque cuando llegué a creer en un amor sin vencimiento, me vi vencido sin creer en el amor.
Y todo sucedió tan rápido que desde aquellos fuegos artificiales de despedidas crueles hasta esta propuesta deliciosamente indecente, pareciera que pasó un segundo, cuando en realidad pasaron más de siete vidas.

La noche despierta a los vampiros y yo recuerdo que, sorprendido por lo que había escuchado de sus labios de fuego, le pedí amablemente que me repita la pregunta.
—Quiero que hagamos el amor… una vez más.
—Suena muy interesante y más que tentador… pero no. Es tarde, y no hablo de horas, sino de tiempos. Te lo agradezco, pero no.

viernes, 28 de agosto de 2009

134. hagamos el amor

Fernanda estaba igual a una locomotora sin frenos, mientras que yo me sentía como un velero en una plácida laguna.
Me di cuenta de esto cuando ya en el ascensor, ella comenzó a quejarse y a traer cosas del pasado que se ve no habían quedado tan atrás, mientras yo me trasladaba mentalmente a un futuro inmediato en que Fernanda dejaba de hablar y Nadia ocupaba toda la escena.

Una vez en el depto, Fernanda se dirigió directamente a la habitación y abrió el cajón donde “antes” había parte de su ropa. Obviamente el lugar estaba vacío de sus pertenencias…
—¿Dónde están mis cosas? —preguntó enfurecida.
—En el cajón chiquito de abajo.
—¿Y por qué están ahí?
No le contesté. Alguna vez me dijeron que a un toro enfurecido lo mejor es esquivarlo.

Mientras ella agarraba sus cosas yo me fui a servir un trago.
Fernanda vino por detrás y comenzó a revolver la torre de música, sacando sus discos, o por lo menos los que ella creía suyos.
—El de Queen en Wimbledon es mío —le advertí desde la cocina.
—Metételo en el culo.
—No, ese no que es doble —le contesté mientras me acercaba con un daikiri para ella.

Era evidente que la Fernanda que estaba acá en este momento no era ella, sino un ser que no podía controlar sus impulsos, que por una razón (sin razón y con pasión) estaba haciendo un duelo a los gritos, que quizás justo ahora se daba cuenta que lo nuestro podría haber sido… distinto.

Si hay algo que no resisto es ver a una persona llorar.
Fernanda se sentó en el sillón, tomó su trago preparado especialmente, y mientras me pedía disculpas comenzaron a caer las primeras gotas desde sus ojos.

—Fer, todo bien. Vos sabés que siempre vas a poder contar conmigo para lo que sea, pero nuestra relación se terminó hace ya un par de meses, y cada uno va a tener que comenzar a caminar de una manera distinta.
—Pero, ¿lo nuestro fue lindo, no?
—Fue muy lindo, especial, fantástico, pero tuvo un final abrupto, y las heridas es mejor que cicatricen, y cuando antes lo hagan, mejor.
Fernanda me miraba como si no me reconociera pero se la jugó en forma. Dejó el vaso sobre la mesa ratona, se acercó a mí y me clavó la mirada de una manera que yo conocía muy bien.
—¿Te puedo pedir un favor?
—Si te lo puedo conceder, con mucho gusto.
—Sé que sí, porque lo que te quiero pedir es…
—¿Qué me querés pedir?
—Quiero que hagamos el amor… por última vez.

lunes, 24 de agosto de 2009

133. ángeles & demonios

Durante la semana intercambiamos llamados y algunas otras comunicaciones.
Ella trabaja en una empresa de medicina (o algo así) y los horarios no nos coinciden del todo, por lo que fuimos armando el finde para vernos y estar juntos.
Por fin llegó el sábado y nos encontró paseando por Plaza Francia.
Hacía demasiado tiempo que no andaba por estos lados. Me refiero más que nada a la zona de la plaza y de día, ya que la noche de Portezuelo y Sahara me han abierto sus puertas junto a mis amigos u otras compañías amistosas.
Pero aunque el día estaba lindo, Nadia le hacía sombra con su belleza.
Recorrimos la feria, nos sentamos en cada banco y nos detuvimos en cada espectáculo armado al aire libre.
Más allá de la gente a nuestro alrededor, por momentos sentíamos que nos encontrábamos totalmente alejados del mundo, hasta que un insistente me demostró lo contrario…

El celular no dejaba de sonar, de mandar mensajes y todas eran provenientes de la misma persona.
—¿Quién es? —quiso saber con razón e inocencia Nadia.
Intenté restarle importancia, ponerlo en vibrador, apagarlo, dejarlo abandonado, pero las llamadas seguían y la curiosidad de Nadia crecía.
El último mensaje que leí decía lo siguiente:
Dónde estás?
Yo en la puerta de tu casa como habíamos quedado ayer!


—¿Qué pasa? —me preguntó Nadia viendo que andaba medio desconcentrado.
Pienso que lo mejor para empezar una nueva relación es, en lo posible, dejar el pasado en el pasado. No hay necesidad alguna de que le cuente a Nadia sobre amoríos que tuve, simplemente porque ya no los tengo. Sin embargo, Fernanda estaba en pleno ataque de “celositis aguda” molestando con la excusa de ir a llevarse unas cosas de ella que habían quedado de la época de convivencia, pero sobre todo sabiendo que lo más probable es que estuviese con Nadia, su gran enemiga.

Finalmente le conté a Nadia lo que estaba sucediendo y quien era la autora de tantos llamados insistentes.
—¿Quedaron cosas pendientes entre ustedes?
—No.
—¿Ella puede estar confundida por algo que hayas dicho o hecho?
—No.
—Andá entonces para tu casa, dale lo que sea de ella así se calma y nos deja tranquilos. Sinó mañana, pasado o los días siguientes va a continuar con lo mismo y prefiero que si comenzamos algo nosotros, sea en paz, sin problemas con nadie.

Creo que fue acertado y muy maduro de su parte.
Nos despedimos con la promesa y la certeza de que a la noche nos reencontraríamos (si no pasaba nada grave).
Camino a casa iba pensando, recordando y preguntándome si no me quedarían otras puertas y ventanas que cerrar.
Por lo pronto, ahora me encargaría de Fernanda, que ahí estaba esperándome, hecha una furia y con una extraña mirada clavándose en mi ser.

viernes, 21 de agosto de 2009

132. esquivando balas

—¿Es verdad?
Cuando pensaba tener un día tranquilo en casa gracias a un desperfecto mecánico en la camioneta, Fernanda apareció tempranito por acá tocando el timbre y saludándome con su filosófica pregunta, interrumpiendo por unos minutos mis mates existencialistas de este viernes que parecía tan perfecto.
—Hola Fer, ¿Cómo estás? ¿Querés pasar o te doy la respuesta del lado de afuera? —la saludé con ironía, desconcertado y el mate en la mano.
Fernanda entró, se sentó alrededor de la mesa, tomó el mate que le convidé y se quedó esperando a que yo dijera algo. Como yo no tenía nada para decir, volvió con su pregunta repetida.
—¿Es verdad?
—¿A qué te referís? Acordate que soy hombre y tiendo a las cosas simples.
—Lo que escribiste en tu diario cibernético —dijo con tono bastante alterado.
—Todo lo que escribo es verdad. De hecho lo hago desde el 1º de enero que, ahora que recuerdo, fue unos minutos después de que me hayas dejado por no sé quién —contesté decidido a guerrear un poco.
—Vos no te quedaste atrás, querido. O te olvidaste que enseguida te encamaste con Lucía.
—Es verdad, pero además de encamarme, me ensilloné, alfombratié, cocinateamos, mesadeamos…
—¡Sos un boludo!
—Para noticias viejas el diario de papel. Ahora, ¿me podés explicar qué te pasa? ¿Qué leíste que estás tan… así?
Fernanda se quedó en silencio mirándome con ojos asesinos mientras yo la miraba intrigado mientras seguía mateando. Sinceramente no se me ocurría nada que hubiese hecho-escrito como para que se aparezca con tanta furia a visitarme. Noté que estaba haciendo fuerza por detener las lágrimas que parecían querer saltar al vacío y fue ahí cuando sospeché por dónde venía todo.
—Nadia —dijo dándole un premio a mi intuición masculina—. ¿Quién es Nadia?
—Es una amiga de mi hermana, y también alguien con la que estoy… —me detuve al instante cuando me di cuenta que estaba por pisar cierto palito tramposo.
—¿Qué pasa? ¿No sabés quién es para vos? ¿O te diste cuenta que tendrías que habérmelo dicho?
—Fer… —le dije más calmo y con total sinceridad—, nosotros hace bastante tiempo que somos amigos… y nada más que eso.
—¿Qué? —gritó con una mezcla de extraña indignación.
—Mirá, que después de cortar hayamos tenido encuentros furtivos, no significa que sigamos de novios. Hasta dos minutos antes de que termine el 2008 sí lo éramos, pero después ya no. Cada uno su camino, su paisaje, sus pasos, sus tiempos, su…
—Soy una estúpida. Durante el fin de semana paso a buscar algunas cosas que todavía andan por acá de cuando… ¿te acordás que vivíamos juntos acá, no? Digo, como eso no está escrito en tu diario.
—Si te hubieses ido cinco días después, seguramente algo escribía.
Apenas terminé de decirlo sonó el portazo que dio como despedida.

Afuera el día sigue lindo.
Sin perder la calma puse más agua a calentar e hice un mate nuevo.

miércoles, 19 de agosto de 2009

131. cambio de hábito

¿Te la garchaste?
Esa se podría decir que fue la pregunta con la que llegaron los chicos anoche a casa después de haber salido sorteado mi depto como lugar de encuentro y cena varonil.
Los martes siempre nos juntamos nocturnamente a comer algo y a charlar de todo un poco en una exclusiva reunión machista.
Pero desde hace unas semanas, se decidió comenzar a sortear desde donde se pide las pizzas o se hace el asadito entre intercambios de palabras y sensaciones.
Las pizzas llegaron temprano, las bebidas ya estaban servidas, y el tema parecía exclusivo y con todos los cañones apuntándome para saber sobre Nadia.
O quizás no tanto para saber sobre ella, sino por si había “conexión” y en tal caso, en qué sentido.
Podría haberles contado muchas cosas pero sabía que querían saber que tan buena era la cama.
Ok, ahí va…

—Chicos… estem… (ejem), no… Bueno… No tuvimos relaciones todavía.
Primero hubo un silencio tenso, después siguieron miradas curiosas, y por último comenzaron a reír intuyendo el chiste.
—Chicos… —insistí queriendo calmar las aguas—, no hubo sexo con Nadia.
Las risas frenaron de manera abrupta, cruzaron miradas entre ellos, y fue Sergio el que dejó la porción de pizza que estaba a punto de llenar su boca y preguntó:
—¿Por?
Era una pregunta muy sincera y que era la misma que se hacían todos los presentes (y quizás hasta me incluya).
—Porque no se dio.
—Pero, ¿pasó algo malo? —quiso saber Cris, sintiéndose algo desconcertado.
—¿Te olvidaste la pastillita azul en el otro bolsillo? —puso su infaltable cuota de humor Pablito.
—No chicos, nada de eso. Ni necesidad de pastillas ni presencia de algo malo.
—Entonces no se entiende —expuso Sebas su duda explícita.
—Entonces intentaré que entiendan así podemos comer las pizzas antes de que se enfríen —dije queriendo terminar con el tema y para eso, teniendo la necesidad de comenzar con el mismo.
Ok, ahí va…

A Nadia la conocí hace muchos años, pero en ese momento, por más que era muy linda y se intuía que no dejaría de serlo, estábamos en otras etapas de tiempo. Ella con la inmadurez de la secundaria, y yo en la facu, pero con otra clase de inmadurez.
Mi hermana le pasó mi número después de no saber nada de ella desde el siglo pasado y nos encontramos, un poco por curiosidad, otro por obligación, y también porque así lo quisimos.
En nosotros dos hubo cambios, obviamente, pero nos encontramos con gustos compartidos, con sentires parecidos, y así nos fuimos sintiendo muy en concordancia con nuestras vidas.
—¿Por qué no garcharon?
—Bueno… —intentaba dar la respuesta que sabía, pero al mismo tiempo quería aclarar las ideas en mi propia cabeza— Cuando conocemos a alguien que nos gusta, que hay cierta compatibilidad en algunos aspectos, acostarnos con ella es como la frutilla del postre, es la coronación de descubrir a alguien que nos gusta y haberse producido cierta chispa interna y externa.
—¿Y por qué no garcharon?
—Creo que con las charlas que mantuvimos durante toda la noche Nadia y yo, con la manera de escucharnos, reírnos, mirarnos y compartir tan buen momento juntos, hacer el amor quizás (quizás) hubiese sido demasiado.

Los chicos se levantaron automáticamente de la mesa, se alejaron un poco de mí e intercambiaron algunas palabras que no alcancé a escuchar.
Pablo sacó su celular y comenzó a marcar un número.
—¿A quién llama? —pregunté con cierta preocupación.
—A nadie, vos quedate tranquilo —me respondió Sebas mientras me ponía una mano en el hombro.
—Buenas noches —saludó Pablo a quién lo atendió del otro lado de la línea—. Necesito de manera urgente una ambulancia. A mi amigo le hicieron un lavado de cerebro…


(las bromas y reuniones con mis amigos, también son frutillas de un postre eterno que la vida me regaló)

sábado, 15 de agosto de 2009

130. nada es igual

Unas delgadas columnas del color del cielo escoltaron mi entrada a su casa.
Cuando las luces interiores comenzaron a encenderse, lo primero que vi fue una torre musical que me atrajo de inmediato.
—¿Te gusta la música? —me preguntó Nadia mientras ponía en funcionamiento el equipo y comenzaba a llenarse la noche con un acústico de Joaquín Sabina.
—Sí, y por lo que veo tenemos un gusto bastante parecido —dije mientras seguía recorriendo sus discos y notaba que la mayoría eran los mimos que yo tenía en mi propia torre.
—¿Querés tomar algo? ¿Un café?
—Acepto, dale. Y si tenés crema para ponerle al mío…
—¿Café con crema? Es el condimento que sí o sí debe tener mi café.

Lo que quedaba de la noche, toda la madrugada y los inicios de la mañana la pasamos charlando como dos buenos amigos que se conocen desde hace siete siglos y medio.
Ella quedaba cautivada con algunas de mis anécdotas y por mi parte quedaba cautivado por su manera de reírse cuando me contaba algo gracioso de su vida.
Las horas que compartimos pasaron como un tren sin freno.
Lo bueno es que sentía que no me encontraba en la estación, sino en este fascinante viaje a quién sabe dónde.
Inmensamente cómodos el uno con el otro, más allá del sillón en el que nos refugiamos del mundo exterior y del que nos habíamos olvidado por completo.

No sé en qué momento sucedió, pero las miradas y nuestras bocas fueron un imán a la que no pusimos resistencia.
Nos besamos como si llegara el fin del mundo y al mismo tiempo fuera el inicio de algo nuevo.
—Me voy a tener que ir —dije con cierta timidez y sintiendo que…
—Sí, claro, pero… ¿Nos vamos a volver a ver?
—Por supuesto. ¿Vos no querés?
Un nuevo beso me dio la respuesta afirmativa.


Mientras caminaba buscando un taxi, sentía que mi sonrisa no desentonaba del todo con el mundo.
Interiormente me visitaba una joven primavera después de un invierno algo duro.
Ya en viaje a casa, desempolvé mi celu y estuve tentado a mandarle un mensaje a Nadia, pero no me quería mostrar tan… así.
No llegué a guardar el celu que un sonido conocido me avisó sobre la llegada de un mensaje.
Era de Nadia y decía:
Qué bueno haberte reencontrado y saber que nos volveremos a reencontrar
Por el espejo retrovisor el taxista descubrió mi sonrisa.
—Pibe, alguna vez sentí lo mismo que estás sintiendo vos —me dijo mientras se detenía en un semáforo—. Tratá que no se te escape.
—Lo intentaré —le contesté mientras le respondía el mensaje a Nadia.
Qué bueno saber que nos volveremos a reencontrar después de habernos reencontrado
Apenas lo envié me arrepentí, pero sé que cuando uno se encuentra en este estado, todo suena así.

jueves, 13 de agosto de 2009

129. mirando padelante

—¿Y? ¿Tenés novia? —repreguntó Nadia con más curiosidad que otra cosa.
—No. Creo que no.
—¿Creo que no? ¿No sabés si tenés novia?
—Jajajajaja… No, no tengo novia. Lo que pasa es que en los últimos tiempos viví situaciones un tanto alocadas y estaba pensando si en realidad en algún momento estuve de novio.
—¿Y?
—Y… en alguna época sí, pero hoy ya no.
Nadia me clavó su mirada junto a una sonrisa maliciosa que comenzó a dibujarse en su rostro.
Se inclinó hacia delante y me preguntó si estaba seguro.
—¿No me creés? —le pregunté sorprendido pero haciéndome el ofendido en una mala actuación.
—Sí, claro que te creo, pero quizás tengas a alguna chica por ahí escondida que siempre amaga con dejarte pero nunca se va de tu lado (fernanda), o una a la que le guste tanto la adrenalina como para saber esfumarse antes de lastimarse (julieta), o alguna loquita que quiere que le juegues al matrimonio sin definir cuándo termina la función (sandra), o…
—¿Vos sos una especie de bruja? —la interrumpí un poquitititititito impresionado por sus palabras—. Quiero decir, ¿te dedicás a tirar las cartas, a leer bolas de cristales o a analizar borras de café sin crema?
—Algunas cosas tiro pero no, no soy ninguna bruja. Para nada.
—Entonces… ¿Sabés de mi diario (casi) íntimo y lo estuviste leyendo?
—¿Tenés un diario? Ahhhh… ¡¡¡No lo puedo creer!!! No sabía pero me encantaría leerlo, jajajajaja.
—Mirá, si no sos adivina ni leíste nada mío, cómo puede ser que hace un rato nombraste un par de situaciones que son, precisamente, las que viví en los últimos meses.
—Bueno… —comenzó a decir Nadia mientras con un tono de bebota sentía que jugaba conmigo—, debe ser porque… yo… ¡¡¡Soy amiga de tu hermana!!! Jajajajajajaja.
Fin del misterio.


No era extraño que Ana le haya contado algunas cosas mías a Nadia. Por una parte ellas son amigas y Ana es mi hermana. Pero además hay personas a las que no conozco ni de lejos que saben también estas cosas (y algunas otras) gracias a la escritura.
De todas maneras, debo decir que Nadia tiene una forma de ser diabólicamente angelical y angelicalmente diabólica que me hace creer que me estoy mirando en un espejo.
No, no tengo esos lindos pechos ni esas curvas precisas, pero en este intercambio de palabras, miradas, gestos y demás que mantuvimos durante el encuentro, tuve esa extraña y peligrosa sensación de conocerla desde hace siglos, a pesar de que claramente no es así.


Caminamos bastante durante esa noche amiga y sin darnos cuenta llegamos a la puerta de la casa.
Continuamos charlando y no sentíamos tan bien que no teníamos ganas de que se terminase la salida, aunque sabíamos que no iba a ser la última. Sin embargo, en un petit silencio que nació de manera imprevista, Nadia lo llenó preguntando tímidamente…
—¿Querés pasar?
Mi respuesta, esta vez, tuvo la precisión de mis pasos desapareciendo en el interior de su casa.

lunes, 10 de agosto de 2009

128. mirando patrás

Llegó una nueva noche y estando tan inconscientemente despierto, decidí llamar a Ana para que me pase el número de Nadia. Pero la sorpresa fue que antes de hacerlo, sonó el celular y (oh, sorpresa) del otro lado estaba Nadia, saludándome y quedando de inmediato en encontrarnos para vernos, charlar y demás.

La cita fue en un bar palermiano que no conocía y que tenía un ambiente muy tranqui aunque con mucha onda. Unos almohadones, luz acorde a la música ambiental, y unos tragos de colores muy ricos y refrescantes.
De todas maneras, nada de eso tendría importancia alguna si no fuera porque en el mismo lugar, frente a mí, se encontraba Nadia, con sus ojos de colores, su sonrisa amplia, su pelo algo distinto, pero con la esencia al natural de ella, pese a los años que hacía que no nos veíamos.
Enseguida entramos en sintonía y nos pusimos a conversar animadamente sobre nada en particular y sobre todo en general.

Nadia, así como fue le pidió mi número a Ana, también es bastante directa en decir lo que piensa. Y fue así que en un momento indeterminado me hizo una pregunta que no esperaba y que sin embargo llegó…
—¿Tenés novia?
Mi respuesta fue un silencio prolongado no por quedarme sin palabras, no por atragantarme, no por sufrir un repentino desmayo, sino porque me puse a pensar en que su pregunta directa necesitaba de una respuesta sincera.
Por mi mente comenzaron a desfilar cuerpos con rostros femeninos demasiados conocidos para mí.
Para que no haya peleas de cartel, intenté ordenarlas por orden de aparición y fue así que comenzó a pasar por la pasarela de mi vida…

FERNANDA: Hasta tres minutos antes e que termine el año era mi novia, sin embargo el año lo comencé con ella como ex. Cada tanto nos vemos y sin compromiso alguno nos enganchamos como en viejos tiempos que no dejan de pasar.

LUCÍA: Fue quien me salvó de comenzar el año con el pie izquierdo. De hecho lo comencé con los pies en el aire y sumergido en su cuerpo. Después apareció un embarazo que aparecía apuntarme para finalmente ser de un ex novio al que volvió a ver (entre otras cosas) después de un petit percance que tuvimos.

VALERIA: Un gran amor que ahora vive otro gran amor con una persona que no soy yo. Para peor tiene el paisaje de Bariloche a su favor, aunque tiene en contra su nombre. El tipo se llama Celso, pero pese a eso la tiene secuestrada en una cabaña donde no pasa el frío.

VANESA: Una novia a la que reencontré después de mucho tiempo. Lamentablemente fue unos pocos días antes de casarse con un tipo de hermosa billetera.

JULIETA: Así como apareció una noche de improviso después de compartir una película sin darnos cuenta, estuvimos un tiempito juntos hasta que se fue a seguir con su vida salvaje trepando montañas, nadando con tiburones y lanzándose desde cualquier altura que valga la pena. No supe nada más de ella y creo que ella tampoco de mí.

SANDRA: Jugamos a estar casados para solucionar un problema familiar que tenía. La pasamos muy bien juntos y por momentos pensé que… pero el cuento terminó y la historia nos devolvió a la realidad de ser buenos vecinos solteros que cada tanto comparten más que el ascensor.


Y después hubo chicas que vienen y van en mi vida, en mi cama, en la puerta giratoria de mi ser en la que no se sabe cómo se entra ni cómo se sale, y sin embargo se disfruta la vuelta.

—¿Y? ¿Tenés novia? —repreguntó Nadia con más curiosidad que otra cosa.
—No. Creo que no.

jueves, 6 de agosto de 2009

127. jueves 2 a.m.

El reloj avanza y yo sigo acostado, dando vueltas en la cama, peleando con la almohada, algo dormido pero con los ojos demasiado abiertos para la hora que es. Un solo dígito y algunos minutos marcan el momento exacto en que escuché los dos sonidos repetidos del timbre.
Cómo explicar la sensación, la sorpresa inmediata, el temblor de piernas, mi boca abierta sin poder decir una sola palabra, mi mirada congelada, mi mente sin poder llegar a comprender del todo.
Ella estaba ahí, frente a mí, clavándome su mirada clara y su sonrisa peligrosa.
—¿Puedo pasar? Hace un frío afuera…
Te hice pasar y me fui de inmediato a la cocina a preparar café (sin crema para vos).
No entendía la razón de tu presencia, pero supuse que ya habría tiempo para enterarme. Y el tiempo no se hizo esperar porque no había terminado de colocar el agua sobre la hornalla cuando tu figura se hizo presente detrás de mí. El silencio espeso lo quebré preguntándote cómo estabas y vos quebraste otra cosa al responder que con muchas ganas de verme.
Me quedé mirándote, contemplando tu hermosura, encantado de que estés acá, tan cerquita, tan indefensa, tan sincera, tan irreal.
La hornalla quedó apagada y el café (sin crema para vos) quizás para otro momento.
No sé si en verdad tenías frío, pero yo te comencé a frotar mis manos por los brazos y por la espalda para que entres en calor más rápido. Me detuve cuando te diste vuelta, clavaste una vez más tu mirada en la mía, me dijiste gracias, sonreíste, me besaste y una vertiginosa sensación me recorrió por todo el cuerpo. Era extraño que toda esa aguda soledad que llevaba cargando hasta hacía unos pocos minutos, ahora se encuentre derrotada por tenerte entre mis brazos.
Sonreíste de una manera maravillosa y un nuevo beso nació entre los dos, un beso delicioso, labios sobre labios, tus labios unidos a los míos, tus labios entreabiertos para dejarme pasar. Nuestras bocas humedecidas jugando al juego que más le gustan y que mejor le quedan.
Las manos que también quieren participar y me recorren la espalda y te recorren la nuca, y se tocan y se encuentran y se reencuentran y se apretan con fuerza y se invitan a pasear hasta llevarnos a través de nubes y dejarnos aterrizar sobre la cama. Y los besos continúan mientras vas desabrochando cada uno de los botones de mi camisa y yo te voy quitando la remera de la tentación hasta aterrizar en el lugar exacto donde descansan los pantalones, los zapatos, y todo el ropaje tirado a lo lejos, y nosotros desnudos tirados sobre la cama.
Besos que van de un lugar a otro, y las manos que bailan acompañando nuestro baile, y mis labios besando otros labios, y tus labios recorriendo el árbol de la vida, y tus pelos todavía húmedos descansando sobre mis piernas, y mi respiración agitada haciéndote cosquillas eternas, y la mirada que lo dice todo sin decir nada, y tus gemidos que me dan la bienvenida mientras yo me dejo caer al vacío que lo es todo.
Los cuerpos de nuestras almas que se convierten en unidad en este ir y venir, y la unión y la desunión que nos vuelve a unir, y el movimiento de nuestro amor como el de un barco en alta mar, como el de un barrilete por los aires de Buenos Aires, como el de una mariposa en plena primavera. Mi boca entonces se clava en tu cuello mientras tus dedos dibujan líneas sobre mi espalda. Los dos pares de piernas se tensionan hasta terminar abrazadas como dos anacondas pasionales. Y nuestra mejor imagen encontrándose una vez más por los distintos puntos cardinales, pero sobre todo en la fortaleza y debilidad del sur...
Y el grito que anuncia el final, y el temblor de los cuerpos mostrando que siguen vivos, y la fuente que desborda, y las gotas de amor que nos tocan, y tu mirada nuevamente clavada en la mía, ahora con más brillo, ahora con más vida.
Y el sonido repetido del timbre que anuncia la presencia de…
—¿Quién es? —pregunto desde el portero eléctrico.
—¿Eduardo? —pregunta una voz masculina, anónima y metálica.
—No, equivocado —contesto ahogando la puteada necesaria y merecida.
Vuelvo mis pasos hacia atrás y el reloj me muestra que siguió avanzando pese a que mi camisa tiene todos los botones, a que la taza de café (para mí con crema) continúa vacía, y a que acabo de despertar de un sueño, de un hermoso sueño que me devuelve, sin mostrar compasión alguna, a la pesadilla de esta realidad en la que todavía no estás vos.