lunes, 11 de febrero de 2013

262. mi pasado me condena

La tardecita pasaba en cámara lenta. Las risas de las mujeres chocaban con eco en cada pared del depto y no dejaban escaparme por la puerta ni saltar por la ventana.

Hace tiempo que quiero hacer las cosas bien, y a veces siento que esas buenas intenciones se me escapan entre los dedos… o se hacen amiga de mi novia.

Fui a la cocina a abrir una botella espumante y a lanzar un S.O.S. para que se reúna con urgencia la barra en casa, pero encontré el sacacorchos y no mi celu.
Cuando regreso con la media botella en la mano, Fernanda me hace partícipe de la tortura en continuado:
—¡Viene Paul a cenar con nosotros! —me dice con una sonrisa incomprensible.
—Conozco a un solo Paul, y está disfrutando de sus millones y de su familia idiota, por lo que no creo que venga para acá —contesté haciendo una clara referencia futbolística-mental.
—Paul es el novio de Flor, y lo acaba de llamar para decirle y aceptó.
—¡Salud! —dije mientras me tomaba la otra mitad que quedaba en el interior de la botella.
Mientras Flor se reía maliciosamente, Fernanda me miraba sin comprender.
—No te preocupes, amor, ahora voy a comprar combustible para que pasemos una linda velada —y salí de ese encierro para ganar un poco de tiempo y respirar.

Antes de salir a la calle, paré en el 2º piso y toque el timbre en el depto B.
—Tenés que salvarme —le exigí e imploré a mi amigo Sebas apenas abrió la puerta.
Le expliqué sobre la interesante obra que se estaba desarrollando en casa, y Sebas, después de pensar durante siete minutos (lo que lleva de tiempo un cigarrillo bien fumado) lanzó su teoría:
—No tenés nada por lo cual preocuparte. Flor está jugando con vos, pero en ese juego no le interesa que Fernanda se entere de lo de ustedes, como que tampoco lo haga su novio. Por lo tanto divertite, sé vos mismo, y nada malo va a pasar. Igual sabés que, cualquier cosa, tenés mi sillón disponible.


Volví al depto con todo lo necesario para la picada compartida y con el alivio en mi rostro. Tenía razón Sebas, se trataba de un juego en el cual la idea es que nadie saliera perjudicado, principalmente yo.
Por eso mismo fui el anfitrión de siempre, haciendo sentir cómoda a la invitada de luxe. Hasta que los golpes en la puerta anunciaban la llegada del otro invitado a esta noche especial, y con esos pasos me dirigí a la puerta y abrí a recibir y conocer a Paul, el novio de Flor.
—¿Gastón? ¿Vos sos Gastón? —me preguntó un muchacho de pelo corto, rubio, y espalda de rugbier.
—Y vos debés ser Paul, el novio de Flor, ¿no?
—Sí, ¿no te acordás de mí?
—Hmmm…
—Soy Paul, el novio de Flor, y el ex de Lara. Ex porque fue en lo que me transformé después de que te encontrara en la cama con ella.
—Interesante anécdota que espero sepas olvidar apenas entres a mi humilde morada.
—No lo creo —me dijo mientras estrechaba mi mano y sentía el ruido de unos dedos rotos.

viernes, 8 de febrero de 2013

261. arde la ciudad

Estos días de calor, pero de calor de verdad, son insportables. Andar por la vida con 41º de térmica sobre los hombros es inhumano, y es cuando, levantando la vista al cielo sin una sola nube, me pregunto si Dios usa aire acondicionado.
Yo no!
Por eso cuando pego al vuelta del trabajo y voy llegando a casa, casi que me voy desvistiendo en el ascensor. Voy a la heladera, me hidrato mientras vuela la camisa, el pantalón, los zapatos, y busco un poco de aire desde el balcón del séptimo piso. Es un placer que dura siete segundos, ya que después me meto al baño a ducharme, y ahí sí, ya fresco puedo continuar con mi vida.
Pero el continuar con mi vida trae sorpresas, y una tiene que ver con el calor en la ciudad y las lagartijas. Y con lagartija me refiero, por ejemplo, a Fernanda, que llega temprano y se va a la terraza del edificio a tirarse bajo el astro rey.

Resulta que el otro día aparece muy contenta, no sólo por estos días de sol que ella disfruta, sino porque en la terraza se hizo amiga de una mina re copada, según sus palabras, y comparten parte de la tardecita.
—Te juro que no entiendo las personas que pueden disfrutar de estar bajo el sol sin una pileta cerca, sin un asado cocinándose, sin un mar de olas indecisas. Pero bueno, si encontraste a una loca que le gusta el sol de la ciudad, hacela socia de tu cálido club.
—No es para tanto —me dijo Fer en plan mimoso—. Además, vos disfrutás de este cuerpo bronceadito, no?
—Cuando ese color caribeño se va, también lo disfruto —respondí mientras intentaba darle otra forma de calor, más humana.
—No, basta, me voy a duchar que en media hora tenemos visitas.
—¿Vienen los chicos? —pregunté mientras me iba con una copa de vino blanco a sentarme en el balcón.
—No —me gritó Fer ya entrando a ducharse—. Invité a esta chica que te conté. Me hace divertir mucho con sus anécdotas. A vos te va a caer bien.
—¿Entonces me tengo que vestir?
—Sí nene. Ponete algo que ya debe estar por ven…
Su frase quedó interrumpida por el timbre sostenido que comenzó a sonar.
—Ay, ahí llegó. Andá a abrirle y servile algo, yo me pego un baño rápido y me uno a ustedes.

Protestando un poco mientras me ponía una bermuda, fui hasta la puerta y…
—¡Hola vecino! ¿Acá es lo de Fernanda?
—¿Flor? ¿Qué hacés acá? ¿Te volviste loca?
—No, tomando sol nos hicimos amigas con tu novia y acá estoy, “conociéndote por primera vez” —dijo mientras me daba un beso que rozó la comisura de mis labios, y se hacía dueña de mi copa de vino.


(sentí que me bajaba la presión y para colmo afuera no corría una gota de aire fresco…)