lunes, 30 de noviembre de 2009

154. volar, volar

De pronto llegó el lunes y me levanté temprano sin recordar que el trabajo ya no estaba y que no tenía a dónde ir. Me di cuenta de eso cuando Nadia se levantó dormida, desnuda, contenta y me ganó la entrada al baño.
—¿Y qué vas a hacer? —me preguntó mientras apuraba su té y se iba a trabajar.
—No sé, pero supongo que tengo tiempo para pensarlo…

Tiempo para pensarlo…
Eso tuve esta semana después de que la camioneta de Luis se quedó internada en el taller y él recibía la esperada jubilación con una sonrisa enorme, casi igual a la que mostró cuando el médico le dijo que el tumor se estaba reduciendo.
La idea de volarme de Buenos Aires me seguía rondando, pero Nadia no se enteró y traté de que los demás no ahonden en el tema.

Después de unos mates, me vestí y salí a caminar sin una dirección precisa. Dejé que mis zapatos tomaran la decisión y así anduve entre cuadras de distintos paisajes. De pronto, me frené ante una puerta que me resultaba conocida. Claro, era la de la casa de Lorenzo, mi ex jefe de la Editorial. Me di cuenta que había pasado bastante tiempo desde lo del robo en el lugar y no había tenido noticias de él. Me decidí de inmediato a sacarme la duda y llamé a su puerta.
—Gastón, qué alegría verte por acá. Justamente estaba por llamarte.
—¿De verdad? ¿Por qué?
—Pero vení, pasá, tomemos algo y te cuento…

Se le veía bien a Lorenzo y eso me alegró mucho. Por otra parte me estaba por llamar y comencé a imaginar si no habrá rearmado la editorial y me estará por dar de nuevo trabajo. Claro que eso podría significar que entonces no me vaya y… Bue, ahí venía él con un mate para compartir y pronto me diría en qué anda… pero me ganó la ansiedad y entonces decidí preguntarle pero intentando ser lo menos directo posible.
—¿Armaste de nuevo la editorial?
—No —fue su respuesta tajante y precisa—. En estos meses me dediqué a leer a autores totalmente desconocidos y libros que no han llegado a las librerías.
—Ahhh… —fue mi respuesta como quién ve la olita de la realidad destruyendo el gran castillo de arena de la fantasía.

Tomamos unos mates e intercambiamos opiniones sobre la actualidad y demás temas del mundo hasta que me dijo la razón por la que había pensado llamarme.
—Vos sabés que descubrí desde el inicio tu diario “íntimo”, y debo decirte que sufrí con vos cuando te notaba tan mal, y también me hiciste reír mucho con esas cosas raras que sólo a vos te pasan.
—Bueno, me alegro por la parte de haberte divertido. Pero, ¿a qué viene todo esto?
—Estás con ganas de irte de la ciudad y a todo el mundo le sorprende, menos a los lectores que te leen y ya viven en lugares como los que soñás, con aire puro, sin inseguridades ni tantas corridas.
—Y sí… Pero…
—Mirá lo que encontré ayer —dijo mientras se levantaba y traía una hoja cuadriculada escrita con una letra que reconocí de inmediato como mía.
—¿Qué es?
—Esto es un poema que escribiste… Acá está la fecha… 1991. Estabas en la secundaria sino me equivoco y es de una caja que me habías dado hace mucho para que la queme y yo, como corresponde, la guardé de tu fuego asesino. Pero, tomá, leé lo que escribiste, y no mires la calidad porque se nota que es de cuando empezabas a garabatear letras, sino fijate en lo que dice…

Volar, volar
Quisiera volar
Hasta un lejano punto
Donde no me puedan alcanzar
Donde no me puedan reconocer

Quisiera volar
Hasta perderme dentro de un sueño
Y al despertarme
Que la realidad siga siendo una fantasía eterna

Quisiera volar
No como una hoja de otoño
No como una oscura golondrina
Simplemente volar, volar...

Cien veces me voy y otras tantas veces vuelvo
Quiero estar con vos, otras veces no
Me gusta reír pero tengo tanto que llorar
Y mientras camino quisiera volar

Lo bueno se encuentra lejos (tan lejos)
Encadenado a una rueda maldita que no deja de girar
Solamente quisiera escapar
La única manera es pudiendo volar


Sí, se trataba, efectivamente, de uno de mis primeros poemas, de esos que dan vergüenza encontrar después de tanto tiempo.
Sin embargo, su mensaje no había perdido actualidad, y las alas se encontraban todavía listas para el vuelo postergado…

lunes, 23 de noviembre de 2009

153. cara y cruz

Estuve un buen rato resoplando y resoplando mientras pensaba mil cosas a la vez y no me decidía a tocar el timbre. Todavía era temprano y había muy poco movimiento en la ciudad. Y ahora menos después de haber chocado con la camioneta de Luis.

Los chicos querían quedarse conmigo pero les dije que era innecesario, que vayan nomás a lo de Pato y Pamela a pasarla bien con el resto del grupo. En tanto yo vería la manera de preguntarle a mi jefe si tiene alguna otra camioneta de repuesto.
La grúa dejó las tres cuartas partes de lo que quedaba de la camioneta en la puerta de donde vive Luis.
Me llevé la mano a un bolsillo amagando sacar un cigarrillo, habiendo olvidado por completo que hace cinco años había dado el último beso de humo.
Hice tiempo esperando que un meteorito cayera sobre el vehículo estacionado y quedara yo exento de culpa y cargo, pero mis contactos con la NASA desaparecieron al igual que mi imaginación realista.

Me senté un rato en el cordón de la vereda intentando invocar a la “musa de las excusas imposibles”, pero nadie se hizo presente, excepto una de esas vecinas curiosas que reconoció la camioneta de su vecino y de inmediato le tocó el timbre para saber si se encontraba bien después de tremendo choque.
—Hola, ¿Don Luis? Soy Francisca, su vecina del 6º “B” —comenzó con su comunicación vía portero eléctrico—. Simplemente vi cómo quedó su camioneta con el choque y quise saber si usted se encontraba bien.
—¿Cómo dice? Yo no choqué… —contestó Luis del otro lado.
—Quizás usted no, pero su camioneta sí. La reconozco aunque, realmente, esté irreconocible.
—Un momento… Ya bajo —dijo Luis mientras yo rezaba para que no le diera un infarto… ni me mate a mí.
Debo confesar que en ese instante también pensé si no sería posible que ese meteorito que pedía unos minutos antes, de aparecer, pudiera desviarse un poco de su trayectoria y caer sobre el peinado arreglado de la vecina metida… pero tampoco se hizo presente.
El que sí asomó su cabeza con sus ojos algo desorbitados, fue Luis, que salió del edificio y se topó con lo que era su camioneta.
—¿Qué pasó? —gritó al ver la chatarra verde.
—No sé, cuándo llegué ya estaba acá —contestó la vecina haciéndose cargo de la pregunta de Luis—. Quizás ese muchacho sepa algo… Disculpe jovencito, ¿usted vio, por casualidad, quién chocó la camioneta?
Al darme vuelta para mandar a cagar a la vieja, Luis me vio y se acercó de inmediato a mí.
—Gastón ¿qué pasó? ¿Estás bien?


Mientras Luis me alcanzaba una de las tazas de café, sentados en la mesa de la cocina, le conté lo sucedido.
—Lo importante es que ni vos ni tus amigos se lastimaron.
—Sí, gracias, pero, ¿y con el reparto qué hacemos? —pregunté más preocupado por él que por mí.
—Mirá Gastón, ayer estuve hablando con un amigo y parece que esta semana me llega, por fin, la jubilación. La verdad es que ya no tengo ganas de andar tanto tiempo en la calle, y noto que no es lo tuyo y muchas veces, además de cansado, no estás contento.
—Bueno… Yo…
—Después vuelvo a llamar a esta persona para asegurarme de que el dato que me pasó sea cierto. Y de ser así, vendo como está la camioneta y a comenzar a disfrutar de una vez por todas la vida. Después de todo, no olvidemos que me están dando una segunda oportunidad con este tumorcito que se está queriendo ir de mí. Y vos… Y vos Gastón me ayudaste mucho, muchísimo, y te doy las gracias por eso.


Y ahora ya en casa, tomando una taza grande de capuchino en el balcón, sonando de fondo Beyonce, y meditando sobre esos extraños golpes (y algunas caricias) que, muchas veces, te devuelven a la vida…

viernes, 20 de noviembre de 2009

152. curvas peligrosas

Por suerte la atención se puso en la música y el tema de mi posible ida se estaba esfumando cuando Pablo acercó el tema de manera drástica.
—Es que si te vas de acá te vas a perder paisajes como ese.

Lo de drástico fue porque las palabras de Pablo fueron lo último que escuchamos antes de chocar la camioneta contra un auto que estaba adelante nuestro.
Más allá de algún que otro golpe, nadie salió lastimado de gravedad.
Nadie salvo la camioneta que quedó con toda su nariz irreconocible, y por entre sus fosas nasales, parte del motor.

Los curiosos que acertaron a pasar por el lugar, la policía que llegó un segundo antes que una ambulancia que fue alertada por si acaso, el chofer del auto que estaba a las puteadas contra los jóvenes alcoholizados y drogadictos (?), y nosotros, claro, un poco más aturdidos que de costumbre.

—¿Alguno está mal? —preguntó uno de los médicos de la ambulancia.
—No, ya estábamos mal desde antes —contestó Pablo sin perder el humor.
—¿Qué pasó? —interrogó con su tono dictatorial uno de los policías—. Y no me contesten “chocamos” porque los meto ya mismo en cana—, advirtió mirando a Pablo de mala manera.
—Ellos tienen la culpa, agente. Manejan borrachos y matan impunemente a las personas —sentenció el tipo del auto al que chocamos.
A causa de esas acusaciones nos hicieron de inmediato un test de alcoholemia a cada uno de nosotros, los cuales dieron, efectivamente, que no teníamos ni media gota de alcohol en nuestros respectivos organismos.
—Ellos fueron los que me chocaron a mí —continuó quejándose y acusándonos el tipo del auto.
—Sin embargo el semáforo estaba para que crucemos… —reflexioné yo en voz alta.
Uno de los policías se acercó con una mujer bastante mayor que dijo ser testigo del choque.
—¿Sabe qué pasa señor oficial de policía? En esta esquina siempre hay de estos choques —comenzó a decir la señora con sus bolsas del mercado el mano—, y esta vez no tiene la culpa ni el semáforo que, gracias a Dios, funciona, ni el hombre malhumorado ese del auto, ni estos muchachos que, gracias a Dios, no se lastimaron.
—¡Gracias a Dios! —dijo Sebas con su atea ironía.
—Sí, gracias a Dios —repitió la señora.
—A Dios y a los cinturones de seguridad —agregó uno de los médicos de la ambulancia que ya se retiraba sin llevar a nadie en la ambulancia… gracias a Dios.
—¿Y entonces? —¿Por qué fue que chocaron, señora? —la interrogó el policía.
—Por culpa de ella —dijo señalando con su dedo índice en diagonal hacia arriba.
Todos miramos en esa misma dirección… y sí, en ese lugar se encontraba ella, la culpable de la distracción casi fatal.

Se trata de una gigantografía de unos 10 ó 12 metros en la que se encuentra una modelo (desconocida para mí) muy linda, de mirada tentadora, labios comestibles, y ropa interior cara.
Claro, ya sé que hay muchos de estos carteles en la vía pública, pero este tiene algo especial.
Más allá del tamaño, esta ropa interior, por lo menos la bombacha, marca ciertas ondulaciones interiores que transforma la avenida recta en una curva peligrosa.

—Siempre pasa lo mismo en esta esquina —repitió la señora indignada—. Hasta hemos realizado petitorios con firmas de varios vecinos para quitar la publicidad esa, pero no nos han hecho caso.
—¡Gracias a Dios! —exclamamos al unísono sin poder quitar la mirada del cartel.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

151. tracción a sangre

Pato y Pamela llamaron para avisar que estaban organizando para hacer una fiesta diurna el domingo desde temprano. Como la mayoría aceptamos la propuesta festiva, intentamos organizarnos para ir todos juntos.
Le pregunté a Luis si me prestaba la camioneta para la excursión amistosa y no tuvo problemas, aunque ya tuvo que meter su pedido cautelar.
—No te pido que la traigas limpia, pero sí que la cuides.


El domingo temprano fueron apareciendo los que iban conmigo en la camioneta, es decir, Sebas Sergio, Cris, y Pablo.
En el auto de Nadia iba ella, Ana con Tami, Vero y Lorena.
Sí, los nenes con los nenes y las nenas con las nenas, como correspondía a una fiesta de Pato y Pamela.

—¿Seguís con la idea de irte? —preguntó Sebas.
—¿Irse? ¿Quién se va? —quiso saber Sergio algo atrasado de noticias.
—Gastón se quiere mudar de la ciudad —respondió Sebas a secas.
—¿De verdad? ¿Estás loco? ¿A dónde te querés ir? ¿Y nosotros? —me acribilló Cris con sus interrogantes metafísicos-existencialistas.
—Nada, fue sólo una idea lanzada al aire… que puede caer en cualquier momento —expliqué tratando de tranquilizar el ánimo ya exasperado de Cris.
—La dijo después de ver “Into the wild” —explicó Sebas— y al final el protagonista muere envenenado y solo —terminó aportando.
—A veces uno se siente solo entre tanta gente… —dijo Sergio con tono de monje budista.
—¿Y el veneno?
—Bueno, eso se consigue en cualquier ferretería —respondió Pablo sin darle demasiado vueltas al tema.

Yo seguía manejando mientras mi mente se volaba por alguna parte de aire puro y algo más de verde y lo que decían los chicos sonaba apenas de fondo.
—¿No les molesta si pongo algo de música? —pregunté mientras ponía el disco solista de Cordera sin esperar a que nadie me conteste.
Por suerte la atención se puso en la música y el tema de mi posible ida se estaba esfumando cuando Pablo acercó el tema de manera drástica.
—Es que si te vas de acá te vas a perder paisajes como ese.

Lo de drástico fue porque las palabras de Pablo fueron lo último que escuchamos antes de chocar la camioneta contra un auto que estaba adelante nuestro.
Más allá de algún que otro golpe, nadie salió lastimado de gravedad.
Nadie salvo la camioneta que quedó con toda su nariz irreconocible, y por entre sus fosas nasales, parte del motor.

jueves, 12 de noviembre de 2009

150. vida salvaje

A Tami le mandaron del Jardín investigar sobre los Onas.
Y esa fue la razón por la que el sábado se quedó en casa y el domingo temprano nos dirigimos hacia la Costanera, en la parte donde se encuentra la reserva ecológica, con los comestibles necesarios, las caras algo pintadas y armados de un arco y flechas (con punta de goma) que compramos el día anterior.
Nos divertimos mucho los dos. Y aunque no cazamos guanacos, sí acertamos con las flechas inofensivas a un gato, una pelada reluciente de un señor pasado de pastas, un sánguche, y el vidrio trasero del auto que se llevó pegada una de las tres flechas.
Cuando el lugar comenzó a llenarse de vendedores de cualquier cosa, de atletas fanáticos, de familias italianas enteras, de chicos por demás gritones, decidimos abandonar el lugar.

Ana me contó que Tami explicó muy bien todo lo que aprendió sobre esta tribu indígena en el Jardín, y que anduvo diciendo que “es muy difícil cazar con el arco y la flecha, pero los Onas igual lo hacían porque se divertían mucho”.


Ayer la ciudad fue un verdadero caos, y justamente tuve que transitarla por el medio.
Mucho calor, muchas personas sacadas, protestando, malhumoradas, nerviosas, impacientes por descargar su furia ante el primer animalito inocente que acierte a cruzar por el camino de los ojos rojos.
Cuando por fin regresé a casa (y la ciudad continuaba ardiendo en sus propias llamas), me encontré a Vero con Sebas tomando un trago.
—¿Querés un poco?
—A Gastón no se le pregunta, simplemente se le hace entrega del vaso lleno —explico Sebas mientras efectivamente me alcanzaba un vaso lleno.
—¿Y qué andan haciendo? —pregunté despreocupado.
—Te estábamos esperando, primín.
—¿Para qué?
—Para que terminemos de ver la peli del otro día.
Nos acomodamos en el sillón, apagamos todas las luces, encendí los parlantes y nos acomodamos frente a la pantalla.
No hizo falta llevar a votación poner la película desde el principio, cosa que hicimos para ponernos en clima con “Into the wild”.

Más de dos horas después, y apenas terminada la peli, Sebas se levantó a encender las luces, al mismo tiempo que Verónica iba al baño a secarse las lágrimas y yo me quedaba en silencio, con la mirada perdida en lo que se veía del cielo a través del balcón.
—¿Qué pensás? —me preguntó Sebas advirtiendo mi contemplar hacia la nada misma.
Por mi mente pasaron imágenes de mis juegos con Tami entre el verde natural, y la extrema contradicción con los malos aires de Buenos Aires.
—¿Y, en qué estás pensando? —volvió a inquirir Sebas, que sabe muy bien cuando algo raro me pasa.
Lo miré, tomé lo que quedaba en mi vaso, y con voz valiente le contesté:
—En irme a la mierda de esta ciudad.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

149. con final feliz

—¿Por qué no me lo dijistes antes?
—Porque no me diste tiempo, nena.
—Bueno, te encontré unos aritos que no eran míos y que sé que tampoco vos usás.
—Ok, pero justamente para eso te había dicho que vengas, para presentarte a Verónica y decirte que se iba a quedar por unos días acá.
—¿Y ahora dónde está?
—En lo de Sebas.
—¿Haciendo qué?
—No sé…

Sebas se había cruzado la otra vez con Vero, y desde ese día venía de manera más frecuente a “visitarme”. Lo pongo entre comillas porque la mayoría de las veces lo hacía cuando yo no estaba.
De todas maneras Vero no es tonta y Sebas por algo es mi amigo, y lo más importante acá es que se aclaró todo con Nadia.
Y la verdad es que me sentí algo extraño porque estoy bastante acostumbrado a que antes de solucionar algo, agrego un nuevo problema.
Pero acá estábamos, con Nadia mirando una peli, y haciéndonos unos mimos de esos que no nos dejan ver el final de la película.

Y así fuimos pasando del sillón a la alfombra, de la alfombra a la mesa ratona, de la mesa ratona pasamos por la cocina, y de la cocina a la camita.
Al mejor estilo Hansel y Gretel, fuimos dejando nuestras miguitas de pan (en este caso nuestras ropas) señalando el camino del amor.
Y fue un largo camino…


A la mañana el maldito despertador no perdonó el ejercicio nocturno y Nadia demostró su buen estado mañanero.
Sabía que iba a llegar tarde al laburo, pero a veces vale la pena.
Y más allá de la pena, me tuve que levantar, vestir y salir a la ciudad, al igual que Nadia.
Antes ella preparó unos capuchinos mientras yo me daba una ducha rápida pero reparadora.
Estábamos terminando las tazas cuando se escuchan las llaves y la puerta que se abre para presenciar a Vero que se sonroja al vernos.
—Hola —saluda con timidez.
—Hola —saludó Nadia en son de paz ofreciéndole un capuchino.
—Gastón, no pienses mal…
—Vero, no soy tu papá. Todo bien.
—Es que con Sebas nos pusimos a hablar de películas y nos quedamos mirando una hasta tarde y después conversamos sobre ciertos aspectos del séptimo arte y…
—¿Y cuál miraron? —quiso saber Nadia.
—“Into the wild”, es sobre un flaco que…
Con Nadia nos miramos y comenzamos a reírnos.
—¿Qué pasa? —preguntó Vero confundida.
—Es que es la misma peli que nosotros estábamos mirando anoche y no pudimos ver el final —le expliqué.
—Sí, ¡qué increíble! Decinos ya por favor cómo termina —le pidió Nadia.


(parece que vamos a tener que juntarnos los cuatro para poder ver el final de la peli)