lunes, 28 de septiembre de 2009

142. tirados en el pasto

Sábado por la tarde. Tomando sol en una plaza junto a Pablo y a Sebas, mientras Ana está con Tami en la calesita.
—El domingo podemos enfilar para Luján a comer un asadito, o quizás al Tigre para comer un asadito, o a lo de Sergio a comer un asadito.
—Parece que hace mucho que no comés “carne”, ¿no? —dijo con ironía Pablo ante la insistencia carnívora de Sebas.
—Vos porque…
—¡Momento! Acordate que Pablo anda con mi hermana, por lo que no es prudente que le contestes nada delante mío —acerté a cortarle la frase a Sebas—. Y por otra parte, les aviso que mañana va a llover.
—Es imposible.
—Sin embargo va a llover.
—Si llueve hago el asado igual. Ya lo estoy llamando a Sergio para que prepare todo para mañana —se apuró en organizar Sebas.
—Ok, preparen todo y me avisan.
—¿Te vas?
—Dentro de un rato. Va a venir a casa Nadia y quiero comprar antes algunas cosas.
—Está todo bien, ¿no? —me preguntó Pablo.
—Por ahora…

—¿Alguien sabe algo de Cris?
—Anda preparando unos exámenes de inglés, según me dijo.
—¿Quieren la posta? Se está moviendo a Daniela —dijo sorpresivamente Sebas.
—¿Quién es? —preguntamos en estereo Pablo y yo.
—Daniela, la de los ojos saltones. Esa que estaba en la fiesta del barco.
—Ah, sí, me acuerdo, pero… ¿Vos no habías estado con ella? —pregunté sorprendido.
—Claro, en el barco.
—¿Y cómo sabés que ahora Cris…?
—Porque el otro día estábamos chateando y me contó que andaba con alguien y me mandó una foto de ella y la reconocí al toque.
—¿Y le dijiste?
—No, ¿para qué? Lo mío con ella fue un par de veces y nada más. Además, ¿no te acordás porqué dejé de verla?
—No.
—Porque… ¡¡¡Explotaba hacia afuera!!!
(?)

—Si fuera millonario igual sería amigo de ustedes.
—Si vos fueras millonario nosotros también seríamos tu amigo.

—¿No sabés si Ana encontró alguna foto de Verónica?
—¿De tu prima? No, era mentira. No tiene ninguna foto —me avisó Pablo.
—La vas a concer cuando venga a instalarse a tu casa —dijo Sebas.
—¿Y si es muy fea? —preguntó Pablo.
—¿Qué tiene que ver? Es mi prima, nene —contesté.
—¿Y si es muy linda? —repreguntó Pablo.
No contesté.

—¿Dónde estábamos hace un año?
—Yo por irme a un casamiento —contestó Sebas.
—Yo no me acuerdo —dijo Pablo.
—Yo con Fernanda —contesté.
—Evidentemente el que mejor estaba era yo —afirmó Pablo.
—¿Pero si acabás de decir que no te acordás?
—Por eso.

Sábado por la tarde. El sol comenzaba a irse, y nosotros seguíamos divagando tirados en el pasto.

viernes, 25 de septiembre de 2009

141. el que ríe último...

—Jajajajajaja…
—Dejate de joder, che. No es gracioso —le dije a Sebas que no dejaba de reírse.
—¿Y qué querés que haga? Es muy loco que tu vieja te meta a una prima que no conocés en tu casa.
—Es que me agarró desprevenido.
—Sí, como lo hizo Sandra con lo del casamiento.
—¿Qué tiene que ver eso? Mejor prepará algo para tomar mientras busco unas fotos.

Ok, mi prima Verónica me resultaba una desconocida, pero no dejaba de ser mi prima.
De todas maneras quería tener una mínima noción de cómo podía ser ella, por lo que tuve la brillante idea de buscar en un cajón de fotos viejas, por si aparecía evidencia de aquel famoso casamiento en que bailamos juntos.

No encontré nada sobre el tema, pero sí fotos de cuando era chico y no me metía en tantos problemas. Y si los había… tenían mi altura.
—Mirá —dijo de pronto Sebas revolviendo entre las demás fotos—, acá estamos cuando fuimos todos juntos a Sánber aquel verano.
—Tendríamos que repetirlo... —exclamé mi pensamiento en voz alta, sabiendo que ya existían algunas ideas al respecto.
Continuamos mirando las fotos que iban apareciendo y recordando la historia de cada una, sin embargo yo quería encontrar a Verónica.

—¿Y tu hermana?
—Debe estar en la casa —contesté de manera automática a la pregunta familiar de Sebas.
—No, tonto, digo si tu hermana no tendrá alguna foto de tu prima.

Agarro el celu y la llamo a Ana.
—Nena, ¿cómo estás? Necesito un favor
—¿Cuánto precisás?
—No, no es dinero… Escuchame, ¿vos te acordás de la prima Verónica?
—¿Quién?
—Verónica, que vive en Mendoza… La hija de la tía Graciela.
—¿Quién?
—Graciela, la prima de mamá. A mamá la conocés, ¿no?
—No sé quién es Verón… Ahhh, creo recordar algo…
—¿Te acordás de ella? ¿De Verónica?
—No, pero me acuerdo que mamá me llamó para contarme algo de ella y yo le dije que vos no tendrías problema en hospedarla por algún tiempo.
—¿Vos le dijiste eso? ¿Vos le diste la idea a mamá? ¿Vos estás loca?
—Bueno, es nuestra prima —contestó Ana con su maldad de hermana.
—¿Y por qué no le dijiste que se quede ahí con vos?
—Che, acá en casa creo que tengo alguna foto de ella. ¿Querés venir a verla?
—No, lo dejamos para otro día porque si voy ahora te doy una patada en el culo.

—Jajajajajaja…
—De verdad, che. No es para que te rías así —le dije a Sebas que nuevamente se había tentado de la risa.
—Pero es que no se puede creer.
—Y bue… Ahora ya está. Además es nada más que por un par de días. No va a haber ningún problema
La risa de Sebas, después de escuchar esto último, ya fue imposible de detener.

lunes, 21 de septiembre de 2009

140. mi prima vero

—Hola hijo, ¿cómo estás?
Recibir el llamado de mi vieja preguntándome simplemente cómo me encuentro no me convence demasiado, por lo que espero que la charla continúe hasta que confiese la verdadera razón de su llamado.

No pasó demasiado hasta que mamá fue al tema que le interesaba y que no era otro que el auténtico motivo de su llamado…
—Hijito, ¿vos te acordás de la tía Graciela?
—No, ¿se murió?
—Ay, no hijo… Gracias a Dios se encuentra muy bien. Pero, ¿de verdad no te acordás de ella?
—Te juro mamá que no sé quién es.
—Es mi prima, la que vive en Mendoza. La viste en el casamiento de Rodolfo.
—¿De quién?
—Rodolfo, el hijo del hermano de tu papá.
—Ah, sí, a mi papá lo conozco.
—¿Y de Verónica no te acordás?
—¿Por qué debería de acordarme de esa tal Verónica?
—Porque te la pasate bailando con ella.
—¿Bailando con ella? ¿Dónde?
—¡En el casamiento de Rodolfo!

La conversación era de locos, pero por alguna cuerda razón estaba mi mamá pretendiendo que recordara a todos ellos. Intenté ponerle onda a todo este despiole familiar…

—Mamá, me encantaría poder recordar ese baile casamentero, pero sabés que mi memoria es un tanto frágil. ¿Cuándo se casó este Rodolfo?
—Y… dejame pensar…
Por suerte la llamada desde larga distancia la estaba haciendo ella, porque se tomó sus buenos eternos segundos para pensar.
—Ella tendría unos 9 ó 10 años, y vos 12.
—Pero mamá, tengo 34 años. ¿Pasaron 22 años y vos querés que me acuerde del casamiento ese?
—No, del casamiento no, pero sí de tu prima.
—¿Quién es mi prima?
—Verónica.

Si estaba tan centrada en que tenga presente a mi prima, es porque algo sucedió. Y como se trata de una prima tan lejana que ni sabía de su existencia, le hice la pregunta directamente…
—¿Se murió?
—No hijo, todo lo contrario.
(todo lo contrario a “se murió” debe ser que “resucitó”, pero no quería meterme en una conversación filosófica-literaria con mamá)

—¿Y entonces…? —pregunté ya cansado de tantas vueltas y sin poder entender y/o imaginar porqué mamá me llamaba hoy lunes primaveral para hacerme recordar a una persona con la que parece que bailé durante el casamiento de Rodolfo, que es el hijo del hermano de mi papá. Y mi papá es quién se casó (y divorció) de mi mamá, que es prima de Graciela, la madre de Verónica que es con quien bailé durante el casamiento de… Rodolfo (?)

—Hijito de mi alma, el tema es el siguiente —dijo mamá, y mientras yo respiraba profundamente intentando que este lunes primaveral sea una excepción a mis lunes de siempre—. Verónica está estudiando en una facultad de allá en Mendoza, pero por algo que me explicó mi prima y que ahora no me acuerdo, tiene que ir a Buenos Aires a dar unas materias que debe, o algo por el estilo.
—OK, espero que le vaya muy bien, mamá, pero ¿me podés decir qué tengo que ver yo en todo esto?
—Que le dije que no había problema en que se quedara unos días ahí en tu casa, así no gastaba en hospedaje.
—¿QUÉ?
—Además pensá que no conoce Buenos Aires y es peligroso para que ande sola por ahí.
—Pero mamá, ella tiene casi mi edad, ya es grande.
—Sí, ¡pero también es tu prima!

Claro, mi prima Vero.

viernes, 18 de septiembre de 2009

139. lluvias interiores

La semana pasó como siempre pero algo distinto sucedió.
Cuando estaba comenzando a disfrutar del sol y la remera, llegó la tormenta que anuncia la llegada de la calma, y con ella… Nadia.

Ayer jueves la ciudad empapada de millones de gotas y otras cantidades inexactas de corazones rotos y almas acompañadas.
Por alguna extraña razón (sin razón) la camioneta y Luis decidieron descansar, por lo que me tomé el día libre. Enseguida le avisé a Nadia por si quería pasar más tarde por casa.
—Una amiga me debe unos días, por lo que puedo arreglar y me voy ya mismo para allá.

No tenía nada preparado para la ocasión, y cuando llegó con su piloto todo mojado y sus ojos infernales, me di cuenta que no hacía falta nada más.

La tarde oscura la pasamos conversando de cientos de cosas, entre tazas de café (con crema para mí) y Dylan sonando de fondo.
¿Hay algo mejor que pasar toda una tarde eterna y sentirse tan bien?

La respuesta llegaría entrada la noche y la misma lluvia…


Era la hora exacta en que las almas se van a dar una vuelta por ahí y los cuerpos quedan jugando por acá. Te estaba haciendo unos masajes que te gustaban, te hacían bien y encendía las velas interiores. Me detuve cuando te diste vuelta, clavaste tu mirada en la mía, me dijiste gracias, sonreíste, y me abrazaste. Otra vez tu mirada clavada, pero esta vez tu sonrisa la cambiaste por un beso, un beso delicioso, labios sobre labios, besos deliciosos que son la única forma que tenemos de besarnos. Otra vez tus labios unidos a los míos. Tus labios entreabiertos para dejarme pasar. Nuestras bocas humedecidas jugando al juego que más le gustan y que mejor le quedan. Las manos que también quieren participar y me recorren la espalda y te recorren la nuca, y se tocan y se encuentran y se reencuentran y se apretan con fuerza y se invitan a pasear hasta llevarnos a través de nubes y dejarnos aterrizar sobre la cama. Y los besos continúan mientras vas desabrochando cada uno de los botones de mi camisa y yo te voy quitando la remera de la tentación que vuela hasta aterrizar en el camino donde descansa el resto de la ropa. Y los besos que van de un lugar a otro, y las manos que bailan acompañando nuestro baile, y mis labios besando otros labios, y tus labios recorriendo el árbol de la vida, y mi respiración agitada haciéndote cosquillas eternas, y la mirada que lo dice todo sin decir nada, y tus gemidos que me dan la bienvenida mientras yo me dejo caer al vacío que lo es todo.
Y los cuerpos de nuestras almas que se convierten en unidad en este ir y venir, y la unión y la desunión que nos vuelve a unir, y el movimiento de nuestro amor como el de un barco en alta mar, como el de un barrilete por los aires de Buenos Aires, como el de una mariposa en plena primavera, como el de nosotros dos haciendo el amor.
Y mi boca que se clava en tu cuello mientras tus dedos dibujan líneas sobre mi espalda. Y los dos pares de piernas que se tensionan hasta terminar abrazadas como dos anacondas pasionales. Y nuestra mejor imagen encontrándose una vez más por los distintos puntos cardinales, pero sobre todo en la fortaleza y debilidad del sur...
Y el grito que anuncia el final, y el temblor de los cuerpos mostrando que siguen vivos, y la fuente que desborda, y las gotas de amor que nos tocan, y tu mirada nuevamente clavada en la mía, ahora con más brillo, ahora con más vida.


Por la ventana la lluvia sigue cayendo sobre la ciudad dormida y nosotros tan despiertos… mojados y felices.

viernes, 11 de septiembre de 2009

138. ríe por mí

No tenía ganas de afeitarme.
No tenía ganas de nada, pero no podía faltar.
No tenía obligación alguna y la escena era incómoda, pero me puse el casco para el corazón y la nariz de payaso y me fui para lo de Luis.

—Venite, Rosa preparó una torta riquísima.
Luis me alentaba a asistir, sabiendo que no soy aficionado a los dulces cumpleañeros, pero ya había asegurado mi presencia en una respuesta rápida y por eso fui más o menos puntual.

—Gastón, qué alegría verte por acá —me saludó su esposa forzando la sonrisa obligada de ambas partes.
Apenas entré me alcanzaron una botella para descorchar.
—Sí cae en mi cabeza lo mato —dije sin darme cuenta que el chiste no era nada gracioso, por lo menos en ese momento.
Nadie quería pensar en que mañana estaban los resultados del estudio, sin embargo no dejaba de ser una realidad que sobrevolaba el ambiente sin globos ni música.

Todo pasaba en cámara lenta y no resistía mirar cada dos minutos la hora en el celular.
—¿Esperás algún llamado?
—Sí —mentí en una pésima actuación.
—Ya viene la torta —anunció Luis aliviándome un poco.
Un feliz cumpleaños cantado en pocas voces y un tanto desafinado.
Los saludos rutinarios y el abrazo entre Luis y su esposa que duró hasta que las lágrimas se evaporaron.
—Todo va a estar bien —le prometí con la fe algo maltratada, y me fui para mi casa, ya que al día siguiente (hoy) nos esperaría un día intenso.


Pasé la noche en el balcón, mirando todo y la nada.
Pensando en cientos de cosas y ninguna en particular.
Sin darme cuenta el cielo comenzó a aclarar y me invadió cierto frío al que no le quise encontrar significado más que el meteorológico (y lógico).
Me di una larga ducha (que me hubiese gustado tuviese mayor duración) y tuve una informal charla con Dios.

Lo pasé a buscar a Luis y tomamos el camino indicado.
El trayecto al hospital fue rápido, la espera del médico lenta.
Mientras tanto el silencio era una buena excusa para no decir nada que no valiera la pena decir.
El parlante lo nombró a Luis y entramos al consultorio.
—¿Cómo se siente?
—La verdad, bastante nervioso, muy ansioso —se sinceró Luis.
—Bien, veamos que hay por acá —dijo el médico mientras abría los sobres que guardaban los estudios y sus resultados.
Los miró una vez, otra vez, y su rostro era imperturbable.
Yo lo observaba y no podía adivinar ninguna respuesta en su expresión.
Luis, por su parte, prefería posar su mirada en un cuadro inentendible.

Por fin, el médico guardó los estudios en el sobre, tosió, y dirigiéndose a Luis mientras le estrechaba la mano le dijo:
—La verdad que lo felicito. El tumor ha disminuido. Por lo que la batalla va muy bien encaminada. Sigamos como hasta ahora y me viene a visitar en dos meses.
Luis le estrechó con fuerza la mano y le agradeció por la noticia.

Cuando salimos del consultorio exclamó un “vamos, carajo!” y me dio un abrazo demasiado fuerte para mis pobres huesos.
Luis se sentía nuevamente vigoroso.
Yo necesitando unas buenas vacaciones.

lunes, 7 de septiembre de 2009

137. demasiada presión

Lunes…
Lluvia…
Algo cansado…
Pensando en nada (o quizás en tantas cosas)…

Haciendo el viaje de regreso, un poco más despacio por la calzada mojada y traicionera.
La música en la radio es la misma de siempre, pero igual acompaña.
En un momento lo miro a Luis, y se encuentra mirando el paisaje que va pasando del lado de afuera.
—¿Pasa algo, Luis?
—El jueves es mi cumpleaños.
—¿De verdad? No sabía… ¿Cuántos cumple?
—Sesenta redondos —dijo, y volvió a quedar en silencio, pensativo, preocupado, sintiendo el peso en la espalda.
Sabía que era un cumpleaños especial.

En los últimos tiempos, desde que le diagnosticaron el tumor maligno en los riñones, lo estuve acompañando a realizarse las veinte sesiones de rayos, la quimio endovenosa, y demás consultas médicas.
Y aunque parece ir todo bien, uno nunca sabe del todo qué puede estar sucediendo adentro del organismo, por más que el alma haga fuerzas por sanar al cuerpo.

—Y el mismo jueves tengo los resultados de los estudios… Pero no quiero ir a buscarlos ese día.
—¿Por? ¿No es mejor sacarse la duda de encima? Digo, si está todo bien, un buen festejo, y de no ser buenas las noticias, a darle un poco de más pelea, ¿no?
—Prefiero pasar el día de mi cumpleaños “tranquilo”. El viernes, ¿me acompañás a buscar los resultados?
—Sí, claro —le dije seguro pero sin estar del todo convencido.


El resto del viaje lo hicimos en silencio, salvo la radio que llenaba el aire con las mismas canciones de siempre.
(aunque ahora todo comenzaba a sonar de una manera diferente)

viernes, 4 de septiembre de 2009

136. a veces pasa

—¿Y por qué le dijiste que no?

Esa fue la pregunta que se fue repitiendo en los últimos días, no sólo de parte de mis amigos, sino de mí mismo.

—Todos quieren una vez más, pero en todos los sentidos —comenzó a exponer su teoría Sebas mientras se acomodaba en el sillón delante de mí—. ¿Cuántas personas le hincharon las pelotas a Cerati y compañía con el regreso de Soda Stereo?
—¿Qué tiene que ver eso? —pregunté sabiendo lo difícil que es algunas veces seguirle el hilo de la conversación a Sebas.
—Tiene que ver. Ellos ya no querían estar más juntos y decidieron despedirse, lo anunciaron y hasta dieron el último concierto.
—Sí, el de las gracias totales.
—Ese mismo. Y sin embargo la gente quería escucharlos, o verlos cantando, juntos, una vez más.
—Sebas, te aseguro que si me pagan un palo verde, con Fernanda lo hacemos hasta que se vuelvan a juntar Los Beatles.
—De todas maneras…
Obviamente, Pablo estaba presente y no podía quedarse sin aportar algo.
—De todas maneras… —continuó Pablo con rostro pensativo— Soda se juntó una vez más, al igual que Los Cadillacs, al igual que La Portuaria, etc.
—Sí, y ahora vuelve Charly. ¿Y qué tiene que ver eso con Fernanda y yo? —pregunté algo desconcertado.
—¿No te gusta Charly? ¿Te acordás cuando lo fuimos a ver a San Bernardo? —recordó Pablo con su nostalgia a pilas.
—Sí, me acuerdo.
—Lo que me acuerdo… —dijo Sebas llegando desde la cocina con unos capuchinos a pedido— es que estábamos hablando sobre tu “voto no positivo” a garchar de nuevo con Fer. Y lo mismo hiciste en su oportunidad con Vanesa.
—Uy, mirá si se te hace vicio y morís virgen —dijo Pablo haciéndonos escupir el capuchino de la risa.
—Chicos, es verdad, es raro porque sinceramente estaría buenísimo hacer el amor otra vez con Fer, pero les cuento…
No se esperaban esta charla en tono íntimo por lo que dieron un buen sorbo caliente y se acomodaron para escuchar lo que tenía para decirles, para contarles.
—Una vez, con una chica, pasó exactamente lo mismo. Nos estábamos por separar y los dos estuvimos de acuerdo en hacerlo por última vez. Si muchos se despiden con un gran beso, porqué nosotros no con un gran beso de nuestros cuerpos. Además yo era bastante joven…
—No existía el arco iris en colores —acotó Pablo haciéndose el pendejo cuando todos andamos por la misma edad de las tres décadas.
—Bueno, como les decía, sabíamos que era la última vez, pero no nos preparamos mentalmente para la ocasión.
—¿Es la excusa para decir que no se te paró?
—No, al contrario, todo estuvo muy bien, salvo que en mitad de nuestro último momento juntos… ella se puso a llorar.
—¿En medio de…?
—Sí, ahí, y no se imaginan lo inesperado de la situación porque la última imagen que tengo son las lágrimas de ella mientras se vestía y se iba. Y los sentimientos posteriores son de sentirme perturbado, conmovido, dolorido por algo que se suponía que iba a estar bueno.
—A mí también una vez me pasó —dijo serio Sebas.
—¿Y?
—No quisiera recordarlo.

Nos terminamos los capuchinos casi en silencio, sintiendo que a veces es mejor perder una buena noche que ganar una nueva herida en el maltrecho corazón.