sábado, 31 de enero de 2009

28. teoría de la relatividad (II)

Ya en alguna otra oportunidad recuerdo que salió el tema durante esas hermosas charlas nocturnas y eternas, reunidos en cualquier lugar, y desplegando nuestras facilidades para exponer filosofías baratas y zapatos de goma.

Ahora nos encontrábamos tomando algo tranqui, disfrutando de la noche tirados en el pasto, al lado de la pileta de Sergio, y dando rienda suelta a nuestros paladares exquisitos y pensamientos tan dispersos como personales.
—¿Por qué a ustedes, los hombres —preguntó Lore remarcando lo de “hombres”—, los excita tanto ver a dos mujeres besándose?
—Aahhhh… —dijo simplemente Pablo mientras se tiraba de espaldas sobre el pasto, seguramente recordando algo. Bah, mejor dicho, a alguien.
Lola sonrió con esa mueca de picardía que nos intrigó a todos.
—¿Qué tenés para contar? —le preguntó Sebas en nombre de la curiosidad despertada en todos.
—Casi todos nos hemos dado un inocente beso con alguien de nuestro propio sexo —contestó Lola con toda su inocencia a cuestas.
—¡¡¡Noooooo!!! —le respondimos los hombres después de mirarnos entre nosotros y de tratar de quitar de nuestras mentes imaginaciones nefastas.
—Me parece que eso es más algo de nosotras —agregó Natalia con un toque de seriedad que nos mataba.
—Yo nunca besé a ninguna chica —contestó Lore.
—¡Qué lástima! —se le escapó a Cris en voz alta, y todos estallamos de la risa.
—Unos días antes de cumplir mis 15 años, estaba con una amiga compartiendo esa felicidad, y ella estaba tan contenta también por lo mismo que terminamos dándonos un beso en la boca. Pero para nosotras dos no fue más que un beso, una demostración de amistad que no supimos expresar de otro modo.
—¿Y la seguís viendo a tu amiga?
—Después de que terminamos la secundaria no nos volvimos a ver. Pero me gustaría saber de ella ahora, volver a verla.
—Y poder expresarse todo lo que se extrañaron durante todo este tiempo. ¿Me pregunto cómo sería eso ahora? —dijo Pablo divertido mientras todos nos volvíamos reír.

—Pero, de verdad —retomó la pregunta Lore— ¿Por qué les gusta ver a dos mujeres juntas?
—Es simplemente una cuestión de visión perfecta —contesté y expuse mi teoría—. Las mujeres son el mejor invento realizado por Dios. Son hermosas. Además de dulces, inteligentes, carismáticas y peligrosas. Sus curvas, sus miradas, sus sonrisas, sus suavidades. Imaginate todo eso por dos. Dos mujeres teniendo relaciones las imaginamos con delicadeza, con juegos intensos pero revestidos de sus elegancias femeninas. Recorriéndose de una manera tan delicada y al mismo tiempo poderosa. Con la envidiada capacidad de poder estar todo el tiempo que quieran en una cama junto a sus corazones.
Todos me escuchaban en silencio, atentos, y entonces expuse la otra parte de la teoría.
—En cambio dos hombres desnudos, con sus panzas, con sus barbas, con sus cuerpos imperfectos, y ejecutando movimientos violentos entre voces graves en todo sentido… Obviamente me quedo con las mujeres. Porque son mujeres hasta entre mujeres, y extremadamente hermosas.
—¿De verdad pensás eso? Es muy lindo —dijo Lore acercándose para darme un beso.
—A mí no, por favor, dáselo a ella —dije señalándole a Lola mientras la noche se llenaba de nuestras carcajadas.

—Che, yo miré “Secreto en la montaña” y me gustó —dijo Natalia divertida y desafiante.
Los hombres presentes en el lugar, le contestamos arrojándola a la pileta y dando por finalizada la discusión de esta manera tan democrática.
(y continuamos disfrutando de la noche, de la filosofía, de la amistad…, y de la pile de Sergio)

viernes, 30 de enero de 2009

27. entre gitanas y madonas

Si es de noche, si encima es verano, si a eso le agregás que se trata de un día viernes, y sobre todas las cosas estás yendo a una fiesta, no sé qué más se puede pedir. Bueno, tengo algunas cosas que podría pedir, pero dejo que la vida me sorprenda… como siempre.

Después de pasar por casa y cambiarme, me encamino junto a Sebas hacia San Telmo con el exclusivo fin de asistir a la fiesta organizada por Pato & Pamela en honor a su reciente noviazgo.

Al llegar, el lugar está realmente lleno. Por suerte (por lo menos para mí) el punchi punchi electrónico fue reemplazado por un pop más ameno.
Mis amigos ya se encuentran dispersos en la fiesta, mezclándose con muchos desconocidos que se encuentran entre nosotros.

—¡Esto está buenísimo! —dice Sebas poniéndose en el medio de todos y comenzando a bailar donde se encuentran haciendo lo mismo Lore, Sergio y Lola.
A un costado de un costado lo encuentro a Cris, tomando algo y mirando con desconfianza.
—¿Qué hacés nene? ¿Vos no bailás?
—Prefiero quedarme acá y estudiar primero bien la situación —me contestó con sus ojos nerviosos.
—Pero, ¿de qué situación me hablás?
—Ya la vas a descubrir… —me dijo con ese tono enigmático que odio.
—¡Dejate de jod…!
No alcancé a mandarlo a quién sabe dónde cuando descubrí a una flaca, de grandes rulos infinitos, sola en un rincón. De todas maneras lo que me atrajo, además de su belleza exótica, es que estaba fumando Gitanes, los cigarrillos que en una época me acompañaban.
—Según una estadística personal, las chicas que fuman esta marca de cigarrillos son hermosas, y vos lo confirmás.
Me regaló una sonrisa al mismo tiempo que me lanzó una bocanada de humo que me aplastó la nariz.
—¿Querés uno? —me preguntó mientras me ofrecía un irresistible cigarrillo.
—Hace un impar de años que le di el último beso a una de esas gitanas. Sólo puedo fumar a través de transfusiones humaredas de boca en boca.
—Va a ser imposible —me dijo con una nueva sonrisa y otra bocanada de humo que se fue por ahí.
—Me imagino… No estás sola. ¿Tu novio está por acá?
—No.
—¿Entonces…? —quise adivinar algo confundido.
—La que está acá es mi novia, que acá viene —despejó la incógnita mientras otra chica (no tan linda) se acercaba con dos vasos de New Age y se quedaban charlando extremadamente acerca hasta terminar con una transfusión humareda de boca en boca.
Me alejé sin molestar, aunque totalmente desapercibido.
—Te lo dije, hay que estudiar primero al situación —me repitió Cris cagándose de la risa después de haber observado toda la escena en que me tuvo de protagonista por escasos segundos para terminar luego como un extra.

Nos unimos a la pequeña pista de baile improvisada y comandada por “la reina del pop”, y estuvimos ahí, junto a Pato & Pamela que reían felices, rodeadas de todos sus amigos.

Y nosotros también felices… por la misma causa.

jueves, 29 de enero de 2009

26. preguntas (sin respuestas)

Anoche le expliqué a Lucía que no tenía porqué enojarse. Los chicos son amigos de Fernanda, y por otra parte es normal que confundan el nombre después de haber estado con ella casi tres años, y sobre todo teniendo en cuenta que no hace ni un mes que dejamos de estar juntos.
—Ya lo sé, porque es el mismo tiempo que hace que corté con mi novio —respondió con cierta sequedad Lucía.
—¿Y no volviste a verlo o a charlar con él? –pregunté lleno de inocencia.
Sin contestar me dio un beso y se fue.
¿Eso qué significa?
¿Que se ofendió por mi pregunta?
¿Que lo sigue viendo?
¿Que no me quiere ver más?
¿Que se acordó de algo que tenía que hacer con suma urgencia y sin tiempo para decirme nada?

Me dormí sin querer buscar (ni encontrar) respuestas porque, como alguna vez dijo mi amiga Juliet en un ataque de metafísica existencial:
“Una vez que tengas todas las respuestas, te vas a tener que joder, porque van a cambiar todas las preguntas”.



Hoy, al salir del trabajo, me estaba esperando Fernanda como ya habíamos quedado. Le pregunté si quería ir a tomar algo mientras charlábamos.
—Sí, dale.
Entramos a un lugar que no conocíamos. Buen ambiente, poca gente.
Fer pidió un Dr. Lemon y yo lo mismo para acompañarla.
Ya estaban los dos vasos servidos mientras afuera continuaba pasando la gente indiferente, y nosotros adentro, mirándonos sin decir nada, envueltos en un confortable silencio.
—¿De qué querías que hablemos? —le pregunté sin poder contener mi curiosidad.
Apuró su vaso y, como no queriendo la cosa, me preguntó cómo me encontraba.
—Bien… Bah, como siempre, qué sé yo… ¿Vos me preguntás por algo en especial?
—¿Andás bien con… Lucía?
—Sí… No… Más o menos… Nos estamos conociendo todavía. Todo fue muy sorpresivo, ¿no?
—Me imagino —dijo bajando la mirada mientras se servía lo que quedaba de su bebida en el vaso.
—¿Y vos? ¿Cómo estás?
—¿En qué sentido?
—En el mismo sentido. Con el tipo este que no me acuerdo cómo se llama…
—¿Con Fernando?
—Sí, con ese. ¿Cómo andás?
No dijo nada. Simplemente se levantó, me dio un beso y se fue.
¿Eso qué significa?
¿Qua anda o que no anda?
¿Que se ofendió por olvidarme el nombre?
¿Que no me quiere ver más?
¿Que se acordó de algo que tenía que hacer con suma urgencia y sin tiempo para decirme nada?

Me quedé en el bar un rato más, terminando mi trago sin querer buscar (ni encontrar) respuestas porque, como alguna vez dijo mi amiga Juliet en un ataque de metafísica existencial:
“Una vez que tengas todas las respuestas, te vas a tener que joder, porque van a cambiar todas las preguntas”.

miércoles, 28 de enero de 2009

25. la llama que llama

Apenas llegué a la editorial, me recibió Lorenzo con un montón de trabajo por hacer.
—Gastón, con esto de las vacaciones algunos se fueron y quedaron varias carpetas y planillas sin terminar. Necesito que te ocupes vos y que en lo posible quede todo listo para hoy.
—Ya me encargo del “paquetito“ —dije llevándome un montón de papeles y preguntándome si hoy no será lunes.

Realmente era bastante lo que tenía que completar, y si había que tenerlo listo para hoy, lo mejor era comenzar cuanto antes y sin ninguna interrupción.
Y estoy en eso cuando me suena el celular…

Es Fernanda para decirme que mañana, antes de ir a lo de Pablo a ver la “Maratón de Lost”, quería charlar algunas cositas conmigo.
—¿Sobre qué? —pegunté con cierta ansiedad sin disimulo.
—Mañana lo hablamos —me contestó enigmática y cortante.

Sigo trabajando y suena nuevamente.
Pablo para pedirme disculpas por lo de ayer.
Le dije que estaba disculpado. Pero siguió insistiendo llamando varias veces más en el día

Intento concentrarme en todo lo que tengo sobre el escritorio, y lo hago hasta que el celular…
Ahora es Cristian para preguntarme si era verdad lo que había escrito ayer por este medio.
—Claro que es verdad. Todo lo que escribo es verdad. ¿O no lo sabías?
—Sí, ya lo sé. Pero no te digo por lo de Lucía —me dijo dejándome desconcertado—, sino por lo del sobrecito de Bayaspirina. Porque resulta que me desperté con dolor de cabeza pero no sabía si…
—¿Vos te creés que cobro alguna comisión por hacer publicidad? Simplemente escribo y pongo lo que me pasa y el sobre de Bayaspirina a mí me saca el dolor de cabeza apenas me lo tomo con un vaso de agua (menos ayer).
—Está bien, no te enojes.
—No estoy enojado —le contesté enojado—. ¿Algo más que quieras saber?
—Sí. ¿Esta charla la vas a publicar?

Continúo con la tarea interrumpida. Nadie me llama, pero llega un mensaje de texto…
No aguanto y me fijo de quién es. Lo manda Pato (y más tarde recibo uno parecido de Pamela) para decirme que habían leído lo de la otra noche y que me agradecían por las palabras escritas. Y que posiblemente el viernes o el sábado iban a hacer una fiesta en su depto para celebrar el noviazgo.

El tiempo pasa, el plazo se acorta, y el trabajo sigue, hasta que me llama Lore para avisarme que mañana en lo de Pablo…
—Sí, ya lo sé. Me avisó el mismísimo Pablo —le avisé a ella.
—Pero… ¿vas a ir?
—Sí, claro, ¿por qué no?
—No, porque Pablo piensa que estás enojado con él y entonces me mandó a mí a avisarte para que vayas.
—Hoy ya hablé un montón de veces con Pablo y le dije que se despreocupara del tema. Si hablás con él, repetíselo, por favor.
—Ok, besitos.

Tengo que terminar con esto. En realidad no es tanto, pero se está volviendo imposible, y sobre todo porque suena el celular una vez más. Me fijo y es mi hermana Ana. Tengo que atenderla…
—Che, ¿cómo estás? Hace varios días que no sabemos nada de vos. ¿En qué andás?
—Intentando trabajar. Tengo que terminar de leer unas cosas y me está llamando todo el mundo a cada rato y no pued…
—Listo, disculpame por joderte —fue lo último que dijo antes de cortarme.

Ya está casi listo. Estoy llegando a horario con el final del laburo. Pero me falta un poco más, por lo que decido apagar el celular (sí, ya sé, tendría que haberlo hecho antes, pero después me dicen que para qué coños tengo el celular si cuando me quieren ubicar no pueden y demás). Ya no habrá llamadas y en esa última media hora logro darle a Lorenzo la satisfacción del deber cumplido.

Totalmente agotadora la jornada de hoy. Sólo quiero llegar a casa y descansar. No voy a estar para nadie. Ni aunque me encuentre a Sebas y me invite a una de sus fiestas caseras. Por eso voy a dejar apagado el celular hasta mañana. Quiero tranquilidad. Quiero paz. Quiero saber qué hace Lucía en la puerta del edificio…
—Hola, ¿qué hacés acá? —le pregunto al llegar, totalmente sorprendido.
—¿Cómo, no escuchaste el mensaje que te dejé en el celular?

martes, 27 de enero de 2009

24. dolor de cabeza

Hoy el trabajo estuvo complicadito y más insoportable se hizo por el dolor de cabeza que empezó a machacarme. Apenas salí, pasé por el kiosco y compré un sobrecito de Bayaspirina efervescente.
Es gracioso pero, por suerte, me hace el efecto de una publicidad.
Pongo un poco de agua en un vaso, tiro en su interior el contenido milagroso del sobrecito, bebo toda esa efervescencia, y cuando vuelvo a apoyar el vaso ya vacío, mi dolor de cabeza desapareció.
Sé que suena a exageración, pero me da ese resultado.

Al entrar en casa, me extraña encontrarme con el televisor encendido, y se completa con la sorpresa de descubrir a Lucía sentada en el sillón haciendo un intenso zapping.
—¿Qué hacés acá? —le pregunto realmente sorprendido.
—Estaba cansada por culpa de alguien que me estuvo “molestando” durante la noche. Y como una compañera me debe algún que otro día, la llamé para que me reemplace y me acomode todo para mañana —me explicó mientras me saludaba con sus besos sopaperos y me desabrochaba algunos botones de la camisa—. ¿Y vos cómo estás?
—Con un dolor de cabeza mortal. Pero ahora me tomo esto y santo remedio.
—Ya te traigo un vaso con agua —dijo mientras se alejaba dejando ver que es linda por todos lados.
La verdad es que no me molesta que se haya quedado en el depto, pero tenía ganas de terminar el día solo, sobre todo teniendo como invitado molesto a este dolor de cabeza que ya se me está volviendo insoportable.
—Tomá, acá tenés —dijo Lucía acercándome el vaso de agua.
Le agradecí mientras vaciaba el sobre en el interior del vaso y luego el vaso en mi propio interior. Esperé diez segundos y el dolor seguía ahí, latiéndome allá arriba como si nada.
—Carajo, no se me va.
—Esperá que preparo el baño así te das un relajante baño de inmersión. Es más, me parece que te voy a acompañar —aseguró con una voz cachonda y una sonrisa de esas que sabe que no puedo resistir.

Golpean la puerta. Abro y del otro lado se encuentra Pablito.
—¿Cómo estás, querido? —me pregunta, saluda y entra con toda su santa energía.
—Con un dolor de cabeza que se me parte.
—Bueno, no te preocupes que en realidad estoy en lo de Sebas. Le vine a traer unos discos que le había prometido y que vamos a escuchar. Pero aprovecho para decirte que la “Maratón de Lost” pasa para el jueves en casa.
—Dejate los dvd en tu casa, no vayas a hacer como la otra noche.
—Despreocupate, fue un error de cálculo que no volverá a repetirse. Lo juro por…
—No jures, todo bien —le aseguré riéndome.
En eso se escucha la ducha y algunos ruidos dentro del baño.
—¿Estás con…? —preguntó Pablo y antes de que pudiera contestar gritó en dirección al baño—: Che Fernanda, sigan con sus reconciliaciones pero dejámelo a Gastón en buen estado para el jueves que hay “Maratón de Lost” en casa. Además ya la otra noche…
La frase quedó interrumpida con la sola aparición de Lucía, con cara de pocos amigos y con una mirada que presagiaba el fin del mundo. Sin decir absolutamente nada pasó hacia la habitación.
—Disculpame… No sabía que… —comenzó a balbucear Pablo sin saber bien qué decir.
—No digas nada. Ahora veo como lo arreglo —lo despedí en la puerta. Y antes de cerrarla apareció Lucía, yéndose por el mismo lugar, sin decir una sola palabra y taconeando con rabia.

Ahora sí cierro la puerta. Me quedo en casa. Solo. Con Lucía otra vez enojada. Con el baño de inmersión interrumpido. Con el dolor de cabeza agigantado. Y sin ningún otro sobrecito para combatirlo.

lunes, 26 de enero de 2009

23. sueño de una noche de verano

Tuve un extraño sueño. Bah, en realidad no tenía nada de extraño, sólo que era muy vivo, muy intenso, muy real, muy…

Era de noche (creo) y yo no estaba haciendo nada en particular, cuando de pronto escucho que golpean la puerta de una manera familiar, aunque no lograba adivinar el autor, por lo que me apuré a abrir. Y ahí estaba ella, Lucía, vestida en plan de reconciliación.
Pasó como una tempestad pero con mejor ánimo y se sentó a mi lado, muy al lado, casi arriba mío, en el sillón.
—¿Por qué hiciste eso? —me preguntó con cara de nena mala y enojada.
—¿Qué cosa? —pregunté yo haciéndome el desentendido pero sabiendo hacía el lugar que apuntaba la afilada flecha.
—Sabés muy bien a qué me refiero. Lo de nombrar a ella, a tu amiga Valeria.
—Ya te lo expliqué… Bueno, en realidad se lo expliqué al conserje del hotel porque cuando te quise dar el motivo vos ya te habías ido volando en tu auto… ¡Y sin mí!
—¿Acaso querías que me quedara? ¿Qué te trajera de vuelta?
—No, pero por lo menos me hubieses alcanzado hasta la terminal de micros.
—¡No me hagas reír, nenito! ¿No ves que estoy enojada? —dijo intentando ponerse seria pero dejando escapar una sonrisa que me pareció hermosa.
—De verdad, no era nada serio. Lo que pasa es que unos minutos antes me había llamado desde el sur y estuvimos hablando y no sé… Habría que preguntarle a Freud, pero te aseguro que no era porque…
—¿Porque qué?
—Digo que no era porque pensara en ella… Y menos en ese momento tan…
—Sí, justamente en ese momento tan intenso, tan nuestro. Porque realmente merecés que te mate, o que no te vea más. Pero me gustás tanto y sos tan bueno haciendo…
—¿Haciendo…? —pregunté dejando caer mi inocencia a la vista de todos.
—Haciendo esto… —fue lo último que le escuché decir antes de que comenzara a atraparme entre sus redes y hacer lo que quisiera conmigo. Bueno, no puse mucha resistencia, salvo cuando fue necesario.

Y ahí estábamos nuevamente, después de una semana de silencios, llenando la habitación de gemidos, de movimientos, de idas y vueltas, de algún arañazo, de gotas de vida apagando la sed, de juegos prohibidos para menores, de goces y sombras.


Algo pasó. Más precisamente lo que pasó fue un camión de bomberos haciendo escuchar su sirena para anunciar que iba a apagar un incendio. Por lo menos el fuego de mi sueño lo apagó porque me desperté sobresaltado, y lo primero que hice fue levantarme y asomarme al balcón a seguir con la mirada cómo desaparecía a lo lejos el rojo camión mientras se seguía escuchando su grito de alarma. Noche oscura sobre una ciudad lejana. Me quedé un rato refrescándome después de un ardoroso sueño de una noche de verano. Calculé que todavía me quedaban unas horas de sueño y me volví a la cama. La sábana estaba en el suelo y Lucía se había agarrado mi almohada. Me quedé mirándola mientras dormía desnuda. Una obra de arte. Una misa inspiradora. Una invasora de sueños tan reales como la realidad soñada.

Me acosté a su lado intentando no despertarla… pero lo hice.
—¿Me traés un vaso de agua?
—No —le contesté mientras le daba un beso y la despertaba por completo.

sábado, 24 de enero de 2009

22. somos mucho más que dos

Es terrible despertar con ídem resaca y sentarse frente al teclado a escribir quién sabe qué. Pero de todas maneras es bueno despertar… para poder nuevamente tirarme a dormir.
Antes de perder la memoria abrazado a la almohada, sería bueno dejar testamento sobre la noche de anoche, y ahí voy…

Salimos con rumbo incierto y realizamos varias paradas antes de tirar anclas en algún lugar.
Anduvimos de tapas, de copas, de risas, de charlas, de noche y entre amigos en una salida de esas que tienen pronóstico de históricas
Sin embargo, en la cuarta parada que hicimos para cambiar el escenario, el sueño no me estaba alcanzando, sino que ya me tenía entre sus brazos y no pude suprimir el bostezo.
—¿Te estás durmiendo?
—Noooo —contesté al mismo tiempo que alargaba la “o “ en un nuevo bostezo.
—Bueno, entonces nos vamos —dijo Lore.
Yo iba a agradecerle el haberse compadecido de mí, sabiendo que nos iba a mandar a todos a descansar a nuestras respectivas camitas, sin embargo, su frase no había terminado.
—Bueno, entonces nos vamos… a bailar —dijo sorpresivamente Lore y todos celebraron la propuesta.
—Nosotras conocemos un lugar muy bueno, cerca de acá —invitó Pamela a que la sigamos, hablando también en nombre de Pato.


Apenas entramos al boliche, la música me fue despertando por lo que le agradecí a Lore invitándola a que elija algo de la barra y me traiga lo mismo a mí.
Hicimos una rápida recorrida por el lugar y descubrimos que había un subsuelo donde había otra pista de baile.
—Pasan electrónica, ¿no quieren venir? —explicó y preguntó Pato mientras desaparecía allá abajo junto a Pamela.
—Esa música me provoca dolor de cabeza —dijo Cristian y todos preferimos quedarnos junto a él.

En la pista principal, donde nos quedamos la mayoría, la música era diversa y bastante buena. Había bastante gente pero de todas maneras se podía bailar bien sin llegar a los codazos.
Pablo se trajo una bandeja de la barra con tragos para todos y después fue a devolvérsela a la chica que gentilmente se la había prestado, y de ahí en más no lo vimos más (como tampoco a la gentil chica).
Sergio se fue a sentar un momento porque decía que el boliche estaba girando muy rápido.
Así es que quedamos en la pista Lore, Lola, Cris, Sebas y yo.

Nos estábamos divirtiendo al mismo tiempo que movíamos el esqueleto (¡qué bien que lo hace Lore!) cuando reapareció de la nada Sergio para preguntarme si lo guiaba al baño. Le dije que guiarlo sí, pero ayudarlo no, y entre risas nos fuimos en busca del water-close deseado.
Se ve que yo tampoco estaba muy bien que digamos porque no lo encontré, a lo que deduje que estaría en la pista de abajo. Bajamos por la escalera donde el humo no dejaba ver el final y el punchi punchi sonaba sin parar.
A duras penas encontramos el baño y al salir de él, con la vista ya adaptada al mundo que nos rodeaba, pudimos ver a Pato y Pamela que andaban sellando su amor con un apasionado beso.


—Claro, este es un boliche gay —caía en la certeza Cris cuando ya amaneciendo nos fuimos despidiendo del lugar todos, menos la nueva pareja que estaba tan ocupada que apenas nos dijeron chau.
—Yo ya lo sabía. Era demasiado evidente —dijo con cierto misterio Sebas.
—Yo ni me di cuenta. Igual la pasamos re bien, ¿no? —exclamó contenta Lola.
—Sí, estuvo bueno. Tenemos que venir otra noche —propuso Lore.
—Ahora entiendo cuando el del guardarropa, —pensé en voz alta— después de que vos dejaste la cartera me preguntó a mí si no quería que me guardase algo, jajajajaja.
—Che, pero entonces yo tenía razón —dijo orgulloso Sergio—. Pato y Pamela…
—¡¡¡Obvio!!! —le contestamos riéndonos mientras nos íbamos todos juntos tomados del brazo.


Es verdad, la pasamos muy bien, pero no sólo por el lugar, sino también porque somos amigos y nos gusta divertirnos juntos.
Aunque existan veces en que también nos peleamos, en este caso, como aquella vieja canción, el amor es más fuerte.
Y nos alegramos que Pato y Pamela lo estén demostrando, y disfrutando al mismo tiempo.


Y ahora, si me permiten… con mucho amor me voy a abrazar a mi almohada y a dormir hasta…

viernes, 23 de enero de 2009

21. perdidos

…y de pronto llegó el viernes casi sin que me hubiera dado cuenta.

El reloj marcó la hora precisa en que termina mi jornada laboral en la editorial y fue en ese momento cuando me di cuenta del día en que me encontraba.
Claro, es que ayer la reunión en lo de Lore terminó bastante tarde y en casa estuve tirado en la cama sin pegar un ojo. Recién me dormí plácida y profundamente cinco minutos antes de que sonara el maldito gallo electrónico.

Por suerte en el trabajo hubo un poco de movimiento y eso me ayudó a no quedarme dormido sobre el escritorio. Ya avanzado el día, el sueño desapareció como por arte de magia y seguí con el ritmo de siempre.
Sobre el final, algunos llamados telefónicos y no mucho más.
Fue ahí cuando me di cuenta que ya comenzaba el finde y que seguramente tendría invitaciones programadas, propuestas indecentes, mensajes subliminales, o algo divertido para hacer.

Pero también me doy cuenta que Lucía no me llamó en toda la semana. Y cuando imaginé que hoy viernes podía hacerlo… tampoco lo hizo.

Finalmente vuelvo a casa y en el ascensor me encuentro con Sebas.
—Gastón, ¿a qué hora hay que estar en lo de Pablo?
—¿Para qué?
La cara de Sebas se transformó como si hubiese dicho algo inapropiado de su hermana, cuando en realidad todo lo que podría decir de ella es muy apropiado.
—Pero… ¿Vos te olvidaste de lo que pasó el miércoles? —me dijo (casi) indignado.
Y fue ahí cuando caí con la misma precisión que un avión en una isla…

Resulta que con los chicos, gracias a una bendita recomendación de Cristian, nos hicimos fanáticos de Lost (¿quién no?).
Este miércoles comenzó la 5º temporada y todos hicimos el esfuerzo enorme por cumplir la promesa y no ver el capítulo triple (sip, como los mejores sánguches de miga).
La razón de esta prueba es sencilla: Hoy viernes on the night teníamos que ir a los de Pablo a realizar la correspondiente “Maratón Lostiana”, en la que vemos algunos capítulos viejos, y como postre, los primeros capítulos de esta última temporada que él ya se encargó de conseguir.


Cuando llegó a la casa junto a Sebas, ya estaban ubicados estratégicamente todos los que nos juntamos anoche, salvo Fernanda que estaba ausente con aviso.
—Se fue a pasar el fin de semana en Mar del Plata —explicó Lore.
—Sí, pero por trabajo —agregó Pablo con su buena cuota de maldad.

La sala ya estaba dispuesta y predispuesta, los vasos llenos, la tele y el dvd conectados al equipo, las luces listas para apagarse, sólo faltaba que llegasen las mil docenas de empanadas, y la gran noche comenzaba.

—No lo encuentro —dijo de pronto Pablo con un gesto desencajado
—¿Qué cosa no encontrás?
—El disco de Lost. Lo tenía en una cajita acá en el portafolios y ahora no está —siguió diciendo mientras revisaba por quinta vez todos los lugares posibles.
—Siempre con tus bromas —lo retó Lore.
—No, te juro que esta vez no. Tiene que estar… —y pegándose en la cabeza de una manera que nos dolió a todos por fin dijo—: ¡en la oficina!
—Andá a buscarlo —lo mandamos al mismo tiempo que lo invitábamos a retirarse a otro lugar también.
—No tengo las llaves. Y ahora hasta el lunes…

Llegaron las empanadas. En medio de discusiones severas y silencios prolongados nos fuimos acabando la comida y la bebida.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Sergio.
—Salgamos a divertirnos —sugirió Sebas al mismo tiempo que aceptábamos su propuesta y nos íbamos levantando para partir hacia quén sabe dónde.

Después de todo… la noche no estaba perdida
(y la amistad menos, che)
y nosotros nos dirigíamos a perdernos en algún lugar indeterminado de la ciudad.

jueves, 22 de enero de 2009

20. noche con amigos

“Hoy es jueves”, decía el mensaje recibido, y se trataba de la reunión pactada para cenar y pasar un rato juntos y entre amigos. Hoy tocaba en lo de Lore, por lo que después de pasar por casa, darme una ducha y cambiarme, me fui para allá.

Cuando llegué, además de la dueña de casa ya se encontraban Cristian, Pato, Pamela, Lola, Pablo y Juanmar.
—¿Falta alguien más?
—Sergio, y creo que también venía Fernanda.
Apenas terminó Lore de nombrarla, la mayoría de los ojos que pasan por “Mi vida a diario” se clavaron en mí. Aproveché el descuido de los desprevenidos y le pregunté a Pato cómo se encontraba después del suicidio de su gato.
—¿Se murió Katy? Ay, perdoname, no sabía —dijo Lola desconcertada por la noticia.
—Sí, y le hicieron un velatorio —acotó Pablo con cierto sarcasmo.
—¿De verdad? ¡No te puedo creer! —exclamó Lola más desconcertada que antes.
Pato se levantó con sus ojos humedecidos y se fue al baño seguida, obviamente, por Pamela.
En eso llegó Sergio con un postre helado para degustar al final de la velada.
—¿Estamos todos? —preguntó mientras nos iba saludando.
—Creo que Fernanda, y Pato y Pamela que están en el baño —respondió nuevamente Lore.
—¿Pato y Pamela están en el baño? ¿Las dos juntas? —interrogó desconfiado Sergio.
—Sí, ¿por?
Sergio se quedó mirando en dirección al baño y en tono confidente preguntó:
—¿Ustedes creen que Pato y Pamela…?
—Obvio —respondimos todos juntos, mientras nos reíamos de la inocencia del querido Sergio.

Suena el timbre. Es Fernanda. Saluda a todos y cuando llega mi turno noto que todos observan sin disimulo dónde me da el beso que aterriza en mi mejilla (¿qué esperaban?)
Pablo comienza a descorchar unos vinos saborizados que había guardado en la heladera, mientras Lore aparece por detrás con unas botellitas de agua que sólo acepta Cristian. Mientras charlamos entre todos y de todo, en un momento Pablo se acerca a mi oído y me dice:
—¡Guachín!, no tenés paz, eh… ¿Vuelven?
—¿Volver? ¿Quiénes? ¿De qué hablás?
—¿Cómo quiénes? Vos y Fer, ¿o te creés que no leo tus intimidades? Jajajajaja

La picada por fin llegó y se estacionó sobre la enorme mesa ratona que rodeábamos. Desaparecieron algunas botellas vacías y aparecieron otras de la misma marca pero con contenido.
—Che, ¿alguien sabe algo de Natalia? —quiso saber Cris.
—Creo que está en la costa, en San Bernardo.
—¿No la viste vos que fuiste para allá —me preguntó inocentemente Sergio y sin darse cuenta de la presencia de Fernanda.
—¿Fuiste para allá? ¿Cuándo?
—El fin de semana, por trabajo.
—¿Y tuviste mucho trabajo? Porque te veo algo ojeroso —dijo Pablo cagándose de la risa.
—¿Se acuerdan cuando nos fuimos un mes a San Bernardo? —distrajo oportunamente Lore trayendo, como tantas otras veces, aquel recuerdo inolvidable.
—Ay, ¡qué lindo que la pasamos! —suspiró Lola mirándome disimuladamente—. Podríamos repetirlo, ¿no?
Fernanda le clavó la vista a Lola con la furia de un tsunami. Parecía que la cosa iba a terminar no del todo bien, hasta que alguien se percató de que faltaban Pato y Pamela.
—¿Todavía están en el baño? —preguntó Cristian sorprendido.
—No puede ser, salvo que…. —y dirigiéndose a los que estábamos presentes dijo Sergio—: Che, en serio, ¿ustedes no creen que Pato y Pamela…?
—Obvio —respondimos todos juntos, mientras continuamos atacando lo que quedaba sobre la mesa ratona.

miércoles, 21 de enero de 2009

19. con música de fondo

—¿Te acordás cuando compré este cuadro para poner acá?
—Sí, ¿te lo querés llevar?
—No, tonto. No lo digo por eso, sino recordando que alguna vez estuvimos conectados para tener una vida en común.
—¿De verdad? Creo que la conexión era nada más que para estar juntos. Quiero decir, la vida de cada uno es de cada uno. De todas maneras llegamos a tener cosas en común en nuestras vidas y que llegamos a compartir como… ehhh… estem…
—Tuvimos muchas cosas en común. Lo que pasa es que algunos amigos tuyos nunca me quisieron, salvo unos pocos, y vos sos “tan amigo de tus amigos” —dijo Fernanda haciendo las comillas con los dedos.
—Disculpame pero vos no me dejaste por mis amigos, sino por un amigo tuyo con el que, según parece, tenían en común las ganas de acostarse juntos —respondí en defensa de mis amigos de los que soy tan amigo.
—Disculpame vos, pero antes de que yo me acostara con Fernando, vos te acostaste con Lucía.
—Su casa quedaba más cerca y además fuimos en el auto.
—¿Sabés una cosa? Vine con la intención de llevarme las cosas que me faltan pero también de que podamos hablar tranquilos, como seres civilizados, pero con vos eso es imposible.
—¿Querés quedarte y que no hablemos? Puedo preparar algo para cenar o llevar helado a la cama.
—Jajajaja, siempre odié eso de vos. Que me hagas reír cuando estoy enojada.
—En cambio vos me hacías enojar cuando me estaba riendo.
—¿Tan mala fui con vos? —preguntó cambiando el tono y haciendo pucherito con esa boca que alguna vez fue mía.
—No, sólo lo suficiente…


Con Fernanda estuvimos juntos casi tres años. Los dos primeros años fueron excelentes, los últimos meses imprecisos. En el principio de la relación recuerdo que me había prometido que nunca iba a cambiar, pero le fue imposible seguir siendo igual.
Bueno, a todos nos sucede y nosotros no íbamos a ser la excepción, aunque algunas huellas quedaban…


—¿Me llevé el otro día el cd de Aerosmith? —preguntó Fernanda mientras revisaba la torre musical.
—Creo que hay está en el equipo —le contesté mirando para otro lado.
—Sí, acá está —dijo al mismo tiempo que comenzaba a sonar el tema lento y principal de la peli “Armagedón”—. Ahhh, ¿te acordás cuando la fuimos a ver al cine?
—No, me acuerdo que la vimos acá, en el dvd.
—Sí, esa vez que nos quedamos bailando este tema toda la noche.
—¿Toda la noche? Qué joven que éramos, jajajajaja.
—¿Viste que la pasábamos bien, tonto?
No llegué a contestarle cuando sus brazos me tenían rodeado por el cuello para comenzar el baile inesperado y sensual.
—¿Estás bien? —le susurré desconcertado al oído.
—Sí, ¿por qué, tenés miedo? —me preguntó nuevamente cambiando el tono de su voz y haciendo pucherito con esa boca que se acercaba desafiante mientras me llevaba con sus pasos hacia el dormitorio.
—Sólo lo suficiente…

Al final, cuando más tarde se vistió y se fue, no se llevó el cuadro… ni el cd de Aerosmith.

martes, 20 de enero de 2009

18. desnudo por el mundo

Muchas veces soy el último en enterarme de las cosas que hago

Esta frase me identificó durante esa etapa de la vida tan natural y salvaje como es la adolescencia. Por instinto, por pasión, por estupidez, por aprendizaje, pero por sobre todo, por ser tan humano, fui recorriendo los caminos tan distintos y desiguales con los que me fui topando en esta hermosa vida que llevo conmigo.
Ya de grande (bueno, tampoco tan grande, che) los caminos seguían apareciendo con sus curvas escandalosas, con sus cruces paralelos, con sus rotondas infinitas, con sus atajos a destiempo, con sus senderos fantásticos, con sus bifurcaciones atrayentes, con sus rectas torcidas, con sus ascensos celestiales y sus descensos vertiginosos.
Y como corresponde, los fui recorriendo, sabiendo que cada paso dado es una enseñanza de vida, al igual que cada una de las mañanas (tardes y noches) que se presentan antes nuestros ojos de manera tan puntual.

Todo eso me llevó a amar a mis amigos y alejarme de los otros.
A conocer mujeres que tienen pedazos de mi corazón, y a otras que provocan mis latidos.
A saber andar por calles empedradas, y a desandar callejones sin salida.
A elegir trabajos para crecer, y desechar empleos por propinas.
A reconocer miradas, y a escaparle a puños cerrados.

¿Cómo se logra este aprendizaje de vida?
Supongo que viviendo hasta el último segundo de vida.
Quien deja de hacerlo… su vida terminó mucho antes que el final.

Esta mañana, ya en la editorial, estaba revisando los mensajes de cada día y de pronto lancé contra el aire acondicionado una carcajada que daría envidia al Guasón (q.e.p.d.). Fue cuando leí el interesante comentario firmado por Cecilia y escrito con uno de sus dedos levantado. No el del “fackiu” sino el otro que es más peligroso… el de la inquisición.

Ya mi querido amigo Cristian, en algún momento, me advirtió sobre los peligros de exponer mi vida privada en lugar tan público (y agrego anónimo). Sin embargo, también por este medio y de esta manera he conocido y voy conociendo a otras personas maravillosas que con seudónimo o no, cerca del barrio o en otro continente, acercan sus palabras de pensamientos personales, de corazones voladores pero con los pies sobre la tierra.

Contando mis aciertos y errores, mis anécdotas y olvidos, ahora continúo escribiendo mi vida a diario… siendo tan brutalmente honesto como mi amigo el salmón, tan desnudo como cuando nací, tan libre como mis pensamientos libres, tan sincero como la imagen que me muestra el espejo cada mañana.

Todos tienen la libertad de leer lo que quieran o de querer lo que leen, de hacer de sus camas un lago estancado o un mar de olas que vienen y que van, de mirarse en el espejo y continuar con el engaño o reconocer al original, de casarse con la espalda que mejor conocen o estar con quien provoque la sonrisa sincera.

Yo soy así desde que tengo uso de razón y pasión.
Será por eso que cuando llevo mi mano al pecho, escucho latidos.
Será por eso que las novelas y los cuentos los dejo para los libros.
Será por eso que no soporto los dedos que apuntan sin conocer realmente el blanco.
Será por eso que amo la escritura tanto como al sexo, como a mis amigos, a mis discos, a las noches estrelladas, a mis libros de géneros y autores diversos, al dulce de leche repostero, a mi familia, salir a la ruta, la pileta de Sergio, las películas repetidas, las sorpresas de la vida, los encuentros sin programar, y tantas otras cosas que no considero una obsesión, simplemente porque no hacen mal, sino todo lo contrario.

Y es que la vida es maravillosa, es el mejor regalo de Dios…
Y todo lo que nombré (no puse todo por razones de espacio) y que amo forma parte de la vida…
Y a mí me encanta estar con vida, sobre todas las cosas, para poder vivirla.

lunes, 19 de enero de 2009

17. granito de arena (en el ojo)

Los de la editorial, o no leen todo esto (¿a quién le puede interesar?) o vieron mi cara de pocas ganas de hablar del viaje, porque absolutamente nadie me preguntó por mi petit estadía en la costa junto a Lucía.
Los que sí estaban al tanto y querían saber eran Sergio y Lore, que me llamaron para decirme de encontrarnos esta noche en casa.

—¿Cómo estuvo el viaje —preguntó Lore mientras sorbía su vaso de agua.
—Bien. No hubo tráfico ni de ida ni de vuelta. Allá los días estuvieron maso, pero igual se disfrutó del cambio de paisaje.
—No te fue bien, ¿no? —se dio cuenta de inmediato Sergio, mientras degustaba del vino tinto que le serví especialmente.
—El sábado me fue bien, muy bien. El problema fue el domingo…
—¿Qué pasó? —preguntaron a dúo.
—Ya les cuento… —dije y me acomodé en el sillón con muchas ganas de volver a fumar un pucho después de tanto tiempo.

—Antes de la medianoche ya estábamos instalados en la habitación del hotel. Con una vista enorme al mar, Lucía y yo comenzamos a disfrutar del lugar y a disfrutarnos mutuamente. Después de cenar en el mismo hotel, salimos a caminar por la peatonal, tomamos algo en diferentes lugares y terminamos sobre la arena observando las estrellas y sus dibujos cósmicos con el ruido de las olas de fondo.
—¡Qué romántico! —exclamó Lore con su sonrisa al natural.
—Bueno, en realidad quisimos hacerlo en la playa pero había mucha gente dando vueltas, por lo que nos quedamos un rato y después nos encerramos en el hotel hasta agotarnos.
—¡Qué poco romántico! —exclamó Lore guardando su sonrisa al natural.
—¿Y qué más? —quiso adelantar con el relato Sergio.
—El sábado al mediodía hicimos playa, después se fue nublando por lo que nos quedamos en el bar del balneario picando algo. A la noche nos cambiamos, fuimos a comer unas pizzas en “La Cuccinota” en honor y por recomendación de Cecilia, y después nos instalamos en un pub donde casualmente tocaban mis amigos de La Berisso. Cuando terminaron nos quedamos charlando y tomando algo con ellos. Y ya de día nos volvimos al hotel para hacer gimnasia.
—¡Qué bien! Vida sana a pesar de todo…
—Sí, el sexo siempre es salud —le dije a Lore dándole a entender a qué clase de gimnasia me refería.
—La pasaste bien entonces… —aseguró Sergio aunque imaginando que no todo había salido bien.
—Todo excelente hasta que llegó el domingo.
—¿Qué pasó? —me preguntaron en estereo.
—El domingo estuvo y se mantuvo nublado. Mientras Lucía compraba algunas cosas, yo recibo un llamado de Valeria, desde Bariloche, contándome cómo andaba y demás. Bueno… ustedes ya saben que yo la quiero mucho a Vale, ¿no?
—Sí, pero ¿qué pasó? —preguntaron nuevamente en estereo y con mayor insistencia.
—Como el día no era bueno, decidimos regresar temprano y no viajar tan de noche. Antes de irnos, Lucía quiso despedirse de la habitación con otra dosis de sexo. Y estábamos en eso cuando… la nombré a ella.
—¿A ella? ¿A Lucía?
—No, a Valeria.

Silencio en la sala. El mismo silencio en que quedó la habitación del hotel.

—¿Y qué pasó? —preguntó Sergio imponiendo el sonido en forma de pregunta.
—Nada, nos vestimos sin decir nada, y emprendimos el viaje de regreso. Ella manejando su auto… y yo en un micro sin coche-cama.

viernes, 16 de enero de 2009

16. un pasaje hasta ahí

—¿A qué hora llegás a tu casa?
—Por el trabajo que estoy adelantando, calculo que a las cinco ya estoy afuera ¿Por?
—Tratá de hacer lo más rápido posible. A las 19 te paso a buscar y nos vamos en mi auto a pasar el finde en San Bernardo.

Sol, arena y mar…
¿Cómo negarme a esta invitación veraniega de Lucía?


Mientras lleno un bolso mediano con algunas cosas, voy recordando la última vez que anduve bronceándome sobre esas cálidas arenas argentinas.
Y si la memoria no me falla, esto fue hace tres años, justo antes de conocer a Fernanda.
Viajamos en micro Cristian, Sergio, Lore, Natalia (recién separada), Lola, y Pablo se nos unió a los pocos días.
Entre todos habíamos alquilado por un mes una casita con fondo (como querían las chicas) y con parrilla (como queríamos los chicos), a cinco cuadras del mar.
A media mañana, después de organizarnos, nos íbamos a la playa y hasta que el sol no desaparecía no nos volvíamos.
Por las noches, después de cocinar algo en la parrilla, nos íbamos a bailar y a tomar algo por ahí, o simplemente nos volvíamos a la playa a acostarnos bajo ese manto de estrellas mientras Sergio tocaba con la guitarra esas canciones conocidas.

Una semana después…
Lore convenció a Sergio de acompañarla a salir a correr bien temprano por la playa.
A Natalia se le apareció Mauricio, el último de quien se había separado (en aquel tiempo), y juntos se fueron a pasar los últimos días a Mar del Plata, donde él había alquilado un depto.
Pablo que había estado buscando el momento para tirarse sobre Natalia, decidió emigrar hacia otras arenas donde paraba un grupo de chicas que ya conocía… muy bien.
Cristian se quedaba en la casa porque se había insolado.
Y Lola y yo tuvimos tiempo de mirarnos con otros ojos y así probar la incomodidad de la arena entre dos cuerpos desnudos.

A los veinte días Lore seguía en forma con sus corridas playeras, y Sergio abandonando la gimnasia veraniega… para siempre.
Natalia, después de unos días de reconciliación en Mar del Plata, regresaba, una vez más, separada.
A Pablo lo reencontramos un día antes de volvernos a la ciudad, flaco, ojeroso, y con una sonrisa pegada a la cara.
Cristian se había recuperado de la insolación, pero por precaución sólo iba a la playa de 8 a 10 y después de 18 a 19, por lo que estaba tan blanco como el primer día que llegamos.
Y Lola y yo seguimos un tiempo bien hasta que al terminar las vacaciones algo pasó y cortamos.

Así y todo resultó un verano inolvidable y muchas veces, cuando nos encontramos, revivimos esos buenos recuerdos que no se olvidan.


Bueno, ya es la hora. Lucía me está esperando abajo con el auto en marcha y en dirección a la playa.
Seguramente, el lunes cuando reaparezca, les cuento qué pasó y cómo fue todo.

Sol, arena y mar, y acompañado de una sirena...
¿Cómo negarme a esta invitación veraniega de Lucía?

jueves, 15 de enero de 2009

15. teoría de la relatividad

Hoy me desocupé temprano en la editorial y aproveché entonces a comprar algunas cosas para llenar la heladera y la alacena.
Ya en casa, apenas terminé de ordenar todos los comestibles, dispuse la mesita en el balcón para quedarme contemplando el paisaje mientras me refrescaba con poca espuma, cuando sonó el timbre.

Juanmar es un tipo bonachón que siempre tuvo ocupación en la ciudad y descansaba en un campo que tiene por Saladillo. Desde hacía un año había dado vuelta la situación y ahora trabajaba en su campo y venía, cada tanto, a distraerse en la ciudad.
Y cuando le tocaban esas vacaciones impuestas por él mismo, también se obligaba a pasar a visitarme. Precisamente, este era uno de esos momentos y por eso sonó el timbre.

—¡Estoy destruido! —disparó sin tiempo a nada.
—¿Qué te pasó? ¿Por qué?
—Me dejó la Negra —dijo con los ojos llenos de lágrimas.
—¿Se murió?

Juanmar es soltero. Pero hace un año y pico, en una de sus escapadas al campo, conoció a la Negra, una mujer madura, hermosa y casada, pero que andaba en crisis con su marido, siempre trabajando de sol a sol y con muy poca atención en su esposa. Juanmar, que es un tipo entrador, simpático y, sobre todo, galante, comenzó a tratar con ella, a quien enamoró en pocos días, comenzando de esta manera una relación prohibida y pasional.

Juanmar siempre se aparecía con regalos, sencillos pero efectivos. Un ramo de flores, un perfume, algún libro, no sé, cosas simples, nada descomunal. Y teniendo en cuenta que el marido de ella lo único que le regalaba era soledad y algún que otro maltrato, la aparición de Juanmar le abrió el corazón, entre otras cosas.

Durante un largo tiempo mantuvieron esta relación clandestina, que se agudizó cuando él se fue a vivir a su campo en Saladillo. Las visitas eran mucho más frecuentes y el amor se respiraba siempre a escondidas.
Pero, según las últimas noticias, el campo comenzó a andar para atrás, había menos trabajo, y él dueño de casa comenzó a llegar más temprano a su rancho. No es que los descubrió in fraganti, pero sí comenzó a darse cuenta que estaba descuidando demasiado a su bella esposa. Entonces para compensar ese abandono, un día se apareció con un enorme ramo de rosas. La Negra sentía que se le salía el corazón por la boca, entre otras cosas.
Su hombre, su marido, su amor legal, volvía a ser aquel que la enamoró en tiempos tempranos, y ella lo recibía nuevamente y gustosa entre sus brazos, entre otras cosas.

—¡Estoy destruido! —disparó sin tiempo a nada.
—¿Qué te pasó? ¿Por qué?
—Me dejó la Negra —dijo con los ojos llenos de lágrimas.
—¿Se murió?
—No, peor que eso… ¡Regresó con su marido!

—Sí, querido Juanmar. Las mujeres son así… Vos le das todo y, aunque al principio les gusta, después ya se acostumbran a eso. En cambio el otro, ese tipo que no les da ni cinco de bolilla, un día se le ocurre, no sé, darle un beso simplemente, y ellas mueren nuevamente por él, sin saber que si volvieron a estar juntos, es gracias a nuestros buenos trabajos como amantes.

Hasta altas horas nos quedamos sentados en el balcón, en silencio, contemplando la ciudad e imaginando las reconciliaciones que se deben estar dando en estos precisos instantes, gracias a los oficios piratas.

miércoles, 14 de enero de 2009

14. en el nombre del padre

Me dejó un mensaje Ana para ver si podía Tami quedarse esta noche en mi casa, ya que ella tenía una cita.
Después de salir de la editorial, paso a buscarla.

Cuando nació Tami, Ana contaba con 19 años. Cuando se enteró que estaba embarazada, su novio (bastante más grande que ella) se tomó un avión a Miami, donde tenía algunos negocios, y nunca se supo más nada de él.
Ana contó más que nunca conmigo, los viejos y los amigos.
A medida que crecía su panza, su sonrisa se hacía más fuerte, linda y sincera.
Y Tami la llenó de tanto amor como ningún tipo podría hacerlo.
Pero se entiende, Ana es joven, es linda y está bien que busque a alguien para armar una pareja.

Mientras tanto, Tami y yo llegamos a casa después de comernos un par de cajitas felices en lo del tío Mc.
En el camino a casa le propuse ir al cine a ver alguna peli.
—En la mochila traje para ver un dvd.
—Ah, bueno, no sabía. ¿Y qué trajiste para que miremos? —le pregunté entusiasmado.
—El rey león —me contestó con sus ojitos compradores.

Tami heredó de mí la extraña fascinación de poder mirar varias veces una misma película, y de mirar por primera vez algunas que ya llevan sus buenos años de existencia. Es raro que algún estreno lo pueda mirar en el tiempo correspondiente.
Pero “El rey león”, aunque es un gran dibujito, ya la habíamos visto 832756283 veces (como tantas otras). Sin embargo, sus deseos son órdenes, mi pequeña reina, y ya sentados en el sofá con vasos de gaseosas y algún chocolate gigante de poca duración, nos disponemos a ver la peli.


La botella de gaseosa casi vacía, sin rastros del chocolate (salvo alrededor de nuestras bocas), los créditos de la animación pasando por la pantalla, Tami que me mira con sus ojos oscuros, y finalmente me hace la pregunta:
—Tío, ¿y mi papá?
Ahora entiendo por dónde venía la excusa de mirar esta película que, sobre todo, trata de la relación entre padre e hijo.
Hay una herencia de enseñanzas que se transmiten, justamente, de padre a hijo.
Hay un padre que se va a los cielos y desde allá continúa acompañando, pese a todo, a su hijo en los momentos de dudas, de soledades, de necesidades.
Hay un padre, carajo, que a ella, a Tami, a mi hermosa y chiquita sobrinita, decidió dejar de conocer por su perra cobardía, por su feroz egoísmo, por ser un tremendo hijo de puta que decidió escapar sin dejar rastro de sus huevos.
—Tío, ¿y mi papá?
—¿Qué… pasa con… tu… papá? —le pregunto con un nudo marinero en la garganta.
—¿Un día va a venir a visitarme?
—No lo sé… ¿Por qué te gustaría que venga?
—Para que le expliques que un papá tiene que ser así como vos para que yo lo quiera mucho y mi mamá también.


Mientras disimulaba las lágrimas que se me caían, fui a buscar, para que miremos juntos, la película de Peter Pan, esa donde los niños no crecen por nunca jamás.

martes, 13 de enero de 2009

13. siete vidas

—¿Te enteraste? —me pregunto con voz grave, pero no de tono, sino de gravedad.
—Creo que no. ¿Qué era lo que me tenía que enterar? —pregunté yo de manera aguda, pero no de tono, sino de perspicacia.
—¡Una desgracia! ¡Una desgracia! —repitió Cristian agregándole suspenso al asunto.
—¿Lo de Sokol? Sí, me dio por las pelotas.
—¿Quién? No, peor aún —dijo, dejando en evidencia que no entiende nada de rock, y finalmente dio por terminado el misterio—. Se murió Katy.
—¿Quién es Katy? –pregunté realmente sin saber a quién se refería.
—Katy —repitió y aclaró—, la gata de Pato.


A la tardecita nos presentamos con Cristian en lo de Pato. Hacía una pequeña reunión velatoria para su mascota. Pato casi no podía ni hablar. Pamela estaba sirviendo tazas de café entre los presentes. Me acomodé en un rincón donde estaban algunos del grupo conversando.
—Yo la entiendo, pero por lo menos no sufrió —dijo la buena de Lore.
—¿Cómo fue?
—Se fue a la calle.
—¿Y lo pisó un auto?
—No, se fue a la calle saliendo por el balcón. En nueve pisos perdió las siete vidas.
—Por lo menos no fue una muerte lenta como la que tuvo mi tortuga —dijo Javier, provocando la primera risa del lugar y la mirada inquisidora de las viudas.

—La verdad es que prefiero a los perros antes que a los gatos.
—Todo lo contrario que yo —dijo Pablo con ironía–. Lástima que sean tan caros.
Otra vez la risa que se nos escapó y la mirada certera sobre nosotros.

Finalmente se puso el cuerpo de Katy en el interior de una maceta y allí se lo enterró, dejándolo en el balcón maléfico.
Pato nos agradeció la visita con un gesto mudo y Pamela nos fue despidiendo mientras nos acompañaba a la salida y regresaba a quedarse junto a su amiga.

Sergio se quedó mirando la escena y preguntó al grupo:
—¿Ustedes creen que Pato y Pamela…?
—Obvio —respondimos todos juntos, mientras nos despedíamos en la esquina.

Algunos compartieron un taxi, otros iban a esperar el colectivo, y yo decidí caminar un poco.
Cada uno a su manera, a su modo, a su ritmo, con su estilo, como cada una de las siete vidas que todos tenemos.

lunes, 12 de enero de 2009

12. pedacitos de almas

Al revés de lo que venía sucediendo desde que comenzó este extraño 2009, en los que volcaba por escrito y por este medio los acontecimientos vividos y padecidos durante el día, hoy el día se armó a partir de esta escritura de vida.

Más allá de que sea lunes, hoy la oficina estuvo tranquila, sin urgencias, sin revuelos, sin problemas sobre el escritorio.
Mi regreso a casa también fue sin sobresaltos y me encantó poder darme un baño de inmersión sin interrupciones de ningún tipo.

Ya en bata, descalzo, y refrescándome por dentro, me sumerjo en la compu pensando en la humana posibilidad de que hoy no tenga nada para escribir porque, efectivamente, no pasó nada. Sin embargo, y para ganar algo de tiempo, abrí mi correo y me encontré con mensajes de gente que quiero y a las que las distancias y otras yerbas nos habían alejado, no emocionalmente pero sí de manera social. Y que a partir de encontrarme en esta página, decidieron volver a ponerse en contacto conmigo.


Entonces leo el mensaje de Melina, que no veía desde la época de la facultad (hace unos cinco años), y me entero de su felicidad colmada por un casamiento y la presencia de un bebé hermoso que le dejó en un repollo la cigüeña parisina.

También tengo un mensaje de mi prima Verónica, que vive en Mendoza y de la que no tenía noticias desde el viaje que hice para su cumpleaños número 10 (y de esto hace ya una década), y me cuenta que está con ganas de estudiar en alguna facultad de acá en Baires, y que por esa razón es muy probable que se aparezca a mediados del mes que viene.

Aparece Javier, amigo y compañero de épocas secundarias en las que compartimos estudios, salidas, romances y corazones rotos. Y se caga de la risa tanto de los recuerdos de aquellos tiempos como de las aventuras en presente que acaba de leer.

Ya sobre el final, con poca claridad aparece una Clara que (pido disculpas por la confusión o el olvido) me pregunta si yo soy yo y se despide con un extinto y misterioso beso de dinosaurio (?)


Confieso que, en un principio, me sentí obligado a esta escritura diaria. Pero ahora, y a la par de los mensajes (y los comentarios) recibidos, me estoy sintiendo muy acompañado por los corazones que marchan al ritmo de sus propios latidos… al igual que el mío.

Por todo esto…
Gracias… parciales!!!
(no quiero tener problema alguno con Gustavo Cerati)

domingo, 11 de enero de 2009

11. de carne somos

Pasadas las 10 de la mañana suena mi celular y lo atiendo porque se trata de Sergio.
—¿Qué pasó? ¿Dónde estás? ¿Me necesitás? —son mis primeras preguntas curiosas, incisivas, preocupantes y algo dormido.
—Nada, después te cuento. Te llamo porque hay asado en casa y…
—Llevo las bebidas, ¿cuántos somos?
—Pato, Pamela, Cristian, Lore, Pablo, Alejandro, Natalia, vos, yo, y no sé si Lucía también quiere venir.


Dos minutos antes del mediodía llegamos a lo de Sergio, que nos da la bienvenida con su calidez natural y la obligada por los 30º que inunda la ciudad.
Todos los presentes ya nos conocemos, pero aprovecho para presentárselos a ustedes, curiosos y diarios lectores.

Pato: Utilizó una herencia para abrir y trabajar un locutorio-ciber-kiosco por la zona de San Telmo. Habita un depto por la misma zona que compró y arregló con parte del mismo dinero recibido. Vive junto a un felino (no lo compró, se le encontró y adoptó). Su mejor amiga se llama Pamela, con quien comparte muchas cosas de su vida.

Pamela: No recibió ninguna herencia de nadie. Trabaja en el locutorio-ciber-kiosco de Pato. No vive en San Telmo pero pasa varios de sus días y noches en ese barrio. Su mejor amiga es, precisamente Pato, con quien comparte muchas cosas de su vida. También se lleva muy bien con su mascota.

Cristian: Ya más o menos lo van conociendo porque en la semana siempre me encuentro o hablo con él. Es muy buen tipo, algo intratable por momentos, pero con un gran corazón. Casi siempre tiene alguna dolencia que aparece tan mágicamente como desaparece. Hoy se encarga de hacer el asado para todos… menos para él que comerá una ensalada preparada por sus propias manos.

Lore: Una mina que vive de acuerdo al axioma: “vida sana in corpore sano”. Y por lo que se puede apreciar de su proporcionado cuerpo, lleva una vida intensamente sana. Sus ojos claros hacen juego con una sonrisa que la hace brillar. Curiosamente soltera, trabaja como recepcionista en una clínica de salud.

Pablo: Es aprendiz de abogado y amigo de los amigos, realizando una curiosa contradicción. Le gusta vivir la vida loca e invita a todos lo que puedan y quieran a seguirlo. Coleccionista de los juegos de nuestra época, ir a visitarlo es permitirse una entrada a lo mejor de nuestra niñez. Vive en la casa de sus padres y con sus padres. Eso también nos conduce a una parte de nuestra niñez.

Alejandro: No nos llevamos nada bien. Entre él y yo hay algo personal que ya lleva sus buenos años. Quizás algún lunes maldito cuente su historia. Que él esté acá presente habla muy bien de los demás.

Natalia: Así como hay personas que su sueño en la vida es casarse, pareciera que a ella le gusta divorciarse. Va por su séptima separación y se la ve radiante, divertida, espléndida. Quizás porque se lleva muy bien con todos sus ex, y a ellos les gusta reencontrarse con ella para vivir buenos momentos del pasado que no deja de pasar.

Lucía: Comenzamos el año juntos por una circunstancia traumático-amorosa de la vida y ahora seguimos viéndonos bastante seguido. Es toda una dama en público y todo lo contrario en privado. Ustedes ya la conocen y yo cada vez descubro más cosas de ella… en privado.

Sergio: Al tercer día de comenzar este diario ya lo describí. Estando hoy al día 10 sigue igual. Buen tipo y pelado al extremo.

Ellos son parte de los amigos (menos uno) que la vida y sus esquinas me pusieron en el camino. Y son los que hacen de mi vida, algo que valga la pena vivir. Porque más allá de los defectos y virtudes tan humanamente humanas que tenemos, son las personas con las que me gusta estar.
Y es que, como en alguna época gritaba con su típico vozarrón el amigo Guillermo Francella: Al fin y al cabo… ¡de carne somos!

sábado, 10 de enero de 2009

10. sumergidos

La ciudad arde.
Mil grados de calor al lado del freezer y Sergio, mi único gran amigo con una hermosa pileta desbordada de agua fresca, bendita e hidratante, no aparece.
Puedo ir tranquilamente para la casa y aparecerme, pero no contesta los llamados por lo que debe estar en alguna otra parte.
¿En qué otro lugar puede estar teniendo a dos pasos de distancia un lugar donde sumergirse?


Intentando distraerme me voy temprano a lo de mi hermana a llevarle el regalo a Tami.
—Gracias tío, después a la noche lo abro.
—¿Por qué a la noche y no ahora?
—Porque ahora mamá me va a llevar a la casa de una amiga del cole que me invitó porque tiene pileta.
—¿Puedo ir? —le pregunto con la clara intención de sumergirme en esa pileta ajena.
—¡Biiiieeeennnn! Sí que podés ir —me dice mi amada sobrina que tanto me quiere y yo a ella—. Esperá que le pregunto a mamá… ¿Má, puede venir el tío con nosotras?
—¡Nooooo! —contesta mi querida hermanita—- No tiene traje de baño, es una invitación para mujeres, y además debo cuidarte sólo a vos.
Demasiada convincente en sus respuestas para mi gusto.


De regreso en casa y mientras voy vaciando la heladera de bebidas, insisto con los llamados a Sergio que sigue sin responder. Me comienzo a impacientar y preocupar, aunque esto último no tanto.
Lo llamo a Cristian para ver si sabe algo o si tiene algún plan para hoy.
—Ahora no te puedo atender. Estoy cortando el pasto. Si no lo hago esto se llena de mosquitos.


El calor no me permite hacer nada.
Salgo al balcón y no corre una gota de aire, al contrario de las de sudor.
Ni siquiera tengo ganas de mirar a mi nueva vecina del edificio de enfrente tomando sol en bikini.
(bueno, un poco la observo… pero sólo porque me resulta curiosamente conocida)


Más tarde aparece Sebas con unos licores que apagan momentáneamente el fuego interior. Le pregunto si tiene algún plan para esta noche y me contesta que sí, el casamiento del amigo de un amigo.
—¿No conocés a los que se casan?
—No, pero prometo conocerlos.


La noche comienza poco a poco a desplegarse mientras Ana y Tami están sumergidas en una pileta, mientras Sergio sigue sin aparecer, mientras Cristian disfruta de una noche sin mosquitos y con el césped al ras, mientras Sebas se divierte en una fiesta casamentera de desconocidos, mientras yo voy a ver quién está golpeando la puerta.
Al abrirla me encuentro a Lucía vestida (¿vestida?) acorde al infierno en la ciudad y sosteniendo en una de sus manos un exquisito champagne.

Después de todo, teniendo en cuenta la fina botella y la silueta de mi amiga, ya veo que terminaré el día (y comenzaré la noche) sumergido en valles argentinos entre burbujas francesas.

viernes, 9 de enero de 2009

09. pálidos reflejos

Teminé justo a tiempo en la editorial y de ahí me fui corriendo a lo de Valeria para acompañarla al Aeroparque.

Con Vale nos conocemos desde la época de estudiantes secundarios. Después de recibirnos nos pusimos felizmente de novios, y mientras paseábamos tomados de la mano, volábamos tomados de los corazones.
Y pasábamos los días (las tardes y las noches) recorriendo la ciudad con la misma curiosidad e intensidad con que hacíamos lo mismo con nuestros cuerpos.
El mundo sólo existía para nosotros dos, y nosotros dos estábamos dándole sentido a las vueltas del planeta con nuestras risas al natural mientras nos disfrutábamos tanto, pero tanto, pero tanto…

Estuvimos juntos poco más de dos años.
En algún momento indeterminado comenzaron a salir enredaderas envidiosas por debajo de las baldosas por las que caminábamos, haciéndonos tropezar con cierta dureza.
Éramos todavía muy jóvenes, cargábamos con toda la inocencia exacta y nuestra felicidad brutal empezó a molestar a algunas sombras que nos miraban con ojos rojos.
Un día hubo una confusión, un malentendido, una torpeza, un error que nos alejó, dejándonos a la deriva en un naufragio inesperado.

Unos años despuñes, nos volvimos a cruzar en la esquina de los reencuentros y nos tomamos un impar de cafés mientras conversábamos sobre nada en particular.
Sin embargo, nuestras miradas se decían palabras que, sin alcanzar a escucharlas, nos hacían sonrojar.

Ese fue el inicio de una relación particular entre nosotros dos.
Ella me devolvía a la vida cuando me perdía por ahí.
Yo le regalaba mi hombro cuando algún estúpido la lastimaba.
A veces coincidíamos en algún punto de la ciudad para tomar algo y divertirnos, reírnos, olvidarnos del mundo y sus horrores.
Porque cuando estamos juntos, nuestro mundo gira en una dirección ideal, aunque jamás volvimos a estar físicamente unidos, y eso es lo que más me desconcierta… Que nos llevemos tan bien sin que terminemos en la cama.


Aeroparque a la vista y los pájaros de hierro dividiendo los cielos con sus propios vuelos.
El tramiterío resultó demasiado rápido para mi buen gusto.
Vale no pega la vuelta hasta febrero.
Y yo me quedé mirándola hasta desaparecer, despegar y alejarse, no sin antes escuchar la promesa de nuestra salida a su regreso.


Con el Río de la Plata a un costado de mi costado reflejando en su oscuridad la noche, estuve a punto de encender un cigarrillo.
Recordé que hacía tiempo había abandonado ese vicio…
En la misma época que nosotros nos abandonamos e, inconscientemente, nos convertimos en un (buen) vicio.

jueves, 8 de enero de 2009

08. rompecabezas

Cuando tengo que leer, releer, revisar y corregir libros, muchas veces me quedo en casa donde puedo realizar ese trabajo más tranquilo y concentrado que en la oficina y sus puntuales interrupciones.
Pongo la pava para tomar unos ricos mates y desparramo todo el material que necesito sobre la mesa.
Se ve que la tranquilidad de la noche de anoche me vino bien, ya que para poco después del mediodía, y después de unos 627 mates, había terminado con todo el trabajo propuesto.
Ya liberado laboralmente, y sólo por hoy, decido revisar el correo electrónico y hay un mensaje de Fernanda diciéndome que no se puede comunicar conmigo al celular por lo que me avisa por este medio que hoy pasa a buscar sus cosas como quedamos el otro día.

Voy en busca del celular que había tirado apagado en algún lugar y lo encuentro debajo del sillón. Al encenderlo aparecen los llamados de Fernanda, como también de Lucía y de mi hermana.
Llamo primero a Ana y me atiende Tami.
—Hola tío, ¿qué pasó con mi regalo de los Reyes Magos?
—Lo tengo acá en casa, pero no tuve tiempo de ir a llevártelo.
—¿Y puedo ir con mamá a buscarlo?
—Sí, claro, pero… ¿Qué les habías pedido a los Reyes?
—Una bicicleta… ¿Hola…? ¿Tío...? ¿Me escuchás?
—Sí, había ido a revisar el paquete y me parece que no te dejaron eso.
—Ahhh, entonces debe ser el castillo de las princesas…
—Tampoco…
—¿Los patines?
—No, acá hay una tarjetita que dice que se trata de “un rompecabezas muuuuuuyyy divertido para una nena muuuuuy linda y muuuuuuy inteligente que sabe que a los Reyes Magos también los afectó bastante esta crisis mundial”.
—Buenísimo, tío. Entonces ¿me lo traes?
—Mañana sin falta, mi amor. Chau, besitos.

Llamo ahora a Lucía.
—Qué abandonadita que me tenés, Gastón.
—No, lo que pasa es que estoy con mucho trabajo y...
—Tengo tu regalito de Reyes para cuando nos veamos.
—¿Es un rompecabezas?
—Jajajajaja. Sí, creo que cuando me veas con esto puesto, tu cabeza va a estallar, jajajajaja.

Finalmente aparece Fernanda con un bolso a llevarse parte de sus pertenencias que todavía andan dando vueltas por acá.
Dice que hay un taxi afuera esperándola porque tiene una cena de trabajo de la que recién hoy le avisaron, y que por eso agarra sólo unas cosas y vuelve otro día a llevarse todas sus cosas.
Me da un beso y desaparece de la misma manera en la que apareció.


Algo me dice que todavía faltan algunas piezas para poder completar este doloroso rompecabezas…

miércoles, 7 de enero de 2009

07. día de miércoles

Despertar en un lugar ajeno tiene sus (re)conocidas complicaciones, como la de querer salir por la puerta del placard… y encima que este se encuentre ya ocupado.
Sin embargo, este tipo de “reuniones festivas” en lo de Sebas, no es algo raro.

Con él nos conocemos desde siempre y después de más de una década perdida, por esos azares y trampas con que juega al pócker el destino, nos (re)encontramos cuando me fui a vivir, sin saberlo, al mismo edificio en el que él ya estaba instalado desde tiempo atrás, y así logramos ponernos al día y sus noches con nuestras vidas.

Por esta simple historia es que no confundí la puerta de salida, pero sí llegué (bastante) tarde a mi obligación laboral.
Unos simples y urgentes llamados a tiempo solucionaron el posible conflicto, aunque me vi forzado a concertar un par de entrevistas en horas de la tarde... y hasta muy tarde.

Cuando, por fin, salí de la editorial, el cielo comenzaba ya a mutar sus colores hacia la oscuridad.
Al llegar a casa, casi sin distracción alguna, apagué y arrojé el celular lejos de mi persona, puse algo de Norah Jones para que me musicalice de fondo el ambiente, saqué un vino dulce de la heladera y lo puse en el interior de una copa. Apagué las luces interiores, salí al balcón y me acomodé en la mesita que tengo ahí afuera para degustar el buen vino mientras observo desde lo alto la ciudad y sus luces.


Siempre que me siento algo aturdido por las razones (y pasiones) que sean, salgo al balcón y me siento en la mesita que tengo dispuesta para la precisa ocasión.
Desde esta altura de siete pisos, al no distinguir los diversos rostros sin sombras, al no escuchar las voces que no dicen nada, al no rozar los cuerpos de las personas indiferentes que siguen sus caminos sin medir sus pasos, me siento como si estuviese a salvo de todo y de todos.
Un pequeño recreo parea descansar y respirar...
Una estación de tren en la que estiro las piernas mientras aguardo la llegada del próximo tren que me llevará quién sabe hacia qué paisaje.

Algunas veces tengo esta necesidad de dejarme acompañar por un poco de soledad. Y sin más testigos que mi alma que anda volando por ahí, hacerme las preguntas que sólo yo podría llegar a responder con (in)cierta precisión y sincera elegancia...

Salvo que lo dejaré para otra ocasión porque los extraños aires de mi Buenos Aires querido me traen tu presencia y comienzo a extrañarte sin poder explicármelo y, lo que es quizás peor, sin querer detenerlo.

martes, 6 de enero de 2009

06. huellas de zapatos

Tengo una hermana más chica que yo. Se llama Ana y tiene un cuarto de siglo. También tiene una hija preciosa de seis años que lleva el bonito nombre de Tamara, pero todos le decimos Tami.
Estando en el trabajo me llamó mi sobrina para preguntarme si alguno de los tres reyes magos había dejado algún regalo para ella en mi casa.
Le dije que había salido rápido esta mañana y no me había fijado, pero que cuando volviera le avisaba si había novedades.
Después que corté la comunicación recordé uno de los pocos cumpleaños que, no sé porqué, tengo en mente sin necesidad de la agenda que nunca tuve.

Hoy cumple años Valeria, una amiga desde tiempos secundarios, salvo el período en que noviamos. Y aunque descreo profundamente en la amistad entre el hombre y la mujer, ella genera cierta excepción en nuestra relación, aunque no sé para qué lado.
La llamé para saludarla y, como no tenía ningún plan para hoy, la invité a cenar a la costanera.
—Te agradezco pero mejor lo dejamos para más adelante. El viernes me voy para Bariloche y todavía no armé el bolso ni nada y…
Quedamos con la cena pendiente para su regreso y que el viernes la acompaño al aeroparque a despedirla.

Me llamó más tarde Ana para decirme que hoy no vaya para la casa a llevarle el regalito a Tami porque se iban al cine y después a comer una cajita feliz a lo de “el tío Mc”.

De pronto me sentí totalmente abandonado por “mis” mujeres.
Principalmente por Fernanda, pero Lucía no me había llamado, Valeria pateó la invitación, Tami se iba al cine y Ana no me hizo lugar entre ellas.


Cuando estoy llegando a casa me llama Cristian para pedirme disculpas por lo del domingo y por no haberme llamado el lunes.
—¿Querés venir a casa y pedimos algo para comer? —le pregunté con necesidad de compañía.
—No, ayer comencé un régimen y hoy estoy un poco mareado. Además mañana madrugo.
—Yo también.
—Bueno, entonces acostate temprano —contestó finalizando tempranamente la conversación.


En el ascensor me encuentro con Sebas, un vecino y amigo (aunque no precisamente en ese orden) que vive cinco pisos abajo mío, y me invitaba a una fiesta de reyes que se estaba realizando en su depto.
Por respeto al día, acepté la invitación.
El único requisito indispensable para que todo funcionara en un orden exquisito era que había que dejar los zapatos en la entrada, junto a la ropa de las reinas que esperaban dentro de la habitación para entregar sus regalos más preciados.

lunes, 5 de enero de 2009

05. maldito lunes (I)

Antes que nada quisiera aclarar que desde mucho antes de conocer al animado felino fanático de la lasaña (Garfield), ya coincidía con él en odiar a los días lunes.


Lorenzo es mi jefe en la editorial. Tiene la edad de mi viejo y muchas veces realiza ese papel.
Hace tiempo que nos conocemos y por eso cuando terminó la reunión en la que expresó las metas de este año, totalmente audaces teniendo en cuenta la publicitada crisis mundial, hizo que todos se retirasen menos yo.
Me observó detenidamente mientras se pasaba la mano por su barba gris y finalmente comenzó a hablar.
—Gastón, estuve leyendo tu “diario personal”, y aunque me causaron gracia algunos párrafos, la verdad es que me tenés un tanto preocupado.
—¿Por qué? —pregunté algo fastidioso.
—Porque pasaron cinco días desde tu separación con Fernanda y todavía no hiciste ninguna referencia a tu estado emocional. Lo único que hiciste fue anestesiarte teniendo relaciones con esa Lucía o echando a tus amigos de tu lado.
Me quedé en silencio. No se me ocurría nada para decirle. Creo que tenía razón.
Pero no tengo ganas de que un lunes por la mañana Lorenzo me venga a dar lecciones de vida interior. Con sofisticado respeto a la jerarquía laboral, me levanté del asiento y me retiré a mi oficina donde me esperaban algunas hojas que revisar y llamados por hacer.

Por fin llegó la hora de salida, ya cansado de esquivar nuevas charlas consejeras con Lorenzo, me tomé el colectivo y me fui para mi casa, pero el lunes todavía no había terminado…

Al llegar a la entrada del edificio me encuentro con Fernanda que estaba esperándome.
—Te estaba llamando al celular pero saltaba al contestador. Mirá, vine a buscar una ropa que necesito porque el miércoles tengo un cóctel y…
—No hay problema, pasá.
Tomamos el ascensor y el viaje hasta el séptimo piso parecía interminable. Veinte horas después llegamos al piso correspondiente, abrí la puerta del depto y entramos. Ella se quedó esperando y yo le dije que sus cosas estaban en el mismo lugar donde las había dejado, por lo que fue a la habitación y sacó unas prendas.
—¿Nada más que eso te llevás?
—Supongo que pasaré en la semana a buscar todo lo demás.
Nuevamente un silencio incómodo que rompí yendo al baño y regresando con su cepillo de dientes.
—Mirá, sé que te hice empezar el año para la mierda —dijo mientras guardaba el cepillo en su cartera—, pero sabés que lo nuestro hacía rato que no estaba funcionando y… bueno…
—No digas nada. Avisame nada más cuando vas a venir así preparo tus cosas.
—Ok, pero, ¿estás bien vos?
—Tuve mejores vidas que estas, pero supongo que voy a poder seguir.
—No lo dudo, sos muy bueno. Simplemente que ya no había esa química del principio entre los dos.
—Ni tampoco tanta “física”.
No dijo nada, lo único que se escuchó fue el beso de despedida y sus pasos alejándose, una vez más, de mí.


Casi sin darme cuenta la noche se instaló sobre la ciudad y tirado en el sillón me dispuse a mirar una peli que estaba por comenzar, ““Antes del amanecer”.
Ya la había visto tiempo atrás, pero esta vez no pude ver el final.

Mi jefe Lorenzo va a entender.

(y todavía faltan unos minutos para que se termine este maldito lunes)

domingo, 4 de enero de 2009

04. entre el bien y el mal

Anoche llegué a la casa de Lucía y me recibió con un trago frío y un beso caliente.

Lucía es esa clase de mujer que pasa caminando por la vereda y el barrio entero tiene una erección.
No sé si es por sus ojos claros, su sonrisa intensa, su caminar preciso, sus caderas comestibles, sus pechos perfectos, su boca exageradamente sensual, su inteligencia a prueba de balas, su perfume natural, sus gestos expresivos, su humor infinito, sus movimientos intensos, su peinado al viento, o qué, pero sabe lo que provoca en los hombres (y también en algunas mujeres) y así conseguir (casi todo) lo que quiere.
Conmigo no tuvo que hacer mucho esfuerzo… para nada.

La velada fue tan intensa como divertida.
Música, tragos, sexo, una peli por la mitad, más sexo, más tragos, y un dulce despertar.


Al mediodía, en pleno desayuno casero y compartido, recibo un mensaje de Cristian avisándome que estaba en la puerta de casa desde hacía unos cuantos minutos tocando el timbre a reventar.
Me tengo que ir. Sé lo que me espera, pero Cristian es mi amigo.


Ya en casa, o mejor dicho, ya en el ascensor, Cristian comienza con su batería de preguntas punzantes para asegurarse del lugar donde me tocaría ir si hoy se acabara el mundo.
—¿Dónde estabas?
—Fuera de casa.
—¿Dónde estabas?
—¿Estás reemplazando a Fernanda? Ella ponía la voz más aguda cuando me martillaba a preguntas.
—No quiero ironías, nada más saber dónde estabas.
—En lo de Lucía con Lucía.
Al escuchar mi respuesta abrió los ojos de esa manera exagerada que sólo él puede hacer y me pidió un vaso de agua (no toma alcohol). Dejó el vaso vacío sobre el portavaso que traje especialmente para él y continuó.
—¿Vos sabías que Fernanda te dejó por el novio de ella?
—Algún rumor me llegó.
—¿Y ahora ustedes dos andan revolcándose? ¿Por qué?
—Porque somos heterosexuales y la Tierra es redonda —le respondo sabiendo que falta muy poco para que se enoje y se vaya dando un portazo. Pero antes le vuelvo a llenar el vaso para que no se marche con sed.

Vuelve a vaciar el vaso de un trago y finalmente me pregunta lo que más lo tiene alterado-preocupado.
—Che, Gastón, decime una cosa, ¿es verdad que estás escribiendo una especie de diario de tu vida?
—Sí, por diversas recomendaciones profesionales.
—Pero un diario se supone que es privado, ¿por qué lo hacés público?
—Nadie lo sabe.
—Yo lo sé.
—¿Lo leíste?
—Sí.
—¿Y? ¿Qué te pareció?
—Una locura, qué me va a parecer —me contesta con su mirada una vez más desorbitada—. Vos no te das cuenta de lo peligroso que puede ser esto. Te juro que no me entra en la cabeza que puedas, así como si nada, publicar lo que sentís, lo que te pasa, contarle a perfectos desconocidos que tu novia te dejó, que ahora andás con la ex del novio de tu ex, y no sé qué cosas más que podés llegar a escribir porque… ya veo que esto recién empieza, ¿no?
—Y sí, todavía me falta escribir nuestro diálogo.

La tercera es la vencida. Se despide con sus ojos salidos de sus órbitas y finalmente da el portazo calculado sin llegar a despedirse (aunque mañana seguro me llama para pedirme disculpas por su accionar).


Yo aprovecho ahora mi soledad para escribir todo esto, pedir por teléfono unas empanadas, y prepararme para recibir mañana al maldito lunes y volver a la editorial a trabajar.

sábado, 3 de enero de 2009

03. mi amigo sergio

Sergio, el dueño de la casa donde algunos despidieron el año y otras personas me despidieron a mí, es más bueno que Lassie vacunado contra la rabia y durmiendo la siesta. Por eso no me sorprendió cuando hoy se apareció por acá para traerme el celular que había dejado olvidado en su casa.
—Estuvo todo el santo día sonando. Si no te lo traía lo ahogaba en la pileta —me diijo mientras me miraba sorprendido por borrar todos los mensajes sin llegar a revisarlos.
—¿Qué pasa? —le pregunto mientras le ofrezco una cerveza helada.
—¿Y si había uno de Fernanda?
—Imposible, Fernanda ahora tiene un número nuevo donde romper las pelotas.

Sergio es pelado por obligación y soltero por elección propia.
Por esta última razón es que puede llegar a comprender mi reacción que, seguramente, no es la que todos esperaban que tuviera y por eso todos los mensajes cibernéticos de ayer y los del celular de hoy.

Sergio es amigo tanto de Fernanda como mío, por lo que supongo que se debe sentir tironeado en estereo, pero yo no tengo problema alguno en que siga en contacto con ella.
—¿Tenés algún plan para el fin de semana? Si querés podés venir a casa.
—Te agradezco, pero esta noche me encuentro con Lucía.
—¿Con Lucía? ¿Acaso saliste de una para meterte en otra?
—Bueno… Lo de meterme en otra…
La risa fue inmediata, y mientras vaciamos otro vaso de cerveza, le cuento que en realidad me había pedido si nos podíamos ver para charlar un poco y que después de pensarlo mucho, había aceptado.

Sergio es una persona tan inocente como ubicada, y por eso lo quiero tanto.
—¿Ya cogieron?
No dije nada.
—Entonces ya cogieron —insistió él.
Yo insistí con mi respuesta silenciosa.

Sergio es un gran amigo, vive en Olivos y tiene un viajecito hasta llegar de regreso a su casa por lo que comienzo a despedirlo con sumo afecto y rapidez, ya que quiero darme una ducha antes de ir a encontrarme con Lucía.

Cuando el auto de Sergio se pone en marcha alcanzo a gritarle:
—Sí, cogimos.
—¡Hijo de puta! —me responde con un grito al mismo tiempo que toca varias veces la bocina.

Sí, con Sergio nos queremos mucho y es un gran amigo.
Lástima que su pileta quede tan lejos de mi casa.

viernes, 2 de enero de 2009

02. mensajes subliminales

No dormí en toda la noche.
Mientras las estrellas desaparecían para dejar lugar a una tormenta de mentiras (oh, casualidad), me puse a hacer un poco de zapping para bajar la panza (de mi dedo pulgar derecho).
Cuando el recorrido a la grilla televisiva comenzaba por vigésima vez, decidí dejar el control y llamar durante el día para dar de baja al cable (cosa que sé que no voy a hacer).
Leí algunas revistas viejas del siglo pasado, escuché un poco de música suave y ochentosa, preparé dos veces un trago frío para que me hiciera compañía, jugué unos partidos de fútbol en la compu, y en el preciso momento que la ciudad comenzaba a iluminarse por la luz natural del astro rey… me quedé profundamente dormido.

14:30 – Me desperté por el estruendoso sonido que hizo mi estómago. No tenía ganas de salir a comprar nada para comer, por lo que miré en el interior de la heladera. Había dos yogures descremados que, obviamente, habían sido comprados por Fernanda.
Y mientras me los comía con un moderado placer, comencé a darme cuenta de la ausencia de su presencia. Realmente pensé que todo lo de ayer lo había soñado, pero ahora releyendo lo escrito, y descartando la posibilidad de ser un escritor sonámbulo, la realidad me golpea en la nuca.

Me conecto a internet y después de un rápido recorrido por las noticias ajenas, entro a mi casilla de correo y me encuentro con 248 mensajes nuevos.
Esta es la razón por la que desde tres días antes de la Nochebuena y hasta ahora, no había entrado a revisar mis mensajes. Claro que en algún momento tenía que hacerlo y el momento había llegado.
42 mensajes eran estrictamente futboleros y tenían que ver con la definición del campeonato argentino en manos de mi equipo de herencia. Y entre estos había un gran porcentaje de bromas pesadas e insultos amables.
118 eran mensajes navideños, repartidos entre postales, deseos repetidos, y palabras emocionalmente cursis.
17 eran publicidades.
12 eran propuestas para empezar el año de una manera distinta (y de hecho así fue).
Estos 189 mensajes fueron borrados de manera casi automática y con mucho cariño.

De los 59 mensajes que restaban y que pertenecían a este año, 57 tenían títulos como: “¿Qué pasó?”, “Te tengo que contar algo que vi", “Necesitamos saber cómo estás”, “Fernanda se fue con otro”, y “Antes de suicidarte lee esto”.

De los dos que quedan, uno es de Lucía para saber sin nos podemos encontrar para vernos y hablar el fin de semana.
El último es de Cristian preguntándome si es verdad que estoy haciendo un diario de mi vida, si me doy cuenta de lo peligroso que puede llegar a ser eso, y si nos podemos encontrar el fin de semana para hablar sobre el tema.

No sé si contestarles a los dos que “Sí” o que “No”.
Busco una moneda en el bolsillo y dejo que el azar decida hoy por mí.

A Lucía le contesto que “Sí”.
A Cristian también.

Ahora lo que lanzo al aire es una linda puteada al mismo tiempo que dejo salir volando la maldita moneda por la ventana.


¿Vos también dejarías que una moneda decidiera tu próxima jugada?

jueves, 1 de enero de 2009

01. génesis

Me despierto con la resaca suficiente como para no saber por qué estoy desnudo, dónde está mi ropa, no reconocer la habitación en la que me encuentro, y no recordar quién es la chica que se encuentra también desnuda y dormida a mi lado. Bueno, por lo menos ya resolví la causa de mi desnudez.
La claridad del primer mediodía del año se filtra por entre las cortinas y mi vista se va adaptando al lugar. Poco a poco voy encontrando mis zapatos, mi camisa, el pantalón y el calzoncillo, aunque no en ese orden.
Me comienzo a vestir intentando no hacer ruido, y cuando termino a duras penas de hacerlo, ella está sentada sobre la cama observándome divertida.
—¿Intentabas escaparte? Es una lástima —dice mientras me deja ver sus primeras y sinuosas curvas—, porque resultaste muy bueno para la venganza y yo quería continuar con mi placentero resarcimiento.
Aunque me dieron un poco de miedo sus misteriosas palabras, mi instinto me llevó a dejar la ropa a la vista y volver a la cama donde me esperaba esta mujer a la que no recordaba haberla visto antes pero que seguro ahora no la olvidaría con facilidad.

Al llegar a casa comienzo a recordar algunos sucesos de las últimas horas:
1)- Con mi novia Fernanda asistimos a la reunión de fin de año en casa de Sergio, organizada hace unos 365 días atrás.
2)- Desde temprano la música tapó el silencio, la pileta se llenó de variedad de visitantes, el ambiente estaba plagado de extraños y conocidos, y las bebidas parecían ser infinitas.
3)- Tres minutos antes del comienzo del nuevo año, Fernanda me anunciaba que me estaba dejando para irse con su amigo Fernando, que no sólo estaba presente en la fiesta, sino que acompañado de la hasta entonces su novia.
4)- Antes de que pudiera decir algo, el cielo se llenó de fuegos artificiales, de festejos ajenos, de personas lanzándose vestidas en la pileta, de música acompañando los diferentes ritmos internos, de vasos vacíos y vueltos a llenar como por arte de magia, de borracheras crueles y de despedidas para casi siempre.
5)- Una mano me toma de un brazo y me lleva a un lugar aparte. Se trata de Lucía (la ex de Fernando) y me dice algo al oído que no llego a escuchar ni descifrar. De todas maneras me alcanza unas botellas frías que saca de la heladera y me hace seguirla hasta el auto de ella, al que subo y desaparezco con rumbo impreciso.


Ahora me encuentro en mi depto descubriendo finalmente quien era la belleza desnuda, vengativa y sexualmente activa, al mismo tiempo que intento que se me vaya el dolor de cabeza… en plural.
Y como si esto no alcanzara y por el mismo precio, acá estoy (in)cómodamente sentado frente al teclado vomitando estas palabras, este resumen del día, esta forma de tortura literaria que me halla comenzando el año sin mi novia de los últimos tres años, y con mi cuerpo lleno del aroma excitante del cuerpo de la ex novia del nuevo novio de mi ex novia.
Demasiado complicado para el primer día del resto de mi vida.

Razón por la que si alguien, sea quien sea, se tropezara con este diario privado y leyera esto (algo tan improbable como imposible) me animaría a preguntarle si alguna vez tuvo un comienzo de año tan desconcertante como este que acabo de vivir, padecer y disfrutar en menos de 24 horas y en una sola vida.

En una sola vida, que es mi vida, y que no es otra cosa que el génesis de mi vida a diario.

00. contratapa

¡Mierda! ¿Hoy tengo que empezar con este ejercicio literario, con este trabajo obligado, con esta ayuda por escrito, con esta promesa imposible?
Lo único que tengo para decir en mi defensa es que no se deberían tomar como serias las promesas festivas realizadas por un estado anímico sin timón navegando a la deriva entre olas de gran contenido alcohólico. Sin embargo, supongo que puede resultar maléfico quebrar una promesa a pocas horas de un año recién estrenado. Lo único que hice fue mirar a un cielo curiosamente estrellado desde la terraza del edificio, levantar mi vaso lleno por la mitad, y preguntarme qué pasaría si dejara atesorado por escrito las situaciones con las que me voy tropezando y otras que me acompañan sin permisos, para convertirse en fiel testimonio de una vida y precisa ayuda de mi memoria descuidada.
Y en ese preciso momento en que el cielo fue partido por una estrella fugaz (o alguna cañita voladora vecina), mi amigo Pablo, testigo directo de mi pensamiento en voz alta, me dijo que sería una muy buena idea realizar esa especie de autobiografía, ya que así sólo me faltaría la plantación de algún árbol y la llegada de algún hijo para poder morir tranquilo. Lo curioso es que por la mañana, entre tostadas quemadas y un mate horrible, Fernanda me dijo que era hora (remarcando la hora en todas sus derivaciones temporales) que comience a hacer algo por mi cuenta ya que tanto me gustaba la escritura, aunque no creo que haya entendido bien mi idea nocturna de escritura diaria y salvaje. Más curioso todavía fue que Lorenzo, mi jefe de la editorial, me llamó al mediodía para decirme que quería encargarme un trabajo para la firma pero también (aunque esto no lo dijo de esta manera) para sacar a relucir lo que hace tiempo no estoy escribiendo. Para completar la constelación cósmica apuntando sobre mí, un mensaje de mi terapeuta que tuvo que abandonarme (casi) de improviso por un viaje de unos meses al viejo continente y me pedía que en su ausencia realice una escritura diaria sobre lo que me ocurra y lo que se me ocurra. A su regreso, que calculaba para abril, retomaríamos las sesiones y tendríamos mis memorias para releer y analizar.

Entones mi deseo sin medir, el consejo amigo, la indirecta femenina con dirección, la obligación laboral, y la ayuda terapéutica, en una especie de complot literario, determinaron parte de mi ocupación-obligación diaria para los próximos 365 días. Y casi sin darme cuenta, en un santiamén el año bisiesto llegó a su fin y el inicio de este nuevo año impar me encuentra totalmente desnudo de palabras, junto a la hoja electrónica en blanco, para comenzar a darle al teclado y dejar asentado los últimos acontecimientos de una vida que, se supone, no es muy diferente a cualquier otra, aunque por momentos mi ombligo me obligue a centrar allí mi atención.