lunes, 29 de junio de 2009

118. volver al futuro

Los últimos días de ausencias (por lo menos por estos lugares) me encontraron demasiado presente en otras cuestiones.
Lamentablemente no se trató de alguna nueva y buena aventura, o de algo que valga la pena contar.
De hecho estuve pensando en dejar mi vida a diario…
(epa, sonó a suicidio, pero me refería a la escritura de “Mi vida a diario”)

Pero claro, la vida no es siempre de color rosa… a no ser que uno sea la pantera.
Y aunque muchas veces ustedes (leyendo) y yo (escribiendo) nos divertimos con las cosas que (me) suceden, en algunas ocasiones el despertar no es del todo divertido.
Sin embargo, la vida continúa y el último primero de enero me propuse escribir todo lo que me iba sucediendo, sin discriminar entre lo bueno y lo malo.
Creo que el semestre que pasó fue muy bueno, y ahora la balanza de la vida comienza a colocar piedritas del otro lado.
¿La ley de la vida?
Si es así, seré un transgresor de esta normativa vidal e intentaré quebrar la balanza para el lado de las sonrisas.
Mientras tanto… acá estoy!!!


Y hablando de estar y transgredir, el sábado nos juntamos la barra en lo de Lore.
Nada especial salvo las pizzas y ninguna excusa para estar reunidos.
Algunas bromas obvias sobre Miguelito Jackson, algunas paranoias sobre la gripe porcina, una votación sobre la película a mirar (ganó “La duda” y después de terminar de verla dudamos sobre la buena elección realizada), y cuando nos despert…, digo, cuando nos dimos cuenta, ya la mañana estaba sobre nosotros y sus alrededores.

Mateamos, charlamos (en voz baja para respetar un poco la veda política) sobre las elecciones de este domingo y de a poco nos fuimos despidiendo.
Cris se fue temprano porque quería votar ídem.
La mayoría lo haría a la hora del almuerzo en la que creían habría menos gente.
Y yo lo haría cuando encontrase mi documento.
Claro, soy de los que sacan su D.N.I. nada más que cuando hay que votar, y después del sufragio lo vuelvo a guardar tan bien que para la próxima elección no sé dónde lo puse.
Lo busqué por todas partes sin éxito alguno.
El mediodía se acercaba y me llama mi hermana Ana.
—Gastón, ¿ya votaste?
—No, estoy buscando el docu.
—¿Lo buscaste bien?
—Evidentemente no porque no lo encuentro —dije algo enojado por su preguntonta.
—Ok, buscalo un rato más y después venite para casa así te lo doy y vas a votar.
—¿Cómo? ¿Lo tenés vos?
—Sí, me lo diste para que después no estés todo el día buscando dónde lo dejaste.


Después de pasar por lo de Ana, retirar el docu e ir con Sebas a votar (lo hacemos en la misma escuela), me llama Pablo para decirme que a Cris, por ir temprano, lo engancharon para estar como presidente de mesa o fiscal, por lo que terminamos de votar y nos fuimos a llevarle un termo con café y a hacerle un poco el aguante.
Cuando todo terminó, volví a casa y me puse a hacer zapping por todos los noticieros para enterarme cómo iba la cosa.

Me quedé dormido cuando los que perdieron se adjudicaban el triunfo (como hacen siempre).
De todas maneras, espero que de una buena vez, todos ganemos.
(por lo menos siempre voto con ese deseo furtivo y esa convicción tan alejada de la realidad)

domingo, 21 de junio de 2009

117. en el día del padre

Formas de vida que son transmitidas
Esas enseñanzas que nunca se olvidan
Las huellas de sus amores en nuestras casas
Intensamente marcadas por sus
Zapatos gastados en los caminos ya recorridos

Después el tiempo traerá los recuerdos
Irrepetibles momentos junto a ellos
Anclados en los corazones valientes

Dios siendo el Padre de todos nosotros
Exigió que en la Tierra también tengamos un padre
La mejor de las ofrendas recibidas

Pero no olvidemos que nuestros corazones
Almas coloradas de mismo ritmo
Descuentan de nuestras mentes las distancias
Recordemos y tengamos siempre presente
Ellos jamás estarán lejos de nosotros

En nuestras vidas descansan nuestros padres
Nosotros lo hacemos en sus atentas miradas

Es verdad que siempre es el día del padre
Sólo que algunos necesitan de esta fecha
Para tener la oportunidad de decir: "Te quiero, papá"
Entonces hay que intentar demostrarlo
Cada día a cada instante
Inolvidable será para nuestros padres
A la vez que se vuelve
Loable también para nosotros

Ahora trataré de seguir la línea personal

Muchas veces estuvimos juntos y separados
Infiernos transformados en Paraísos

Vos siempre estuviste conmigo
Igual que el abuelo
Ejemplos de vida para mi vida
Juntos fuimos aprendiendo
Orgullo de la relación de un padre con su hijo

viernes, 19 de junio de 2009

116. ...y la vida sigue

Reunión en casa.
Estábamos todos juntos sin ninguna excusa.
Simplemente apareció Pablo para llamarme y decirme que venía con Ana. Ana le avisó a Lore, y así se fue haciendo la cadena amigable.
El ambiente estaba raro…

Esta mañana mientras unía Baires con La Plata, puse la radio de siempre sabiendo que esta vez, como nunca antes, sólo habría música.
Me puse mal y se me empañó la mirada.
—¿Es para tanto? —me preguntó Luís sin entender mi sensación interna y externa.
—No es para tanto. Es lo suficiente. Es lo obvio. Es lo natural. Es lo que me pasa.
No dije más nada… Y él tampoco.
La música continuaba sonando de fondo pero no llenando un silencio, sino acompañando un sentimiento.


Pablo, Sebas, Ana, Pato, Pamela, Valeria, Fernanda y Natalia éramos fieles escuchas de su programa. Los demás alguna vez lo habían escuchado o nunca, como era el caso de Cris.
Sin embargo el tema nos tocó de alguna manera a todos.
Es que la muerte es parte de la vida, pero algunas idas tempraneras no dejan de provocarnos un sacudón, por saber que nadie leyó las letras mínimas del contrato de la vida y su final anunciado.

Pero no fue una reunión de bajón, sino de plantearnos ciertas realidades desconocidas y saber que hay que disfrutar hasta el último minuto de todo lo que hagamos.
Alguna vez leí que “las lágrimas más dolorosas son las que caen sobre una lápida mientras se dicen las palabras que no se dijeron antes”.
Esa frase me dejo marcado lo suficiente como para disfrutar de mis amigos, de mis amores, de los pequeños y grandes placeres de la vida como ir a pescar con mi viejo, como hacer renegar a mi vieja, como amar con locura a Tami, como decirles a mis amigos cuánto los quiero, como escribir cada vez que la cabeza y los dedos responden, como escuchar la música que me gusta y también la que desconozco, como leer buenas historias, como enamorarme de las sonrisas, como quedarme hipnotizado mirando un cielo estrellado, como disfrutar un buen trago de algo, como mis respiros a siete pisos de la realidad, como ser pasional con mis razones, como un buen mate cuando tengo ganas y puedo, como recordar los buenos recuerdos, como cuidar mi corazón por más que se me escapen latidos, como tantas otras cosas que valen la pena vivir… sobre todo mientras seguimos con vida.


Y entonces fue Pablo quien sacó, no un conejo de la galera, pero sí el dvd con los últimos capítulos de Lost, que por alguna extraña razón todavía no habíamos visto.

Cuando la picada estaba preparada y las pizzas recién llegadas, todos juntos nos pusimos a disfrutar de este pequeño ritual (uno de los tantos) que compartimos y que nos hace tan felices, por lo menos durante esta vida.

miércoles, 17 de junio de 2009

115. silencio de radio

Ustedes ya saben…
Intento contar mi vida a diario aunque los tiempos, aunque otras obligaciones, aunque algunos olvidos, aunque pequeñas exageraciones me desvíen del camino escrito.
Estos tiempos son así.
Llego a casa tarde, cansado, y sintiendo que el espacio frente en la compu escribiendo y leyendo se me escurre entre los dedos y la cibernética.

De todas maneras, acá estoy, combatiendo mis abandonos y llevando este diario al extremo de mostrarme (a mí mismo) las cosas que muchas veces me pasan.


Bueno, no sé porqué esta extraña introducción, pero también soy parte de estas confusiones, de mis propias contradicciones, y de mis caminos desviados e ideas perdidas.

Ustedes ya conocen a mis amigos.
Los conocen por lo que yo cuento de ellos.
Tanto a los chicos (sergio, sebas, cris, pablito) como a las chicas (lore, vale, fernanda, pato, natalia) ustedes ya los reconocen cuando los nombro, y saben muy bien lo que siento por cada uno de ellos.
Que cuando nos juntamos estamos más unidos que antes y podemos estar con la risa eterna, entre filosofías baratas y esquinas de adoquines.

Pero también siento como amigo a aquellos seres a los que no conozco y sin embargo me acompañan, me hacen reír, emocionar, y demás, en cada día de mi vida.

Esta tarde, manejando por una autopista algo monótona, durante un respiro casi sin aire, enciendo la radio de la camioneta y me entero de la noticia:
“Falleció Fernando Peña”

Y para mí es Fernando, y también cada uno de sus personajes.
Pero también sus realidades con las que podía coincidir u opinar contrariamente, aunque siempre respetando sus ideas e intentando entender sus razones pasionales.
Como lo hago con cualquier amigo, con cualquier persona.

Pero Fernando, desde hace años me acompaña por radio.
Me acompañó durante esas mañanas tempraneras en las que trabajaba en otra parte y hasta lograba que habiendo salido con tiempo de casa, llegara tarde por querer terminar de escuchar sus frases, sus locuras, sus verdades.

Hoy, ahora, estoy triste.
Seguramente como muchos otros.
Pero en este momento estoy triste, porque es un amigo que se va, un amigo que se fue.
Por más que los recuerdos, que el tenerlo presente, que los homenajes, que las palabras…
Nada, estoy triste y se me nota en las palabras.
Pero mucho más en las futuras mañanas de radio… sin radio.


Chau Fernando…
Chau puto lindo…

martes, 16 de junio de 2009

114. cartas marcadas

El fin de semana tomé la firma decisión de realizar un poco de limpieza en lo que hasta el viernes era la cara oculta del depto. La determinación la tomé porque, simplemente, era el único ser que habita el lugar y que tiene la propiedad de tomar esta clase de decisiones.
Pero además estaba buscando algo que sabía que se encontraba en algún impreciso lugar, pero después de un buen rato de búsqueda inútil llegué a la conclusión de que si no ponía un poco de orden, el caos terminaría desbordándolo todo, acá y en otros lugares.
Me puse ropa cómoda y comencé con la faena…

Mientras revisaba y ordenaba la parte de arriba del placard encontré un cofre grande, azul, artesanal, y cerrado con un candado mediano y sin indicación del lugar exacto de su llave mágica.
En un momento de iluminación recordé que en el llavero que uso todos los días hay una llave muy pequeña que está ahí junto a las demás. Como no me molestaba y me caía simpática, nunca me preocupé por averiguar a dónde pertenecía, pero ahora me pareció descubrir el secreto de su existencia. Fui en su búsqueda y al regresar comprobé con cierta felicidad que pertenecía sin duda alguna al candado oxidado. Costó un poco el giro, pero con una suficiente dosis de paciencia y fuerza pude levantar la tapa que cubría quién sabe qué cosas del mundo exterior.

Me sumergí en su interior y encontré un libro de Alfonsina Storni con una extraña dedicatoria hacia mi persona. También una bolsa llena de bolitas ganadas seguramente en alguna antigua competencia en un patio de escuela primaria.
Pero lo más importante es que, entre otros varios objetos diversos, encontré una pequeña caja rectangular de madera que al hallarla me provocó un cosquilleo interior difícil de describir. La saqué con cuidado y la puse sobre la mesa.
Después de soplar para sacar el polvo que, pese al encierro, tenía sobre sí, la abrí y me encontré con un tesoro incalculable. En su interior se encontraban ordenadas sin orden alguno un montón de sobres con sus respectivas cartas. Los remitentes ya me emocionaron. Había cartas de mamá (realizando sin querer un pequeñito homenaje a mi querido Julio), cartas de papá desde aquellas lejanas y áridas tierras, cartas de antiguas novias que cada tanto me visitan en forma de recuerdos, cartas de amigos aprovechando las fiestas de fin de año para contarme algo de sus vidas.
Encontré también algunas cartas de mis abuelos diciéndome que esperaban mi visita para el próximo verano ya pasado.
También había cartas que mandé pero que regresaron a mis manos por problemas ajenos a la empresa.

La verdad es que fue muy emocionante leer y releer frases y oraciones como: "...pero pese a las distancias existentes, nuestros corazones siguen juntos.", escrita en esa letra que heredé de papá.
O mi vieja recordándome con humor que "...como siempre decís, madre hay una sola y justo te vino a tocar a vos. Pero así será hasta que se demuestre lo contrario...".
Ahora, a la distancia, me dio risa la parte en que Verónica me escribe que "...estaremos juntos durante toda la eternidad.", evidentemente escrito sin saber que la eternidad llegaba a su fin justo una semana después.
Y Sergio que desde su cubana visita me aseguraba que "...no deja de ser paradójico que acá existan mejores aires que en Buenos Aires...".

Así me pasé el fin de semana, por momentos riendo, en otras ocasiones dejando que se caigan algunas lágrimas emocionadas, a veces recordando lo peligroso de algunos recuerdos olvidados, y otras reflexionando sobre las causas y razones de ciertas palabras escritas.

La verdad es que el tiempo que duraron las diferentes lecturas en forma de cartas fue tan intenso que cuando quise despertar de ese maravilloso viaje por el camino de la memoria, ya era martes y quedaba por delante toda una semanita de trabajo.

Por suerte, el feriado logra que falte menos para el fin de semana y así me iré preparando con cuadernos en blanco y varias lapiceras con las cuales escribiré las nuevas cartas que el correo se encargará de distribuir a las personas que quiero, que amo, que extraño.

jueves, 11 de junio de 2009

113. lo que queda

Hay recuerdos imposibles de olvidar, pero algunos detalles algunas veces logran escaparse y se quedan escondidos detrás del olvido selectivo.

La cuestión es que cuando el cielo comenzaba a cambiar sus colores mañaneros, me tuve que ir.
Me vestí en silencio mientras ella me miraba desde la cama.
Cuando ya casi estaba listo, ella se levantó y se envolvió en una enorme remera.
Bajamos en silencio por las escaleras, abrió la puerta del edificio y después de un beso breve de despedida, me dijo algo que nunca pude olvidar…
—No te borres.

Eran tres palabras que decían mucho más que esas tres simples palabras.
El “no te borres” no era porque pensara que yo desaparecería, sino para dejar bien en claro que quería que nos volviéramos a ver, a encontrar, a pasarla juntos.
El “no te borres” era una forma de decirme que más allá de la inocencia del pasado, y un presente ocupado, los dos tiempos se podrían cambiar por un futuro mejor. O aunque sea intentarlo…
“No te borres” era también decir que así como se nos esfumaron buenos tiempos, sería bueno aprovechar estos que se están presentando, más allá del bien y del mal.

Y las tres palabras lanzadas con cariño y delicadeza por Fabiana sobre mis hombros, pesaron más de lo que uno podría haber imaginado.
Es que por alguna extraña razón, por alguna nefasta conjunción de planetas desalineados, por alguna broma inentendible del destino, por alguna trampa en el azar, por alguna resolución sin validez por quién sabe quién, algo falló.
Algo pasó, algo sucedió, algo se interpuso en el camino recién pavimentado que hizo que sin querer termine borrándome.
Un trabajo nuevo, horarios esclavos, tiempos sin tiempos, compromisos urgentes, desvíos desvariados y muchos otros percances presentados, hicieron que nunca más nos crucemos con Fabiana.
Sí, aquella noche multiplicada y con chocolates empalagosos, aquella noche de sueños despiertos, aquella noche de encuentros de almas y cuerpos, aquella noche inmortalizada en algún latido preciso, terminó siendo la última noche, la única noche que compartimos ella y yo.


Años después de aquella vez, los recuerdos me invaden porque por esas vueltas del planeta y las vidas del mismo planeta giratorio, en una breve parada del trabajo, quedé estacionado por unos minutos frente a la puerta de ese mismo edificio que me vio entrar dos veces y salir para siempre.
Mi jefe Luís buscaba un kiosco y justo me fui a encontrar con el mismo en que me vendieron aquellos dulces afrodisíacos.
¿Seguirá Fabiana viviendo ahí?
Mi mente se preguntó eso y mucho más.
¿Cómo podría explicarle que no fue mi intención borrarme, aunque haya sido exactamente eso lo que sucedió?
¿Habría manera de explicar algo inexplicable después de tanto tiempo?
Todo esto me sigo preguntando mientras decido bajarme de la camioneta y tocar el timbre, el del segundo piso.
Pero antes de poner un pie sobre la calle, la puerta del edificio se abre y…
Fabiana sale por la misma. Distinta a la de los primeros años y también diferente a la de la noche inmortal. Aunque su belleza, sus formas, su sonrisa entre los labios siguen demostrando que se trata de ella.
Quise gritar su nombre pero mi voz se ahogó.
Y menos mal porque detrás de ella apareció un cochecito de bebé empujado por un hombre… que estaba con ella.
Lo sé porque Fabiana se acercó al bebé y le acomodó la manta, y después le dio un beso en la boca ese mismo hombre mientras comenzaban a caminar tomado de su brazo mientras juntos empujaban el carrito por la vereda otoñal.
Me quedo mirando esa figura familiar e inesperada hasta que desaparecen en la esquina.


Luís entra a la camioneta y me entrega mi cepita de litro de naranja.
En silencio, sin decir absolutamente nada, brindo con un trajo frutal por la felicidad de Fabiana en su rol de madre y esposa, sabiendo que tiene a alguien a su lado que, evidentemente, no se borró.

Y unas cuadras más, brindo con un nuevo trago y una carcajada, al darme cuenta que su marido no es el flaco de las flores adicto a la televisión.

martes, 9 de junio de 2009

112. dulce (re)encuentro

Teniendo en cuenta que Fabiana es muy linda, que tenía el dedo en la boca, y que tomé su pregunta fuera de contexto, me parece que es lógico que ante la sonoridad de su frase haya realizado el movimiento preciso como para empujar al suelo un enorme jarrón que estaba a un costado de mi costado haciéndolo añicos contra el suelo.
—¿Querés que te vaya a comprar otro chocolate?


En esa época tenía la costumbre de fumarme alguna Gitana, por lo que aprovechando que fui al kiosco a comparar otro choco para Fabiana, compré un paquete azul de Gitanes.
Y mientras me fumaba un cigarrillo haciendo tiempo a que se limpiara el desorden ocasionado y a que guardase alguna otras cosas “rompibles”, pensaba en lo tonto que había estado al percibir alguna señal sexual con Fabiana.
Sobre todo teniendo en cuenta que tiene novio (un florero, pero novio al fin), que hacía mil años que no nos veíamos, y sobre todo que nunca fuimos más allá de aquellos exquisitos besos medianamente prolongados en la puerta de su casa.

Con el choco en un bolsillo y mi paquete de cigarrillos en el otro, utilizo las llaves que me dio y abro la puerta de entrada. Subo, una vez más, las escaleras hasta el segundo piso y cuando golpeo la puerta del depto, obviamente la que abre es Fabiana.
Pero no es la misma Fabiana…
Es decir, era pero no.
Me explico (o lo intento)…

Era la Fabiana de antes, la que me volvía loco cuando la acompañaba del boliche a su casa.
Era la Fabiana con la que me ponía recontra tímido cuando me miraba, cuando me hablaba, y que por eso tardaba las veinte cuadras del recorrido para acercarme lo suficiente como para acercar mi boca a su boca.
Era la Fabiana que me miraba diciéndome todo sin decirme nada.

Pero…
Era también la Fabiana de ahora que tiene la edad justa y el cuerpo adecuado.
Era la Fabiana de ahora que me miraba con una intensidad que hacía enmudecer cualquier cosa que se pudiera llegar a decir.
Era la Fabiana de ahora que me obligaba a compartir el chocolate, labios contra labios.
Era la Fabiana que se había cambiado de ropa, y estaba más… cómoda.

Era Fabiana, sí, pero con una dosis y mezcla exacta de Fabiana. La de ayer y la de ahora. La chica de los primeros pasos y la mujer con cierta experiencia. La amigovia de los besos inocentes y la mujer invitándome a quemarme con su fuego.
Y yo…
Bueno, también con mis años, con mis empedrados caminados, con mis días de enseñanzas a cada paso, y con los recuerdos sin olvidos que me provocaba verla así, tan real como la hermosa e interesante mujer que alguna vez imaginé que se convertiría ella.

Llegaron los besos, el chocolate derretido entre nuestras bocas, la guía de turismo hacia su dormitorio, el recorrido entre sus nuevas curvas, las palabras que no hacían falta decir, la ropa aterrizando en un rincón de la habitación, los pelos revueltos, las manos juguetonas, las miradas desde nuevos ángulos, el ir y venir de nuestros cuerpos, las palabras que no hacían falta decir, los sonidos del placer rebotando entre las paredes, el grito del final, el temblor de los cuerpos, el feliz cansancio, un cigarrillo compartido, la sorpresa de otro chocolate esperando en un bolsillo y la sorpresa de una segunda vuelta entre la llegada de los besos y el chocolate derretido entre nuestras bocas.

sábado, 6 de junio de 2009

111. puede fallar

—¿Hola?
—Hola, soy yo, Gastón.
—¿Dónde estás?
—En el kiosco de enfrente.
—Jajajajaja…
—¿Qué querés que haga?
—Comprame un Tofi y venite para acá..

Pagué el llamado, compré el chocolate, crucé la calle, entré nuevamente al edificio y subí las escaleras hasta el segundo piso.
Fabiana abrió con una sonrisa la puerta y yo me perdí en el interior del departamento mientras me volví a acomodar para, ahora sí, ponernos al día… con todo y a solas.


Entre viejas charlas y nuevos mates, fuimos recorriendo parte de la historia dejada atrás.
—Siempre me gustaste —le dije envalentonado sin ninguna causa.
—Sí, lo sé —me contestó ella clavándome la mirada.
—Ah, lo disimulé bien entonces, jejejeje.
—No, para nada, jajajaja. En eso siempre fuimos muy parecidos. Yo también te demostré cada vez que nos veíamos que me gustabas.
—Sí… Algo sospechaba…

La charla entre los dos era natural. No había tonos eróticos o gestos que buscasen algunas provocación en el otro. Simplemente nos contábamos algo que, obviamente, ya sabíamos pero que nunca tuvimos el espacio para compartirlo.
Y ahora, había llegado el momento…

—¿Te acordás cuando íbamos a bailar? —me preguntó ella sabiendo que no podría olvidarme de esas salidas.
—En realidad no me acuerdo de ir a bailar, sino cuando salíamos del boliche.
—Jajaja, es verdad. Muchas veces me acompañabas hasta mi casa caminando esas 20 cuadras y cuando terminábamos el recorrido me besabas.
—La frutilla del postre, jejeje.
—Muy dulces tus besos. Siempre me besaste muy bien…

Algo pasó en ese momento porque mi codo realizó un movimiento rápido y torpe y golpeó el florero que estaba sobre la mesa, haciendo que caiga al suelo y se autodestruya en mil pedazos.
Fabiana fue a buscar un trapo para secar el piso y una pala para juntar las partes del florero.
—Esperá que traigo la escoba —me dijo al ver que estaba juntando los vidrios con la mano.
Nos pusimos los dos juntos a limpiar el desastre causado mientras nos reíamos por la situación, hasta que…
—¡Augh!
—¿Qué pasó?
—Nada una espina de estas flores de mierd…
—Pará que te la saco —me ofrecí y en dos segundos y cuarto ya estaba el aguijón fuera aunque su dedo sangrado un poco.
Y fue ahí cuando…

Bueno, hizo el gesto que la mayoría hace cuando le sangra un poco el dedo, es decir, se lo llevó a la boca y…
Extasiado con la imagen presentada me apoyo en la punta de la mesa y hago volar el cenicero de vidrio que se había salvado del desastre, hasta ese momento.
—Gastón, ¿acaso querés romperme todo?

Su pregunta fue inocente pero en mí tomó un significado alejado de toda inocencia.
Teniendo en cuenta que Fabiana es muy linda, que tenía el dedo en la boca, y que tomé su pregunta fuera de contexto, me parece que es lógico que ante la sonoridad de su frase haya realizado el movimiento preciso como para empujar al suelo un enorme jarrón que estaba a un costado de mi costado haciéndolo añicos contra el suelo.
—¿Querés que te vaya a comprar otro chocolate?

viernes, 5 de junio de 2009

110. quitando las sobras del plato

—¿A quién esperás?
—No, no te voy a decir —me dijo para mi sorpresa el flaco.
Con la evidencia de que, efectivamente, estábamos esperando a la misma persona, saco enseguida el escudo protector.
—Yo estoy esperando a una amiga de mi pueblo, que nos conocemos hace mil años y hacía quinientos que no nos veíamos. Se llama Fabiana. Fabiana V. ¿La conocés?
—Sí, vive en el segundo piso… Y es mi novia.


Apenas pasada la evidente sorpresa, le conté al apesadumbrado novio que a Fabiana la conocía desde hacía demasiado tiempo.
Éramos amigos que, por los diferentes caminos de la vida, estábamos distanciados geográficamente, y habíamos arreglado para vernos e intentar ponernos un poco al día.
La verdad es que no sé si me creyó, pero le dije la verdad.
Más allá de que siempre me había gustado, no había venido con ninguna intención física, y menos ahora que estaba su novio al lado mío.

Pasaron tres minutos y aparece en la puerta de entrada apurada e intentando embocar la llave en la cerradura sin mucha suerte, Fabiana. Entonces abro la puerta y al levantar la mirada se encuentra conmigo y con él. No sé qué habrá pensado al tener esa imagen frente a ella, pero viendo que empalidecía un poco me apuré a saludarla con un beso y un abrazo y así decirle al oído que se quedara tranquila que ya le avisé a su media naranja que soy su amigo.
Realizados los saludos y las nuevas presentaciones un tanto más formales, subimos los tres juntos por la escalera al segundo piso. Fabiana abrió la puerta y se dispuso a preparar unos mates para compartir.
Mientras ella Iba a la cocina y volvía al comedor donde me encontraba sentado junto a su novio y sus flores sin florero, explicaba que se retrasó porque justo cuando salía del trabajo al jefe se le ocurrió pedirle un trabajo extra y no le quedó más remedio, que perdón por la demora y demás disculpas grupales.

Finalmente ahí estábamos los tres en una mini ronda de mate.
El novio en silencio mirando algo en la tele (?) mientras Fabi y yo charlando pero seleccionando los temas por conversar para que no se presente inconveniente alguno.

La verdad es que el ambiente no era el más acorde.
Ella sin poder hablar demasiado conmigo, el novio hipnotizado con la tele, y yo más incómodo que las flores en ese diminuto florero.
En un momento Fabiana se levanta y se va con la pava a calentar más agua y yo aprovecho a tomar el mismo rumbo pon la excusa de preparar un nuevo mate.
—Che, me voy —le digo mientras vacío el mate.
—¿Por? —me pregunta con el mismo tono bajo de voz con el que yo le hablaba.
—Porque estoy incómodo, por más que tu novio haya venido a ver la tele.
—Esperá, hacé una cosa —dijo sorpresivamente ella y yo escuché atento la propuesta—. Andate si querés, pero llamame en media hora.

Al salir de la cocina, aprovechando un silencio en la tele anuncié que me iba.
Pero la sorpresa mayor fue cuando el novio habló y dijo:
—Yo también me voy.

Saludé rápidamente a Fabiana, despedí con un apretón de mano al novio y me fui en cualquier dirección sin alejarme demasiado.
Al llegar a la esquina me di vuelta y pude ver como el flaco se subía a un taxi y se alejaba del lugar.


Esperé unos diez minutos sentado sobre el cordón de la vereda por si al tipo se le ocurría regresar.
Comencé a caminar lentamente hacia lo de Fabiana y, justo frente al edificio de pocos pisos, había un kiosco con cabinas de teléfono. Entro a uno y marco el número de ella.
—¿Hola?
—Hola, soy yo, Gastón.
—¿Dónde estás?
—En el kiosco de enfrente.
—Jajajajaja…
—¿Qué querés que haga?
—Comprame un Tofi y venite para acá..

Pagué el llamado, compré el chocolate, crucé la calle, entré nuevamente al edificio y subí las escaleras hasta el segundo piso.
Fabiana abrió con una sonrisa la puerta y yo me perdí en el interior del departamento mientras me volvía a acomodar para, ahora sí, ponernos al día… con todo y a solas.

jueves, 4 de junio de 2009

109. cita a oscuras

Mi memoria es de olvidar los nombres de rostros conocidos, calles por las que frecuento, fechas de almanaques y horarios de relojes.
Por otra parte mi olvido puede recordar pequeñas frases dichas al oído de nadie, datos sin importancia, e historias lejanas.
Esto que digo quedó demostrado con el olvido del cumple de mi hermana Ana, pero también con el recuerdo que tuve hoy…


Estaba moviéndome sobre ruedas cuando mi jefe y copiloto me pide que en el próximo kiosco me detenga. Tres cuadras adelante encuentro uno y estaciono en doble fila.
—Voy a comprar unas galletitas, ¿vos querés algo?
—Sí, una Cepita de naranja… de litro.
No entendí porqué Luís me miró raro, pero es lógico que no iba a pedir una cerveza sabiendo que todavía me quedan demasiados kilómetros por recorrer antes de terminar la jornada laboral.
Es entonces que miro distraídamente hacia la calle de enfrente y veo la entrada de un edificio de pocos pisos que me llama la atención. No porque tuviese algo extraño, sino porque me resultaba conocido…

Como en otra oportunidad conté (por si lo olvidaron, jejeje) los amigos y sobre todo amigas de mi adolescencia y de mis pagos, una vez que terminaron la secundaria, la mayoría, decidió seguir estudiando y para eso debían instalarse en La Plata.
Más que el amor por el estudio, era la seria posibilidad presentada de vivir solo en un departamentito (o en alguna pensión) con los padres a unos 300 km de distancia y la adrenalina de los pasos sin sombras familiares, aunque con la responsabilidad del estudio y de algún trabajo que se presentara.

Y en esa nueva vida estaba ella, Fabiana, con quien teníamos una relación de besos sin compromisos, dados únicamente cuando salíamos del único boliche que había en mi ciudad.
El tiempo pasó y cuatro años después consigo por algunas personas conocidas en común, el teléfono de su casa. La llamo y en breve quedamos que el viernes iba a visitarla.

El día llegó y como nunca en mi vida, la puntualidad me tenía tocando el timbre correspondiente sin que nadie me contestara o me abriera la puerta.
Esperé sabiendo que ella iba a aparecer… en algún momento.
Media hora después una señora que salía del edificio me dejó pasar y así esperar en la entrada.
Una hora y pico de incertidumbre, aburrido y sin saber qué hacer.
Hasta que un flaco, con ramo de flores en la mano, se acerca al portero eléctrico y toca timbre.
Nadie contesta.
Con absolutamente tooooooodaaaaaaaa mi inocencia le abro la puerta y le digo:
—Quizás no anda o cortaron la luz. Si querés pasá.
El flaco, de flores abundantes y pocas palabras, agradeció con un gesto y subió las escaleras.
A los dos minutos bajó por el mismo lugar y con las mismas flores en la mano a esperar a su novia.

Si hay algo que no soporto son esos silencios incómodos, y menos cuando estás con alguien compartiendo un reducido lugar.
—Parece que nos dejaron plantado —comenté como para romper el hielo.
—Se…
Entonces, apelando a mi humor de selección, dije la estupidez más grande de los últimos tiempos de mis tiempos…
—Espero que no estemos esperando a la misma persona, jejeje.
El flaco me miró y, cuando pensé que me iba a lanzar con las espinas de sus flores, sólo bajó la cabeza, sonrojado, y se rió de manera nerviosa.
Y ese gesto no me pasó desapercibido…
—¿A quién esperás?
—No, no te voy a decir —me dijo para mi sorpresa el flaco.
Con la evidencia de que, efectivamente, estábamos esperando a la misma persona, saco enseguida el escudo protector.
—Yo estoy esperando a una amiga de mi pueblo, que nos conocemos hace mil años y hacía quinientos que no nos veíamos. Se llama Fabiana. Fabiana V. ¿La conocés?
—Sí, vive en el segundo piso… Y es mi novia.


(ups!)

miércoles, 3 de junio de 2009

108. mensajes de alerta

Tarde, ya no de noche, con mucho frío e igual de cansado, haciendo por fin el camino de regreso a casa.
Por suerte la autopista está despejada y puedo apretar el acelerador hasta la máxima velocidad permitida.
Mientras manejo voy pensando en 29572003484121287984121687 cosas y media al mismo tiempo cuando de pronto suena el celular y el hechizo se rompe. Es Pablo.
—Che Gastón, espero que no te hayas olvidado del día que es hoy. Mirá que ahora la cara de culo de tu hermana me la tengo que bancar yo, jajajajajaja.
—¿Por? No entiendo…
—Es el cumple de Ana. ¿Estás loco?
—Pablín, realmente me extraña araña que siendo mosca no me conozca. Lo que pasa es que hoy tuve un día de locura y todavía no llegué a casa. En cuarenta y cuatro minutos estoy en casa y la llamo.
—No te vayas a olvidar, eh?
—¿Cómo me voy a olvidar del cumple de mi hermana? Qudate tranquilo que después la llamo. Ahora estoy manejando, por eso. Dale… Ok. Chau.

Apenas corté el celu vuelve a sonar, pero esta vez es Lore.
—Hola Lore, ¿cómo estás? ¿Pasó algo?
—No, todo bien, lindo. Nada más te llamaba para recordarte que hoy es el cumpleaños de Ana, y como sé que estás medio tapado de trabajo, simplemente te llamo por si lo habías olvidado.
—Para nada. De todas maneras te agradezco el llamado. La verdad es que todavía no la llamé porque hoy no paré un minuto y recién ahora estoy pegando la vuelta. Pero en cuanto llegara a casa la iba a llamar y darle el tirón de orejas por teléfono, jejeje.
—Bueno nene, no te molesto más porque estás manejando. Viajá tranquilo y ciudate. Te quiero mucho.
—Yo también te quiero mucho.
—Besitos.
—Chau nena.

No pasó ni medio segundo que nuevamente el celular sonando.
—Hola Sergio.
—Hola Gastón, ¿cómo va todo?
—Bien, ¿vos? ¿Mucho frío en esa cabeza despejada?
—No, tengo puesto un gorrito de lana, jajajajaja.
—Che, estoy manejando ahora ya volviendo para casa. ¿Querés que después te llame?
—No, está bien. Era para recordarte que hoy es…
—El cumpleaños de Ana.
—Ah, te acordaste.
—Sí, ya sabía pero gracias igual por preocuparte.
—Para eso están los amigos. Bueno, era eso nada más. Chau Gastón.
—Chau Sergio, y no te despeines.

Fui a tirar el celular en la guantera cuando me llega un mensaje de Cris.
“Se que tas manejando.
Hoy es cumple de Ana.
Llamala porque se enoja.
Chau”

Logro apagar el celular y me voy riendo de los llamados y los mensajes recibidos.
Pero después la risa se va desdibujando mientras miro la hora y se me escapa un “queloparió”.

—¿Qué pasa? —me pregunta Luís, mi copiloto, que escuchó y observó toda la escena.
—Me olvidé que hoy era el cumpleaños de mi hermana…
—¿Y qué tiene?
—¡¡¡Me va a matar!!!

martes, 2 de junio de 2009

107. a los empujones

Por cuestiones del tiempo y de la vida (me refiero más precisamente a estar harto de los cambios climáticos y los sopapos a la vuelta de cualquier esquina) es que estoy pensando (muy) seriamente en depender de mis propios errores y no de los aciertos ajenos.
Siempre pendiente de terceros de cuarta me olvido de mis segundos de primera.

Ayer lunes (y pese a ser lunes) comencé a realizar algunas cuentas, estudios de mercado, sacando posibilidades, y tramando mil y una formas de poder cumplir con mi cometido…
Un petit emprendimiento que no sea tan petit.

Y casualmente, o por esas jugarretas del autor del destino, anoche me llegó por correo una historia que me dejó casi sin dormir del entusiasmo, y buscando la solución para el problema primario de la pequeña suma para el puntapié inicial.

Comparto con ustedes la historia que me mandaron:


Un millonario estaba dando en su mansión una de sus habituales fiestas en la que no falta nada y por esa razón no falta nadie a las mismas.
El tipo (como para que se hagan una idea) tenía un auto para cada día de la semana, casas en distintas partes del mundo, y demás gustos monetarios. Pero una de los más extravagantes que poseía, era un estanque disfrazado de laguna pantanal, donde criaba sus admirados (y salvajes) cocodrilos.
Como los exquisitos vinos y el champagne frío y burbujeante no tenían fin y ya habían logrado su efecto, el anfitrión tomó la palabra y ante la aguda atención de sus invitados anunció que aquel que se atreva a cruzar a nado la piscina y llegar sano y salvo al otro lado, se hará acreedor de gran parte de sus autos, casas, y demás fortunas.
En eso se escucha el sonido de alguien que se zambulle y comienza una furiosa pelea entre la vida y la muerte.
Los cocodrilos avanzan para alcanzarlo y el hombre lucha por sobrevivir.
Sus fuerzas parecen desvanecerse pero consigue golpear a las bestias que quieren saciar su apetito carnívoro.
Finalmente, y luego de unos minutos eternos, el hombre llega, deteriorado pero con vida, al otro extremo de la orilla.
El excéntrico millonario lo saluda y felicita por su valentía y le ofrece sus premios. Pero este, para sorpresa de todos, anuncia que no quiere ni sus autos, ni sus casas, ni sus millones.
—Pero entonces, ¿qué es lo que quiere?
Empapado y casi sin poder hablar, responde:
—Encontrar al pedazo de hijoderemilputa que me empujó al agua.


La moraleja sería que somos capaces de realizar muchas cosas que no imaginamos.
Sólo necesitamos de un empujoncito.
(y a veces también de algún hijoderemilputa)


Ahora habrá que ver que sale de todo esto, ya que estoy muy entusiasmado, y además…
¡¡¡Siento que me andan empujando!!!