viernes, 27 de febrero de 2009

47. el mensaje soy yo

Con la excusa de unos trámites laborales y de las últimas noches sin dormir, estuve todo el día de hoy fuera de la oficina… y de mí.
La última semana fue tremenda. Cuando yo creí que había comenzado el año de una manera tragicómica, estos días que pasaron dejaron la comedia para otra ocasión.

Ahora, sentado en un viejo café abandonado al que solía asistir en otros tiempos y en otras vidas, miro a la gente pasar con ese ritmo tan de lunes que se tiene en el centro para andar apurado hacia ninguna parte.
Pido un café doble cargado de crema que me ayude a mantenerme despierto, a pesar de todo.
Todavía me queda algún pucho de la semana pasada guardado en un bolsillo. Acerco la llama a mi Gitana y en medio de la primera bocanada de humo, aparece frente a mí una chica que estaba sentada a dos mesas de distancia de mí y me dice:
—Yo a vos te conozco…
—Puede ser… Muchos me conocen menos yo.
—Sí, vos sos… ¿Gastón?
—Sí… Y vos sos…?
—Valeria.
—¿Valeria?
—Valeria, sí. ¿Qué, no te acordás de mí?
Me quedo en silencio, mirándola, reconociendo la familiaridad de su rostro, pero sin poder ubicar el génesis exacto de su conocimiento. Sin esperar a que yo dijera nada, se sentó en mi mesa y comenzó a contarme la historia que nos ponía frente a frente… una vez más.

—Fuimos a la secundaria juntos. Bueno, en realidad compartimos sólo los últimos dos años, tiempo más que suficiente como para hacernos amigos, después muy amigos, y finalmente más que amigos. Pero esto último sucedió inmediatamente al terminar el colegio secundario. Sí, nos pusimos felizmente de novios y al mismo tiempo nos iniciamos en el amor. En un amor con palabras, un amor con hechos, un amor con momentos, un amor con amor. Y el amor duró una eternidad, pero nosotros juntos 27 meses y algunos días, quizás semanas. Los últimos tiempos fueron difíciles, y el mundo que sólo existía y estaba habitado por nosotros, pronto comenzó a ser invadido por extraños visitantes que no se iban. Sí, había otras vidas más allá de nuestras vidas y algunos gustos también comenzaron a cambiar. Yo me entregué de lleno a mis estudios y aquel trabajo tuyo en la Compañía de seguros nos fue dejando sin tiempo compartido en nuestros relojes de arena. Y cuando eso ocurre, la gente indiferente y sin necesidad comienza a surgir desde abajo de las baldosas flojas de nuestros caminos para hacernos tropezar con fuerza y caer de manera pesada. Sin gloria y con mucha pena nos vimos obligados a despedirnos, con infinitas lágrimas en las miradas y en los corazones. Años después, los caminos tomados y en distintas direcciones nos volvió a reencontrar, y aunque se sentía el calor de aquellas llamas, y aunque nuestras nuevas miradas gritaban en silencio viejas palabras de amor, la amistad se impuso ante todo y todos, y de esta manera única nos recorrimos con la sinceridad que nace y se manifiesta con naturalidad. Nos hicimos más amigos que antes y compartimos risas y penas en nombre de este amor con nuevo ropaje. Hasta que hace poco realicé un viaje al sur y creo haber conocido un nuevo buen amor. Vos siempre vas a estar en mi corazón, pero tenés que dejar que otro pueda hacerme bien también. No tirés todo por la borda. El amor se manifiesta de infinidad de maneras… Y esta, la nuestra es una de ellas.

Me quedé en silencio, contemplando la mesa vacía y al mozo que me despertaba para dejarme el café doble con crema.
Lo dejé como estaba y me fui de inmediato a la casa de Valeria.


—¿Qué hacés acá? — me preguntó sorprendida por la visita inesperada.
—Vine a decirte que te amo… Pero como los amigos que somos desde el primer día en que nos cruzamos en aquella vieja escuela secundaria.

jueves, 26 de febrero de 2009

46. lejos

—¿No podés hacerme esto?
—¿Qué cosa?
—Sabés muy bien de lo que te estoy hablando…

La última vez que la vi a Valeria así enojada y con un diálogo parecido, fue la vez que nos tropezamos con el fin de nuestro noviazgo.

—Ok, perdón, fue sin querer —dije avergonzado y continué con mi humana explicación—. No lo pude evitar. Sentí un aguijón clavándose en mi espalda.
—Pero yo no te traicioné. Nosotros somos amigos, ¿o te olvidaste?
—No, no, ¿cómo olvidarlo? Pero… No sé… Nunca te había visto con otro y…
—Gastón, madurá —me ordenó de una manera que me dolió hasta la médula—. Hace como quince años que dejamos de estar juntos. No podés actuar así porque me pongo de novia. Además Celso es re-buena persona. Imaginate que no voy a andar con cualquiera… Vos me conocés, che.
—Sí, ya sé. Te conozco desde el pelo hasta la punta de los pies —le contesté con la letra de Arjona como para romper el enojo… Pero no dio mucho resultado…
—No, no me conocés. Ni siquiera me conociste así cuando anduvimos de novio.
—¿Te parece?
—Sos un tarado —me insultó con una mezcla de bronca y pena, e inmediatamente se puso a llorar.

(si hay algo que no puedo resistir y que me estruja el alma, es ver a alguien llorando. No importa si se trata de un hombre o de una mujer. Claro que en este caso, siendo Valeria la que se está deshidratando, mi alma se fue volando y me dejó solo para que me haga cargo y arregle el asunto)

—Va… Vale… Pará, calmate. Disculpame, de verdad. Me puse celoso, ¿qué querés que haga? No lo pude evitar.
—Pero, ¿por qué? ¿Por qué?
—Porque una cosa es que andes noviando con alguien de por acá, y otra con un tipo que se encuentra a mil y pìco de kilómetros de distancia, y que lo más probable es que no deje su buena vida sureña y natural y entonces te quiera llevar con él. Vos, tan enamorada del sur y de él, lo más probable es que aceptes su maldita propuesta. Y así te pierdo para siempre… Como amiga, obvio.

Vale no dijo nada. Terminé de decir lo que dije, así de un tirón y no dijo nada en absoluto.
Secó sus lágrimas, se levantó de la silla, agarró su cartera y se dirigió a la puerta para salir. Pero antes de desaparecer se dio vuelta y me dijo:
—Mejor que vos no te vayas lejos y te ocupes del embarazo de tu novia —lanzó con furia antes de dar un portazo y desaparecer.
—Lucía no es mi novia. Y el embarazo no es mío. ¿Acaso no te enteraste de esa parte? —grité contestándole en vano.

Valeria ya se había ido, y mis palabras se estrellaron contra la puerta que todavía temblaba por el golpe.
Y yo temblando por sentir que la estaba perdiendo… para siempre.
(como amiga, obvio… y todo lo demás)

miércoles, 25 de febrero de 2009

45. lola...mento

Del trabajo me fui para casa. Ahí podía inventar una buena excusa para no ir a lo de Lola. La barra iba a estar, y seguro entenderían que no me sentía cómodo escuchando la historia de amor entre Vale y su flamante novio sureño.
—Pero la que no va a entender ni perdonarte va a ser Vale. Y no creo que sea justo que le falles en un momento como este.
Las palabras de Sergio me taladraban la cabeza… pero tenía cierta razón, más allá de mi pasión.

Pucha, yo soy amigo de Vale y hace mil años que terminamos. No puedo comportarme así como un chiquito caprichoso. Fue así que entonces me pegué una buena ducha, me cambié y me fui junto a Sergio y Sebas para lo de Lola, la anfitriona.


Cuando llegamos, los demás ya estaban instalados y poniéndose un poco al tanto de otras cuestiones, ya que para el tema importante, estaban esperando a que estemos todos, es decir, nosotros.
Saludé a Vale con un simple beso y con un apretón de mano a Celso.
Noté que Vale se me quedó mirando, pero yo me hice el distraído y me fui a sentar del otro lado, un poco alejado del centro de la pareja.
(además era el único lugar que quedaba)

—¿Y cómo fue que se conocieron? —preguntó Lore, sabiendo que aunque a mí me molestara, alguien tenía que realizar la pregunta obvia.
—En el refugio del Cerro Otto —comenzó con el génesis de la historia Vale mientras miraba a su tortolito—. Estaba haciendo una caminata hacia la confitería que está en la cima, y cuando pasé por el refugio, decidí parar a tomarme un chocolate. Y ahí me encontré con algo más dulce… Con Celso… Él es el encargado del refugio. Y nada, nos quedamos hablando, hablando, hablando y como se había hecho tarde para seguir con la caminata, ya sea para ascender o descender, me ofreció alcanzarme hasta donde estaba yo parando.
—El viejo truco… —dije murmurando para mí mismo.
—¿Dijiste algo?
—No, que se debe aburrir bastante… ¿Celso era tu nombre? Digo, no debe ser de una gran concurrencia un refugio en mitad de la montaña.
—No te creas —me comenzó a contestar Celso sin darse cuenta que eso era lo que menos pretendía que haga—. Porque además del refugio soy “Guía de Aventuras”. Realizo excursiones de trekking, escala, rafting…
—¿No esquiás? ¡Qué raro! —se asombró Lola mientras aparecía con la bandeja de la picada propicia.
—Esquiaba —siguió presentándose Celso en sociedad—. Pero hace unos cuatro años tuve un accidente en el que caí unos cuantos metros desde el Cerro Catedral, y ahí decidí colgar los esquíes.
—¡Qué lástima! —exclamé exageradamente.
Cris entendió que me refería a que el accidente no haya sido un poquitito más grave como para que no llegase a conocer a Valeria, y por eso me propinó un disimulado pero doloroso codazo.

Y así continuó la reunión amistosa hasta que por fin, aprovechando que Sebas tenía una cita, me ofrecí a acompañarlo y escaparme de esta reunión en la que no dejaba de sentirme tan molestamente incómodo.
Antes de partir, Vale se acercó a mi oído y me dijo…
—Vamos a tener que hablar nosotros dos. No puede ser que estés así.
—¿Así cómo? —pregunté como si no supiera la respuesta.
Será por eso que Vale no me contestó y me saludó con un beso.
Un beso que sentí tan ajeno como lo soy desde la última vez que nos besamos, hace ya un millón de años luz.

martes, 24 de febrero de 2009

44. no vale

Suelo ser demasiado transparente muchas veces. Aunque no diga nada e intente mantener mi estado anímico fuera del alcance de los demás, se me nota a la distancia cuando estoy triste, alegre, fastidioso, loco, malhumorado, eufórico, etc.
Y hoy fue uno de esos días en que vestía de desnudez.

En la editorial, aquellos que leen todo esto, no me preguntaron nada. No hacía falta.
(también la escritura la intento plasmar con poco ropaje)
Trabajé de manera automática y podría decir que el día de hoy lo viví en piloto automático.
Traté de no pensar, de no imaginar, de no…

Pucha, pasó un montón de tiempo desde que dejamos de ser novios con Valeria. Y desde hace rato que somos unos pedazos de amigos.
Compartimos charlas, salidas, momentos, risas, lágrimas.
Nos tenemos un amor inmenso, pero como ya aclaré alguna vez, nunca más volvimos a estar juntos… sexualmente.
Y eso no es algo que me preocupe… Sí, me gustaría volver a sentirla con aquella intensidad de nuestros cuerpos unidos, pero a decir verdad, nos llevamos tan bien así como estamos, con esta amistad con todas las letras, que no hace falta quitarse la ropa para mostrar nuestras almas y notar lo bien que la pasamos juntos.
Pero…

Pero apareció este Celso y sé que ahora van a cambiar muchas cosas.
Ya no creo que podamos salir como antes o tener esa unión tan nuestra.

No, no estoy celoso, sólo me duele saber que algo se quebró, que ahora su tiempo va a estar al lado de este desconocido que apareció desde tierras heladas para congelar la relación que teníamos.


—¿Te parece que es tan así? —me preguntó Sebas mientras tomábamos algo en su depto, después de que me encontró hablando (protestando) solo por la calle.
—Sí, imaginate que cuando ayer le dije de ir a la casa, un poco dudó. Dudó, ¿entendés? ¿Cuándo Vale iba a tener que pensar si iba a su casa una noche o no?
—Y por eso aprovechaste que te llamé para escaparte de su casa.
—¿Qué querías que hiciera? ¿Qué me quedara a escuchar la historia de amor entre los paisajes postales de Bariloche? No, gracias.
—Sin embargo la vas a tener que escuchar igual porque mañana Lola pone su casa para darle la bienvenida a Vale y hacer que presente a su novio en sociedad.
—¿Es una broma?
—Para nada…
—¡Ups!

lunes, 23 de febrero de 2009

43. chocolate por la noticia

Existen tres clases de despedidas que me desarman completamente.
Es decir, todas las despedidas, si son tristes y obligadas, provocan un sabor amargo que te impregna el alma. Pero hay tres que, en sus distintas idas-huidas, me han tocado vivirla, presenciarla en terceros, y me dejan con el corazón desafinado.
Y estas son las despedidas que se producen por medio de aviones, trenes, y/o en taxis.

Ahora, las bienvenidas por estos mismos transportes, no me producen alegrías desbordadas, ni nada parecido, simplemente las tomo como algo que debe ser así.
Pero siempre hay una excepción que le hace cosquillas a las teorías más sofisticadas, y hoy fue el caso.
20.10 llego a Aeroparque.
Tengo una sorpresa para vos…
Venís?


El mensaje lo leí recién cuando llegué a casa después del trabajo. El celular había quedado olvidado sobre la mesa y titilando para avisar del mensaje llegado desde el sur.
Faltaban diez minutos para que sea la hora del arribo, por lo que agarré el celular y, mientras leía otros mensajes sin importancia, me tomé un taxi hasta el lugar indicado.

No me importaba el regalo prometido por Valeria (aunque me encantan los chocolates en rama y ella lo sabe muy bien).
Sólo estaba realmente interesado en llegar a tiempo a su regreso desde el sur, después de casi un mes y medio de su presente ausencia.
Lamentaba no haberme podido arreglar un poco, o recibirla con flores, o algo que le demostrara lo feliz que me ponía que esté de vuelta por acá, sin tantos kilómetros de distancia en el medio.

Miro la hora en mi celular. Ya hacía rato que él pájaro de hierro había posado sus pies sobre tierra firme y Valeria estaría buscándome, esperándome, con sus valijas, mi dulce regalo, y esa sonrisa que alguna vez fue tan mía.
Por fin llego a destino y corro por el pasillo central como en esas películas de finales obvios en que el reencuentro es demasiado previsible (pero encantador) para los amantes.
Pero esto no lo está filmando nadie, hace más de una década que dejamos de ser novios (por más que mi corazón…), y además Vale no aparece por ninguna parte.
Pregunto por su vuelo y me indican que llegó puntualmente.

La llamo por el celular con la esperanza de que todavía ande dando vueltas por acá.
—Gracias por tu recibimiento —me dice para hacerme sentir culpable.
—Es que me dejé olvidado el celular y recién cuando… Bueno, no importa, ¿dónde estás?
—En taxi llegando a casa.
—Ok, ahora voy para allá —le digo sin poder disimular mi ansiedad.
—¿Te parece? No querés que lo dejemos para mañana o…
—¿Estás loca? No puedo esperar más para verte. Además no quiero que mis chocolates en rama corran peligro de extinción en otras fauces que no sean las mías.
—Bueno, dale, te espero así te doy tu regalo y te muestro la sorpresa.

El taxi este fue más rápido que el anterior, pero igual me permitió divagar con mi imaginación sobre cuál sería la sorpresa que dijo que tenía.
Debo confesar que me imaginé 4938572305729857 cosas, y todas tenían un camino que nos llevaba a estar nuevamente juntos, como para darnos una nueva oportunidad después de aquel hermoso noviazgo que terminó tan mal por ser durante aquellos tiempos tan… ¿jóvenes? ¿inexpertos? ¿estúpidos?
De todas maneras no reniego de nuestra sincera amistad y que nos llevemos tan naturalmente bien compartiendo nuestras vidas sin tener que llevarlas a la cama.
Pero bue…

Finalmente llego a la casa.
Me doy cuenta que ahora tampoco tengo nada en las manos como para regalarle como bienvenida. Entonces con las manos vacías y con el puño cerrado, golpeo a su puerta para volver a tenerla frente a mí y ponernos al tanto de los últimos acontecimientos de nuestros alrededores.
Se abre la puerta y una figura masculina se me queda mirando con cierta desconcierto en su rostro.
—Hola, soy Gastón… ¿Valeria?
—Ah, sí, pasá, se está dando una ducha. Ya sale.
Entro a la casa y no sé quién es el tipo este que me mira con una sonrisa guasona
—Te miro y no te ubico. ¿Vos sos…? —le pregunto intentando descifrar su cara que no me resulta para nada familiar
—Disculpame, no me presenté —me dice tendiéndome la mano—. Soy Celso, el novio de Valeria.


No me quedé mucho tiempo.
Saludé a Vale apenas salió de su baño, charlamos cinco minutos y, aprovechando una llamada que me hizo Sebas, me despedí con una excusa laboral urgente.

Los chocolates en rama que me trajo desde Bariloche tenían un sabor amargo…
Un sabor muy amargo…

domingo, 22 de febrero de 2009

42. mensaje descubierto

Noche de boliche y buena parte de la barra que grita: ¡Presente!
Mientras se hace la hora señalada, hacemos tiempo con la recorrida zigzagueante de bares y copas.
Las risas saludables atraviesan la noche y esquivan las gotas de lluvia, mientras los brindis se eternizan en un eco interminable.
(además, la culminación de esta semana amerita el choque de copas llenas para vaciar y volver a llenar)

Un campanario a lo lejos no hizo sonar las campanadas, pero sí el reloj de Cris nos avisó que podíamos ir encarando hacia el boliche que hoy iba a contar con nuestra festiva presencia.
Y con el paso firme abandonado, nos dirigimos al lugar donde pasaríamos el resto de la madrugada.
La buena música, el ambiente interior acorde, las compañías gratas y las razones de los corazones latiendo al mismo ritmo.
La pista se fue llenando y decidí alejarme un poco de la marea humana para descansar tranqui sobre la barra. Cuando voy llegando, encuentro lugar entre una chica y un chico que está cada uno en su mundo y ahí me acomodo.
—Un tequila doble —pido al barman que comienza a hacer estúpidos malabares con la botella seleccionada.
En eso, siento que me tocan el brazo. Es la chica que está sentada al lado mío.
—¿Le podés dar esto a él? —me dice alcanzándome un papel doblado mientras me muestra con cierto disimulo al flaco que está en el otro costado mío.
—Sí —le digo mientras paso el papel escrito a la persona señalada, y al mismo tiempo que me doy cuenta que la mina es la misma que ayer vi en el colectivo… pero no digo nada.
El flaco, después de leer el mensaje, se levanta de la barra y se va quién sabe dónde, mientras la chica comienza a reírse.
Yo pido otro tequila (este simple) y es entonces cuando siento que ella se me queda mirando.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—¿Por escrito o…? —pregunto con la bebida ya haciendo cierto efecto en mí.
—A vos me gustaría hacértela oralmente…
(trago saliva)
—¿Vos ayer no estuviste viajando en colectivo?
—No me acuerdo que hice hoy, pero puede ser que sí —le respondo con absoluta sinceridad.
—Yo no olvido un rostro cuando me gusta.
—¿Y por qué no me escribiste nada, entonces? —pregunto con una risa tonta.
—Porque sólo le escribo a los lindos cobardes. Y siento que vos no tenés nada de cobarde.
—¿Y qué escribís?
—Para que tengas una idea… El que estaba al lado tuyo, ahora debe estar masturbándose en el baño leyendo mi cartita.

Miro para todos lados sin saber si quedarme o escaparme, y entonces descubro a la barra haciéndome algunas señas graciosas desde la pista.
—Me tengo que ir.
—¿De verdad? Qué lástima… pero esperá… —saca una libreta, anota algo y me pasa un papel escrito.
—¿No era que yo no te parecía cobarde? —le recriminé con cierta herida egocéntrica.
—Sigo pensando lo mismo… A vos sólo te escribí el número de mi celular.


Ya afuera y con la lluvia todavía cayendo, Sergio pone cara canchera y nos cuenta a todos:
—Miren el mensaje que me mandó una chica de su puño y letra. Dice: “Si vos sos pelado y tan lindo, no puedo dejar de desear conocer también a tu amigo”.
—¿Se refiere a tu…? —arriesgo Cris con cierta timidez.
—Claro, jajajajaja. Che, esto se parece a lo que me contaste ayer, Gastón, ¿te acordás? Lástima que no me escribió ni su nombre ni su número…
—Ah, me olvidaba. Esto es para vos —dije haciéndome el distraído y sacando el papel con el número de teléfono—. No podés dejar de cumplirle el deseo a tu admiradora secreta.

Y me fui feliz de ayudar a mi amigo… y de sacarme a esa loca de encima.

viernes, 20 de febrero de 2009

41. mensaje encubierto

Hoy estuve haciendo tramiteríos varios en el centro del microcentro.
Cuando la oficina es un hervidero de (buenos) trabajos y (malos) humores, estas escapadas laborales son como un trago de colores on the rock.
(sobre todo teniendo en cuenta la lluvia que me cayó sobre la cabeza sin previo aviso y después de soportar una jornada como la de ayer con más de 40º se sensación térmica)

La cuestión es que en un momento del día, me encontraba viajando en el interior de un colectivo, sentado en un costado de la última fila cuando, dos asientos adelante, se acomodó una flaca junto a un hombre maduro, y un asiento más adelante en diagonal, pero unas paradas después, ocupó un lugar un flaco.
Hasta ahí nada fuera de lo común hasta que sucedió…

El tipo maduro se levantó de su asiento compartido para bajarse por la puerta del medio, entonces la flaca le hace llegar rápidamente un papel a una chica que estaba parada, haciéndole señas de que se lo entregue al despreocupado joven de allí adelante. Dirigí enseguida mi mirada y atención al afortunado hombrecito que acababa de recibir el misterioso mensaje, mientras la escritora no quitaba ahora la vista de su ventanilla y del paisaje húmedo que esta ofrecía.
Mientras tanto, el tipo abre el papel nerviosamente doblado, lo lee y enseguida lo vuelve a doblar, lo guarda en un bolsillo y continúa su camino con la mirada al frente, sin por un segundo girar su cara para ver quién o cómo era la chica que le había mandado el mensaje escrito.

Y yo no pude más que indignarme ante esta inesperada situación…

¿Cómo es posible que el flaco no se levantara de su asiento a decir algo a la autora de la nota?
¿Acaso estaba siendo amenazado por una desquiciada peligrosa, por su amante insatisfecha, por una agente de la CIA?
¿El tipo sufría de tortícolis, tenía problemas de erección, ya había acabado?
¿Lo estaban extorsionando, le habían dedicado un poema horrible, no sabía leer?
¿La mina tenía una letra indescifrable, a su número de celular le faltaba algún cinco, a ella misma le faltaba algún caramelo del frasco?
¿Ya se conocían y se odiaban, o se trataba de un juego de alta intensidad erótica en el que hacían como si fueran dos imperfectos desconocidos?

La cuestión es que me pasé dos paradas del lugar al que me dirigía para darles una oportunidad de que ocurriera algo, pero frente a la inacción de ellos, antes de bajar por la puerta del medio, les regalé una mirada de odio a los dos protagonistas de esta historia confusa, ajena e incompleta.

—¡Qué par de cagones! No lo puedo creer —iba hablando solo mientras caminaba bajo la lluvia refrescante de una ciudad agobiante—. Estos dos se pueden anotar tranquilamente en el próximo Gran Hermano para mostrar a las miradas ajenas sus lindos culos inmóviles. Me encontraba realmente fuera de mí frente a este par de incongruentes que sentía le faltaban el respeto a sus vidas, a sus historias y a los testigos indirectos que nos quedamos sin saber ni entender nada de nada.


—¿Y vos qué hubieras hecho? —me preguntó Sergio cuando le conté lo sucedido (aunque no sucedió nada).
Pensé durante unos pocos segundos y con una sonrisa que me salió del alma le contesté:
—Me hubiese metido en problemas, como es mi sana costumbre.

jueves, 19 de febrero de 2009

40. teléfono descompuesto (el juego)

—¿Estás seguro? —me pregunta Cris con su tono inseguro.
—Sí Cris, siempre nos cuidamos. Vos sabés que hay cosas con las que no jodo (a veces), y con Lucía siempre estuve atento.
—Entonces… ¿no vas a ser papá?
—Por ahora no. Y cuando lo sea, intentaré saberlo al mismo tiempo que la madre.
—Ahhh…
—Disculpame, pero… ¿te pasa algo?
—No, nada. Bah es que yo… Bueno, pensé que era seguro y… Nada, te traje esto —dijo dándome una bolsa.
Al abrirla, me encuentro con un montón de ropa para bebé. Y cuando digo un montón…
—Pero nene, no te hubieses molestado. La verdad es que…
—Bueno, no importa, se la regalo a mi prima que va a ser mamá.
—Ah, no sabía. ¿Y para cuándo espera?
—No sé. Lo está buscando con el marido.
Si hay un tipo precavido… ese es Cris.


—Hijo, te felicito por hacer durar en el tiempo el apellido. Por el momento no puedo viajar pero ahí debe estar llegando un flete con una cuna —me informa mi viejo vía celular.
—Papá, no te hubieses molestado. Además, la verdad es que yo…
—Te paso con tu mamá —me dijo sin escucharme por culpa de la señal que se va.
—Hola mamá… Sí, gracias… Yo… No, no llores mamá… Ma, escuchame, es todo una confusión… No, una confusión dije, no una bendición… Mamá, ¿me escuchás? Mamá… Mamá… Hola…
—Hijo, soy yo papá. Te tengo que dejar porque mamá se desmayó. Viste cómo es la vieja.
—Papá, necesito que me escuches. Yo…
—No te preocupes por nada Gastoncito… Y cuidá a Fernanda y a su panza.
—Pero papá, no es Fernanda la que está embarazada. Es otra chica que… ¿Hola? ¿Papá? Papá…
Pucha, no sé si se fue la señal del todo o cayó desmayado al lado de mamá.


—¡Tomá! Estás obligado a que le des esto —me ordena con cariño Sergio.
—¿A quién? ¿De qué hablas? ¿Qué es esto?
—Mirá, a mi no me importa si es nene o nena, pero si es hijo tuyo tiene la obligación moral de ser hincha desde el primer segundo —dijo desplegando una camisetita de Boca Juniors.
—Pero Sergio…
—No tenés nada que agradecer.
—No, no es eso. Es que el bebé que va a tener Lucía, no es mío. Es de Fernando, el novio.
—Uy… ¿Y no sabés vos de qué cuadro es él?


—Querido amigo, tengo un regalo para vos que te va a encantar.
—No Sebas, no voy a ser papá. Te pido disculpas si te pusiste en gasto y compraste algo para el bebé, pero no es mío.
—¿De verdad?
—De verdad.
—No importa querido amigo, porque el regalo era para vos, como despedida de irresponsable. Pero como veo que vas a seguir con tu linda soltería… Van a venir a casa dos amiguitas que van a estar felices de celebrar con un buen tequila esta noticia. Dale, te espero.


Agradecido pero cansado de todos los mensajes, vistas, correos, llamados recibidos por un embarazo que no es mío. Basta. Esto es demasiado. Voy a tener que reunir a la barra y contarles a todos juntos que no voy a ser papá. Que Lucía espera un bebé de alguien que no soy yo. Y que dejen de hacerme regalos en miniatura.
Estoy con estos pensamientos en mi cabeza cuando suena el timbre. ¿Más visitas?
Abro la puerta y un tipo grandote, de bigotes, gorra, y una remera sucia con la imaginativa inscripción: “FLETES YA” me pregunta:
—¿Usted es el señor Gastón? ¿Dónde le dejo esta cuna?


Por suerte Sebas me está esperando con unas chicas que me ayudarán a despejar la cabeza… sin olvidar el cuidado, claro.

miércoles, 18 de febrero de 2009

39. el milagro argentino

—Gastón, tenemos que vernos —me dijo antes de decir “hola”, Fernanda.
—¿Pasó algo? —pregunté sabiendo que era lo más probable.
—Sí —fue su escueta y afirmativa respuesta.

A los diez minutos de llegar a casa, apareció Fernanda, con una cara que podía resumirse como de: “tetengoquecontaralgohorriblequemepasoyquieroquemeperdones”. Se sentó en el sillón y se puso a llorar.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué llorás?
—Te tengo que contar algo horrible que me pasó y quiero que me perdones.
—Estás embarazada —me salió de la boca sin poder reprimir la frase.
—¿Qué? —se desconcertó Fernanda ante mis dos palabras—. No, nene. La que está embarazada es Lucía.
No dije nada… Prefería que ella hablara y que descargara su bronca que seguramente me impactaría de lleno. Pero no… Continuó con su descarga y el milagro se hizo presente.
—No, nene. La que está embarazada es Lucía. Está embarazada del hijo de puta de Fernando.
—¿¿¿QUÉ??? —dije cayendo extasiado sobre el sillón y mirando de reojo a los cielos que me guiñaban un ojo.
—¿Estás segura? ¿Cómo sabés que es de él? —pregunté sin poder dar crédito a lo que estaba escuchando.
—Me lo confesó anoche. Ellos se siguieron viendo y como es obvio, no se cuidaron. Me dijo que ella pensó que era uno de sus atrasos, pero hicieron el test y la fecha coincide con unos días que estuvieron juntos sin que nosotros lo sepamos. Bah… quizás mientras nosotros estábamos juntos— agregó con una pequeña sonrisa.
—No te puedo creer —dije yo sin poder creerlo.
—Sí, y yo tengo la culpa de todo esto.
—¿Cómo que vos tenés la culpa de esta fantast…, digo, terrible noticia?
—Sí, porque yo te dejé por ese idiota. No sé en qué estaba pensando y vos para vengarte te fuiste con Lucía, y ahora te enterás que ella va a tener un hijo del novio que nunca la dejó… Bah, sí la dejó embarazada. Gastón, perdoname, debés estar sufriendo como loco, ¿no? Yo te dejo y tu nueva chica esperando un bebé del novio que nunca abandonó.
¿Qué podía decir yo?
Me brotaban las lágrimas de la emoción.
Debe ser lo más hermoso del mundo ser padre, pero no así de esta manera. Casi sin saber cómo pudo haber sido.
Sí, me caían lágrimas y agradecía a los santos tíos esta noticia que me traía Fernanda.
—No Gastón… No llores, por favor, vení —dijo tomándome entre sus brazos y llevando mi cabeza hacia sus pechos.
Yo me sentía en la gloria…
—Tenés razón —expresé poniéndome de pie y arrojando mis lágrimas lejos—. Quizás todo esto sirvió para que te des cuenta del hombre que tenías a tu lado, es decir, a mí, y que dejaste ir por un tontuelo calentamiento. Pero te perdono, Fernanda…
Fer estaba emocionada y yo que no aguantaba más me perdí en la cocina, hice saltar un corcho contra los pies del vecino de arriba, y me aparecí con dos copas en la mano de un Norton Roble que me recomendó mi amigo bahiense Ángelos.
—¿Qué hacés? —me preguntó sorprendida.
—¿Qué hago? Simplemente que quiero que brindemos por el pequeño niñito que vendrá al mundo dentro de unos meses, fruto de un amor que no se quebró pese a la manera en que todos comenzamos (y terminamos) el año.
Alzando las copas, y algo confundida Fernanda me miraba como a un bicho extraño.
—Vos estás loco, ¿no?
—Sí… Loco por vos!!!

Con el beso, las copas dejaron caer un poco de vino al suelo
Y con el mismo beso, los dos nos dejamos caer también sobre el suelo… para emborracharnos de placer.
(y con placer)

martes, 17 de febrero de 2009

38. embara... qué?

Cris, Pablo, Sebas y Sergio llegaron con la puntualidad con la que comenzaron a bombardearme a preguntas, después que los cité en casa y les expliqué los motivos de la reunión.

—¿De cuánto? —preguntó Sebas.
—entre seis y ocho semanas.
—Y cuándo fue que…? —quiso saber Cris
—Y… hace seis u ocho semanas.
—No, ¿cuándo fue que se enteró? —completó Cris su pregunta interrumpida.
—Ah… No sé… creo que la semana pasada.
—¿Y está segura? —interrogó algo inseguro Pablo.
—¿De qué?
—Del embarazo
—Sí, en un 99,99 por ciento.
—Ah, entonces existe un 0,01 de probabilidades ciertas de que no…
—Para Pablo, no es momento de chistes —lo retó Sergio.
—Pero no es un chiste, es una realidad matemática. Aunque es muy poco, pero hay un 0,01 por ciento.
—¿Y eso qué cambia?
—Que en los próximos meses puede llegar a seguir con la misma figura o que…
Invitamos a Pablo a retirarse a hacer unos tragos en la cocina.
Lo andábamos necesitando, tanto a su ausencia como a los tragos.

También yo necesitaba respirar un poco ante la invasión de preguntas de mis queridos amigos. Y es lógico que actuaran de esta manera después de que les contase de la charla que tuve anoche con Lucía. Más allá de que no pegué un ojo, sé que si los hubiese llamado en pleno insomnio, ellos se hubiesen presentado en la misma madrugada, mostrando una vez más, sin necesidad alguna, las credenciales de amigos que son.

Nuevamente en ronda, hablando de todo, lanzando teorías al techo, y apagando nuestras ansiedades con los vasos llenos que trajo Pablo, fue Sergio quien arrojó la pregunta concreta y que nadie, curiosamente, todavía había realizado.
—¿Y de quién es?
El sonido de los tragos y la saliva pasando por nuestras respectivas gargantas llenaron el silencio expectante y ansioso con que esperaban escuchar mi respuesta, si es que la tenía. Y sí que la tenía…
—No lo sé.
—¿Cómo que no lo sabés? ¿Ella tampoco lo sabe? No puede ser que no… —se ofuscó rápidamente Cris al mismo tiempo que desplegaba sus famosos ojos salidos de sus órbitas.
—Es que la fecha abarca tanto cuando estuvo con Gastón como cuando estuvo con su ex —explicó Sergio con su tranquilidad de Buda.
—Pero vos te cuidabas, ¿no? —siguió Cris con su mirada en 3D.
—Obvio, pero vos te habrás enterado que no hay nada absolutamente seguro.
—Salvo la aspirina —dijo con aire de suficiencia Pablo.
—¿La aspirina? ¿De dónde carajo sacaste eso? —preguntó totalmente sacado Cris.
—Para que lo sepas, es verdad. Y muchos padres se lo aconsejan, recomiendan y entregan a sus hijas como método anticonceptivo ciento por ciento seguro. Realmente, es lo más efectivo que ha entregado al ciencia en los últimos tiempos en este tema.
—¿Y cómo es eso? —quiso saber Cris con las pulsaciones volviendo a sus cauces normales.
—Sencillo —dijo Pablo, y prosiguió—. Se toma una aspirina entre los dedos, y se debe colocarla entre las rodillas, realizando cierta presión para que la pastillita milagrosa no se caiga al suelo.
—¿Y entonces?
—Y entonces fijate si podés dejar embarazada a una chica mientras tiene las piernas cerradas por tener la aspirina apretada entre sus rodillas.
Fue imposible no destornillarnos de la risa después de la graciosa intervención de Pablo.


Cuando los chicos se fueron, me quedé solo en casa, con más preguntas que respuestas, juntando los vasos vacíos y, más que nada, intentando ordenar mis pensamientos… algo embarazosos.

lunes, 16 de febrero de 2009

37. causa y efecto

—¿Cuánto hace que no sabés nada de Lucía?
Me sorprendió la pregunta como esas lanzas que se arrojan con acertada y directa precisión.
—Y… ya deben haber pasado diez días.
—¿Diez días? No, nene, ya pasaron más de dos semanas.
Por alguna razón, Sergio me estaba recriminando algo que yo no llegaba a comprender. Lo más probable es que él supiese algo de ella y no me lo quiera decir… Bah, no es que no me lo quiera decir, sino que prefiera que sea yo el que me ocupe en averiguarlo. De todas maneras indagué:
—Che, ¿vos sabés algo?
—¿Por qué no la llamás? —me contestó de la manera como señalan las normas no debe hacerse, respondiendo con otra pregunta.


La última vez que la vi a Lucía estaba vestida, en casa, y después de haberle preguntado si seguía viendo a su ex, simplemente desapareció.
Y ahora que lo pienso… Fernanda estuvo reapareciendo por acá no sólo más seguido, sino con mayor intensidad.
Es decir que mientras una se fue, la otra vino, como si se turnaran para no dejarme solo.
Pero no se trata de eso…
Hay que tener en cuenta el detalle de que Fernanda estaba saliendo con el ex de Lucía, y según parece… no era lo que ella esperaba.

Bueno, pero lo mejor es no realizar cálculos ni sacar probabilidades matemáticas, porque en el fascinante y extraño universo femenino… la lógica no tiene nada de lógica.


Cuando llego a casa, busco mi celular perdido, no porque lo extrañe, sino porque lo había dejado olvidado y además porque es donde tengo guardado el número de Lucía. Cuando ya me estaba dando por vencido, lo escucho sonar con débil voz. Y el sonido va en aumento al mismo tiempo que me voy acercando al balcón. Finalmente ahí lo encuentro tomando el aire fresco de esta ciudad agobiante. Me apresuro a atender y la sorpresa que llega con puntualidad.
—Necesito que nos veamos —expresó del otro lado de la línea Lucía.
—¿Dónde?
—Venite para casa.

Una vez que llegué y nos reencontramos, me pareció que esa mujer que estaba frente a mí, no era la Lucía que había conocido. Hermosa como siempre, pero con una fragilidad que la distanciaba a años luz de la chica tan segura de sí misma con la que compartí varias veladas y desveladas.
Después de un silencio profundo y eterno que se cortó cuando apoyó las dos tacitas de café (el mío con crema) sobre la mesa, la miré a los ojos buscándola, pero más que nada intentando encontrarla, y le pregunté qué (le) pasaba.
—Necesitabas hablar conmigo… Bueno, acá estoy. Me querés contar o…?
Mi frase fue interrumpida con las lágrimas que comenzaron a caer al vacío desde los ojos de Lucía., en un llanto de esos que hacen temblar la estructura interna de cualquiera.
—Pero… ¿qué te pasa? —pregunté sin saber bien qué preguntar al mismo tiempo que la abrazaba sin saber bien qué hacer.

Tardamos varios minutos en despegarnos, el mismo tiempo en que ella logró tranquilizarse y hacer que le prometa que me marcharía y la dejaría sola luego de que escuchara lo que me iba a contar.
(aunque sin estar de acuerdo, imposible no cumplir la promesa a alguien que te lo pide con lágrimas en los ojos)


Con la noche encima, atravesando una ciudad vestida de soledad, y después de siglos con una gitana entre mis labios, me volví caminando despacio a mi casa, como se lo prometí a Lucía, inmediatamente después de que ella me explicara la causa de su angustia, de su fragilidad, de su…

sábado, 14 de febrero de 2009

36. enamorado de...

Todos tirados a un costado de la pile, y esperando que se haga domingo para salir sin tantos enamorados perdidos por la calle.
De pronto, Lorena quebró el silencio que estábamos escuchando atentamente entre algunas risas y susurros públicos.
—No puede ser que hoy sea el día de los enamorados y que ninguno de acá esté enamorado de alguien.
(algunos grillos comenzaron a criquear con mayor intensidad)

—¿Y quién dijo que yo no estoy enamorado? —preguntó de pronto y con voz elevada Pablo para sorpresa de todos.
—¿De verdad? ¿De quién estás enamorado? —quiso saber Lorena con sus ojitos sorprendidos y su inocencia a cuestas.
—No me acuerdo su nombre, pero… —contestó sin terminar la frase por la risa a la que todos seguimos.
—De todas maneras —dije tomando la palabra y entusiasmándome un poco con lo que sabía que se avecinaba— yo creo que, más allá del estado en que nos encontremos cada uno, es obvio que podemos estar completamente enamorados y brindar por eso.
Uno a uno se fueron enganchando con el tema y así, entre todos, fuimos armando un listado de las causas, de las personas y demás circunstancias por las cuales hoy, en el día de los enamorados, podemos terminar brindando
(siempre hay una buena excusa, jajaja)

Acá va parte de la lista que armamos entre todos para saber y darnos cuenta que estamos (o podemos llegar a estar) enamorados…

De la novia que quizás llevemos algún día al altar, del novio que se niega pero que convenceremos, de la esposa que nos ama (y es nuestra ama), del esposo que rápidamente aprendió a decir las dos palabras mágicas: "sí querida", del amante que nos toma por asalto y con pasión, del vecino de al lado que nos saluda y está siempre atento, de la vecina de enfrente que me tiene loco de amor, de los abuelos que son nuestros padres mayores, de los padres que son nuestros padres, de los amigos que son nuestros hermanos del alma, de alguien que alguna vez se nos cruzó en el camino y con el que tropezamos con gusto.

Del trabajo (pero no del jefe), del oficio al que le dedicamos tanto tiempo, de la profesión que elegimos y defendemos con uñas y dientes, del hobby que nos refresca el alma, de un libro que nos transporta sin movernos del lugar, de una pintura que nos transmite paz al contemplarla, de una escultura que nos remonta a otros tiempos, de una artesanía que casi vimos nacer, de una canción que le pone ritmo a nuestra vida, de un poema que se escribió con pluma, tinta y un corazón.

De una película que jamás nos cansaremos de ver una y otra vez, de una historia que hizo historia, de un cuento sin final, de una mentira piadosa, de una verdad sin piedad, de una frase que sabemos utilizar bastante seguido, de una palabra que nos dijeron al oído, de una carta escrita con buena letra, de una carta que recibimos con emoción, de una carta que nunca nos escribieron, de una carta que nos hizo ganar la partida.

De una habitación ordenada, de una cama desarreglada, de una plaza de nuestra infancia, de una esquina perdida que siempre encontramos, de la vereda de nuestra casa (que pese a su estado ya le tomamos cariño), de la calle con los adoquines infinitos, del pasado que no vuelve, del presente que pisamos, del futuro que todavía no llegó (pero que pronto llegará).

Del refugio descubierto durante una noche perdida, del árbol que nos regaló su sombra, de una rosa en el medio del desierto, de una ola enorme con la que obligadamente aprendimos a nadar (y a respetar al mar), de un río caudaloso, de un lago tranquilo que se asemeja a un espejo, de un arroyo que nos proporciona una buena pesca, de un barrio conocido, de una ciudad lejana (pero cercana en nuestro interior), de una tierra tan mía como tuya.

De una escena que nos quedó grabada, de un acto que alguna vez sucedió, de un grito que supimos escuchar, de un gesto que se nos brindó, de un guiño que una persona de buenos ojos nos regaló, de una voz del otro lado de la línea, de un alma que nos devolvió el cuerpo, de una copa de buen vino para degustar y compartir, de una caricia maestra, de un beso bien dado, de los latidos de un corazón.

Del sol de cada día, de la luna cómplice de cada noche, de una estrella fugaz que lleva a cuestas nuestros deseos, de nuestro querido planeta, de algunos dioses del cielo, de algunos humanos del suelo, de los misterios de la vida que queremos descifrar, de la misma vida que es todo un misterio, de las letras que hablan de amor y, sobre todo, del amor con todas las letras.

viernes, 13 de febrero de 2009

35. donde juegan los chicos...

—Gastón, ¿podrás llevar a Tami a un cumple? —preguntó mi hermana con tono de orden (no de súplica).
—¿De quién?
—De un compañerito del jardín.
—¿A qué hora?
—A partir de las cinco está bien.
—¿Por qué no la llevás vos?
—Porque tengo que quedarme después de hora a terminar unos informes.
—Ok, yo termino de rascarme, la paso a buscar y la llevo.

Debo aclarar que muchas veces con mi hermana nos tratamos así, pero ella sabe muy bien que puede contar conmigo para lo que sea, y más tratándose de Tami. Por eso antes de terminar el diálogo celulístico tiró la piedrita…

—Bueno, cuidala bien y tratá de que no vea a ninguna mujer desnuda, ¿podrá ser?


Tami estaba vestida como una auténtica princesita, y con el regalo en la mano, llegamos casi puntualmente al pelotero donde se realizaba la joda infantil.
Y mientras ella se fue a jugar con todos sus amiguitos, yo me ubiqué en una mesa dispuesto a aburrirme durante las próximas tres horas.
—¿Sos el papá de…? —me preguntaba la mayoría de las madres que andaban por ahí, chusmeando a rabiar sobre los ausentes y demás personalidades.
Cansado de responder que soy el tío de mi sobrina y creo que padre de nadie, me agarré un vaso de jugo de naranja y me fui a ver cómo se divertían los peques.

—Vos sos el tío de Tamara, ¿no? —me preguntó con cierta seguridad una mujer delgada, de ojos claros, bucles naturales y sonrisa ídem.
—Sí, ¿cómo sabías?
—Me lo dijo tu sobrina. Como ella sabe que yo soy la tía de Santi, se acercó para decirme que si necesitaba un tío, vos eras un poco loco pero bueno.
—Jajaja, qué ocurrente, ¿no? —dije mientras me hundía en el vaso de jugo—. Lástima que no creo que a vos te haga falta un tío.
—No, a mí no… pero a mi sobrino Santiago sí.

Obviamente que el castillo inflable o el colchón de pelotitas era una perversa tentación, pero recordé el pedido de mi hermanita y decidí tranquilizar la situación yendo a buscar más jugo sintético y sentándonos en una mesa apartada pero a la vista de nuestros respectivos sobrinos.
Y así pasamos a los payasos, la tortita, la piñata, y demás actividades infantiles, conversando sobre diversos temas hasta que la fiestita llegó a su fin.


—¿Quién era? —me preguntó cuando salíamos Tami haciéndose la distraída.
—Creo que la tía de Santi —le contesté siguiéndole la corriente—. ¿La conocés?
—Ah, sí, se llama Lisa y es la tía de mi novio.
—¿De tu qué?
—De mi novio, de Santi. Y vos podés ser el novio de su tía y un día podemos ir a pasear todos juntos, ¿querés? Espero que le hayas pedido el número de teléfono así la llamás y le preguntás.
Me quedé en silencio, pensativo y preocupado, mirando y escuchando a mi sobrina decir todo esto con sus leves seis años.
Por suerte ella tenía razón y antes de salir del pelotero ya habíamos Intercambiado números y quedamos en llamarnos para vernos un día de estos, en un lugar más apropiado, y lejos de nuestros queridos sobrinos.

jueves, 12 de febrero de 2009

34. carta sin marcar

No sé si es la presión, la humedad, el cansancio, algunos problemas internos, o simple vejez, pero al llegar a casa, lo único que quería era descansar un poco. Preparo todo en el balcón para una de esas noches de buen vino y pensamientos leves, de hermosas soledades, de misterios sin importancia, de tranquilidad a siete pisos de la ardiente ciudad, cuando golpean la puerta.
—¿Cómo estás, Sebas? —le pregunto invitándolo a pasar.
—Viniéndote a entregar el correo. El siete parecía un dos y el encargado nuevo me dejó el sobre a mí en lugar de a vos.
—¿Tenemos encargado nuevo?
—Eso no es lo importante. Abrí el sobre, dale… —me dijo en forma de orden y sin ocultar su ansiedad con altas dosis de curiosidad.
Abro el sobre y me encuentro con una tarjeta de invitación y una carta escrita de puño y letra de Vanesa.
—¿De quién?

Vanesa fue una novia… Bah, en realidad no llegamos a ser novios porque ella ya tenía un novio. La conocí en una reunión, un cumpleaños de alguien que ahora no recuerdo, y su belleza me impactó.
Estaba sola, envuelta en un vestido ajustado, y escapando de los buitres que volaban a su alrededor. En un momento alguien se puso pesado y yo salí a protegerla alejándola del idiota alcoholizado diciéndole (mintiéndole) que yo era el novio. Nos instalamos junto a una fuente que había en el patio de afuera, y ahí nos quedamos comunicados entre nos e incomunicados del mundo exterior.
—Tengo novio —me dijo cuando la charla se volvía más pausada y más cercana.
Primero me sorprendí, después me reí nervioso imaginando que se trataba de un chiste, y por último, cuando vi que lo que me había dicho era verdad, me ofrecí a retirarme.
—No te preocupes, no vino. Y si hubiese venido… tampoco quisiera que te vayas.
Con un beso inolvidable que me dio con unos labios tan delicados como salvajes, me ofreció ser su amante.
Realmente no hubiese aceptado si no fuera que me agarró en un momento de debilidad (por lo menos para negarme a tan nefasta proposición).
Estuvimos viéndonos durante un par de meses, y en ese tiempo me di cuenta lo poco que se preocupaba su novio de ella.
Él tenía un cargo muy importante en el correo donde trabajaba, y se la pasaba viajando de una provincia a otra, dejándola a ella demasiada tiempo sola
(bueno, por lo menos eso es lo que él creía)

Todo iba bien durante ese tiempo de clandestinidades.
Él andaba despreocupado y con la seguridad de que su dinero la mantenía a ella a su lado.
Vanesa sabiendo conformar a los dos, siendo toda una dama con su novio y todo lo contrario conmigo.
Y yo, creyendo que de esta manera, mi corazón pirata quedaba a buen resguardo de heridas.

Sin embargo, un día Vanesa recibió un telegrama de su novio, desde alguna provincia del norte. No sé qué podría decir en tan pocas palabras, pero se ve que fue certero porque ese mismo día empacó sus cosas y a la noche se tomó un micro hacia un destino que para mí fue incierto.
Durante esa semana, un flete se llevó los muebles de la casa, y aunque intenté averiguar su paradero, no logré saber absolutamente nada de Vanesa.


No logré saber nada hasta hoy, en que me llega una tarjeta de invitación a su casamiento, y una carta de su puño y letra que, en sus pocas líneas me pide disculpas y expresa lo importante que sería para ella poder verme, una vez más.

Por suerte el balcón ya se encuentra preparado, pero esta vez no será para una de esas noches de buen vino y pensamientos leves, de hermosas soledades, de misterios sin importancia, de tranquilidad a siete pisos de la ardiente ciudad… sino todo lo contrario.

miércoles, 11 de febrero de 2009

33. de película(s)

Mi hermana Ana me llamó para decirme que Tami quería venir a dormir a casa, y yo no puedo (ni quiero) negarme a hospedar a mi pequeña sobrinita.
Al salir del laburo paso a buscarla y en el camino nos desviamos hacia el lugar indicado para ver en pantalla gigante “Madagascar 2”.
Nos reímos mucho con la peli (yo un poco más que ella).
Después del cine, como ya era la hora de la cena, nos dirigimos a lo del tío Mc y ordenamos unas cajitas felices.
(es increíble cómo después de comer en estos lugares extraño tanto fumarme una de mis entrañables gitanas)

Llegamos a casa y Tami quería ver Madagascar, pero la primera. Y como sabe que no puedo negarme (y además a mí también me gusta) me dispuse a preparar el ambiente casero para otra sesión de cine mientras ella iba a ponerse su pijama.
Estoy en esa tarea cuando Tami reaparece corriendo para darme la sorpresiva noticia:
—Tío, me parece que entraron ladrones.
—¿Ladrones? ¿Cómo? ¿Por qué? —le pregunto intentando darme cuenta que no es posible tal cosa porque está todo en su lugar, la puerta con llave, las ventanas cerradas, y estamos en un 7º piso.
—Sí, tío —intentó explicarme mi sobrina—. Porque en tu cama está dormida la tía Fernanda y sin que ella se diera cuenta le robaron toda toda toda la ropa.
Puse rápido la película y le dije a Tami que se quede mirándola sin moverse del sillón mientras yo solucionaba lo de la vestimenta de la tía Fernanda.

—¿Qué hacés acá vestida tan… naturalmente? —le pregunto a Fernanda mientras la despierto.
—Te vine a dar la bienvenida de tu excursión.
—Un placer pero… estoy acompañado.
—¿Estás con Lucía? ¿Con quién estás? —preguntaba mientras manoteaba su ropa interior y exterior.
—Con Tami. Fue ella la que me avisó que vos estabas acá.
—¿Me vio desnuda?
—Como lo seguís estando.

Nos aparecimos en la sala, todos vestidos, obvio.
—Tía, te devolvieron la ropa los ladrones —expresó con alegría Tami.
—Sí, el tío fue muy valiente y la recuperó.
—Bueno, entonces ahora que todo terminó bien, traigan algo para tomar y vengan a ver la película conmigo.

Antes de que termine, Tami se había quedado dormida. La levanté despacito entre mis brazos y la llevé a mi cama. Cerré despacito la puerta de la habitación y volví a la sala en puntitas de pie.

Con Fernanda nos quedamos entonces en el sillón y entre besos y caricias, protagonizamos una peli muda (por razones a la vista), pero llena de acción, romanticismo y con algunos tiros, obviamente, no apta para menores.

martes, 10 de febrero de 2009

32. vida de campo

Ya estoy de regreso en mi Buenos Aires querido, en mi amada ciudad de la furia.
La verdad es que el campo me sorprendió con su paisaje de tarjeta de postal, con su verde esperanza de que acá no pasa nada, con sus cielos pincelados de colores, con sus sonidos animales, con sus…
Bueno, no es que regresé diciendo que cambio la ciudad por el campo, pero realmente, esta clase de desenchufe hay que provocarla más seguido.

Tener en cuenta que por la puerta de la casa no llegan a pasar veinte autos por día, y que el ruido más fuerte que se escucha, es el de la locomotora anunciando su llegada al pueblo a eso de las dos de la mañana.

Mi vieja, debajo de la arboleda bendita de sombra que tiene adelante de la casa, preparaba una mesita, las sillas y el mate listo para compartir. Y mientras ella y mi hermana se ponían al día, y mi sobrina comenzaba la caza de sapos (¡qué asco!), yo preferí caminar los setecientos metros por calle de tierra, hasta la única pulpería del pueblo.
Al entrar me miraron como si hubiese bajado de una nave nodriza, pero después de un par de vasos de algo fuerte con que desayunan algunos gauchos, comenzamos a charlar y a jugar unas partidas de truco.
Al principio me pasaron el trapo, pero después fui emparejando la cosa y saqué como para invitar una vuelta de cerveza a los pocos presentes del lugar.

Las noches eran limpias, a no ser por la enorme Luna que iluminaba los caminos sin luz eléctrica. Las estrellas eran bastante más que acá, y aproveché para darle a Tami algunas clases de astronomía básica y primaria.

Por suerte, Leo, un gaucho veinteañero con el que me hice amigo, me pasó a buscar para ir a la ciudad a bailar.
Sé, porque he asistido a algunas, que en las peñas se puede conocer personas interesantes (sobre todo personas de sexo femenino), por lo que me dejé llevar por él.
La sorpresa fue al llegar a un boliche que nada tiene que envidiar a los de acá, armado y reciclado donde antes había un antiguo hotel familiar.
La pasé muy bien y me divertí demasiado.
Hay que tener en cuenta que jugué con cierta ventaja ya que como todos ya se conocen, al caer una cara nueva hay más oportunidades de acercamientos e intercambios.
Además el campo es una inmensa soledad a la que corresponde perderse con una grata compañía.
Por eso mismo Leo me prestó las llaves de su viejo Falcon para una escapada campestre, y hay que ver lo cómodo que son esos asientos originales.

Por la mañana, mi viejo fue a hacer un asado que compartimos felizmente en familia, y hay que ver la bendición que fue descubrir que los gallos tienen el horario cambiado (o se van de joda por las noches) porque recién se ponen a cantar una hora antes del mediodía.

Realmente fueron unas minivacaciones sorpresivamente buenas, y que espero repetir en breve, para desenchufarme, para respirar el aire puro, para rodearme de naturaleza, y sobre todo, para volver a disfrutar de las comodidades que ofrece un viejo Falcon cuando se está (bien) acompañado.

jueves, 5 de febrero de 2009

31. no tan buenos aires

Anoche se presentó en casa, casi por sorpresa, la barra a pleno.
Vinieron a despedirse de una manera que, por un momento, me hicieron pensar que me había equivocado y sacado pasaje para alguna guerra perdida o el infierno encantador.
Pero no, los pasajes estaban bien, y sé que siempre se encuentran excusas para reunirse, festejar lo que sea, y pasarla bien entre amigos.

Era casi la una de la matina cuando el último invitado sin invitación se fue.
Ya solo en casa mandé algunos mails avisando de mi ausencia momentánea, arreglé un poco el desorden generalizado, y finalmente me fui a dormir.

*****

En la editorial seguí apurando el trabajo, ya que a la ausencia de mañana viernes, según cómo ande todo por allá, será el lunes o el martes que me reintegre al trabajo y a la sociedad.
Ahora, después de un día bastante liviano para lo que creía, estoy en casa, tecleando frente a la compu y pienso en lo extraño que me resulta este viaje…

Más allá de lo que pueda parecer desde afuera, esta huida al campo no me parecen unas vacaciones con todas las de la ley, sino que se me presentan como un viaje forzado.
Necesito despejar mi cabeza, que se llene del aire puro, quedarme mirando el paso breve de cada estrella fugaz.
Durante esta semana breve, me sentí atado a una calesita infinita, dejando escapar con destino incierto a Lucía, a Fernanda, sin saber nada de Valeria, metiéndome y escapándome de otros quilombetes, y demás calamidades, cataclismos y problemas con rostros de mujeres.

También sé que allá me espera mi vieja (y mi viejo, claro), y por eso el lunes, o a lo sumo el martes, ya estoy de regreso en esta ciudad de la furia.
Porque para la mayoría, febrero significa el fin del descanso, por más que uno se haya escapado o no.
El regreso de la jauría está garantizado y habrá que enfrentarla como se hace durante los once meses restantes.


Pero acá estoy, a poco de partir y con el bolso de mano listo y a mano.
En Retiro me van a estar esperando Ana y Tami.
A ellas les gusta el tema del campo, aunque Ana es un poco como yo y no lo aguanta por mucho tiempo.

Recuerden que yo voy a estar totalmente desconectado
(de hecho no encuentro mi celular)
Pero en breve estaré de regreso.
Mientras tanto cuiden el mundo y no rompan nada.
Traten de no criticarme, y si organizan alguna fiesta… me guardan un lugar, sí?

martes, 3 de febrero de 2009

30. lluvia de sueños

Anoche llovió sobre Buenos Aires.
No fue una gran tormenta pero alcanzó con humedecer las almas solitarias que recorrían los distintos barrios en busca de sus gemelas.

Desde la ventana de mi dormitorio, tirado en la cama como caído del techo y tal como aparecí la primera vez por el mundo, contemplaba los flashes con que los relámpagos anuncian el rugir de los truenos.
Tengo una almohada muy cómoda a la que me gusta abrazar cuando no hay visitas nocturnas. Y anoche la abracé, pero el sueño no se hacía presente.
Podría haber puesto el equipo de música para que sonara algo de fondo, pero prefería escuchar las gotas lanzándose al vacío.
Me resultaba tentador agarrar algunos de los libros que tengo sobre la mesita de luz y ponerme a leer, pero no quería desvelarme y además prefería continuar con todas las luces del depto apagadas.

No sé qué hora sería, pero la noche y la lluvia continuaban de la mano hasta que por fin el sueño me invadió y caí rendido a sus pies.
Y ahí comenzó el problema…


A la hora de volver del trabajo, apareció con unos discos Pablo, y a él le estaba contando sobre la noche de anoche.
—¿Y cuál fue el problema? —preguntó queriendo que continuara con el relato, mientras en el equipo sonaba Boris Kovak.
—Que comencé a tener unos sueños… inquietantes.
—¿Pesadillas? ¿Algo del estilo de las del amigo Freddy Kruger?
—No, todo lo contrario.
—Nene, te juro que lo intento pero no llego a entenderte.
Lo que pasa es que me resultaba difícil explicarle lo que había soñado sin que sea tomado a la ligera, o que se pensara, justamente, en lo inconsciente que puede llegar a ser mi inconsciente.
Estuve buscando la vuelta para decirlo con las palabras exactas, pero la impaciencia de Pablo pudo más y ahí nomás se lo largué.
—Soñé que tenía relaciones con alguien del grupo.
—¿Conmigo? —preguntó ya cagándose de la risa como es su sana costumbre.
—No, con una de las chicas.
—¿Con quién?
—No te voy a decir.
—Pero es fácil de deducir. Fernanda queda descartada porque fue tu novia. Lola también queda afuera porque ya estuviste adentro. Pato y Pamela tampoco porque no creo que te den mucho bolilla. Además dijiste que fue con una, y ellas siempre (y más ahora) están siempre juntas.
—Entonces…
—Y entonces —continuó jugado a los detectives Pablo— el grupo de las soñadoras queda reducido a Lorena, Julieta, Natalia, Eugenia…
—Bueno, basta. Igual no te voy a decir con quién soñé, pero te puedo asegurar que jamás me podría haber imaginado que la íbamos a pasar tan bien.
—Pero está muy bien, amiguito —gritó Pablo golpeándome en la espalda—. Los sueños... sueños son, dijo Berugo. Y mientras Freud no te mande al frente, va a quedar entre tu almohada y vos… y yo, claro. Además, ¿quién no tuvo un sueño erótico y extremo con alguna amiga?
—Ah, ¿a vos te pasó de soñar que tenías sexo con alguien del grupo?
—Sí, con Ana.
—¿Con Ana? ¿Con mi hermana Ana? ¿Pero vos estás loc…?
—Uy, se me hizo tarde. Chau Gastón, nos vemos —se despidió rápidamente mientras a la misma velocidad atravesaba la puerta de salida.

Esta noche no llueve sobre Buenos Aires.
Pero ya sé que por culpa de mi amigo Pablo y su sueño con mi hermanita, no voy a poder pegar un ojo en toda la noche.

lunes, 2 de febrero de 2009

29. civilización

Antes de irme para el trabajo, me llama poderosamente la atención un sobre que me pasaron por debajo de la puerta.
A simple vista no se trataba de ninguna cuenta para pagar (¡aleluya!), y como tenía algo escrito a mano, enseguida pensé en alguna amenaza anónima de algún novio celoso.
Abro el sobre y me encuentro con una carta de mi vieja, preguntándome, entre otras cosas, qué posibilidad había de que vaya a visitarla este fin de semana, junto a Ana y a Tami

Mi vieja vive en el campo. No en un campo, sino en el campo.
Una casa, un par de árboles, un aljibe, una tranquera, una cerca rodeándola como corresponde, y algunos animalitos pululando por ahí.
Harta de casi todo, después de separarse de mi viejo, decidió dejar sin pena ni gloria la ciudad y se mudó al mismísimo pueblo en el que nació, y que hoy cuenta con una población de, más o menos, 60 habitantes.
El tema es que mi papá, harto también de casi todo, después de separarse de mi vieja, decide dejar la enorme ciudad para mudarse a una ciudad más pequeña. Una de esas ciudades (o pueblos, según el cálculo de cada uno) en que se estornuda y al otro día todos saben que uno se ha resfriado por dormir destapado.

Sin embargo, tanto el petit pueblo donde vive mi mamá, o la pequeña ciudad donde vive mi papá, está poblada de esas personas que te saludan sin conocerte, que te regalan una sonrisa sin ninguna razón aparente.
Dos lugares donde las bicicletas se dejan en las veredas sin candados, los autos con las llaves puestas, las alarmas no existen, ni tampoco las trabas ni las rejas.
Pero tienen también sus diferencias, ya que mientras mi viejo puede mandarme un mail, en lo de mi vieja hay que sacar agua del pozo y alumbrarse con unas lámparas de kerosén.

Y allá andan los dos, con sus nuevas vidas, alejados de toda contaminación, siendo felices a su modo, con la tranquilidad de que sus hijos y su adorada nieta andan bien y que ante cualquier percance ellos estarán para lo que necesitemos.
Pero siempre dejando bien en claro que tanto cuando nací yo como mi hermana, el doctor cortó bien cortado el cordón umbilical, cosa que le seguiremos agradeciendo por siempre.

Por último quisiera aportar un dato importantísimo a tener en cuenta en toda esta historia, y es que el pueblo de mi vieja y la ciudad de mi viejo se encuentran a una distancia, uno del otro, de escasos 15 km.
Así es que el tema de la separación, no sé hasta que punto…


Pero bueno, tengo esta carta de mi vieja pidiéndome que vaya con mi hermana y mi sobrina a verla, y de pronto temo que haya podido pasar algo no bueno.
La llamo a Ana para contarle y ver si ella puede llegar a saber algo.
—No pasa nada, tonto —me dice mi querida hermanita—. Lo que pasa es que el viernes es su cumpleaños y simplemente debe querer que la pasemos con ella.
Siendo así, no sólo me quedo tranquilo, sino que me encargo de ir a Retiro a sacar los pasajes.
Y mientras camino voy recordando las noches de fogones y asado, las guitarreadas nocturnas bajo un millón de estrellas, las salidas a pescar con mi viejo, la estancia donde viven las mellizas Reinoso con las que alguna vez hubo alguna confusión adrede…

Quién sabe…
Quizás unos días en medio del campo no sea tan malo después de todo.