martes, 22 de junio de 2010

181. paralelas

En los últimos tiempos me estuvo contactando Juanto, un flaco que no veía hacía unos mil años (o quizás un poco menos) y que ahora reapareció con una propuesta interesante. Tiene una revista turística que se comercializa en el exterior y quiere que yo tome parte escribiendo notas que atraigan a los extranjeros y elijan esta zona geográfica como su lugar de vacaciones.
La propuesta es interesante, pero implicaría el volver a mudarme.
Por momentos me entusiasmo con la idea, pero por otros siento que no tengo ganas.
En los últimos días estuve meditando sobre el asunto con mi soledad. No quise comentárselo a nadie ya que no quería entusiasmar a mis amigos de allá ni poner mal a Carolina, en caso de decidir irme.
—Pero podés venir los fines de semana, no? ¬¬—me preguntó la imagen en el espejo.
—No creo en los amores a la distancia —le contesté con cierta frialdad¬—, y no podría someterla a ella a lo mismo. Creo que no sería justo para ninguno de los dos.
—¿Y cuándo se lo vas a decir? —siguió con su cuestionario mi reflejo.
—Cuando tome la decisión.

Pasaron varios días que se contaron en semanas.
Con Caro estuvimos juntos pero no saqué el tema porque todavía no tenía la seguridad en la cabeza. Pero anoche pasó algo curioso…

Cuando la veía a Caro notaba algo extraño en su mirada, en sus acciones. No sé qué era pero “algo” me llamaba la atención, pero no le di demasiada importancia ya que yo estaba sumergido en mis pensamientos de acciones de futuro inmediato.
Y anoche nos encontramos en su depto y escuchamos algo de música mientras charlamos sobre diversos temas sin importancia. Después cenamos, nos quedamos haciendo una sobremesa, y nos fuimos a la cama.
Como es una sana costumbre, no dormimos.
Cuando las sábanas se quedaron tranquilas y nuestros cuerpos decidieron descansar un poco, no sé porqué imaginé que esa era el momento propicio para hablar sobre el tema laboral que me habían propuesto y lo que había resuelto hacer al respecto.
La habitación estaba en penumbras pero alcanzábamos a vernos.
Me incorporé un poco y Caro se movió sentándose en la cama.
Hubo dos segundos de silencio absoluto y entonces sucedió que en estereo los dos dijimos a la vez: “tengo que decirte algo”.
Nos sorprendimos, nos reímos algo nerviosos (la mayoría sabemos lo alarmante e inesperado que puede seguir a la frase dicha) y finalmente le di la palabra.
Y la sorpresa fue que no habló, sino que simplemente empezó a llorar.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué llorás? —le preguntaba mientras intentaba calmarla.
—Estoy confundida… Hace unos días me llamó mi ex y el muy hijo de puta me movió toda la estantería. Yo siento que con vos tengo una conexión recontra especial, pero él… Él fue mi primer hombre y…

Sé lo que significa eso para muchas mujeres y cómo muchos de esos hombres utilizan el haber sido los primeros para romper las pelotas e ir y volver cuando ellos quieren. Pero yo no podía hacer nada. Es un tema que tiene que manejar ella y ver qué le pasa, qué quiere realmente con él o conmigo.
Cuando sus lágrimas dejaron de caer nos quedamos en silencio hasta que nos dormimos.

Finalmente voy a aceptar el ofrecimiento en la revista y mi ausencia quizás la ayude a saber qué quiere… y si me quiere, sin importar el número de hombre que soy en su vida.

jueves, 3 de junio de 2010

180. hablar de vos... hoy

Hoy amaneció como aquel mismo día, aunque ya pasaron algunos pocos años. “Aunque no lo veamos el sol siempre está” cantó alguien y hoy esa frase tendría más un contenido de fe que una realidad a la luz del día ya que el gris del cielo, las nubes y la neblina con forma de lluvia no dejan rastro alguno de la calidez solar.

Y aunque mis estados anímicos están un poco más inestables por cuestiones que, debo confesar, no confieso del todo en este diario (personal), hoy simplemente me siento acompañar el aire de esta mañana con el vuelo de baja altura de mi alma.

Por decisión propia y no del todo razonable (o quizás sí) dejé pasar el micro que me iba a trasladar a una ciudad no muy lejana y demasiado significativa para mi corazón.
A unos cien kilómetros de la compu donde estoy escribiendo hay un cementerio.
En ese mismo lugar de silencios afónicos, un 3 de junio como el de hoy, mi abuela se quedó ahí.


Hablar de mi abuela es referirme a quien me dio la vida, quien me enseñó a disfrutar de las maravillosas simplezas que nos regala cada día, a despertarme con una sonrisa y a dormirme con otra un poco más grande y, por sobre todas las cosas, a amar con el corazón en la mano.

Hablar de mi abuela en un día así me resulta demasiado intenso, porque por más que sé que sigue estando conmigo (y lo está), el mate que tengo a mi lado para mí solo me resulta un poco más solitario.
Y es que sé que entre cebada y cebada podría hacerle un par de preguntas de las que necesito escuchar de su voz (cómo extraño su voz…) las respuestas directas, y también contarle un impar de cuestiones que seguro algunas le harán reír y otras enojar apenas lo suficiente como para que esté con el ceño fruncido y en silencio alrededor de dos minutos y medio.

Hablar de mi abuela implicaría escribir demasiado pero con buen gusto, o tener una conversación que repasaría buena parte de mi vida durante su mejor parte al lado de la suya.

Hablar de mi abuela es hacerlo con felicidad y orgullo, porque aunque pueda apagarme un poco (inevitable) hay una luz que brilla fuerte allá en el cielo… y es la misma que brilla acá en mi interior.