lunes, 31 de agosto de 2009

135. me repite la pregunta

—¿Te puedo pedir un favor?
—Si te lo puedo conceder, con mucho gusto.
—Sé que sí, porque lo que te quiero pedir es…
—¿Qué me querés pedir?
—Quiero que hagamos el amor… por última vez.


La noche parecía tener un aire mágico, como si el mundo hubiese cambiado el rumbo de su giro.
El reloj marcaba las dos de la mañana y ya había pasado un par de horas desde que me había quedado solo en el depto, desde que Fernanda se había marchado, desde que ella me había propuesto entrar una vez más en su cuerpo.
Ahora a siete pisos de la realidad y un buen vino descorchado derramado en mi copa, mientras fumo un cigarrillo que había quedado guardado en caso de incendio interior.

Sé que el pedido de Fernanda no es fácil de decir, de hacer, de rechazar.
Sé que a la distancia las mujeres pueden no entenderlo y los hombres… tampoco.
¿Es una manera de estirar la agonía o una forma saludable de despedida?

Recuerdo que la primera vez que Fernanda y yo lo hicimos fue bueno, pero nada comparado con la segunda vez, y ni hablar de las veces posteriores.
Cada vez que nos hacíamos uno era… inexplicable.
Fernanda es linda con ropa como desnuda.
Tiene la elegancia de un cuerpo con las curvas perfectas para recorrerlas sin tiempos, sin apuros, sin pausas.

Sentado en la soledad de mi adorable balcón, observando a la ciudad desde una altura privilegiada que no permite quemarme del todo con las llamas del infierno pavimentado, intento convencerme de que ese avión que pasa con sus luces parpadeantes es una estrella fugaz a pedido de mis pensamientos más oscuros.
Y entre el humo y un vino cosecha 1975, voy dibujando con cierta perfección la silueta de ese cuerpo imperfecto que alguna vez fue tan cercano al mío.
Cierro los ojos y ahí está ella, tan linda cuando la hago enojar sin querer queriendo.
Tan celosa de los fantasmas que pasan rozando mi corazón.
Tan buena en el arte culinario de la cocina y la habitación.
Tan excitante cuando ríe por no llorar y cuando llora de la risa.
Tan mujer de armas poderosas con las que sabe llevar a cabo sus propósitos más oscuros y de otros colores también intensos.

Ante mis ojos de mirada perdida va pasando una peli de un final impensado.
Porque cuando llegué a creer en un amor sin vencimiento, me vi vencido sin creer en el amor.
Y todo sucedió tan rápido que desde aquellos fuegos artificiales de despedidas crueles hasta esta propuesta deliciosamente indecente, pareciera que pasó un segundo, cuando en realidad pasaron más de siete vidas.

La noche despierta a los vampiros y yo recuerdo que, sorprendido por lo que había escuchado de sus labios de fuego, le pedí amablemente que me repita la pregunta.
—Quiero que hagamos el amor… una vez más.
—Suena muy interesante y más que tentador… pero no. Es tarde, y no hablo de horas, sino de tiempos. Te lo agradezco, pero no.

viernes, 28 de agosto de 2009

134. hagamos el amor

Fernanda estaba igual a una locomotora sin frenos, mientras que yo me sentía como un velero en una plácida laguna.
Me di cuenta de esto cuando ya en el ascensor, ella comenzó a quejarse y a traer cosas del pasado que se ve no habían quedado tan atrás, mientras yo me trasladaba mentalmente a un futuro inmediato en que Fernanda dejaba de hablar y Nadia ocupaba toda la escena.

Una vez en el depto, Fernanda se dirigió directamente a la habitación y abrió el cajón donde “antes” había parte de su ropa. Obviamente el lugar estaba vacío de sus pertenencias…
—¿Dónde están mis cosas? —preguntó enfurecida.
—En el cajón chiquito de abajo.
—¿Y por qué están ahí?
No le contesté. Alguna vez me dijeron que a un toro enfurecido lo mejor es esquivarlo.

Mientras ella agarraba sus cosas yo me fui a servir un trago.
Fernanda vino por detrás y comenzó a revolver la torre de música, sacando sus discos, o por lo menos los que ella creía suyos.
—El de Queen en Wimbledon es mío —le advertí desde la cocina.
—Metételo en el culo.
—No, ese no que es doble —le contesté mientras me acercaba con un daikiri para ella.

Era evidente que la Fernanda que estaba acá en este momento no era ella, sino un ser que no podía controlar sus impulsos, que por una razón (sin razón y con pasión) estaba haciendo un duelo a los gritos, que quizás justo ahora se daba cuenta que lo nuestro podría haber sido… distinto.

Si hay algo que no resisto es ver a una persona llorar.
Fernanda se sentó en el sillón, tomó su trago preparado especialmente, y mientras me pedía disculpas comenzaron a caer las primeras gotas desde sus ojos.

—Fer, todo bien. Vos sabés que siempre vas a poder contar conmigo para lo que sea, pero nuestra relación se terminó hace ya un par de meses, y cada uno va a tener que comenzar a caminar de una manera distinta.
—Pero, ¿lo nuestro fue lindo, no?
—Fue muy lindo, especial, fantástico, pero tuvo un final abrupto, y las heridas es mejor que cicatricen, y cuando antes lo hagan, mejor.
Fernanda me miraba como si no me reconociera pero se la jugó en forma. Dejó el vaso sobre la mesa ratona, se acercó a mí y me clavó la mirada de una manera que yo conocía muy bien.
—¿Te puedo pedir un favor?
—Si te lo puedo conceder, con mucho gusto.
—Sé que sí, porque lo que te quiero pedir es…
—¿Qué me querés pedir?
—Quiero que hagamos el amor… por última vez.

lunes, 24 de agosto de 2009

133. ángeles & demonios

Durante la semana intercambiamos llamados y algunas otras comunicaciones.
Ella trabaja en una empresa de medicina (o algo así) y los horarios no nos coinciden del todo, por lo que fuimos armando el finde para vernos y estar juntos.
Por fin llegó el sábado y nos encontró paseando por Plaza Francia.
Hacía demasiado tiempo que no andaba por estos lados. Me refiero más que nada a la zona de la plaza y de día, ya que la noche de Portezuelo y Sahara me han abierto sus puertas junto a mis amigos u otras compañías amistosas.
Pero aunque el día estaba lindo, Nadia le hacía sombra con su belleza.
Recorrimos la feria, nos sentamos en cada banco y nos detuvimos en cada espectáculo armado al aire libre.
Más allá de la gente a nuestro alrededor, por momentos sentíamos que nos encontrábamos totalmente alejados del mundo, hasta que un insistente me demostró lo contrario…

El celular no dejaba de sonar, de mandar mensajes y todas eran provenientes de la misma persona.
—¿Quién es? —quiso saber con razón e inocencia Nadia.
Intenté restarle importancia, ponerlo en vibrador, apagarlo, dejarlo abandonado, pero las llamadas seguían y la curiosidad de Nadia crecía.
El último mensaje que leí decía lo siguiente:
Dónde estás?
Yo en la puerta de tu casa como habíamos quedado ayer!


—¿Qué pasa? —me preguntó Nadia viendo que andaba medio desconcentrado.
Pienso que lo mejor para empezar una nueva relación es, en lo posible, dejar el pasado en el pasado. No hay necesidad alguna de que le cuente a Nadia sobre amoríos que tuve, simplemente porque ya no los tengo. Sin embargo, Fernanda estaba en pleno ataque de “celositis aguda” molestando con la excusa de ir a llevarse unas cosas de ella que habían quedado de la época de convivencia, pero sobre todo sabiendo que lo más probable es que estuviese con Nadia, su gran enemiga.

Finalmente le conté a Nadia lo que estaba sucediendo y quien era la autora de tantos llamados insistentes.
—¿Quedaron cosas pendientes entre ustedes?
—No.
—¿Ella puede estar confundida por algo que hayas dicho o hecho?
—No.
—Andá entonces para tu casa, dale lo que sea de ella así se calma y nos deja tranquilos. Sinó mañana, pasado o los días siguientes va a continuar con lo mismo y prefiero que si comenzamos algo nosotros, sea en paz, sin problemas con nadie.

Creo que fue acertado y muy maduro de su parte.
Nos despedimos con la promesa y la certeza de que a la noche nos reencontraríamos (si no pasaba nada grave).
Camino a casa iba pensando, recordando y preguntándome si no me quedarían otras puertas y ventanas que cerrar.
Por lo pronto, ahora me encargaría de Fernanda, que ahí estaba esperándome, hecha una furia y con una extraña mirada clavándose en mi ser.

viernes, 21 de agosto de 2009

132. esquivando balas

—¿Es verdad?
Cuando pensaba tener un día tranquilo en casa gracias a un desperfecto mecánico en la camioneta, Fernanda apareció tempranito por acá tocando el timbre y saludándome con su filosófica pregunta, interrumpiendo por unos minutos mis mates existencialistas de este viernes que parecía tan perfecto.
—Hola Fer, ¿Cómo estás? ¿Querés pasar o te doy la respuesta del lado de afuera? —la saludé con ironía, desconcertado y el mate en la mano.
Fernanda entró, se sentó alrededor de la mesa, tomó el mate que le convidé y se quedó esperando a que yo dijera algo. Como yo no tenía nada para decir, volvió con su pregunta repetida.
—¿Es verdad?
—¿A qué te referís? Acordate que soy hombre y tiendo a las cosas simples.
—Lo que escribiste en tu diario cibernético —dijo con tono bastante alterado.
—Todo lo que escribo es verdad. De hecho lo hago desde el 1º de enero que, ahora que recuerdo, fue unos minutos después de que me hayas dejado por no sé quién —contesté decidido a guerrear un poco.
—Vos no te quedaste atrás, querido. O te olvidaste que enseguida te encamaste con Lucía.
—Es verdad, pero además de encamarme, me ensilloné, alfombratié, cocinateamos, mesadeamos…
—¡Sos un boludo!
—Para noticias viejas el diario de papel. Ahora, ¿me podés explicar qué te pasa? ¿Qué leíste que estás tan… así?
Fernanda se quedó en silencio mirándome con ojos asesinos mientras yo la miraba intrigado mientras seguía mateando. Sinceramente no se me ocurría nada que hubiese hecho-escrito como para que se aparezca con tanta furia a visitarme. Noté que estaba haciendo fuerza por detener las lágrimas que parecían querer saltar al vacío y fue ahí cuando sospeché por dónde venía todo.
—Nadia —dijo dándole un premio a mi intuición masculina—. ¿Quién es Nadia?
—Es una amiga de mi hermana, y también alguien con la que estoy… —me detuve al instante cuando me di cuenta que estaba por pisar cierto palito tramposo.
—¿Qué pasa? ¿No sabés quién es para vos? ¿O te diste cuenta que tendrías que habérmelo dicho?
—Fer… —le dije más calmo y con total sinceridad—, nosotros hace bastante tiempo que somos amigos… y nada más que eso.
—¿Qué? —gritó con una mezcla de extraña indignación.
—Mirá, que después de cortar hayamos tenido encuentros furtivos, no significa que sigamos de novios. Hasta dos minutos antes de que termine el 2008 sí lo éramos, pero después ya no. Cada uno su camino, su paisaje, sus pasos, sus tiempos, su…
—Soy una estúpida. Durante el fin de semana paso a buscar algunas cosas que todavía andan por acá de cuando… ¿te acordás que vivíamos juntos acá, no? Digo, como eso no está escrito en tu diario.
—Si te hubieses ido cinco días después, seguramente algo escribía.
Apenas terminé de decirlo sonó el portazo que dio como despedida.

Afuera el día sigue lindo.
Sin perder la calma puse más agua a calentar e hice un mate nuevo.

miércoles, 19 de agosto de 2009

131. cambio de hábito

¿Te la garchaste?
Esa se podría decir que fue la pregunta con la que llegaron los chicos anoche a casa después de haber salido sorteado mi depto como lugar de encuentro y cena varonil.
Los martes siempre nos juntamos nocturnamente a comer algo y a charlar de todo un poco en una exclusiva reunión machista.
Pero desde hace unas semanas, se decidió comenzar a sortear desde donde se pide las pizzas o se hace el asadito entre intercambios de palabras y sensaciones.
Las pizzas llegaron temprano, las bebidas ya estaban servidas, y el tema parecía exclusivo y con todos los cañones apuntándome para saber sobre Nadia.
O quizás no tanto para saber sobre ella, sino por si había “conexión” y en tal caso, en qué sentido.
Podría haberles contado muchas cosas pero sabía que querían saber que tan buena era la cama.
Ok, ahí va…

—Chicos… estem… (ejem), no… Bueno… No tuvimos relaciones todavía.
Primero hubo un silencio tenso, después siguieron miradas curiosas, y por último comenzaron a reír intuyendo el chiste.
—Chicos… —insistí queriendo calmar las aguas—, no hubo sexo con Nadia.
Las risas frenaron de manera abrupta, cruzaron miradas entre ellos, y fue Sergio el que dejó la porción de pizza que estaba a punto de llenar su boca y preguntó:
—¿Por?
Era una pregunta muy sincera y que era la misma que se hacían todos los presentes (y quizás hasta me incluya).
—Porque no se dio.
—Pero, ¿pasó algo malo? —quiso saber Cris, sintiéndose algo desconcertado.
—¿Te olvidaste la pastillita azul en el otro bolsillo? —puso su infaltable cuota de humor Pablito.
—No chicos, nada de eso. Ni necesidad de pastillas ni presencia de algo malo.
—Entonces no se entiende —expuso Sebas su duda explícita.
—Entonces intentaré que entiendan así podemos comer las pizzas antes de que se enfríen —dije queriendo terminar con el tema y para eso, teniendo la necesidad de comenzar con el mismo.
Ok, ahí va…

A Nadia la conocí hace muchos años, pero en ese momento, por más que era muy linda y se intuía que no dejaría de serlo, estábamos en otras etapas de tiempo. Ella con la inmadurez de la secundaria, y yo en la facu, pero con otra clase de inmadurez.
Mi hermana le pasó mi número después de no saber nada de ella desde el siglo pasado y nos encontramos, un poco por curiosidad, otro por obligación, y también porque así lo quisimos.
En nosotros dos hubo cambios, obviamente, pero nos encontramos con gustos compartidos, con sentires parecidos, y así nos fuimos sintiendo muy en concordancia con nuestras vidas.
—¿Por qué no garcharon?
—Bueno… —intentaba dar la respuesta que sabía, pero al mismo tiempo quería aclarar las ideas en mi propia cabeza— Cuando conocemos a alguien que nos gusta, que hay cierta compatibilidad en algunos aspectos, acostarnos con ella es como la frutilla del postre, es la coronación de descubrir a alguien que nos gusta y haberse producido cierta chispa interna y externa.
—¿Y por qué no garcharon?
—Creo que con las charlas que mantuvimos durante toda la noche Nadia y yo, con la manera de escucharnos, reírnos, mirarnos y compartir tan buen momento juntos, hacer el amor quizás (quizás) hubiese sido demasiado.

Los chicos se levantaron automáticamente de la mesa, se alejaron un poco de mí e intercambiaron algunas palabras que no alcancé a escuchar.
Pablo sacó su celular y comenzó a marcar un número.
—¿A quién llama? —pregunté con cierta preocupación.
—A nadie, vos quedate tranquilo —me respondió Sebas mientras me ponía una mano en el hombro.
—Buenas noches —saludó Pablo a quién lo atendió del otro lado de la línea—. Necesito de manera urgente una ambulancia. A mi amigo le hicieron un lavado de cerebro…


(las bromas y reuniones con mis amigos, también son frutillas de un postre eterno que la vida me regaló)

sábado, 15 de agosto de 2009

130. nada es igual

Unas delgadas columnas del color del cielo escoltaron mi entrada a su casa.
Cuando las luces interiores comenzaron a encenderse, lo primero que vi fue una torre musical que me atrajo de inmediato.
—¿Te gusta la música? —me preguntó Nadia mientras ponía en funcionamiento el equipo y comenzaba a llenarse la noche con un acústico de Joaquín Sabina.
—Sí, y por lo que veo tenemos un gusto bastante parecido —dije mientras seguía recorriendo sus discos y notaba que la mayoría eran los mimos que yo tenía en mi propia torre.
—¿Querés tomar algo? ¿Un café?
—Acepto, dale. Y si tenés crema para ponerle al mío…
—¿Café con crema? Es el condimento que sí o sí debe tener mi café.

Lo que quedaba de la noche, toda la madrugada y los inicios de la mañana la pasamos charlando como dos buenos amigos que se conocen desde hace siete siglos y medio.
Ella quedaba cautivada con algunas de mis anécdotas y por mi parte quedaba cautivado por su manera de reírse cuando me contaba algo gracioso de su vida.
Las horas que compartimos pasaron como un tren sin freno.
Lo bueno es que sentía que no me encontraba en la estación, sino en este fascinante viaje a quién sabe dónde.
Inmensamente cómodos el uno con el otro, más allá del sillón en el que nos refugiamos del mundo exterior y del que nos habíamos olvidado por completo.

No sé en qué momento sucedió, pero las miradas y nuestras bocas fueron un imán a la que no pusimos resistencia.
Nos besamos como si llegara el fin del mundo y al mismo tiempo fuera el inicio de algo nuevo.
—Me voy a tener que ir —dije con cierta timidez y sintiendo que…
—Sí, claro, pero… ¿Nos vamos a volver a ver?
—Por supuesto. ¿Vos no querés?
Un nuevo beso me dio la respuesta afirmativa.


Mientras caminaba buscando un taxi, sentía que mi sonrisa no desentonaba del todo con el mundo.
Interiormente me visitaba una joven primavera después de un invierno algo duro.
Ya en viaje a casa, desempolvé mi celu y estuve tentado a mandarle un mensaje a Nadia, pero no me quería mostrar tan… así.
No llegué a guardar el celu que un sonido conocido me avisó sobre la llegada de un mensaje.
Era de Nadia y decía:
Qué bueno haberte reencontrado y saber que nos volveremos a reencontrar
Por el espejo retrovisor el taxista descubrió mi sonrisa.
—Pibe, alguna vez sentí lo mismo que estás sintiendo vos —me dijo mientras se detenía en un semáforo—. Tratá que no se te escape.
—Lo intentaré —le contesté mientras le respondía el mensaje a Nadia.
Qué bueno saber que nos volveremos a reencontrar después de habernos reencontrado
Apenas lo envié me arrepentí, pero sé que cuando uno se encuentra en este estado, todo suena así.

jueves, 13 de agosto de 2009

129. mirando padelante

—¿Y? ¿Tenés novia? —repreguntó Nadia con más curiosidad que otra cosa.
—No. Creo que no.
—¿Creo que no? ¿No sabés si tenés novia?
—Jajajajaja… No, no tengo novia. Lo que pasa es que en los últimos tiempos viví situaciones un tanto alocadas y estaba pensando si en realidad en algún momento estuve de novio.
—¿Y?
—Y… en alguna época sí, pero hoy ya no.
Nadia me clavó su mirada junto a una sonrisa maliciosa que comenzó a dibujarse en su rostro.
Se inclinó hacia delante y me preguntó si estaba seguro.
—¿No me creés? —le pregunté sorprendido pero haciéndome el ofendido en una mala actuación.
—Sí, claro que te creo, pero quizás tengas a alguna chica por ahí escondida que siempre amaga con dejarte pero nunca se va de tu lado (fernanda), o una a la que le guste tanto la adrenalina como para saber esfumarse antes de lastimarse (julieta), o alguna loquita que quiere que le juegues al matrimonio sin definir cuándo termina la función (sandra), o…
—¿Vos sos una especie de bruja? —la interrumpí un poquitititititito impresionado por sus palabras—. Quiero decir, ¿te dedicás a tirar las cartas, a leer bolas de cristales o a analizar borras de café sin crema?
—Algunas cosas tiro pero no, no soy ninguna bruja. Para nada.
—Entonces… ¿Sabés de mi diario (casi) íntimo y lo estuviste leyendo?
—¿Tenés un diario? Ahhhh… ¡¡¡No lo puedo creer!!! No sabía pero me encantaría leerlo, jajajajaja.
—Mirá, si no sos adivina ni leíste nada mío, cómo puede ser que hace un rato nombraste un par de situaciones que son, precisamente, las que viví en los últimos meses.
—Bueno… —comenzó a decir Nadia mientras con un tono de bebota sentía que jugaba conmigo—, debe ser porque… yo… ¡¡¡Soy amiga de tu hermana!!! Jajajajajajaja.
Fin del misterio.


No era extraño que Ana le haya contado algunas cosas mías a Nadia. Por una parte ellas son amigas y Ana es mi hermana. Pero además hay personas a las que no conozco ni de lejos que saben también estas cosas (y algunas otras) gracias a la escritura.
De todas maneras, debo decir que Nadia tiene una forma de ser diabólicamente angelical y angelicalmente diabólica que me hace creer que me estoy mirando en un espejo.
No, no tengo esos lindos pechos ni esas curvas precisas, pero en este intercambio de palabras, miradas, gestos y demás que mantuvimos durante el encuentro, tuve esa extraña y peligrosa sensación de conocerla desde hace siglos, a pesar de que claramente no es así.


Caminamos bastante durante esa noche amiga y sin darnos cuenta llegamos a la puerta de la casa.
Continuamos charlando y no sentíamos tan bien que no teníamos ganas de que se terminase la salida, aunque sabíamos que no iba a ser la última. Sin embargo, en un petit silencio que nació de manera imprevista, Nadia lo llenó preguntando tímidamente…
—¿Querés pasar?
Mi respuesta, esta vez, tuvo la precisión de mis pasos desapareciendo en el interior de su casa.

lunes, 10 de agosto de 2009

128. mirando patrás

Llegó una nueva noche y estando tan inconscientemente despierto, decidí llamar a Ana para que me pase el número de Nadia. Pero la sorpresa fue que antes de hacerlo, sonó el celular y (oh, sorpresa) del otro lado estaba Nadia, saludándome y quedando de inmediato en encontrarnos para vernos, charlar y demás.

La cita fue en un bar palermiano que no conocía y que tenía un ambiente muy tranqui aunque con mucha onda. Unos almohadones, luz acorde a la música ambiental, y unos tragos de colores muy ricos y refrescantes.
De todas maneras, nada de eso tendría importancia alguna si no fuera porque en el mismo lugar, frente a mí, se encontraba Nadia, con sus ojos de colores, su sonrisa amplia, su pelo algo distinto, pero con la esencia al natural de ella, pese a los años que hacía que no nos veíamos.
Enseguida entramos en sintonía y nos pusimos a conversar animadamente sobre nada en particular y sobre todo en general.

Nadia, así como fue le pidió mi número a Ana, también es bastante directa en decir lo que piensa. Y fue así que en un momento indeterminado me hizo una pregunta que no esperaba y que sin embargo llegó…
—¿Tenés novia?
Mi respuesta fue un silencio prolongado no por quedarme sin palabras, no por atragantarme, no por sufrir un repentino desmayo, sino porque me puse a pensar en que su pregunta directa necesitaba de una respuesta sincera.
Por mi mente comenzaron a desfilar cuerpos con rostros femeninos demasiados conocidos para mí.
Para que no haya peleas de cartel, intenté ordenarlas por orden de aparición y fue así que comenzó a pasar por la pasarela de mi vida…

FERNANDA: Hasta tres minutos antes e que termine el año era mi novia, sin embargo el año lo comencé con ella como ex. Cada tanto nos vemos y sin compromiso alguno nos enganchamos como en viejos tiempos que no dejan de pasar.

LUCÍA: Fue quien me salvó de comenzar el año con el pie izquierdo. De hecho lo comencé con los pies en el aire y sumergido en su cuerpo. Después apareció un embarazo que aparecía apuntarme para finalmente ser de un ex novio al que volvió a ver (entre otras cosas) después de un petit percance que tuvimos.

VALERIA: Un gran amor que ahora vive otro gran amor con una persona que no soy yo. Para peor tiene el paisaje de Bariloche a su favor, aunque tiene en contra su nombre. El tipo se llama Celso, pero pese a eso la tiene secuestrada en una cabaña donde no pasa el frío.

VANESA: Una novia a la que reencontré después de mucho tiempo. Lamentablemente fue unos pocos días antes de casarse con un tipo de hermosa billetera.

JULIETA: Así como apareció una noche de improviso después de compartir una película sin darnos cuenta, estuvimos un tiempito juntos hasta que se fue a seguir con su vida salvaje trepando montañas, nadando con tiburones y lanzándose desde cualquier altura que valga la pena. No supe nada más de ella y creo que ella tampoco de mí.

SANDRA: Jugamos a estar casados para solucionar un problema familiar que tenía. La pasamos muy bien juntos y por momentos pensé que… pero el cuento terminó y la historia nos devolvió a la realidad de ser buenos vecinos solteros que cada tanto comparten más que el ascensor.


Y después hubo chicas que vienen y van en mi vida, en mi cama, en la puerta giratoria de mi ser en la que no se sabe cómo se entra ni cómo se sale, y sin embargo se disfruta la vuelta.

—¿Y? ¿Tenés novia? —repreguntó Nadia con más curiosidad que otra cosa.
—No. Creo que no.

jueves, 6 de agosto de 2009

127. jueves 2 a.m.

El reloj avanza y yo sigo acostado, dando vueltas en la cama, peleando con la almohada, algo dormido pero con los ojos demasiado abiertos para la hora que es. Un solo dígito y algunos minutos marcan el momento exacto en que escuché los dos sonidos repetidos del timbre.
Cómo explicar la sensación, la sorpresa inmediata, el temblor de piernas, mi boca abierta sin poder decir una sola palabra, mi mirada congelada, mi mente sin poder llegar a comprender del todo.
Ella estaba ahí, frente a mí, clavándome su mirada clara y su sonrisa peligrosa.
—¿Puedo pasar? Hace un frío afuera…
Te hice pasar y me fui de inmediato a la cocina a preparar café (sin crema para vos).
No entendía la razón de tu presencia, pero supuse que ya habría tiempo para enterarme. Y el tiempo no se hizo esperar porque no había terminado de colocar el agua sobre la hornalla cuando tu figura se hizo presente detrás de mí. El silencio espeso lo quebré preguntándote cómo estabas y vos quebraste otra cosa al responder que con muchas ganas de verme.
Me quedé mirándote, contemplando tu hermosura, encantado de que estés acá, tan cerquita, tan indefensa, tan sincera, tan irreal.
La hornalla quedó apagada y el café (sin crema para vos) quizás para otro momento.
No sé si en verdad tenías frío, pero yo te comencé a frotar mis manos por los brazos y por la espalda para que entres en calor más rápido. Me detuve cuando te diste vuelta, clavaste una vez más tu mirada en la mía, me dijiste gracias, sonreíste, me besaste y una vertiginosa sensación me recorrió por todo el cuerpo. Era extraño que toda esa aguda soledad que llevaba cargando hasta hacía unos pocos minutos, ahora se encuentre derrotada por tenerte entre mis brazos.
Sonreíste de una manera maravillosa y un nuevo beso nació entre los dos, un beso delicioso, labios sobre labios, tus labios unidos a los míos, tus labios entreabiertos para dejarme pasar. Nuestras bocas humedecidas jugando al juego que más le gustan y que mejor le quedan.
Las manos que también quieren participar y me recorren la espalda y te recorren la nuca, y se tocan y se encuentran y se reencuentran y se apretan con fuerza y se invitan a pasear hasta llevarnos a través de nubes y dejarnos aterrizar sobre la cama. Y los besos continúan mientras vas desabrochando cada uno de los botones de mi camisa y yo te voy quitando la remera de la tentación hasta aterrizar en el lugar exacto donde descansan los pantalones, los zapatos, y todo el ropaje tirado a lo lejos, y nosotros desnudos tirados sobre la cama.
Besos que van de un lugar a otro, y las manos que bailan acompañando nuestro baile, y mis labios besando otros labios, y tus labios recorriendo el árbol de la vida, y tus pelos todavía húmedos descansando sobre mis piernas, y mi respiración agitada haciéndote cosquillas eternas, y la mirada que lo dice todo sin decir nada, y tus gemidos que me dan la bienvenida mientras yo me dejo caer al vacío que lo es todo.
Los cuerpos de nuestras almas que se convierten en unidad en este ir y venir, y la unión y la desunión que nos vuelve a unir, y el movimiento de nuestro amor como el de un barco en alta mar, como el de un barrilete por los aires de Buenos Aires, como el de una mariposa en plena primavera. Mi boca entonces se clava en tu cuello mientras tus dedos dibujan líneas sobre mi espalda. Los dos pares de piernas se tensionan hasta terminar abrazadas como dos anacondas pasionales. Y nuestra mejor imagen encontrándose una vez más por los distintos puntos cardinales, pero sobre todo en la fortaleza y debilidad del sur...
Y el grito que anuncia el final, y el temblor de los cuerpos mostrando que siguen vivos, y la fuente que desborda, y las gotas de amor que nos tocan, y tu mirada nuevamente clavada en la mía, ahora con más brillo, ahora con más vida.
Y el sonido repetido del timbre que anuncia la presencia de…
—¿Quién es? —pregunto desde el portero eléctrico.
—¿Eduardo? —pregunta una voz masculina, anónima y metálica.
—No, equivocado —contesto ahogando la puteada necesaria y merecida.
Vuelvo mis pasos hacia atrás y el reloj me muestra que siguió avanzando pese a que mi camisa tiene todos los botones, a que la taza de café (para mí con crema) continúa vacía, y a que acabo de despertar de un sueño, de un hermoso sueño que me devuelve, sin mostrar compasión alguna, a la pesadilla de esta realidad en la que todavía no estás vos.

lunes, 3 de agosto de 2009

126. paloma mensajera

Siempre fuimos muy unidos, algo compinches, bastante peleadores, demasiados hermanos y sinceramente humanos.
Los seis años de diferencia que nos llevamos Ana y yo desde que ella nació no se notan, aunque ella parezca más grande que yo, gracias a su madurez y mis aires de eternidad.
(eternidad que durará hasta que se me demuestre lo contrario)
Puedo notar que desde que está noviando con Pablo, por razones ajenas a la empresa, todo lo anterior se ha acrecentado, acentuado, profundizado para bien.
Y siempre es bueno ver y sentir bien a los que uno quiere, sobre todo cuando son personas tan cercanas a los corazones cercanos.

Estaba hablando vía celu con Ana en nada en particular cuando recordó pasarme un saludo de parte de otra persona.
—¿Sabés quién te mandó un beso? —me preguntó.
—No, pero espero que haya sido alguien sin bigote.
—Seguro. Nadia.
—¿Quién?
—Nadia. No me vas a decir que no te acordás de Nadia.
—¿Vos decís que tendría que saber de quién estás hablando?
—Nadia —volvió a repetir su nombre Ana como si no tuviera otra manera de identificarla.
Me quedé en silencio y ella tomó ese espacio auditivo para llenarlo con alguna otra característica que trajera a mi memoria a la persona que me había mandado un beso.
—Vos la conocés a Nadia. Hicimos la secundaria juntas y vino infinidades de veces a casa.
—Quizás iba cuando yo no estaba.
—Todo lo contrario… Cuando ella venía vos te quedabas y hacías gala de tus estudios en la facu.
—No lo creo —contesté con cierta curiosidad.
—Pero si a vos te regustaba.
—¿Ella?
—No, cancherear… Y también te gustaba ella, claro.

Ana hizo un paseo rápido por el pasado y me recordó que yo quedé “enamorado” de Nadia apenas la vi por primera vez. Claro que eso fue cuando ellas estaban en 3º Año del colegio secundario y yo en 1º de la Facultad.
En ese momento la diferencia de edad (de madurez? de responsabilidades? de experiencias? de gustos? de disgustos? de adoquines caminados? de vida? de etcs.?) nos alejó un poco bastante de algo que nos estaba pasando interiormente pero que decidimos no ver, no sentir, no experimentar, no exteriorizar.
Claro, pero Ana sabía que me había gustado Nadia apenas la vi y ahora me cargoseaba con ese recuerdo de alguien que no recordaba.

—Ahhh, sí, Nadia —dije con un disimulo mal actuado—. ¿Y qué dijo?
—Nada, preguntó por vos, le dije que andabas laburando y metiéndote en problemas de polleras como siempre y te mandó un beso. Simplemente eso.
—Bueno, gracias por tu honestidad brutal.
—De nada… Ah, y le pasé tu número.


Ya de noche, me quedé pensando en Nadia…
Su sonrisa, su mirada clara, sus…
Miro el celular y no tengo ningún mensaje nuevo.
Me voy a dormir…
Ya sé que voy e tener “dulces” sueños.