martes, 31 de marzo de 2009

70. la historia oficial

—Sí, acepto.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad. Pero necesito que me cuentes otra vez cómo es todo.

Sandra ya me lo había explicado medio por arriba el viernes, y aunque a mí me seguía pareciendo una locura, decidí ayudarla. Pero quería que, ahora con la “tranquilidad” de saber que contaba conmigo, que me explicara nuevamente la historia que me trajo junto a su propuesta indecente.

—Mis viejos son muy mayores, y sobre todo mi papá que tiene una mente de otra época. La cuestión es que hace cinco años ellos tuvieron la posibilidad de ir a vivir a España, el lugar de donde habían venido de jóvenes y al que siempre extrañaron y desearon regresar. Cuando por fin se dieron las condiciones necesarias para que nos fuéramos los tres a Europa, yo dije que no.
La razón fue sencilla, yo acá tenía a mis amigos, mis recuerdos, mis cosas. Yo no pertenezco a aquel continente, en cambio ellos sí. La cuestión es que mi papá se enojó demasiado conmigo y por razones económicas decidí venirme para Buenos Aires, acá en la capital. Mi papá no me pasó ninguna mensualidad y fue bastante duro que encima no quisiera ni hablar conmigo por teléfono. Con la única que mantenía comunicación era con mi mamá que sufría a horrores este tonto distanciamiento entre mi papá y yo.
(mientras ella hablaba, yo la miraba prestándole demasiada atención a su relato, a su historia, y quizás así pudiera descubrir porqué acepté su propuesta)

—El tema es que fue pasando el tiempo, yo me puse de novia con quien pensaba casarme este año, y al enterarse de esto mi papá, dijo que iba a compensar económicamente todo este tiempo pasado. Es decir que él sólo me daría mi parte de la herencia en vida, sólo si yo estaba casada o, para ser más exacto, si yo tenía a mi lado un hombre. ¿Entendés el pensamiento machista de mi papá?
(de a poco me iba a dando cuenta que acepté a meterme en un nuevo problema, cuando era mucho más fácil decir que no y olvidarme del asunto. Pero es que ella me vino a buscar a mí y…)

—La cuestión es que todo marchaba viento en popa con mi novio y sabía que en pocos meses recibiría el dinero necesario para poder abrir la pequeña gran empresa que siempre había soñado tener. Un lugar para ayudar a que personas de la tercera edad tengan una vida ultrasaludable. Pero al hijoderemilputa de mi novio se le ocurrió cambiar de sexo y abandonarme. ¿Cómo hago para decirle a mi viejo que su querido futuro yerno era gay, y que encima no me deje sin mi dinero?
(ok, ahora entiendo que esta pobre chica necesita que le dé una mano y la ayude. ¿Pero es necesario semejante sacrificio?)

—Es por eso Gastón que apenas sucedió todo esto y sabiendo que mis padres están viniendo de España a visitarme y ver mi feliz vida de casada, pensé en vos. No sé… Te crucé varias veces y me parecés un tipo confiable y con el que puedo contar para sacarme de este apuro.
(claro, eso es lo que sucedió y soy tan buen tipo que acepté)

—Entonces… ¿aceptaste casarte conmigo?
—¿Qué?
—Quiero decir… ¿hacerte pasar por mi marido delante de mis viejos?
—Sí, pero… a decir verdad no creo que resulte… Yo no soy bueno para estas cosas y…
—Va a salir todo más que bien, no te preocupes. Sólo hay que arreglar algunos detalles y listo. Además ellos van a estar nada más una semana, a lo sumo diez días y después… Quedás liberado para siempre.
—Ok, ok, vamos a tomarlo con calma y a intentar hacer las cosas bien.
—Sí, claro, hay tiempo todavía.
—Ah, mejor así. ¿Y cuando llegan ellos?
—Este viernes
(cómo se hace para desmayarse con cierto estilo?)

lunes, 30 de marzo de 2009

69. propuesta indecente

El fin de semana no creo haber hecho demasiado.
El sábado disfruté desde temprano viendo a la querida Selección, y gritando cada uno de los cuatro goles maravillosos que convirtió.
Sin embargo, debo confesar que en el entretiempo y cada vez que la pelota se iba al lateral, mi mente se escapaba intentando tomar una decisión…

El domingo me perdí y terminé en la Costanera Sur, por el lado de la reserva y su naturaleza ciudadana. El calor agobiante me invitó a disfrutar de la sombra de un árbol y con la mirada clavada en su copa, intenté aclarar mi mente para poder dar la mejor respuesta posible…


Según recuerdo (pese a mi memoria fallida) el viernes me encontraba totalmente decidido a tomarme unas minivacaciones de los encantos femeninos y sus diabólicos placeres.
Mi mente, mi cuerpo y mi alma estaban ya preparados para pasar un finde alejado de problemas ajenos, de sorpresas recurrentes, de esquinas extrañas, de noches profundas, de… todo.
Necesitaba un descanso agudo y en eso estaba cuando unos golpes repetidos sonaron en la puerta.
Obviamente fui a ver quién era y al abrir estaba ella, con sus ojos inocentes y cargados de dudas.
Su voz tenía una mezcla exacta entre cierta inseguridad y valentía adquirida en los últimos cinco minutos.
La hice pasar y me vi obligado a darle algo de tomar.
Se notaba desde lejos que por alguna razón necesitaba un trago fuerte… Y por si acaso preparé otro para mí.



Desde el viernes que no logro dormir del todo.
Doy vueltas en la cama y me pregunto cómo hago para atraer problemas, para ser irresistible a vivir historias imposibles.
Juro que intento tener una vida normal, que no me pase nada más que perder un colectivo, que mi jefe me rete por deporte, tener una salida y regresar tal como me fui, conocer a alguien sin cargar con tanta intensidad, tener ganas de tomar un café y que no quede más en el paquete o decidir dar una vuelta acuática por el Tigre y que se largue una tormenta de domingo y me obligue a tirar anclas en casa.
Pero no…


Mientras se encuentra acodada sobre la mesa y se termina el trago en tres segundos y medio, la miro intentando descifrar de dónde la conozco o, mejor dicho, de dónde la tengo vista.
De pronto me agradece la bebida y se dispone a presentarse y a contarme la razón por la que se encuentra acá en casa.
—Mi nombre es Sandra. Soy tu vecina de enfrente. No del departamento, sino del edificio, cruzando la calle.
Claro, ahí me di cuenta de dónde la conocía, así a la distancia, separados por un par de metros.
Algunas mañanas antes de salir para el trabajo, ella estaba haciendo gimnasia desde su balcón y fue causa precisa para llegar tarde.
Durante aquellas tardecitas de verano, mientras yo descansaba con la brisa de las alturas, ella también había salido a hacer lo mismo desde su lado y al descubrirnos nos hicimos algún gesto de brindis compartido.
Más cercano quizás en algún encuentro furtivo en el kiosco o en la rotisería de la otra cuadra.
Nunca más que un saludo y saber que éramos vecinos con una calle de por medio.
Todo eso hasta el viernes en que golpeó la puerta de mi depto y me contó lo que le pasaba y necesitaba de mí.


Ahora están golpeando otra vez, y por la cantidad de sonidos es ella.
Abro la puerta y ahí está Sandra nuevamente, salvo que ahora con una ansiedad que la desborda viniendo a buscar la respuesta que le prometí que hoy le daría.
—¿Y? ¿Qué decidiste? ¿Aceptás o no?



—Sí, acepto.
(¿acaso me podía negar?)

viernes, 27 de marzo de 2009

68. buscando un símbolo de paz

La energía se me fue por un bolsillo roto.
No veía la hora de volver a casa, a un lugar donde me encuentre con las cosas que no se van.
En el equipo suena música ambiental de una diversidad de autores. Me sirvo una copa de un vino espumante y me siento en el balcón.
El aire del otoño entra a mis pulmones y me ahogo un poco con una hoja voladora.
Justamente el cielo comienza a cambiar sus colores y yo juego observándolo a través de la botella.
(y ahora me visitan extraños recuerdos de juegos infantiles y primeros besos en fiestas compartidas entre picadas y bebidas con la ronda desordenada y la botella girando en el medio)
El tiempo pasó y esa misma botella se incorporó del suelo y con su pico hacia arriba jugó otros juegos mayores con mujeres que ya no eran chicas y ritmos calientes entre sus caderas.

Vuelvo a mi balcón descontaminado de un piso siete.
Disfruto de las compañías sinceras y ocasionales, como también lo hago de las soledades agudas y necesarias.
Desde acá arriba no me siento más cerca del cielo.
(ni tampoco quiero estarlo)

Hoy me encuentro navegando con el rumbo errado, con el mapa equivocado, con la brújula perdida.
Siento que me muevo hacia ningún lado, atado con un doble nudo marinero al muelle donde una mujer me espera… en vano.
Van casi tres meses de escritura visceral, diabólica, descomunal, total, y (siempre hablando de mujeres) el abandono fue una carta repetida en un mazo de mil cartas distintas.
Fernanda se fue y volvió para irse varias otras veces.
Lucía en la dulce espera me dejó repentinamente en la amargura sin espera.
Valeria del brazo del tipo sureño aquel.
Julieta que aparece y desaparece casi al mismo tiempo.
Vanesa que se casa y se vuela más allá del horizonte.
Y otras más que me visitan y se despiden sin hablar, que viajan sin mirar atrás, que abandonan el helado que nunca llega, que cambian de vida y de barrio, que encuentran malas compañías para matar buenas soledades.

Me gustan los problemas que saben moverse, reírse y tienen rostro de mujer.
Pero hoy me tomo unas (mini) vacaciones.
Necesito bajarme del carrito de la montaña rusa
Necesito respirar sin agitaciones.
Necesito caminar un rato solo y sin tropezones.
Necesito quedarme un rato conmigo en soledad y pasarla bien.
Necesito…



Golpean la puerta…
¿Quién podrá ser?

jueves, 26 de marzo de 2009

67. cambio de estación

Sebas agarró el teléfono y realizó la cadena telefónica amiga avisando que me encontraba en cama y enfermo, por lo que se volvía a suspender (una vez más) la maratón de Lost.
En menos de una hora, los tenía a todos rodeándome.

—¿Qué pasó? —iban preguntando uno a uno a medida que me saludaban.
—Fue ella, ¿no? —preguntó indignada Lola.
—¿Te violó? No se da cuenta que vos ya no estás para estos trotes —dijo Pablo con su sexópata humor.
—Dale nene, contá. ¿Estás así por Vanesa? —quiso saber Sergio.
—¿Cuánto tiene de fiebre? —se preocupó por mi salud Cris buscando un termómetro.
—Te preparo un té —se ofreció Lore, aunque después se detuvo porque recordó que odio el té.
—Chicos, paren un poco —puso orden Sebas haciéndose cargo de la situación—. Gastón no se siente bien, pero no es que está mal. No tiene fiebre, ni dolores, ni nada contagioso. Simplemente se quiso quedar en la cama.
—Eso no está bien… Dale, levantate —ordenó Cris tironeando de las sábanas.
—Estoy desnudo —se me ocurrió decir en mi defensa.
—Yo te ayudo —le dijo Lola a Cris con su sonrisa diabólica.

Haciendo pucheros y enfundado en mi pijama azul, fui hasta el sillón y todos se fueron acomodando en sus lugares cercanos a mí.
—Quiero tomar algo —exclamé fastidioso como cuando me siento mal.
Sebas fue a la cocina a preparar algo para todos.


—¿Y entonces fuiste al telo con ella?
Otra vez los chicos rodeándome, clavándome sus miradas curiosas y lanzándome sus preguntas directas.
—No.
—¿Nooo?
—No.

Anoche Vanesa me había preguntado con voz suave pero con intención firme, de despedirnos en el interior de ese hotel.
Ella quería sentirme una vez más.
Intentaba llevarse en su valija mental un recuerdo más cercano que el último que tuvimos sin saber que era el último.
Y recorrer por dentro y por fuera a Vanesa, aunque se trate de una despedida es algo que vale la pena vivir, sentir, pero no.
—¿Por qué no?
—Porque no tuve ganas.
Cris comenzó a buscar como un loco el termómetro mientras Pablo simulaba llamar con urgencia a una ambulancia.
—Vos no estás nada bien… —exclamó Sergio mientras movía la cabeza con un gesto de compasión.
—Chicas, ustedes me entienden… Está bien lo que hice… ¡No estoy loco! —grité como un loco.
—Sos todo un corazón —me dijo Lore acercándose y dándome un beso en la mejilla más cercana.
—Esa perra… —maldijo Lola con puntería.
—No, todo bien con Vanesa —intenté apaciguar los ánimos—. No la juzgo ni quiero que ustedes lo hagan, pero… Simplemente que esta vez decidí poner un punto final en el lugar que me pareció más preciso.
—Más exacto hubiese sido después de que finalizara el turno —dijo Pablo haciéndonos reír como siempre.


Creo que está bien. Algunas historias tienen que terminar de una vez y para siempre.
Y quizás este petit dolor sea simplemente por el golpe al cerrar las puertas y ventanas con fuerza.
Vanesa lo entendió…
Mi corazón me lo agradeció…

miércoles, 25 de marzo de 2009

66. nuestra última noche

Mientras camino con el paso justo, todavía no logro comprender la razón por la que acepté esto.
Mi impuntualidad es una marca registrada, y hoy ni siquiera parece haberme quedado eso.
Pasaron veinte minutos exactos desde que salí de casa hasta que llegué a la esquina de los reencuentros inexplicables.
Estoy solo, rodeado de gente indiferente que pasa sin dejar de pasar, arrastrando sus propios pensamientos personales, con sus zapatos gastados de emoción, con su sonrisa desdibujada, con su mirada clavada en la nada.
Yo no me siento así (por suerte), tan sólo un poco mareado de las vueltas de la vida con la que acompaño el movimiento circular del planeta en el que vivo.

Hago un movimiento rápido como para sacar un cigarrillo pero a falta de ellos, me llevo una refrescante pastilla a la boca.
Entonces la descubro…
Su pelo ondulado, su figura intacta, su mirada fuerte, su sonrisa indeleble, su andar parejo…

—Hola.
—Hola.
—¿Hace mucho que llegaste?
—No, hace dos minutos.
—¿Cómo estás?
—Bien, ¿vos?
—Bien.

Un diálogo común… entre dos personas comunes.
Pero claro, había algo más…
Se trataba de romper el hielo después de una despedida sorpresiva, de una ida-huida tempestiva, de un vacío dejado sin llenar. Y como frutilla del postre, un regreso anunciado a través de una tarjeta impresa anunciando tu casamiento.

El bar está semi vacío, nuestras tazas también.
Nos miramos sin hablar.
Ella con la mirada a punto de desbordar.
Yo con un nudo marinero en la garganta.
El mozo trae otra vuelta de algo caliente (invitación de la casa).
Afuera el tiempo también parece detenido…

—Y… entonces…
—Entonces mañana a la noche me voy con mi marido para Canadá. Comenzaremos nuestra luna de miel en el mismo lugar donde nos quedaremos a vivir.
Era la noche de la despedida final, con un cielo oscuro como testigo, y su mirada diciéndome el adiós que la otra vez no existió.
Era la imagen de la despedida, de esas películas que te hacen llorar las lluvias ajenas.

Estaba tan hermosa (o quizás más) como antes, como siempre.
Se encontraba recién casada, su marido seguía descuidándola, y ella aprovechó para contactarme y verme, que nos veamos y despidamos de la mejor manera y para la eternidad.
Podía sentir el perfume natural de su piel, la suavidad de su cuerpo tantas veces recorrido por mí.
Podía escuchar sus gemidos y la forma que tenía de nombrarme con su último aliento, mientras temblaba en el gozo más profundo de su ser.

Seguimos conversando un poco más. Es que en realidad había poco que decir.
Las miradas siguieron comunicándose por nosotros.
Pagué, nos levantamos y salimos al mundo exterior.
Caminamos sin rumbo y en una de las calles de empedrados solitarios, mi mano sin querer rozó la tuya y vos me la aferraste queriendo.
—¿Vamos? —me preguntaste con un susurro que me llegó al alma.

A unos veinte metros, la luz de color indicaba la entrada a un hotel.
Un hotel en que la habitación sería un paréntesis del tiempo asesino.
Una habitación en que nos uniríamos hasta que la muerte, o la salida de tu avión, nos separe.
Una habitación en el que viajaríamos al pasado que no deja de pasar.
Una habitación que sería nuestro mundo por un par de horas.
Una habitación que…

—¿Vamos? —me preguntaste, y yo te contesté con un susurró salido desde el alma.

martes, 24 de marzo de 2009

65. ausencias tan presentes (24 de marzo – nunca más)

Me encuentro sentado en este café que cada tanto me recibe junto a mis cuadernos, biromes, meditaciones, penas y alegrías.
Pienso en Gracián y el café con crema que me trae siempre con esa sonrisa indeleble que lleva dibujada en su cara, justo debajo de ese fino bigote. Se acerca hasta mi mesa sosteniendo la bandeja con la taza apropiada al pedido y su vez con algún comentario futbolístico que largarme con respecto a la tapa deportiva del diario de los lunes, pese a que su equipo, desde hace tiempo, no juega los domingos.
Sin embargo, Gracián repite esa escena que sólo aparece en mi mente, ya que jamás hubo alguien como él en este bar que hablara de esa forma, que me trajera mi pedido, que opine de fútbol con tanto humor, y mucho menos que se llame Gracián.

Entro a la peluquería y le pido a Marcelo que me corte como siempre lo hace cada vez que me presento en su local, cada dos o tres meses, y me acomodo en su asiento giratorio.
Con la mirada clavada a la imagen nuestra en el espejo, hablamos tanto de historias inventadas del barrio como de auténticas filosofías sin resolver de la vida.
Y nos enojamos con los políticos de turno y los precios por las nubes, y festejamos alguna ocurrencia recordada, y nos damos ánimos antes algún percance familiar y/o amoroso, y tanto intercambio de frases hechas y deshechas en lo que dura el corte...
Sin embargo, Marcelo jamás supo del remolino que forma mi pelo en esa parte de mi cabeza, simplemente porque no llegó a abrir su local soñado, ni a utilizar esos diversos billetes ahorrados a base de sacrificios de dietas forzadas y sueños postergados.
La ocasión no llegó ni se va a presentar. Y Marcelo, con su oficio de peines y tijeras, tampoco.

El cura de la parroquia a la que fui a confesarme, no por nada grave, simplemente porque tenía necesidad de hablar un poco sobre algunas penas del alma.
Mario, el del taller al que llevo el auto desde hace tiempo, ahora con ese ruido espantoso que hace adelante, y él, como un artesano de la mecánica automotriz que es, cambia el sonido indescriptible por el de un violín recién salido de afinar.
Nely, la profesora de Lengua que tuve en aquel Cuarto Año de la secundaria, y que además de sus clases exclusivas de la materia, también se hacía de tiempo para charlar con todos nosotros (adolescentes con ansias de saber más y más) sobre los adoquines de las calles que estaríamos por caminar y en los cuales ella ya había dejado en cada uno las huellas de sus pasos.
Mi tío Enrique, que fue el único que se animó a subirme a su auto y enseñarme los secretos del arte del buen manejo, durante los domingos de soledades y la primera que siempre tanto me costaba.
Sin embargo, el cura de la parroquia no pudo escuchar las inquietudes de mi alma, como tampoco encontré a Mario con sus manos engrasadas de trabajo en el taller. Mi tío Enrique no me llevó jamás a practicar manejo, no por falta de tiempo, sino por otra ausencia más difícil de llenar. Casi lo mismo que sucedió con Nely, la profesora de Lengua que jamás tuve en todo el secundario, sabiendo que si hubiese estado en alguna de esas aulas, habría sido una profesora inolvidable.


Hay un vacío en mi vida que se llenó con la ausencia de todos ellos, sólo una parte de todas las personas que se me pudieron cruzar en mi camino, en mi vida, y que sin embargo no lo hicieron, y que sin embargo no pudieron.
Y a ellos les debe pasar lo mismo con cada uno de nosotros, ya que no llegamos a compartir pedazos de tiempos, detalles en común, zapatos iguales, bromas compartidas, historias sin escribir.
Será por todo esto que yo también soy parte de ellos, de cada uno de los que están en imágenes, en recuerdos, en corazones.
De cada uno de los que hoy no están y pudieron haber estado.
De los que pudieron haber sido y hoy son parte de cada uno de nosotros…
Como yo…
Como vos…
Como ellos…
Como nosotros…
Como cada uno de nosotros.

lunes, 23 de marzo de 2009

64. en un callejón con salida

—¿Y qué pasó? —preguntó Sergio.
—Un desastre pasó —contestó Sebas.
—¿Pero qué? Dale, contá…
—Primero lo tuve que convencer para que vaya a la fiesta. Yo charlé con una chica en la iglesia que estaba sola y que casualmente teníamos el mismo número de mesa, por lo que a la fiesta había que ir sí o sí, pero claro, además no quería dejarlo a él solo.
—¿Y vos Gastón, por qué no querías ir?
—Se ve que le pegó mal ver a Vanesa convirtiéndose en esposa de su marido —siguió tomando la palabra Sebas por mí.
—¿Y qué hizo?
—Bueno, primero saludó con un beso y un abrazo a la novia pero con demasiada efusividad. Tuvieron que separarlos entre cuatro. Como la cosa peligraba, nos fuimos para el salón donde sería la fiesta. Yo fui con la chica esta que conocí, y Gastón… no sé… iba hablando solo sobre el matrimonio como causa principal de divorcios, y otras injusticias del universo.
—Bah, este estaba mal porque se perdió la despedida de soltera de esa Vanesa —acotó Pablito aportando el humor de siempre, aunque a mí no me causó.

Cuando Cris vuelve con unas copas dulces para todos, la charla sigue entre mis silencios y mi mirada apuntando hacia alguna galaxia lejana, muy lejana…
—¿Y en la fiesta se recompuso?
—No, fue peor —contestó categórico Sebas.
Los chicos se iban acomodando en silencio para escuchar con toda su atención mis andanzas con olvido.
—Al llegar al salón fue directamente a la mesa de saladitos.
—Fue a comer ¿Eso no es bueno y hasta normal? —dijo sabiamente en forma de interrogación Cris.
—No, fue directamente porque tropezó con un escalón y cayó plenamente sobre su centro. ¡Un desastre!
—¿Los echaron?
—No, con ciertas simpáticas promesas y otro poco de propina, nos pudimos quedar y enseguida nos acomodamos en nuestra mesa a la espera de que los demás hicieran lo mismo. Algunos comenzaron a acomodarse y una chica no tuvo mejor ocurrencia que preguntarle qué relación lo unía con la pareja.
—¿No me digas que le dijo?
—No… —tranquilizó Sebas—, simplemente se levantó y se fue.

No tenía ganas de escuchar lo que ya sabía…
La imagen de Vanesa casada me había pegado mal.
Me fui con mi copa al balcón a respirar un poco del aire de las alturas. Los chicos me siguieron y, aunque querían continuar hablando del tema, optaron por cambiarlo.

Suena mi celular…
—Hola… ¿Quién? Sí, claro… ¿Dónde? Ok, en veinte minutos estoy ahí.
—¿Quién era? ¿A dónde vas?


Me fui dejando las preguntas sin responder...
Me fui haciéndome yo mismo cientos de preguntas...
Me fui en busca de algunas respuestas...

domingo, 22 de marzo de 2009

63. a casamiento ajeno, dolores propios

Bajamos del taxi, doblamos en una esquina cerrada, y ahí se encontraba la iglesia y su especial iluminación. Intuitivamente miré un kiosco que estaba justo en frente.
—Pastillas, cigarrillos no —dijo Sebas y seguí su consejo.
Estábamos por volver a cruzar para ir a la iglesia cuando por la calle empedrada se aproxima un auto al que dejamos pasar, no tanto por caballerosidad sino para que no nos pise, cuando se detiene delante de la puerta religiosa.
—Es el auto de la novia —me advierte Sebas.
—¿Cómo sabés?
—Porque es negro, tiene mezcla de limosina y auto antiguo, hay adornos en los bordes y un gran moño en el techo, el que se encuentra al volante es un chofer, hay fotógrafos apuntando con sus cámaras al interior del auto, y… por lo que puedo ver desde acá… la chica que está bajando del mismo con un enorme vestido blanco debe ser la novia, es decir, Vanesa.

Me quedé paralizado.
Ahí estaba Vanesa llegando a la iglesia con una sonrisa en la cara que no me pareció natural, pero… quién sabe…
Su mirada no me descubrió, pero sus ojos eran los mismos que alguna vez me buscaron con demasiado éxito.
Estaba igual… Seguía hermosa como la última vez que la vi. Y su vestido del color de la pureza no alcanzaba para disimular sus peligrosas curvas por las que tantas veces caí.
—¿Vamos? —me empujó Sebas hacia el interior de la iglesia sin lograr sacarme del hipnotismo.
Nos acomodamos en la última fila y desde esa lejana ubicación, fui viéndola caminar hacia el altar con ese movimiento suave, cadencioso que pareciera decir que no… pero sí.


El cura comenzó con su sermón pero yo escuchaba otras palabras…
La escuchaba a Vanesa cuando me decía tantas cosas durante esas noches eternas en que la clandestinidad era la llave que le permitía verme.
No me importó ser su amante porque supo desde un principio que ella era una manzana prohibida que tenía ganas de desprenderse del árbol al que estaba sujeta.
Fui su amante y la llevé por senderos que desconocía.
Fui su amante y su corazón comenzó a funcionar, a sentirse viva, a poder volar sin necesidad de alas.
Pero claro, fui su amante y en un momento impreciso dejé de serlo y por eso la presencia de su novio me comenzó a resultar una espina molesta. Sobre todo cuando descubrí que, por motivos muy personales de ella, jamás lo dejaría.
Y aunque los meses compartidos fueron muy buenos (muy buenos), sabía que la eternidad tenía un final anunciado con letras muy chiquitas.
Así llegó el día en que, sin aviso previo ni mirada del adiós, se fue sin más.
Fue ahí cuando me di cuenta que mi papel de amante había dejado de serlo por el dolor en el pecho.

Nunca más supe nada de ella ni volví a verla… hasta hoy, con el escenario armado para la función, con su disfraz de novia y sus labios de mentiras piadosas diciendo: “Sí, acepto”.

viernes, 20 de marzo de 2009

62. olvidando recuerdos sin olvido

Alguien dijo que si se empieza la semana de una manera, se termina de la misma forma.
Mi sonrisa del lunes ha ido pasando por distintas intensidades, dibujos, muecas, estados, hasta llegar a la de hoy.
No pretendo tener la eternidad de la sonrisa de la mona lisa. Con ser provocada por el recuerdo sin olvido está más que bien.
(pero claro, en estos casos, ¿quién no quiere un poco más?)

Acá estoy, en casa, con algo sonando de fondo, sin nada programado, y con la cama llamándome como si estuviera ocupada por ese ser femenino y tan femenino.

Decidí cantar bajo la ducha calentita, preparé el baño y desnudo me sumergí entre las gotas de la lluvia artificial.
Hice mi repertorio nacional y mi cansancio se fue desvaneciendo como las pompas de jabón que cada tanto aparecían.
Me miro al espejo, hago algunas morisquetas y siento que la cama ya no me llama. La que llama es la persona que está golpeando la puerta. Me envuelvo con la toalla y es Sebas, vestido de impecable traje y zapatos lustrosos.
—¿Quién se murió? —pregunté asustado y dejando caer la toalla al suelo.
—No sé, pero si no te tapás quizás alguno lo haga de la risa, jajajajaja.
—Dale nene, ¿qué pasó? ¿Por qué estás así vestido?
—¿Me estás preguntando de verdad? —me preguntó Sebas… de verdad. —Pero si te estabas bañando, quiere decir que te acordás.
—¿De qué? Te juro que no sé de qué me estás hablando. Me pegué un baño porque me iba a acostar a dormir, aunque ahora se me fue el sueño por las cañerías.
—Entonces mejor que se te fue el sueño porque vas a estar despierto toda la noche.
Me quedé en silencio intentando adivinar por dónde venía la cosa, y como no encontraba la respuesta exacta, Sebas despejó el misterio.
—¡¡¡Hoy es la fiesta de casamiento de Vanesa!!!
(para nuevos y/o desmemoriados, leer 34. carta sin marcar y estarán al tanto de los que significa este acontecimiento)

Yo había recibido dos invitaciones y como a Sebas le encanta ir a las fiestas de casamiento donde no conoce a nadie, una de las tarjetas fue para él.
Comencé a cambiarme con ciertos nervios por lo que significaría volver a ver a Vanesa.

Y aunque hay reencuentros que valen la pena (y la vida), no deja de ser un choque saber que su vestido blanco, su ramo de flores, su “sí, acepto” ajeno, su fiesta lejana, estará esta noche a pocos centímetros de aquellos viejos latidos que alguna vez cruzamos y con el que sin mirar atrás nos despedimos.

Me paro frente a otro espejo que me muestre una nueva imagen. Ya con el mejor traje que tengo, me acomodo el nudo de la corbata, practico otra mueca, y estoy listo.

Apago las luces del depto, salgo a la calle, y con paso impreciso me encamino, junto a Sebas, hacia la dimensión desconocida.

—¿No te olvidás de nada?
—A ver… No, acá está la billetera, las invitaciones las tenés vos, y en este bolsillo llevo el corazón.

jueves, 19 de marzo de 2009

61. con final feliz

—Gastón, ¿podés cuidar hoy a Tami?
—Hola hermanita, ¿cómo estás tanto tiempo? Si, yo bien, acá trabajando e intentando sobrevivir en este mundo giratorio.
—¿Podés o no?
—Sí, obvio. ¿Querés que me quede allá?
—No, mejor no… Tami me dijo que quiere ir para tu casa así duerme en la cama grande.
—Ok, después la paso a buscar.

Pucha, corté y no le pregunté si iba a salir con alguien.
No es que me interese lo que haga mi hermana, es simple curiosidad.
De todas maneras no conozco a nadie de su entorno laboral, por lo que sería lo mismo preguntarle que no hacerlo.

Salgo de la oficina y me voy directamente a lo de mi hermana Ana, donde mi amada sobrina está lista para ir a lo de su tío.
—¿Vamos a lo del “Tío Mc”? —me pregunta Tami.
—No, vamos a casa y pedimos una pizza de esas con tomate que nos gusta tanto, y compramos una caja grande de jugo de naranja.
—Mamá dice que es más sano el exprimido.
—¿Vos cuál querés?
—Los dos —responde conciliadora después de pensarlo tres segundos.
—Bueno, entonces vamos a comprar unas naranjas, les sacamos todo el jugo y lo metemos dentro de una caja.
Me encanta la manera en que mi sobrina se ríe de mis chistontos.


Al llegar a casa, mientras Tami pone la peli de “La Sirenita” y yo voy preparando las cosas, recuerdo que hoy jueves nos reuníamos en lo de Lore a hacer la maratón de Lost. Pero Tami no va a querer ir y además se va a aburrir. Decido llamar a Sergio para que avise que hoy no cuenten con mi presencia.
—Igual ya se había suspendido —me advierte Sergio que le había dicho Lore—. Pablo tenía que llevar el dvd pero parece que salía con alguien y ni se acordó.
—Más distraído este pibe, pero si es por una mujer está perdonado.
—Sí, parece que estaba demasiado entusiasmado.
—¿Y se sabe quién es?
—No quiso decir nada, ¿raro no?
—A veces está bueno reservarnos algunas cosas para nosotros —le dije recordando el mensaje de mi psicólogo—. ¿Igual se juntan?
—No, lo dejamos para mañana.
—Bueno, nos vemos.

Llega la pizza y nos disponemos a cenar frente a los personajes del fondo del mar y unos tragos largos de jugo de naranja bien exprimidos y sin semilla alguna.
La peli de “La Sirenita” llega a su final (feliz), mucho después de que la caja de pizza quedara vacía de rastro alguno, y el jugo se evaporara.

Nos vamos a la cama. Tami se pone su camisoncito de princesas y yo mi Pijama azul. Dejamos una luz prendida y le leo algunas historias del libro “Cuentos para espacionautas”.
Tami se ríe con el cuento de Caperucita roja recorriendo el espacio en un monopatín a chorro y con las voces que hago.
El cuento termina al mismo tiempo que a Tami se le van cerrando los ojitos.
Le doy un beso y le deseo lindos sueños
—Hasta mañana tío, te quiero mucho.


Ojalá Ana consiga un hombre que la haga feliz y cuide también a Tami…
Ella también se merece un final feliz…

miércoles, 18 de marzo de 2009

60. el 60

Sé que a veces hago algunas cosas que no tienen sentido.
Sé también que algunas veces hago cosas a las que yo mismo no le encuentro el sentido.
Y a veces el sentido es difuso, extraño, particular.
Me encuentro con personas saludando por su año de vida, por una década perdida, por un viegésimo aniversario (Leslu), por sus treinta en el envido, por su cincuentenario recordado, por su siglo completo.
Hoy se me cumple el día escrito número 60, y cómo salí temprano del trabajo y realmente no tenía un lugar establecido para instalarme, sumado a que por alguna razón quizás sin razón no tenía ganas de volver todavía a casa, decidí hacer un festejo personalizado y a la altura del Congreso, me subí al colectivo 60.

Empecé el camino por Congreso y recordé a Paola.
Fue un gran amor que duró una noche de verano.
Una noche que duró mil horas recorriendo algunas playas y su regreso.
En el medio hubo un escape de miradas indiferentes, y salimos juntos con destino incierto.
Sin mapas, relojes ni brújulas escuchamos a una banda intermitente, vimos una película difusa, y nos contamos nuestras vidas que, aunque algo unidas por terceros, estaban atrasadas de actualidades.
Paramos en distintos bares, reímos hasta morir y resucitar, y nuestras manos se encontraron con la promesa incumplida de no perdernos.
La orilla del mar fue dejando las huellas del regreso a la casa (veraniega).
Antes descansamos bajo un manto de estrellas que desaparecía para darle paso al amanecer que traían las olas.
Abrazados, susurrando palabras inmortales, contemplamos la postal con movimiento, hasta que la luz del día rompió el hechizo de nuestros corazones.
Volvimos a casa, comenzaste a cambiarte y por primera vez te vi casi al natural.
Guardaste la demás ropa en el bolso, me diste el beso que todavía recuerdo, y te acompañé en un taxi hasta la terminal donde te tomaste el micro que te llevaría a la otra terminal donde te estaría esperando tu novio el estúpido.
(según mi mirada exacta)

Congreso era tu ubicación geográfica en aquellos tiempos. Por lo menos ahí estabas la última vez que nos vimos, con el recuerdo guardado en el corazón y tu novio secuestrándote para siempre.
Ya pasaron mil quinientos años de tu huida obligada.
Éramos chicos en una época en que la edad era la que se tenía.
(yo 16, vos 17 y tu maldito y feo novio 20)
Entiendo que las matemáticas no ayudaban en ese momento.

Y aunque Congreso es un barrio por el que suelo andar, nunca más te volví a cruzar.
Ahora la edad es justa… pero el tiempo es injusto.

El colectivo 60 continúa con su recorrido programado.
(yo me bajo del mismo sin haber tenido programado este recuerdo)

martes, 17 de marzo de 2009

59. desde el diván

Me llegó un mensaje extraño.
Bah, no tiene mucho de extraño, sólo que no lo esperaba.
Es de mi Psicólogo al que a esta altura creí que me había abandonado por completo saltando por una ventana. Pero no, el hombre sigue con buena salud y continuando con el disfrute de su ida (todavía sin vuelta) por el viejo continente.
Por si no lo recuerdan (se encuentra en el génesis de esta escritura), él, desde su óptica profesional y sabiendo que debía abandonarme por unos meses, por varias semanas y por demasiados días, me aconsejó ir plasmando mi vida en alguna hoja.
No sé qué parte no se entendió, pero yo lo hice en una hoja… electrónica, y lo que se supone que es un diario íntimo, es abierto.
A mí no me molesta que sea así. De hecho hay una participación que me sirve (en el buen sentido) por sus frases, dichos, comentarios, idas y vueltas que se fueron estableciendo a lo largo de todo este tiempo. Hasta a algunos de los que pasan los siento amigos porque hay una especie de visitas e intercambio casi a diario, sin contar los que parecen por otros lugares dejando sus mensajes variados y personales.

Bue… la cuestión es que el mensaje era una especie de terapia a distancia (?).
Entonces me hice un café (esta vez con crema), me acomodé en el sillón, y me dispuse a leer…
(sólo voy a transcribir las partes que tienen que ver con lo que respecta a todo esto)


“Me alegro “leerte” y ver que vas resolviendo ciertos conflictos que se presentan, aunque ya existían avisos previos de los mismos, y con esto me refiero al supuesto abandono por parte de Fernanda. Y si digo supuesto es simplemente porque se nota que ella no se termina de ir ni vos de quedar abandonado por ella.
“Cada una de tus chicas, si me permitís el término, tiene algo que no tiene la otra:
“Fernanda es un faro que parece guiarte cuando te encontrás en noches oscuras, aunque hay momentos que te deja sin su luz y vos seguís navegando por aguas intranquilas.

“Lucía te dio el salvajismo perdido y que volviste a perder cuando ella se hizo cargo de su embarazo. Y en estado salvaje, aparentemente, nunca mostraste que te hayas preocupado por su estado, aunque sé que seguís alejándote de las personas a las que querés de manera especial, dejándolas libre como la frase esa del amor que si vuelve te pertenece y sinó nunca lo fue.

“Julieta aparenta ser tu estado inconsciente, el reflejo de tu manera de entrar en problemas para salir arriesgando lo ganado. Te sentís cómodo con esa libertad pero no sabés si atarte a ella porque sería una exagerada contradicción

“Se han presentado otras mujeres en tu camino, pero corresponden más que nada a tus estados de ánimo que suele seguir estando un poco más allá de lo manejable.

“Tus amigos, siempre tan presentes desde que te conozco, son tu vida. Ellos enmarcan tus cielos e infiernos, tus verdades y mentiras, tus miedos y alegrías. Son una sombra iluminada que te hacen bien y se te nota. Pero lo mejor es que ellos también se les nota que les gusta tenerte en sus vidas.

“Descubro que algo te pasó el fin de semana y no lo contás. El mundo parece darse cuenta (nuevamente tus transparencias como virtud) pero esta vez harás una excepción.
“Más allá de tu estado abierto al público, tenés necesidad de guardar algo tuyo, sólo tuyo en tu interior. Y está muy bien.
“Estás cuidando la sonrisa, esa que raramente has perdido, pero sobre todo estás abriendo una capa protectora ante posibles tormentas, que son normales en estos tiempos.

“Con tropezones, algunas caídas, errores humanos y las formas de dar vuelta la situación, siempre estás buscando la felicidad, no sólo tuya, sino de los que están cerca tuyo. Sé que esa búsqueda jamás la abandonarás, por más que encuentres el camino exacto y estés caminando en él.



El segundo café con crema ya se terminó…
Las observaciones escritas a la distancia (pero con su mirada tan cercana) me revolvió el alma como las brujas que te arrojan la carta exacta.

Completamente desvelado por la bebida caliente y las palabras profesionales, me quedo despierto releyendo todo lo expresado por mi psicólogo, mientras seco alguna lágrima sin sentido, y me despido hasta la próxima sesión…

lunes, 16 de marzo de 2009

58. hoy es lunes, pero...

No puedo creer que hoy sea lunes.

A lo largo de mi vida (como ya lo he explicado en otras oportunidades) los lunes han sido mayoritariamente abominables, maléficos y malditos en mi vida.
Y tan es así que un día lunes como el de hoy fui abandonado por un viejo amor, también perdí una final de un concurso literario, se me escapó el tren que me iba a dejar en la estación de la oportunidad, recordé algo que había olvidado olvidar, me terminé de mudar a un lugar sin ganas y con un kiosco lejano… En fin, los lunes siempre han tenido la particularidad de ciertas y pequeñas grandes catástrofes personales.
Y los que andan cerca de mí desde tiempos imprudentes, saben que mis lunes son… difíciles, sin necesidad de detalles.
Es por eso que hoy se sorprendieron al verme entrar al trabajo con una sonrisa dibujada con tinta indeleble.
Lorenzo, mi jefe (y al que sé lector de este espacio porque fue uno de los promotores de que yo escriba mi vida a diario) pasó sin disimulo por mi escritorio y me preguntó:
—¿Cómo estuvo el fin de semana?
—Muy bien…
—Sí, se te nota. Pero eso no te exime de responsabilidades adquiridas.
—Estoy trabajando, muy feliz de hacerlo en tan lindo lugar y con un jefe tan simpático y…
—No me refiero al día de hoy, sino a tu fin de semana.
—¿Qué tiene mi hermoso fin de semana?
—No lo escribiste, no lo detallaste, no nombraste nada de tus últimos días o noches en tu diario.
—Jajajajajajajajaja…
—¿De qué te reís? ¿Por qué siendo hoy lunes andás despilfarrando tanta alegría? ¿Qué te pasó?
Se presentaron unos directivos de una editorial nueva y Lorenzo se tuvo que retirar sin respuestas y con el eco de mi sonrisa.


Ya en casa, y con la soledad como perfecta compañía, me dispongo a disfrutar de este lunes con la dosis perfecta entre verano y otoño.
Tomando un café con ausencia de crema y mirando por el balcón el paso de algunos aviones lejanos, me dejo transportar a recuerdos cercanos, sensibles, mágicos…

Suena el timbre. Es Sebas que me viene a pedir prestado unos discos.
—Sí, agarrá los que quieras —le digo mientras pongo algo de música en el equipo.
—¿Y eso? —pregunta Sebas
—Música para el alma… y algunos corazones.
—No, me refiero a eso otro.
—¿Qué? ¿Qué cosa?
—Esa sonrisa que tenés.
—Ahhhh… (jajajajajaja)
—¿De qué te reís?
—De la caja de sorpresas dentro de la caja de sorpresas que resulta ser mi vida a diario.


Sebas se llevó los discos.
Yo me quedé escribiendo todo esto con una sonrisa maravillosa… en pleno día lunes.
(a veces pasa… y otras no deja de pasar)

viernes, 13 de marzo de 2009

57. mi amigo sebas

Me encuentro en la editorial concentrado en el trabajo y demasiado contento de estar pisando con ganas el viernes que indica la proximidad del fin de semana.
La semana, más allá de algunas sorpresas que con el tiempo quedarán en buenas anécdotas que se recordarán y contarán una y otra vez, no resultó pesada. Al contrario, al encontrarme obligado a quedarme en lo de Sebas, tuve tiempo de compartir charlas con él a solas, de esas que con el grupo a pleno se hace difícil de sostener.

Como recordarán… Bueno, se sabe que los lectores se renuevan, por lo que contaré que con Sebas nos conocemos desde que estábamos, cada uno, en el interior de nuestras respectivas madres.
Nacimos, crecimos, y de esta manera fuimos compartiendo plazas inmensas, bicicletas y sus aterrizajes forzosos, y paseos tan diversos como infinitos
También horas entre ladrillos para armar y soldaditos de plomos, entre bolitas sobre pisos de madera y mamarrachos con las mejores pinturitas, películas de Disney en el cine Los Ángeles y discos de Carlitos Balá.
Después la entrada a la adolescencia y las vecinas nuevas que se presentaban y saludaban desde las ventanas correspondientes. Los secretos compartidos de aquellos tiempos al igual que el intercambio de las revistas Condorito y las del noble Patoruzú.
Y en algún momento impreciso (difícil de recordar) la vida nos llevó para distintos lados.
La separación no fue dolorosa, pero la distancia fue exageradamente cruel, y las huellas dejadas en el camino de la memoria, se perdieron entre vientos de lobos ciudadanos y terremotos personales.
Hasta que…


Hasta que habiendo sobrepasado más de una década, el azar y esas extrañas coincidencias que me suelen acompañar en la vida para bien y/o para mal, hizo que en mi última mudanza, acertara a instalarme con todo mi ser en el séptimo piso de un edificio que tenía a Sebas viviendo desde hacía un par de años instalado en el segundo piso.
El ascensor nos (re)encontró reflejados en el espejo con las mismas caras de aquellos chicos que jamás olvidamos. Y algunos vecinos que esperaban la llegada del ascensor, nos miraron sorprendidos cuando las puertas se abrieron y nos descubrieron abrazados y con lágrimas en los ojos.

Durante meses se corrió en los pasillos de los distintos pisos el rumor de nuestra relación gay. Todo esto acrecentado por las noches en que me quedaba hasta altas horas de la madrugada en su depto (o él en el mío) recordando viejas historias o compartiendo las nuevas anécdotas que habían aparecido en las últimas temporadas. Y sobre todo divirtiéndonos a pura risa como los amigos inmortales que el tiempo no pudo quebrar.


Y hoy viernes, con el trabajo a lo lejos y ya cómodamente en casa, acá estoy…
Compartiendo el tiempo entre buenos tragos y charlas de diversas tonalidades, con Sebas…
Con mi querido amigo Sebas.

jueves, 12 de marzo de 2009

56. imágenes vivas

Vuelvo a casa…
Todo se encuentra en un orden exquisito…
Las chicas se fueron y dejaron imágenes fantásticas en mi cabeza…
Me siento en el sillón y las observo yendo y viniendo por el lugar, completamente desnudas, mientras se sumergen entre sus libros, con tazas de café para pasar la noche, y los murmullos repetidos de las lecciones aprendidas.
Una de ellas va a la cocina a buscar algo, mientras la otra, ya cansada, aburrida, algo agotada, deja caer su mano y en un leve juego solitario, comienza a tocarse.
Y si al principio era un pasar leve… ahora el entusiasmo se había hecho carne.
Decide sentarse en el sillón, al lado mío, para estar más cómoda y siguió con su individualista placer.
Se escuchan pasos que vienen de la cocina y la descubre en ese juego egoísta.
—¿Te ayudo? —pregunta casi sin esperar la respuesta.
Se pone contra el respaldo y la mano amiga se une al juego.
Los gemidos comienzan a invadir la casa y yo no puedo quedarme como un simple observador, y mucho menos cuando una mano se encarga de desabrocharme el pantalón.
Siento el aliento caliente de una respiración entrecortada que al mismo tiempo que va haciendo saltar los botones de mi camisa, me va recorriendo…
Comienza en el cuello, pasa por mi pecho, continúa bajando por el lugar de mis cosquillas secretas, hasta que parte de mi queda al descubierto y al mismo tiempo desaparece entre sus labios.
Una de ellas me mira al igual que sus pechos firmes y luego de unos besos guerreros, va en busca de la presa por compartir.
La visión es fantástica y mis manos no alcanzan para acariciar sus cuerpos y sus almas.

Sus bocas siguen degustándome y también se van besando entre ellas. Las lenguas se escapan y comienzan un nuevo recorrido por mi vida.
Deslizándose y estirándose, me llaman a su interior. Las voy besando siguiendo el rastro del mejor de los pecados. Ahí están sus bocas sin dientes y las beso con locura, sintiendo las esencias de sus seres. Luchan por tenerme ahí, y yo por no despegarme de ellas.
Las beso de la manera en que sé que cada una comenzará a sentir espasmos de placer en sus cuerpos. Entonces una me toma de los pelos mientras su cuerpo se agita con furia mientras su compañera espera ansiosa su turno de éxtasis.
Me llaman sin hablar, me atraen sin tocarme, y en ellas me sumerjo una y otra vez mientras nos mezclamos entre movimientos repetidos, entre bocas que se buscan, entre gotas de lujuria que resbalan, que dejan marcas, que muestran los atajos que hay que tomar para llegar a los más profundo de sus seres.
El volcán en erupción, el árbol de la vida despidiendo su savia, y el último y gran terremoto que mueve los cimientos de los seres entrelazados por sus almas (y mucho más también).

Después del estruendoso movimiento en que las vidas van lentamente volviendo a sus otras vidas, todo vuelve a la calma…
La luz de la ciudad apenas entra al lugar y deja a la vista las huellas de la vida de un juego inmortal sobre el sillón, mientras el silencio le va ganando a la respiración entrecortada que se va tornando normal.

Sólo un teléfono sonando puede romper el hechizo y volver todo a la normalidad…
Y por eso es que voy a atender el llamado.
—Hola, ¿cómo estás? —pregunta una voz femenina del otro lado.
—Muy bien… Justamente estaba pensando en vos…

miércoles, 11 de marzo de 2009

55. texturas

—Los presento… Él es Sebastián, un amigo de Gastón; ella es una amiga mía…
Apenas Sebas escuchó el nombre de Julieta, me lanzó una mirada para saber si lo que tan improbable como descabelladamente se le estaba cruzando por la cabeza era así.
Con un silencioso y leve gesto afirmativo le respondí, por lo que saludó y con rapidez nos fuimos de ahí para refugiarnos en su depto.

Creí que ahora iba a respirar más tranquilo, pero no sabía que la barra completa estaba de visita en lo de Sebas…


—¿Esa era Julieta? ¿La Julieta que conociste el otro día?
—Ahá.
—¿Y ahora está en tu depto junto a Fernanda?
—Ahá.
—¿Y son amigas de la Facultad y vos no sabías nada?
—Ahá.
—¿Estás seguro que Fernanda no sabe nada de que vos y Julieta…?
—Ahá.
—¿A todas nuestras preguntas vas a responder con un “ahá”?
—Ahá.


Imposible escapar a los bombardeos interrogativos de la barra, por lo que decidí explicarles lo poco que sabía, ya que para mí también todo esto me agarraba absolutamente por sorpresa.
—La conclusión más evidente es que Fernanda no sabe nada de mi relación con Julieta. Por otra parte, Julieta manejó muy bien la situación, aunque no dejó de jugar un poco con fuego cuando dijo eso de que ya sabía mi nombre.
—Bueno, es evidente que se trata de una mina a la que le atrae el peligro y sabe domarlo —dijo Sergio.
—Supongo, ya veremos qué pasa cuando podamos hablar a solas.
—¿Y qué va a pasar? —se preguntó Pablito y enseguida respondió—. A lo sumo te lleva de excursión al Aconcagua y te deja ahí, o te hace saltar desde el obelisco sin soga ni red, o te invita a relajarte dándote un baño de inmersión en un estanque impregnado de pirañas hambrientas.
Las risas comenzaron a aparecer, hasta que me di cuenta de algo muy, muy importante…

—Che, pero… —dije de pronto iluminado por una revelación que me caía quién sabe desde dónde—, Fernanda me dejó a fin de año (o a principio según algunos relojes) por lo que me hace soltero de su parte. Después estuve con Lucía… y ya sabemos lo que sucedió… Pasaron algunas cosas con Fernanda, pero en ningún momento se habló de que volvíamos a ponernos de novios. Ahora apareció Julieta, y aunque nos llevamos bien… tampoco es que estamos de novios. Además la conozco hace una semana. Así es que por todo esto y mucho más… me considero inocente y liberado completamente de culpa y cargo.
Los chicos comenzaron a aplaudir y a vivar mi nombre entre festejos y brindis exagerados.
—¡Tenés razón! ¡Tenés razón! —gritaban divertidos mientras me lanzaban hacia arriba como a una novia.

De pronto se hizo un silencio abrupto… Cristian, que se encontraba pensativo sobre toda la situación y no había participado de los festejos, se levantó de la silla, se acercó a mí, y dijo:
—Sí, tenés razón… Por lo que podrías ir entonces ahora a hablar con las chicas y aclarar la situación.
—Ok, ok… Tengo razón —coincidí con Cris—, pero también me gustaría continuar con vida.
Y dejando ese último punto muy en claro, dejamos a las chicas estudiando y nosotros de festejos prolongados.

martes, 10 de marzo de 2009

54. tu nombre me sabe a...

—Gastón, vení que te presento a mi amiga —me llama Fernanda mientras yo continuaba intentando ubicar a Sebas—. Él es Gastón, que es un amor que nos presta su depto para que podamos estudiar cómodas. Y ella es mi amiga de la Facultad…
—¡Julieta! —exclamo yo sin poder creer lo que veo.
—Sí —dice Fernanda extrañada—, se llama Julieta… ¿Cómo sabías?

Por un momento la mente se me volvió blanca, las piernas se aflojaron, y sentí que alguien (supongo que se trataba del guionista de mi vida a diario) desplegaba una enorme y endemoniada carcajada. Intenté reponerme de algún maleficio chino y dije lo primero que se me ocurrió.
—Por la cadenita que tiene en el cuello con la “J”. No tiene cara de “Juana”, ni de “Jazmín”, por lo que me jugué por Julieta.
—En cambio yo hubiese sabido que eras Gastón sin necesidad de iniciales a la vista —exclamó sorpresivamente Julieta.
Pensé que se venía el Apocalipsis personal y con un hilo de voz, de todas maneras, le pregunté cómo podría saberlo.
—Es muy fácil —respondió Julieta con una sonrisa—. Porque Fernanda te nombra varias veces en cada conversación, además sabía que tenía que venir a la casa de un Gastón, y finalmente al llegar acá, vos sos el único hombre que hay, por lo que todo indicaba que, sin necesidad de presentaciones, vos tenías que ser Gastón..
—Ahhhh… —fue lo último que dije antes de dejarme caer en el sillón.


Las chicas se acomodaron tomando la mesa por completo con sus materiales de estudio, mientras yo seguía sumergido en el sillón esperando que aparezca Sebas, hasta que finalmente se hizo presente en casa…
—¿Qué pasa? Tengo cientos de llamados tuyos y… —dijo Sebas entrando a casa y frenando su discurso al ver que me encontraba acompañado.
—Hola Sebastián —saludó Fernanda con la intención de apurar los saludos y que nos fuéramos para que pudieran estudiar tranquilas.
—Hola, ¿qué tal?
—Los presento… Él es Sebastián, un amigo de Gastón; ella es una amiga mía…
Apenas Sebas escuchó el nombre de Julieta, me lanzó una mirada para saber si lo que tan improbable como descabelladamente se le estaba cruzando por la cabeza era así.
Con un silencioso y leve gesto afirmativo le respondí, por lo que saludó y con rapidez nos fuimos de ahí para refugiarnos en su depto.

Creí que ahora iba a respirar más tranquilo, pero no sabía que la barra completa estaba de visita en lo de Sebas…

lunes, 9 de marzo de 2009

53. cruce peligroso

En estos días de marzo, Fernanda tiene que rendir unos finales de la Facultad.
Generalmente, esos días de estudio son semejantes a los que la visitan con cierta puntualidad cada mes.
Es de las que en esos tiempos andan histéricas, locas, malhumoradas y demás demonios femeninos.
Durante dichos períodos, lo más sabio que puedo hacer, es alejarme… No importa en qué dirección, pero sí que la distancia entre ella y yo no sea inferior a los 10 km.

Suena el teléfono… y es Fernanda.
—Hola, necesito que me hagas un gran favor.
—Bueno, si puedo…
—La semana que viene tengo un final complicado y al gobierno se le ocurrió justo ahora ponerse a arreglar la calle de casa, cuando hace más de un siglo que está con sus baches y…
—Fer… Estoy en el trabajo… ¿Me podés decir cuál es el favor que precisás de mí? —la interrumpí comprendiendo que estaba en uno de esos días en que el mundo está contra ella… salvo yo… a veces.
—Ah, sí… Bueno, si puedo irme a tu depto a estudiar con una amiga. Es ella y yo, nadie más... Además no te molestaríamos para nada porque vamos a estar sumergidas en los libros, apuntes, y realmente no se me ocurre otro lado mejor, y…
—Está bien, no hay problema. Trato de ir temprano para casa así…
—Ay, gracias mi amor.
(¿mi amor?)

Estando el depto ocupado por Fernanda y una compañera en pleno estudio, lo mejor era comenzar a buscar alojamiento.
Y qué mejor que Julieta para que me salve de los tiburones. La llamo sin perder tiempo.
—Hola, ¿querés que hoy a la noche nos veamos para…?
—Hoy no… Tengo el día complicado y creo que esta semana va a ser toda así.
—Ah, bueno… Yo igual…
—Me encantaría que nos veamos, pero tengo algunas cosas que hacer y ya arreglé.
—No problem, nena. Cuando estés libre nos vemos.
—Dalo por hecho. Te mando un besote.


Ya me encuentro en casa, Fernanda acaba de llegar con sus libros de estudio y yo intentando comunicarme con Sebas para ver si me quedo en su depto. En eso suena el timbre.
—Debe ser mi amiga. Dejá que voy yo —dice Fernanda yendo a abrir la puerta.
Escucho las voces femeninas que certifican que llegó la hora de irme, de escaparme, de alejarme de inmediato.
—Gastón, vení que te presento a mi amiga —me llama Fernanda mientras yo continuaba intentando ubicar a Sebas—. Él es Gastón, que es un amor que nos presta su depto para que podamos estudiar cómodas. Y ella es mi amiga de la Facultad…
—¡Julieta! —exclamo yo sin poder creer lo que veo.
—Sí —dice Fernanda extrañada—, se llama Julieta… ¿Cómo sabías?

viernes, 6 de marzo de 2009

52. en el día mundial de la mujer

Una vez escribí un poema que en alguna parte decía: “Mi vida es una caja de sorpresas dentro de una caja de sorpresas”.
Y por alguna extraña razón, las letras cobraron vida y se pusieron en mi camino, haciendo desde ese preciso momento que no sepa lo que puede ocurrir(me) al día siguiente.

Entre mi agenda inexistente y mi distracción aguda, escuché que el domingo es el día mundial de la mujer, y no quiero que mi (mala) memoria me deje en falta con ellas.
Y como el domingo no sé cómo, ni dónde me puedo encontrar, es que hoy, y teneindo muy en cuenta que el día de la mujer es todos los días, acá va este petit homenaje a las mujeres que son (fueron y serán) parte de mi vida a diario.



hay mujeres que me quieren
hay mujeres que me odian
hay mujeres que sienten lo mismo a la vez
y algunas mucho más que eso también

hay mujeres que están a mi lado
a ellas las quiero demasiado
hay mujeres que son parte del pasado
y las sigo queriendo
porque no dejan de pasar

hay mujeres a las que dejarle mil perdones
por debajo de la puerta
sinceramente es muy poco
por eso les pido perdón

así soy yo y así son ellas
con las mismas diferencias
que se nos parecen y nos diferencian

hay mujeres que me hablan
hay mujeres que me escriben
hay mujeres que me escuchan
hay mujeres que me matan con sus miradas
y sigo vivo tan sólo para que me vuelvan a matar

los espíritus de los que murieron de amor aconsejan
para dejar de extrañar hay que aprender el oficio de olvidar
pero las sigo extrañando
aunque logro olvidar los motivos
por lo cual las extraño hoy

hay mujeres que me siguen viendo
hay mujeres que me siguen recordando
hay mujeres que me siguen olvidando
pero saben la manera de encontrarme
sin necesidad de tener que buscarme

así soy yo y así son ellas
con las mismas diferencias
que se nos parecen y nos diferencian

mujeres que son como el amor de mil mujeres
mujeres que me hicieron el amor
mujeres que me hicieron el dolor
(con amor)

mujeres que son la imagen en mi espejo
mujeres que son los pedazos rotos de mi corazón

mujeres que están a mi lado
mujeres que no regresarán jamás
mujeres que sueñan con volver
mujeres que vuelven para poder irse después
(otra vez)

mujeres que son palomas
mujeres que son nubes
mujeres que son latidos latentes
mujeres que son (fueron y serán) parte de mi vida a diario
por siempre
y para siempre

jueves, 5 de marzo de 2009

51. temprano y a la cama

Reunión en lo de Lore.
La verdad es que hoy tenía ganas de acostarme temprano, pero la invitación para realizar nuestra acostumbrada mini maratón de Lost pudo más. Sin embargo, siento que, de alguna manera, no todos vinieron con la misma intención…

Apenas llegué, noté que los chicos, los hombres del grupo, me estaban esperando con cierta impaciencia. Se hacía evidente por la mirada desbordada de Cris, los ojos curiosos de Sergio, la sonrisa pícara de Pablo, y los movimientos ansiosos de Sebas.
No me di por aludido, saludé a las chicas (Lore, Pato, Pamela, Lola y Nati) que estaban preparando todo, y me senté para mirar mi serie favorita junto a mis queridos amigos.

No habían alcanzado a pasar diez minutos de los títulos cuando…
—¿Te acostaste con ella? —preguntó Cristian en un susurro pero con su tono característico.
—¿Por qué imaginás eso? —le devolví la pregunta susurrada pero con mi tono característico.
—Porque lo leí en tu diario “público”.
—Ahhh…
—No, ahhh no. Hace unos días estabas hecho percha por Valeria y ahora estás en la cama con otra.
—No estoy en la cama con otra. Estoy acá con vos y los demás intentando saber qué pasa en esa fantástica isla —le contesté sabiendo que mis respuestas irónicas lo podían convertir en Hulk.

Mientras la serie continuaba, Cris continuó también con sus retos…
—Pero Gastón… ni siquiera la conocés.
—Sí que la conozco. Se llama Julieta y le gusta saltar desde lugares altos atada de los tobillos.
Cristian se quedó en silencio, resoplando y clavando la mirada en la tele.
Pensé que me había salvado, pero intervino Pablo que tiene oído para todo…
—Che, y cuando no salta, ¿también le gusta que la aten?
Las risas no pudieron frenarse y las chicas nos miraron preguntándose en qué carajo estamos, ya que casualmente Lost estaba en un momento de mucha tensión.

Nos acomodamos, nos dispusimos nuevamente a concentrarnos en la serie y todo pareció encaminarse, sin embargo los curiosos dardos volvieron al ataque.
—¿Y cómo es ella? —preguntó Sergio haciendo saber que existen las preguntas normales.
—Es… ella es… linda, sociable, carismática, amante de la naturaleza…
—Pero yo pregunto… ¿Cómo es? —insistió Sergio.
—Y ya te dije… Es rubia, sonrisa contagiosa, buen cuerpo, no alta.
—Creo que Sergio te quiere preguntar otra cosa, en realidad —intentó aclarar Sebas mientras se acercaba con cierto disimulo—. Él… y todos nosotros… queremos saber cómo es ella… en la cama.
—Bueno… Ustedes ya saben que de esas cosas no hablo, pero… les puedo decir que… estuvo muy interesante lo del ventilador de techo.
Otra vez las risotadas, un almohadón que vuela por el aire, y las chicas que se ponen firmes y nos invitan a retirarnos.


Ya en la calle y después de rechazar una invitación pizzera por querer acostarme temprano, me suena el celular.
—Hola, soy yo, ¿querés que nos veamos?
—Bueno, dale, ¿te venís para casa?
—Ya estoy en la puerta.

—¿Quién era? —me pregunta Sergio
—Julieta.
—Bueno, por lo menos vas a cumplir y te vas a acostar temprano —dijo Pablo mientras nos despedíamos a las risas.


La verdad es que es una gran fortuna contar con mis amigos.
Y también que hoy, finalmente como quería, pueda acostarme temprano.

miércoles, 4 de marzo de 2009

50. conociéndote

Me despierto por el ruido de un trueno o de un camión que pasa o de…
No sé, no logro abrir los ojos y cuando lo hago, la habitación se encuentra maravillosamente a oscuras.
Me quedo sentado en la cama intentando ordenar mi desorden mental, y entonces todo se va despejando… de a poco…

Sí, anoche me quedé sin ver la película tan aclamada por la crítica, pero es que si la hubiera visto, ya que charlando con Julieta me puse al tanto de todo.
Claro, anoche hacía frío, estaba algo lluvioso y nos refugiamos en algunas parte de la ciudad a tomar algo y conversar mucho.
Y por medio del diálogo descubrimos que tenemos algunos gustos parecidos sobre películas y no me importó confesarle que puedo lagrimear frente a la pantalla.
(sip, prefiero llorar mirando una peli y no escuchando el noticiero)

Después pasamos por bandas sonoras y hubo un gran abanico de notas y estilos compartidos y por compartir.
En ese sentido no puedo estar sin tener mi música de fondo, pero ella me remató con su secreto musical.
—Me encantan los Himnos —me dijo inmutable—. De hecho, tengo como alarma para despertarme el Himno Nacional Argentino.
—Bueno, es una buena idea, ya que al escucharlo te obliga a ponerte de pie.
Nos reímos y fue el preciso momento en que dejó a la vista algo que me fascinó… Su forma de reírse.
(sip, es algo que me atrapa mucho en las mujeres)

El lugar en el que estábamos era cómodo, tranqui, y su calidez se sumaba por la compañía, pero además por la lluvia que caía afuera ahora con mayor intensidad.

Las conversaciones y los descubrimientos se fueron haciendo de manera natural, pero también sintiendo como si nos conociéramos de siempre.
Y mientras yo le contaba de mis gustos por las noches y sus cielos limpios, ella se despachó con sus gustos por las montañas rusas.
—¿Alguna vez buceaste con tiburones? —me preguntó como si me preguntara si me gusta el mate amargo.
—No, pero una vez me enamoré de una sirena.
—Jajajajaja (otra vez esa risa…), te hablo en serio. Yo soy loca por la adrenalina. Me gusta realizar ese tipo de experiencias… al natural.
—Bueno, podemos marcharnos con toda naturalidad de acá sin pagar.

Ya eran las 3 de la mañana cuando nos fuimos… con todo pago.


La verdad es que, por lo menos yo la pasé muy bien, y creo que a ella le pasó lo mismo.
Pero ahora llegó la hora de la verdad, la dura realidad llama a cumplir con las obligaciones y pese a la infinidad de gotas que caen con ganas, hay que salir a trabajar.

Me levanto de la cama con el sueño en la cara y buscando mi ropa entre la oscuridad y el desorden cuando detrás de mí comienza a escucharse las primeras estrofas del Himno Nacional.
—¡Buen día! —me saluda Julieta desde la cama—. ¿Dormiste bien?

martes, 3 de marzo de 2009

49. cine en continuado

Volvía del trabajo a casa cuando, en algún momento y casi sin darme cuenta (como siempre) me desvié en el camino.
Y los zapatos me fueron llevando hasta la zona cinéfila que hacía un tiempito que no visitaba.
Al llegar a la entrada del cine, veo que se anuncia la proyección de "Slumdog, millonaire”. Según me enteré por unos que estaban conversando al lado mío mientras yo miraba el afiche del film, esta era la que ganó el último Oscar.
La verdad es que mucho no me interesa ese dato, ya que me dejo llevar por mis propios gustos (y placeres).
Me acerco a la ventanilla y pido una entrada.
—¿Una sola? —me pregunta la señora agreta sin dejar de mirarme ni darme la entrada.
—Sí, una sola. ¿No puedo comprar una sola entrada? En realidad vengo con mi soledad, pero ella siempre pasa gratis.
La mujer, un poco más agreta que antes, resopla sin dejar de mirarme y finalmente me dice que sólo quedan entradas para la función de la medianoche.
Hace frío hoy como para querer esperar hasta esa hora para mirar una película que no me llama demasiado la atención. De todas maneras, lamento que mis pies no hayan calculado eso y me hicieran venir caminando hasta acá sin sentido.
Mientras me quedo mirando los horarios de las funciones de mañana, al mismo tiempo comienzan a salir los espectadores que acaban de presenciar la película.
Me hago a un costado e intento captar las impresiones de los que acaban de ver la película para enterarme si vale la pena volver mañana a mirarla en pantalla gigante.

—¡Qué buena película! ¿Te gustó a vos?
Una rubia desconocida me pregunta como si me conociera sobre la película que desconozco.
—Sí, estuvo bien —le miento con cierta precaución.
—¿Bien? ¿Nada más que bien? No me vas a decir que no está muy bien armada, como se va construyendo la historia a través de las preguntas.
—Sí, menos mal que se hizo justicia… y le dieron el Oscar, ¿no? —metí en el diálogo el dato que había escuchado unos minutos antes.
—¿Y a tus amigos que les pareció?
—¿A mis amigos? —pregunté sorprendido.
—Sí, o con quien hayas venido… ¿O viniste solo?
—No, vine acompañado pero… se fue antes porque no quería que la vieran llorando —seguí mintiendo sin razón.
—No me vas a decir que se perdió el baile del final. Es imperdible —dijo ella con una exageración al natural.
—Bueno, yo me perdí la parte en que me dijiste tu nombre.
—Ay, disculpame, es que como yo vine sola, necesitaba compartir los comentarios de la película con alguien. Soy Julieta, ¿y vos?
—Gastón.

Después de la presentación, el frío en la ciudad continuaba y nos metimos en un café para seguir intercambiando impresiones sobre la película… y demás temas que fueron surgiendo.


Algunas veces, afuera de los cines, también se pueden vivir buenas películas.
(y hasta quizás gane también algún premio)

lunes, 2 de marzo de 2009

48. pasemos a otro tema

Algunas historias parecen sacadas de guiones televisivos, pero algunos guiones, se nutren de la vida misma, de la vida real, de esos pedazos de vidas que van de un lado hacia el otro cargando sus brújulas rotas en los bolsillos sin fondos.
Nadie sabe qué va a suceder mañana, sin embargo la mayoría se esfuerza por tener un poco armadito el día siguiente.

A mí me pasa… lo contrario.
Cuando despierto, sin importar la posición del sol ni tener la certeza de lo que está marcando el almanaque, me preparo para la sorpresiva sorpresa.
Eso no significa que tenga que suceder algo (ni siquiera hablo de abducciones, de conversaciones espirituales, de secuestros sin extorsión por parte de ninfómanas, o de aumentos de sueldos).
A veces siento que la sorpresa del día es que no ocurra nada.
Como si el autor del destino se tomara unos días, o estuviera buscando en el lugar equivocado a las musas que jugarán conmigo.


El otro día, en un arranque de furia sin furia, le dije a Vale lo que sentía, y los corazones suspiraron aliviados, aunque el maldito reloj me haya clavado las agujas a un costado de mi costado más frágil, como clara señal de lo tarde que era para algunas confesiones conocidas.


—¿Y entonces…?
—Y entonces fuimos a caminar y le dije que tenía razón, que por una mezcla de miedos y celos estaba dejando de lado nuestra amistad, pero que me diera tiempo para poder ordenarme.
—¿Y ella que dijo?
—¡Que se quería casar conmigo!
—¿De verdad? —preguntó Cristian abriendo su boca a más no poder y con los ojos enormes como dos huevos fritos enormes.
—No, nene. Me dijo que se alegraba mucho por lo que le estaba diciendo, ya que para ella era muy importante lo que yo piense o sienta.


Suena el timbre de casa, abro la puerta y es Sergio.
—¿Y entonces…?
—Y entonces me pidió disculpas por lo que dijo sobre el embarazo de Lucía.
—Claro, ella no sabía cómo había terminado esa historia, pero lo que no me explico es cómo se había enterado de lo otro.
—No sé, ni me interesa saberlo. Y ahora lo que no quiero es que se entere del otro embarazo.
—¿Qué? ¿De quién? ¿Qué embarazo?—gritaba Sergio mientras a Cristian le bajaba la presión.
—De ninguno, era una broma —dije mientras le alcanzaba un poco de sal a Cristian.


Golpean la puerta y del otro lado está Lore.
—¿Y entonces…?
—Y entonces hablamos y dejamos todo en claro.
—¡Qué bueno! Me alegro tanto… Vale te necesita más que nunca como amigo.
—Sí, y yo necesito dejar de hablar sobre lo mismo todo el tiempo y tomar algo fresco. ¿Alguien me acompaña en el desafío?



No hay nada como un poco de aire fresco (on the rock).
No hay nada como dar una vuelta de hoja.
No hay nada como la compañía de los amigos que están siempre.
No hay nada como los amigos desconocidos que comienzan a acompañar.
No hay nada como terminar el lunes… pasando a otro tema.