jueves, 18 de marzo de 2010

171. hundido

El otro día estaba recorriendo algunas calles de la ciudad bajo un señor sol cuando comenzó a caer repentinamente una lluvia refrescante y exagerada. Supuse que se trataba de una nube pasajera, pero después de unos veinte minutos y notando que el cielo estaba totalmente cubierto, me di cuenta que la gran nube se había estacionado y no pensaba por el momento seguir con su camino.
Me quedé observando la escena desde el interior de un supermercado y como era la hora exacta en que los alumnos salen de las escuelas, las calles comenzaron a taponarse de autos, de personas intentando vanamente no mojarse, de chicos que jugaban a mojarse, de amas de casa desesperadas, y demás húmedos personajes.

Cinco minutos después, la lluvia se calmó un poco y decidí emprender la retirada.
Esquivé algunos charcos y estudié el panorama ya que algunos lugares habían acumulado demasiada agua.
Iba a acortar camino por la plaza pero al no llevar puestas mis patas de rana, avancé por la vereda de enfrente. No alcancé a hacer cincuenta metros cuando otra vez una infinidad de gotas comenzaron a lanzarse desde lo alto.
Apuré apenas el paso, subí unas escaleras donde vi a tres personas a resguardo, y me quedé en esa entrada con vista a la plaza y a salvo de esta lluvia infinita.
-Parece que te has mojado, muchacho –me dijo un hombre con cara de bueno y panza de buen comer mientras me hacía lugar al lado de la puerta.
-Sí, de todas maneras hoy pensaba bañarme –contesté con una sonrisa.
-A veces es necesario hacer el sacrificio.

La lluvia continuaba cayendo y esta vez parecía no querer detenerse.

-Este aguacero viene bien, pero más que acá tendría que caer del otro lado de la ruta, más para aquel lado –explicó el tipo señalándome el horizonte lejano como si yo supiera que hay más allá.
-¿Mucha sequía? –pregunté adivinando el problema.
-En aquellas zonas hace más de 8 meses que no cae una gota.
-Claro, y acá cae un poco de lluvia y como hay agua de sobra se inunda todo. Y bue… como dice ese sabio refrán: “Dios le da pan al que no tiene dientes”.
El hombre no dijo nada. Sólo se quedó mirando las nubes que se movían en el cielo.
Supuse que su silencio se debía a que él era de aquel lugar escaso de lluvia y estaba preocupado por esa causa.
Pero mi duda quedó despejada cuando una señora salió del interior del lugar en el que estábamos protegiéndonos de la lluvia y al mismo tiempo que se abrochaba el último botón del piloto dijo:
-Voy a irme ahora porque después se me va a hacer más tarde y no quiero.
-Está bien m’hijita. Nos vemos mañana –le contestó el hombre abriéndole el paso.
-Ya cerré la puerta y dejé ordenados los cancioneros para la misa de esta noche, Padre.
-Dios te bendiga.
-Igualmente Padre. Hasta mañana –y se fue bajo la lluvia que comenzaba a disminuir.

Con cierto disimulo miré a mi alrededor y me di cuenta que las escaleras que había subido y la puerta donde me encontraba eran la de una iglesia. Y yo había dicho esa frase sobre Dios y los dientes al mismísimo cura de la iglesia.
Lentamente comencé a bajar los escalones cuando escucho que desde atrás la voz del curita me dice:
-Muchacho, cuidado con los charcos.
Y yo más hundido no me podía sentir.

jueves, 11 de marzo de 2010

170. historias de vida

−Dale, contame ahora vos algo de tu vida –me pidió simplemente por saciar su curiosidad sobre el forastero que tenía sentado frente a ella. Y yo no podía rehusarme porque cuando yo le pregunté por su nombre, después de responderme “Carolina”, me hizo un breviario de su vida, de su corta e interesante vida…

-Nació hace 20 años en un pueblo ubicado a unos 50 Km. de acá. Tuvo una linda infancia que sólo se vio alterada por la separación de sus padres. La mamá cuidaba de ella mientras el padre se la pasaba viajando por trabajo. Al principio esos viajes resultaban tener un buen beneficio económico, pero con el correr de los tiempos la economía le ganó al amor, a la presencia física, al cariño sentido, y su madre comenzó a sentirse que estaba demasiado sola haciéndose cargo de su amada hijita mientras su esposo agudizaba esos viajes y su presencia era ya una prolongada ausencia.
Su mamá consiguió un empleo que le permitiría vivir con su hija Carolina y de paso cortar las cadenas de alguien que ya no estaba en su vida.
En pocos meses logró un ascenso que le significó mudarse a unos pocos kilómetros de ahí, para hacerse cargo de una nueva sucursal abierta. Ya en la ciudad conoció a un buen tipo, se enamoró, anduvieron de novios, se casaron, se fueron a vivir juntos, y el hombre fue el padre que Carolina no había tenido en los últimos años. Al tiempo la familia se agrandó y todos fueron muy felices.
-Ok, esa es la historia de tu familia… ¿Y la tuya? –le pregunté.
-Yo seguí mi vida rodeada de una buena familia que era mía. Terminé la secundaria con un muy buen promedio y eso me permitió que en casa me dejaran estudiar fotografía. Me dediqué de lleno a esa pasión y logré ganar algún que otro premio. A causa de eso recibí una tarde un llamado en que me ofrecían trabajar de fotógrafa en el diario. Comencé hace ya un tiempo y soy feliz porque hago lo que me gusta y los tiempos son lo bastante flexibles como para escaparme a realizar fotografías que no son para el diario… sino para mí.

Carolina hablaba con pasión y con el extraño encanto de ese acento ajeno a mi vida, ese tono que despierta cierta dulzura en los oídos cansados de escuchas monótonas. Era linda, joven, decidida y tenía una mirada que penetraba más que la lente de su cámara.

−Dale, contame ahora vos algo de tu vida –me pidió apoyando sus codos sobre la mesa en claro gesto de regalarme su atención.
-¿Sobre mi vida? ¿Y qué te puedo contar sobre mi vida?
-Lo que vos quieras –me dijo sonriendo, pensando que quizás no tenía mucho por contar, cuando en realidad no sabía bien qué contarle exactamente de mi vida para que ella no saliera corriendo espantada.
Pedimos otra vuelta de algo para tomar, por un instante extrañé encenderme un cigarrillo (me está sucediendo bastante seguido), y me dispuse a comenzar mi autobiografía oral sin saber bien por dónde empezar.
-Podés comenzar desde el principio –me aconsejó Carolina como si hubiese escuchado mis pensamientos-. O diciéndome qué andás haciendo acá en esta ciudad.


Cuando finalicé de hablar sobre mis últimos tiempos noté que Carolina me miraba fijamente, con la boca entreabierta, y sin decir nada…
-¿Pasa algo?
-No, simplemente me quedé pensando en todo lo que me estabas contando y me preguntaba si… ¿Nunca se te ocurrió escribir sobre tu vida?

miércoles, 3 de marzo de 2010

169. la página de sociales

Hacía bastante que no veía a mi primo y al resto de la familia. La única diferencia que teníamos era la ubicación geográfica, cuestión que desde hace ya unos días quedó resuelta.
Y así como se mató de la risa con algunas de mis anécdotas, él me puso al tanto de su vida.
Se había casado, separado y conocido a una buena mujer que tenía una hija de su antiguo matrimonio. Después de noviar más de un año, se casaron y tuvieron un nene y una nena. Formaron una familia muy linda y fue a fines del año pasado cuando la mayor decidió independizarse e irse a vivir a… unas 20 cuadras (nuevas distancias) y quedaron los cuatro en la enorme casa.
Y ahí están, tranquilos, felices, con los problemas normales de cualquier vecino, pero con la saludable manera de un despertar de aire puro.

Como algunos hábitos ciudadanos son difíciles de desterrar de manera rápida, a la mañana muy temprano salí en busca del gran diario… local.
Pocas noticias, ausencia de crónicas rojas, chistes internos, horóscopo mentiroso, y clasificados divertidos. Pero volviendo a hojear el diario ahora de atrás hacia delante, en la columna de la segunda página encuentro que el Director del diario “El ciudadano” se llama Francisco Zappa. Con clara influencia rockera en su identidad, se me ocurrió ir a verlo, pero no para hablar de música, sino para presentarle algún proyecto laboral.
Marqué el teléfono de pocos números y una voz femenina me ofreció una entrevista con el Sr. Zappa para las cinco de la tarde.

Diez minutos antes de la hora señalada, me presenté con una carpetita donde había escrito la idea que tenía para el diario, una mezcla de cultura e interés general que sabía que podía interesar al lector aburrido.
¬—El Sr. Director se encuentra demorado, pero si desea aguardar a que llegue…
—Sí, vine a verlo por lo que me quedo a esperarlo —le dije a la recepcionista con su sonrisa sin forzar.
Quince minutos, media hora, sesenta minutos, una hora diez y la misma recepcionista que se acerca al asiento donde yo estaba ya algo acalambrado y me informa que acaba de comunicarse con ella el Director para pedirle disculpas por la demora y por no poderme dar hoy la entrevista. Que arregle con la recepcionista para otra cita.

Salí del edificio del diario un tanto enojado-distraído y fue exactamente en la vereda cuando tuve un primer contacto de verdad con alguien de la ciudad. Es que el choque fue grande y mi carpeta y el bolso de ella volaron por los aires, y si la chica no hizo lo mismo fue porque logré atraparla en el aire.
—No te vi —le dije disculpándome de una manera obvia.
—No te preocupes, lo importante es que la cámara no se rompió —exclamó después de abrir el bolso y cerciorarse de que la cámara de fotos estaba intacta.
—¿Sos la fotógrafa del diario?
—Así es… ¿Y vos?
—Yo no… y por ahora tampoco nada porque tenía una entrevista con Zappa pero el tipo no apareció.
—Moneda corriente. No te preocupes. Esperá que descargo unas fotos acá y si querés vamos a tomar algo a la confitería de la esquina. Tengo una sed tremenda.

A los cinco minutos salió del diario y nos cruzamos a la confitería a charlar un poco y saciar la sed con un licuado para ella… y otro para mí.