domingo, 31 de mayo de 2009

106. con las botas puestas

Mucho trabajo, la lluvia persistente, el camino resbaladizo, la precaución al volante, y el agotamiento de toda una semana, me dejaron tarde en casa, con una pizza de delivery y una peli frente al monitor de la compu.
Cerca de las tres de la mañana, todo a oscuras y yo sumergiéndome en la cama bajo el calor de las frazadas y el acolchado.


Todavía no eran las nueve de la mañana de este domingo cambiante y tranquilo cuando golpean a la puerta. Para tranquilidad de mi alma, no se trataba de la visita de problemas, sino de mi amigo Sebas.

Como en alguna otra ocasión les conté, Sebas es fanático de asistir a casamientos de desconocidos. Tiene la curiosa virtud de meterse en las fiestas y disfrutarlas al máximo mientras baila el vals con la novia y se saca fotos divertidas con el novio.
Ahora se encuentra viviendo un tiempo de alegrías compartidas gracias a su amor deportivo por la camiseta de Huracán.
Pero Sebas, que es sobre todo un AMIGO con mayúsculas (ya hablé de él en el día 57. mi amigo sebas) tiene también la increíble e impredecible capacidad de elaborar teorías sobre el fascinante y enigmático universo femenino.

Y ahí estaba Sebas, enfundado en su mejor traje, con huellas del descarrilado carnaval carioca al que asistió anoche sin invitación alguna.
—Hola Sebas, es temprano… ¿Estás borracho o pasó algo?
—Ninguna de las dos. Simplemente vengo a tomar unos mates con vos y a contarte mi último descubrimiento —dijo mientras abría el paquete de facturas que traía de alguna confitería y varias porciones de torta de los desconocidos y felices recién casados.
Mientras ponía a calentar el agua y preparaba el mate, Sebas me seguía hablando con el entusiasmo del científico loco que descubre una pócima secreta.
—Hace tiempo que estaba investigando sobre el tema. Y después de realizar algunas encuestas a mi alrededor, anoche pude hablar con mujeres que no conocía y que validaron mi descubrimiento.
—¿Y de qué se trata, che? —quise apurar mientras le daba el primer mordiscón a una medialuna.
—Es algo que va a revolucionar la vida de todos… Bueno, no sé si de todos, pero sí de varios.
—Te escucho…
—Pero no sé si contártelo a vos —dijo de pronto poniendo un freno y acrecentando el misterio.
—Mirá, te agradezco por el desayuno y la visita, pero si estás acá y comenzaste a hablar, mejor que termines con tu teoría y me pongas al tanto de la misma.
—Sí, te voy a contar, pero es que sé que va a ser un antes y un después.
—¿Un antes y un después de qué?
—Es que este descubrimiento que acabo de hacer puede cambiar el destino de muchas vidas.
—Vos sabés que mi destino cambia a cada día, así es que tomá un mate y contame ya de qué trata todo.
—Ok… Ahí va… —se preparó después de pasarme el mate, tomar aire, y asegurarse de que le estaba prestando de manera absoluta toda mi atención—. Según observaciones agudas, experiencias personales y ajenas, y testimonios altamente confiables de primeras personas, puedo asegurar en este último domingo de mayo que…
—Que…
—Que las mujeres que usan botas largas por encima del jean o del pantalón que usen en ese momento, disfrutan, gozan y/o tienen predilección por el sexo anal.
Al escuchar esto volqué el mate y me atraganté con la crema pastelera de una exquisita factura.
—¿Qué decís?
—Lo que acabas de escuchar… Las mujeres que llevan botas por encima de sus pantalones o con estas dentro de las botas, les gusta el sexo anal.
—¿Pero vos estás seguro?
—Claro —contestó Sebas con la seguridad y seriedad con las que siempre exponía sus teorías naturales al mismo tiempo que lograba levantar una sola ceja.
—Y… ¿entonces? —pregunté con mi inocencia de un domingo tempranero.
—Y entonces nada. Simplemente eso —contestó Sebas dando por finalizado el tema y comenzando a comer un cañoncito de dulce de leche.
—Y bue…


A media mañana Sebas se fue a dormir a su depto y yo me quedé haciendo algunos trabajitos en la compu mientras de fondo sonaba un disco de The Beatles.
Cada tanto me asomaba al balcón pero desde la altura de un séptimo piso no se alcanza a ver con qué pisan las baldosas las mujeres del barrio.
Y bue…

viernes, 29 de mayo de 2009

105. soñando con ella

Anoche llegué a casa extremadamente fusilado y bastante tarde.
No sé si en ese orden pero bue…
La cuestión es que me fui a dormir y antes de caer sobre la cama ya estaba dormido.
Lo último que recuerdo fue mirar la pantalla apagada del monitor, y haber dado un bostezo para el libro de los records.

Y entonces apareció ella…
No sé si estaba en una isla perdida o pedido en una isla.
Tampoco sé si era del estilo mágico de Lost pero la realidad que estaba viviendo daba para varios capítulos.
La cuestión es que me encontraba bajo un sol de mediodía pero que no molestaba.
Seguramente eso se debiera a la sombra de una enorme palmera que me cubría casi por completo.
Tenía la mirada clavada en nada en particular cuando ella apareció particularmente de la nada.
—Me gusta como te queda esa barba desprolija —me dijo a modo de saludo al mismo tiempo que pasaba su mano por mi cara.
—Me da fiaca —contesté con mi honestidad al natural.
Ella se rió de una manera que favorecía al paisaje que nos rodeaba.

Por momentos su rostro se me volvía difuso, pero mientras conversábamos, parecía que nos conocíamos desde siempre y ahí su cara comenzaba a dibujarse con finos trozos.
El ruido de las olas indecisas hacía juego con su pelo que parecía gustarle el juego de la brisa.

—¿Dónde estamos? —pregunté por preguntar algo.
—Donde vos quieras —me contestó ella clavándome una mirada que quedaba dibujada en la arena.
—¿Y vos sos…?
Ella no me contestó. Simplemente corrió hacia el mar y me dejó ver que también era linda cuando se iba.
Pero cuando se fue, o mejor dicho, cuando desapareció de mi vista, sentí cierta desesperación porque quería saber quién era ella.
Porque ella me hablaba de la manera que me gusta… con una sonrisa en la boca.
Porque ella parecía independiente… más allá de que yo sea de otro equipo.
Porque ella tenía esa clase de mirada que me gusta desafiar.
Porque ella era un misterio que quería descifrar.
¿Quién era ella?

De pronto su figura reapareció frente a mí y sentí cierto alivio.
—Ya está la comida.
—¿De verdad? ¡Qué bueno! —dije incorporando a mi inconsciente las milanesas sin probar de la noche anterior —. ¿Y qué hay?
—Pescado, ¿qué otra cosa puede haber?
—Pero a mí no me gusta el pescado —protesté sin vergüenza ni espinas.
—Si no querés comer, no comas. Pero yo por eso no me voy a quedar sin comer.

Lo que pasó después fue extraño (bah… no tanto).
Ella dejó el pescado a un lado, se quitó la poca ropa que tenía y…
Lo bueno de los sueños es que la arena no pica al estar desnudo haciendo el amor sobre ella.


Esta mañana al despertar, y durante el resto del día, tuve una sola inquietud recorriéndome la mente, el cuerpo, el alma…
¿Quién era ella?

miércoles, 27 de mayo de 2009

104. muchas gracias de nada

—Gastón, te queríamos agradecer el gesto del otro día —me dijo Ana.
—Más bien de la otra noche —agregó Pablo.
—Dije simplemente lo que sentí y sigo sintiendo —les dije a los dos.

Cuando llegué del trabajo, fui directamente a darme una ducha y tranquilizarme del día cargado de cortes, retrasos, bocinas, y conductores de ceños fruncidos.
Ya cambiado y metiendo una milanesa en el horno para cenar, sonó el timbre.
Era Ana y Pablo que venían a visitarme.

—De verdad, no hacía falta que vengan, chicos.
—Es que nos sentimos mal por no habértelo contado antes —se disculpó Ana.
—En realidad yo intenté varias veces contártelo pero siempre hubo una buena excusa para postergarlo —se sinceró Pablo.
—A decir verdad no sé cuál era el problema en que me lo digan.
—Bueno, es tu amigo —dijo Ana.
—Bueno, es tu hermana —dijo Pablo.

Entiendo que una situación o, mejor dicho, una relación así a alguno le puede molestar un poco.
Pero yo sé por las cosas que ha pasado Ana, cómo ha cuidado a Tami, y creo que se merece estar con alguien.
Y Pablo puede ser un tiro loco, pero sé que si decide ponerse de novio, es porque siente algo muy importante.
Y además sabe que no podría joder con mi hermana, y menos con Tami en el medio.

—Ana, Pablo, la verdad es que cuando Tami me lo contó sin querer queriendo, un poco me chocó, pero después me di cuenta que está buenísimo que ustedes dos estén juntos, porque son personas excepcionales. Además verlos bien, felices, a mí me producen exactamente lo mismo.
Mi hermana se acercó y me dio un beso.
Pablo me abrazó y me dio unas palmadas.
—Entonces…
—Entonces, ¿qué? —le pregunté a Pablo.
—Entonces te vas a poner más contento ahora que vas a ser tío de nuevo.
—¿¿¿QUÉ???
—No, mentira —intercedió Ana—. Pablo, no le hagas esas bromas a Gastón. Sobre todo si estamos cerca del balcón.

Ana y Pablo finalmente se fueron mientras él no paraba de reírse y yo intentaba que mis piernas no se terminen de aflojar.
Sobre todo ahora que tuve que correr a la cocina al sentir el humo que venía del interior del horno.
—¡Las milanesas!


El corazón contento… pero el estómago vacío.
Ups!

martes, 26 de mayo de 2009

103. tres de amor

Llegué al lugar del encuentro en el Tigre, y todos se sorprendieron de mi breve impuntualidad.
Entre besos y abrazos llegó el saludo más lindo…
—¡¡¡Hola tío!!! —me saludó con efusividad y trepando de un salto a mi cuello mi querida sobrina.
—Hola Tami, ¿cómo estás?
—Bien, pero no viniste a verme al acto —me dijo haciéndome puchero.
—Es que estuve trabajando. Y además nadie me dijo que ibas a actuar. Imaginate que si yo sab…
—Igual no me enojo tío.
—Me alegro chiquita. ¿Y de qué hiciste?
—De dama antigua.
—¿Antigua como la abuela?
Se acercó Ana a saludarme y le dije que me alegraba mucho que se hubiera prendido a la salida.
—Sí, yo también me alegro.

Nos embarcamos y partimos todos hacia la isla mientras Marcelo oficiaba de guía, Pablo hacía sus habituales chistes, y Cris se comenzaba a poner un poco verde con el movimiento marino.

Después de una hora de viaje, pisamos tierra firme y nos encontramos con la casa escondida entre la naturaleza.
Sergio investigó el quincho y Sebas fue poniendo las bebidas en una enorme heladera.
El anfitrión resultó ser un tipo piola que aunque parecía tener dinero, no quería pasar el finde largo solo, por lo que ahí estaba el grupo reunido y divirtiéndose, gracias al contacto de Lore.

Comimos un señor asado (con perdón de la señora vaca) entre charlas sin profundidades y risas eternas.
Pamela comenzó a bombardear con su cámara de fotos y Pato la miraba sonriente mientras la alentaba a no dejar un solo momento sin inmortalizar.
A la siesta el sol estaba con su deliciosa calidez por lo que las mujeres se dedicaron a quitarse prendas y broncear pieles, y los hombres a sentarnos en el muelle a mirar las distintas embarcaciones y algunas que otra tripulación interesante que pasaba.


Tami se había quedado con ganas de contarme más cosas por lo que se sentó al lado mío y continuamos con la charla.
—¿Sabés quién vino a verme actuar?
—¿Una señora fea que tiene un hermano lindo y una hija preciosa?
—No le digas así a mamá porque ella es muy linda.
—Tenés razón. Y eso se lo debe a que salió a su querido y único hermano.
—Sí, pero no adivinaste quién vino a verme además de mamá.
—No se me ocurre… Decime.
—El tío Pablo.
—¿El tío Pab…? ¿Qué tío Pablo? El único que conozco es a él —dije señalando precisamente a Pablo que estaba haciendo reír a Sergio con alguno de sus chistes malos.
—Y sí, él vino a verme.
—Ahhh… No sabía… ¿Y por qué?
—Porque me quiere mucho y también a mamá.
—Sí, a mí también me quiere mucho porque somos todos amigos.
—Sí, pero ellos…
—¿Ellos qué?
—Ellos se dan besos así —me explicó haciendo una morisqueta que entendí a la perfección.
—Vos me estás diciendo que el tío Pablo y Ana…
—Sí, se quieren mucho y mamá siempre lo invita a casa y él viene y miramos una peli y nos hace reír mucho.


Al llegar la noche, hicimos un fogón y Marcelo resultó ser un buen guitarrista.
Cantamos las canciones que todos sabemos y desafinamos alegremente.
Y entre las llamas pude ver las miradas que se cruzaban entre Ana y Pablo.
Al finalizar la última canción, les pedía todos que tengan un vaso lleno con algo y que los levanten.
—Quiero brindar porque siempre es un placer que podamos estar juntos. La amistad cada vez adquiere más valor en mi vida. Y también me gusta que Ana y Tami hayan podido sumarse a la salida dominguera. Y quiero decirles a mi hermana y mi sobrinita que me gusta verlas felices, sonrientes, alegres. Pero sobre todo sabiendo que esa buena sensación es producto del bienestar que les provoca un buen amigo mío. Respeto que no me lo hayan contado, pero quiero que sepan que estoy feliz de que Ana y Pablo anden juntos. Y es por eso que levanto mi vaso y brindo por ellos.
Todos hicieron lo mismo y la mayoría se sorprendió por la noticia, salvo Lore, Sebas y Sergio que ya sabían del noviazgo.
Ana me dio un abrazo grande y Pablo me agradeció por las palabras.


Algunas nubes comenzaron a aparecer en el cielo nocturno, pero para nosotros, era una de esas noches inolvidables que valen la pena vivir.

sábado, 23 de mayo de 2009

102. invitación dominguera

Suena el celular a media mañana.
Estaciono sobre la banquina y atiendo…
—Hola Lore, ¿cómo estás?
—Bien, ¿vos? ¿Estás laburando? ¿Podés hablar?
—Sí, dale.
—¿Te acordás de Marcelo?
—¿Me llamaste para hacerme ese chiste?
—No, te hablo del flaco que estudiaba conmigo en la facultad.
—Hmmm… No, la verdad que no.
—El que tiene la casa en El Tigre.
—Ahhh, sí… ¿Cómo olvidarlo?
—Bueno, el otro día estábamos hablando del finde largo y me propuso pasarlo allá.
—¡Qué suerte! Pero… ¿a vos no te gustaba el flaco este?
—No, es re bueno pero no es mi tipo. De todas maneras la invitación no fue para mí sola, sino que me dijo que les avise a ustedes.
—¿De verdad? ¡Buenísimo!
—Sí, está buena la oportunidad de pasar el domingo allá, sobre todo teniendo en cuenta que el lunes no trabajamos.
—Claro. Y… ¿ya les avisaste a los demás? ¿Van todos?
—Sí, van todos… Ana y Tami también vienen.
—¿An…? ¿Mi hermana también va?
—Sí, van todos. ¡Va a estar bueno! Y vos, si querés, podés invitar a alguien más.
—¿Alguien más? ¿Como a quién?
—No sé… A Fernanda o a Julieta o a Sandra o a…
—Ok, ya entendí. Después a la noche hablamos y arreglamos bien.
—Dale… Chau. Besitos. Te quiero.


¿Invitar a alguien más?
A Julieta imposible porque la última noticia que tuve de ella fue que estaba en algún lugar de la Florida buceando entre tiburones.
A Sandra tampoco… No quiero que siga con el jueguito de los casados.
Fernanda… No sé… Además quizás vaya sin necesidad de que yo la invite.
Silvina tampoco… Me parece que no queda bien que después de tanto tiempo sin vernos la invite así sin más a pasar un día en el Tigre.

Hmmm… Me parece que lo mejor es que no invite a nadie.
Van a estar mis amigos, mi hermana, mi sobrinita y ya con todos ellos me aseguro de pasar un muy lindo domingo sin tener que meterme en problemas con rostro de mujer.
Ya está decidido…
Me voy solo… pero con todos ellos.
¿Qué más?

viernes, 22 de mayo de 2009

101. día equivocado

El reloj cayó desde la mesita de luz con ayuda de mi mano dormida.
Una tuerca interna se desprendió y en venganza no sonó a la hora establecida.

El timbre suena con insistencia y me pregunto quién puede ser a esta hora de la madrugada.
—Gastón, soy yo, Luís. ¿Qué pasó? ¿Te quedaste dormido? Dale, bajá que tenemos que ir urgente para La Plata.
Merde! Me quedé dormido.
Intento vestirme lo más rápido posible mientras hago pipí, me lavo la cara, me cepillo los dientes, me peino (bah…), desisto de un desayuno, y busco ropa para ponerme.
No tengo una sola remera lista por lo que miro a un costado de mi costado y ahí está la ropa de ayer.
No está taaannnn arrugada, además tengo ese saquito liviano que me pongo encima y listo.
Pero claro, cómo podía saber que hoy iba a ser el día otoñal más caluroso de los últimos siete mil años mientras iba por la ruta acalorado por culpa de mi remera arrugada de mangas largas.

Cuando estamos llegando a La Plata, Luís atiende un llamado al celular.
—Puta, me había olvidado. Bueno, ahora pegamos la vuelta.
—¿Qué pasó? —pregunto desconcertado.
—Se me pasó que tenía que llevar a mi esposa a hacerse unos estudios en el médico. Allá en la rotonda pegá la vuelta que nos volvemos para Buenos Aires.

Aprovecho que entonces voy a tener la mañana libre para hacer algunas cosas.
Pero antes a desayunar. Por lo que pongo el agua a calentar y cuando voy a preparar el mate descubro con horror que no tengo yerba.
(y lo peor es que estoy solo)

Voy a pagar algunos impuestos y el dinero se me escurre entre los dedos… ajenos.
Es entonces que regreso a casa en busca de más dinero…

Ya pasó el mediodía y pico algo que encontré en la heladera.
Antes había intentado llamar a un delivery pero descubro que tenía el celular desactivado para realizar cualquier llamado.
Me comunico con la empresa para preguntarle por qué me habían desconectado el teléfono y me dan como respuesta que era por la ausencia de pago.
—Pero si está pago —protesto intentando no perder la calma perdida.
—¿Cuándo pagó? —me pregunta del otro lado de la línea.
—Y… Hoy es jueves… Creo que hace unos diez días —contesto con fino sarcasmo.
—¿Tiene el número de cliente?
—¿El qué? ¿De dónde saco eso?
—De la boleta señor.
—Gastón me llamo, señora, y no tengo la boleta en la mano.
—Entonces comuníquese a la tarde.
—Pero si ya es la tarde.
—Entonces más tarde.

Tarde después me pasé toda la tarde intentando comunicarme y escuchando la estúpida canción que ponen durante la espera eterna.
Cuando la tarde ya comenzaba a hacerse tardecita logro comunicarme y explicar (una vez más) la causa de mi llamado.
—¿Tiene la boleta a mano? —me pregunta esta vez un tipo.
—Sí, acá tengo la boleta, ¿quiere que le diga mi número de cliente?
—No es necesario. Dígame la fecha en que abonó el importe correspondiente.
—Once de mayo de este año a media mañana.
—Aguarde un momento… A ver… Muy bien, en una hora le damos nuevamente la línea.

Me fui a La Plata y hubo que hacer todo a velocidad supersónica.
Por suerte me había cambiado la remera y el calor siguió sobre la ciudad.
Pero los trámites de esta mañana me impidieron regresar a casa un poco más temprano para ver el partido de mi equipo favorito.
Llego cuando faltaban quince minutos, y un cuarto de hora después, la cruel derrota queda consumada.

Me voy a dormir y mientras intentaba hacerlo, recuerdo que no escribí las desdichas del día de hoy.
Me siento en la compu al mismo tiempo que preparo unos mates gracias al pack de diez paquetes que compré hoy en el almacén amigo.

Mañana tengo que recontra madrugar y tengo los ojos abiertos como dibujo chino.


¿No estará mal el almanaque y se encuentra marcando un día equivocado?
Porque presiento que, por cómo estuvo la jornada de hoy, debe ser lunes.

martes, 19 de mayo de 2009

100. efeméride

Podría mentir y decir que recién cuando me levanté a la hora de los regresos borrachos de otros tiempos, al ir a buscar el desayuno en cuotas a la cocina, al arrancar la hoja del almanaque, me di cuenta que hoy era el día de un (posible) nuevo aniversario.

Es que hace ya varios años, dentro de un tiempo incalculable e inestable, sin cálculo ni redes me encontré de manera sorpresiva con tu mirada chocando con la mía.
Tu sonrisa dulce, mi gesto exagerado, tu pelo en movimiento, mi saludo caballero, tus palabras suaves, mi respuesta sincera, tu perfume invasor, mi piropo improvisado, tu timidez fingida, mi paso hacia delante, y finalmente nuestro encuentro en forma de beso y el comienzo sin final a la vista de cualquier horizonte lejano.
El cielo se encontraba totalmente despejado al igual que tu mirada inmortal y la primavera, a la que todavía le faltaban un par de estaciones para llegar, se dejaba sentir en el aire que respirábamos y nos envolvía.

Sí, un día como hoy fue el comienzo de nuestra relación, tan intensa, tan inocente, tan dolorosa, tan cruel, tan verdadera, tan especial. Los diarios con sus titulares color sangre no nos interesaban. La burbuja andaba a la perfección y en ella recorríamos un mundo armado a nuestra medida y gustos. Los libros empezaban a acumularse formando una montaña de trabajos atrasados, y desde ahí arriba nos podían ver los demás mortales que nos arrojaban sus envidias inmortales como afiladas jabalinas de juegos griegos.
Y nosotros, ocupados en otras cuestiones que tenían que ver nada más que con nosotros, no alcanzábamos a esquivar algunos lanzamientos certeros y las heridas comenzaban a desnudarse. Pero seguimos avanzando por un camino que de pronto se hizo cuesta arriba y nosotros empecinados en ascender mientras nos divertíamos con las cosas sencillas de este universo complicado.
Una estrella fugaz, un café con crema, una plaza deshabitada, un llamado interrumpido, un disco acompañado, una canción desesperada, una mascota de peluche, un caramelo sin envoltorio, un chocolate relleno, un bar de mesas reservadas, un paseo en colectivo, una caminata lunar, un beso sin explicación.

Un día como hoy, y durante un tiempo sin cuentas, arrojamos los relojes al fuego. Los días, las tardes y sus iluminadas noches eran nuestras por contrato. Las dos firmas y la letra chica sin necesidad de lectura. El comienzo de una nueva época que no alcanzó a dar inicio nos encontró envueltos entre sábanas y rodeados por paredes blancas. De fondo, una radio olvidada anunciaba un nuevo gol que luego sería anulado por posición adelantada. Pero nosotros lo festejamos de igual manera saltando por entre los adoquines, sentados en un escalón que no lleva a ninguna parte, hablando durante largas horas a larga distancia, con algunos sueños convertidos en sueños para siempre, con el abrigo de la soledad durante las noches que llegaban con un frío de inviernos crudos.

El abismo nos invitaba a pasar y tan inconscientes como nuestros paracaídas sin usar, dimos un paso al frente y en caída libre. Otras hinchadas festejaron y nos mezclaron con sus falsas banderas. Un nuevo mundo de multitudes nos separaron. Quedamos muy lejos el uno del otro. Las llamadas no eran contestadas. Las cartas no eran leídas. Los gritos no eran escuchados. Las palabras no eran comprendidas. Las miradas no se alcanzaban a encontrar.
Y todo se agudizó cuando una sombra te cubrió con una realidad que no era la que buscabas (a lo largo de la historia de la humanidad siempre existieron buenos vendedores de espejitos) y vos te fuiste con tus lentes de sol.

A diferencia de aquel día que dio principio a tantos finales, ahora por la ventana veo llover. Cuando no hay música acorde, siempre la lluvia pone su sonido de fondo, húmedo y oportuno, para momentos de esta naturaleza. Y esta escenografía que ahora me acompaña me obliga a preguntarme por vos… ¿Dónde estás? ¿Qué es de tu vida? ¿Alguna vez volví a pasar por tu mente? ¿Te acordaste de algo cuando descubriste la fecha de hoy en el almanaque? ¿Pensaste alguna vez en…?

Hoy me levanté pensando que iba a ser un día igual a los demás días sin distinción alguna, pero el almanaque me demostró lo contrario. Hoy es el aniversario de una fecha especial para nosotros, pero por suerte ya no le doy importancia. Después de mucho tiempo, por fin logré sacarte completamente de mi cabeza, de mi vida, de mi alma.

Después de ver la fecha marcada en el almanaque y mientras por la ventana se puede observar la lluvia que continúa cayendo en forma de lágrimas (vaya coincidencia), puedo asegurar que ya no me afectan los días, como el de hoy, en los que tu imagen se aparece nuevamente en mi vida para recordarme mis supuestos olvidos sobre aquel pasado que alguna vez tuvimos en común.


Aunque el almanaque, aunque la fecha, aunque la lluvia, aunque los recuerdos, aunque estas lágrimas insistan en querer demostrar… todo lo contrario.

lunes, 18 de mayo de 2009

99. gracias por el fuego

Recuerdo cuando iba de visita a lo de mi abuela y a la hora de la siesta, si no se acostaba un rato, compartíamos unos mates mientras mirábamos alguna película nacional en blanco y negro por el canal Volver.
Y con la aparición de cada actor o actriz en escena, siempre escuchaba de su voz la misma frase: “Ese ya se murió”.

A decir verdad a mí no me causaba nada ya que no los conocía. O sí tenía visto a alguno de ellos, era por la misma película compartida con mi abuela.
En cambio para ella (me di cuenta un tiempo después) tenía un significado especial…
Las personas que la acompañaron desde el arte, el espectáculo, el deporte, como también amigos y familiares, iban tomando el mismo camino final.


La consciencia de la muerte como parte de esta vida me llegó con el disparo certero que significó la ida de mi abuelo… y tiempo después de mi abuela.

Y en un plano un poquito más abajo pero con un nivel de importancia como el de un amigo o compañero de aventuras, sufrí la caída de Olmedo, el accidente de Pappo y del simpático cuartetero.
También con la rebeldía de Adolfo Castelo, la ironía de Guinzburg, la literatura barrial de Fontanarrosa.

A parte de las ausencias nombradas (entre otras) le he dedicado palabras escritas, ya sea en prosa o en verso, algunas se han publicado en diarios, y otras descansan en corazones compartidos y privados.


Pero hoy es distinto porque con el día gris y las hojas amarillas, en un rápido desayuno mientras me pongo al tanto del mundo y sus consecuencias, me llega la triste noticia de que el corazón de Mario Benedetti había dejado de latir.

Y no me importa el tributo con repaso de su CV o las lecturas con voz ahogada de sus inmortales poemas.
El tema es que cuando tenía que contestar por mis autores preferidos mi respuesta era siempre la misma:
—En narrativa Julio Cortázar. En lírica Mario Benedetti.

Ayer se fue quien, a través de sus libros, de sus poemas, de sus palabras, de sus letras, me hizo llegar a comprender (si es que eso es posible) el significado del amor y del desamor.


Gracias por prestarme tus poemas…
Gracias por emocionarme con tu simpleza…
Gracias por el amor y las mujeres…
Gracias por el fuego…

sábado, 16 de mayo de 2009

98. parte de la religión

¡Qué noche, Teté!
La iglesia, la parroquia estaba casi llena.
Las pocas luces iluminaban lo necesario y también lo ya iluminado.
Se notaba mucha expectativa, nervios y ansiedades porque saliera todo bien.

Aunque llegué tarde, todavía no había comenzado el recital. Con mi alma escapándose por la emoción de entender el significado del regreso, me acomodé por el fondo, en un costado vacío.
Por una puerta lateral se hicieron presentes los músicos y las campanas repicaron.

Muchas canciones sonaron con buen sonido, ritmo y corazón.
A no ser por las letras, podría decir que estaba presenciando un recital de suave pop.
Encima Matu, una década después, entonando con un timbre de voz igual a la de Enrique Búnbury.

Una hora y monedas después, un petit parate de unos veinte minutos, para descansar y demás necesidades terrenales y espirituales.
En un patio interno techado estaba recorriendo sus paredes llenas de figuras cuando me encontré con mis amigos de aquellos tiempos.
Ahí estaba nuevamente el grupo reunido…
Los chicos y las chicas unidos esta vez en un abrazo interminable y algunas bromas por el paso del tiempo en los rostros y algunas canas rebeldes.
Sin embargo yo los veía igual que antes. O mejor dicho, distintos pero mejorados

De manera muy breve cada uno se fue poniendo al día y la mayoría coincidió en que la invitación de Matu era una cita obligada que parecía esconder un mensaje especial.
Y acá estábamos todos, una vez más y después de tanta vida, reunidos y armando a las apuradas una próxima reunión en alguna casa para poder hablar tranquilos y saber qué fue de cada uno de nosotros en estos tiempos de ausencias sin querer queriendo.

La gente alrededor su fue yendo a ocupar nuevamente sus lugares sin reservas ya que los rasgueos de una guitarra eléctrica comenzaba a hacerse oír.
La barra fue también hacia el lugar indicado y por alguna extraña (sin)razón me quedé unos pasos atrás y una voz me detuvo con su saludo imprevisto.
—Hola Gastón.
Me di vuelta y la miré.
Estaba frente a mí y no me salían las palabras.
En un momento miré hacia arriba, en dirección al cielo, buscando alguna señal, un guiño cómplice.
Cuando bajé la mirada, ella seguía ahí, con sus ojos del color de sus ojos, con su sonrisa leve, con la misma presencia que la última vez que nos vimos.
Sin embargo no podía creer que ella…
—Silvina —pude finalmente abrir la boca y decir su nombre— Silvina…
Nos dimos un abrazo lleno de emoción, intentando cubrir la ausencia de los últimos tiempos.


En la iglesia el público presente aplaudía el final del recital.
Matu había cumplido un sueño y llenado su corazón.
La música seguía sonando y Dios gustoso la escuchaba desde lo alto.
La gente poco a poco fue abandonando el lugar con el alma llena de buenas palabras entonadas.
Los músicos y compañeros fueron desarmando los equipos y desenchufando todo.
Las luces se fueron apagando, menos las indicadas.
Ya casi no quedaba nadie en el lugar, salvo…
Salvo Silvina y yo, que seguíamos unidos en un abrazo lleno de emoción, intentando cubrir la ausencia de los últimos tiempos.

viernes, 15 de mayo de 2009

97. rezo por vos

Alguna vez tuve mi grupo de amigos con los que salíamos a recorrer los boliches y sus alrededores.
También estaba el grupo con el que nos juntábamos por las tardes a jugar al fútbol, y por las noches a jugar al pocker.
Y entre otros, también estaba el grupo con el que formamos una comunidad llamada “del buen pastor”.

A dos cuadras de mi casa había una pequeña parroquia a la que comencé a frecuentar por equivocación y en la que después me fui quedando por convicción y placer.
A pesar de ser bautizado y haber tomado la comunión, mi catolicismo era más que nada por herencia.
Sabía de oraciones y santos por las velas que siempre tenía encendida mi abuela junto a una diversidad de imágenes religiosas.
Y cuando estos chicos y chicas de mi edad, de mi barrio, de mi cuadra, golpearon la puerta de casa para avisarme de la inauguración de una parroquia a pocos metros de mi casa, de inmediato pensé que no eran de mi religión, por más o menos devoto que uno sea. Pero la sorpresa fue cuando uno de ellos me dijo con voz tímida pero firme:
—Mirá que somos católicos y la parroquia también lo es.
Fue ahí cuando por curiosidad acepté la invitación de presentarme un sábado a la tarde a una “reunión de oración”.
En realidad mis motivos fueron otros menos celestiales, sin embargo las nubes bajaron y me maravillaron.

Con este grupo tan lindo y que es el único que, más o menos, llegué a conservar de aquellos años pasados (no llegábamos a ser diez y después fuimos un poco menos también) nos juntábamos en un primer piso de esa parroquia que ya era casi nuestra y rezábamos y pedíamos por las dificultades y los logros de cada uno de nosotros y los cercanos. Leíamos pasajes de La Biblia y la interpretábamos a nuestras vivencias y experiencias. Y también siempre aparecía una guitarra amiga (y mucho más que amiga también) que le ponía melodía a las voces desafinadas con que entonábamos el cancionero oficial.

Al poco tiempo nos ofrecieron dar catecismo a chicos de corta edad y con el alma aceptamos el desafío.
Durante dos años dimos clases y fue una gran emoción cuando llegó el momento en que nuestros pichoncitos tomaron la comunión.
No se trataba sólo de la imagen que puede tener uno de aquellas fotos de pelo engominado de los nenes y vestidito blanco de las nenas.
Con nuestros pocos años que no llegaban a los veinte, sentíamos que sembrábamos semillas de vida en esos corazones inocentes que crecían y comenzaban a enfrentarse a un mundo extraño y a veces tan ajeno y lejano.

Nosotros “los grandes”, continuamos con nuestras reuniones nocturnas en que nos sentíamos tan fuertes a pesar de los tremendos tropezones que nos dábamos entre problemas familiares, mal de amores, percances familiares, y demás veredas rotas de nuestros andares.

Dios andaba demasiado cerca y cada uno le hablaba en su tono, con respeto pero con la familiaridad que las iglesias perdieron.


La vida fue pasando y cada uno fue poco a poco tomando distintos rumbos cuando la pequeña parroquia comenzó a cerrar sus puertas por problemas ajenos y demasiados terrestres.
Entonces algunos se casaron. Otros se mudaron. Alguno se retiró en silencios profundos. Otro se fue antes de tiempo.

El mundo siguió girando sin freno y en una de esas vueltas excepcionales me llegó el mensaje (in)esperado.
Matu había formado una banda de rock cristiano y en una iglesia cercana a la de aquel pasado tan presente daría un recital.
Y no sólo eso, sino que varios de nosotros nos volveríamos a reencontrar esta misma noche… mil infiernos y milagros después.

jueves, 14 de mayo de 2009

96. primeros auxilios

—¡No lo puedo creer!
—¿Qué cosa?
—Qué estabas enfermucho y no me avisaste.
—Mirá, en realidad no le avisé a nadie.
—Pero nene, ¿cómo vas a estar solo cuando estás enfermo? ¿Y si te pasa algo grave?
—Lo más grave que me podría pasar sería recibir visitas sintiéndome mal y que encima quieran obligarme a que me tome algún té o uno de esos caldos soperos (puaj)
—¿Y qué tomaste?
—Vacaciones obligadas por tres días.

Sandra se había cruzado con Sebas y cuando este le contó que yo me encontraba en cama, quiso venir a verme. Claro que llegó algo tarde porque yo ya estaba recuperado en un noventa y siete por ciento. De todas maneras se preocupó por mi salud y se alegró por mi mejor estado.

—Eso te pasa por dormir destapado —me dijo casi retándome.
—¿De dónde sacaste eso?
Su sonrisa me recordó que ella perfectamente podía saber tanto esta como algunas otras de mis costumbres nocturnas.

Este encuentro sucedió anoche cuando estaba por irme a acostar.
Sin embargo me gustó su visita sorpresiva y la prolongamos con un rico y espumoso café que preparó para los dos.
Hablamos de diversos temas para nada importantes hasta que le recordé que mañana (por hoy) tenía que madrugar para ir a trabajar.
—Sí, yo también tengo que madrugar.
Nos levantamos del sillón y cuando creí que iba a irse, juntó las tazas y las llevó a la cocina.
—Dejá, no las laves —le dije—. Mañana yo me encargo.
—Ok —contestó obediente.
Ahora sí pensé que se iría y me podría acostar pero entró al baño.
Dos minutos después salió y me dio un beso.
—¿Vamos a dormir? —me preguntó con una sonrisa natural y pícara dibujada en su rostro.


El reloj sonó muy temprano por la mañana.
Sandra estaba acostada al lado mío y al mismo tiempo abrimos los ojos maldiciendo el tener que salir de la cama.
Cuando me levanté sentía que no me podía mover, que me dolía todo el cuerpo.
—¿No te recuperaste de la gripe? —preguntó con inocencia Sandra.
—De la gripe sí, pero no de los primeros auxilios que me practicaste anoche.

miércoles, 13 de mayo de 2009

95. para seguir... en la cama

Hoy la cama fue mi mejor analgésico.
Dormí toda la noche, me desperté por la mañana temprano y me quedé intentando dormir mientras afuera las gotas iban cayendo sobre las personas sanas que salían a enfrentarse con el mundo en uno de los días (creo yo) más fríos del año.

Por un momento giré sobre mi cuerpo abrazado a la almohada y me percaté de la otra mitad de la cama vacía, desordenada sólo porque yo había estado también de ese lado.
Un instante de pensamiento gris quiso invadirme pero me levanté de un salto y fui a la cocina a hacerme un nutritivo desayuno.
La ausencia de ganas (y de algunos comestibles) hizo que me inclinará por unos ricos mates mientras escuchaba lo nuevo del amigo Andrés.
Desde hace un tiempo atrás la música salmonera me acompaña sin necesidad de ser música de fondo.

Para el almuerzo comí unas empanadas que encontré en la heladera
(supongo que serían de este último fin de semana, pero no logro recordarlas cuándo las encargué)

Dos o tres horas de siesta inédita y sin interrupciones, para después volver a levantarme y llenar el termo con agua caliente para una nueva tanda de mate.
Ordené las revistas Fierro por número e hice lo mismo con las últimas veinte Ñ, aprovechando a leer algunos artículos que en su momento había pasado por alto por nada en particular.
En esa acción de prolijidad descubrí que tenía el primero de “los mitos” de Pigna abandonado por la mitad, por lo que completé el recorrido y quedé listo para comenzar con la segunda parte de la saga histórica que tengo junto a la tercera en el estante de los libros todavía sin leer.

Al terminar la lectura, más allá del placer de la lectura y la cultura, comencé a sentirme mejor.
Ya casi no sentía malestar alguno aunque un poquititititito me falta todavía para estar al ciento por ciento.
Supongo que mañana ya saldré nuevamente a atravesar la ciudad y unir la ciudad de la furia (Baires) con la de las diagonales furtivas (LP).

Por el bien de mi economía y de la alacena espero que este repunte siga su curso.
Prometo usar, de ser necesario, el abrigo que odio ponerme y andar tapado todo lo necesario.

Después de todo es lindo estar en la cama, pero no con el cuerpo aplastado por un tren de carga de mil vagones de ida y vuelta.
En la cama, pero por propia voluntad.
En la cama, pero con la compañía de la almohada y de algún otro cuerpo curvo y carnoso.
En la cama, pero no abrigado por las frazadas sino por mimos de alta temperatura.

Ok…
En la cama…
(y también en el sillón, en el suelo o…)

martes, 12 de mayo de 2009

94. algo mejor

Anoche el reloj marcó las once y mandé a la medicina de emergencia a “Plumas verdes”.
Los llamé y no vinieron en el plazo establecido, por lo que me volví a la cama y ya tapado hasta más allá de la cabeza con sábana, frazada y manta, y además vestido, me dispuse a dormir pese al dolor de cabeza que un rato antes había comenzado a atacarme como frutilla del postre de un día lunes.

Esta mañana me levanté temprano nada más que para ir al baño a descargar la vejiga y antes de volverme al sobre, volví a llamar a la emergencia.
Dormí un rato más y después me levanté y me hice un capuchino.
Cerca de las diez de la mañana tocan el timbre y son lo de la emergencia.

—¿Qué te pasa? —me pregunta la doctora con el mismo tono grave, grueso, masculino de Gabriela Sabatini.
—Ahora nada, pero ayer me sentía demasiado mal.
—¿Y ahora estás bien? ¿Entonces cuál es tu preocupación?
—Bueno, en realidad no estoy preocupado.
—¿Y para qué nos llamaste?
Tuve ganas de hacerme otro capuchino, tomar el doble desayuno caliente y después arrojarle el tazón con puntería a la cabeza, pero teniendo en cuenta que era la doctora y que me iba a diagnosticar o algo parecido, simplemente contesté su pregunta.
—Los llamé porque ya lo había hecho anoche cuando me sentía realmente para el carancho, pero como no iba a morirme no aparecieron.
—Tené en cuenta que los lunes son los días más movidos que tenemos ya que es cuando más consultas domiciliarias debemos realizar.
—Sí, en realidad tenía ganas de enfermarme el jueves pero decidí comenzar el domingo a sentirme mal y así aprovechar para estirar el fin de semana y pasarlo en la cama.
Hubo un silencio tenso y en el medio un ceño fruncido (de ella) y una ceja levantada con mirada sarcástica (mía).

—¿Y qué sentías ayer? —preguntó y rompió el hielo el médico que la acompañaba.
—Gracias por preguntar. Tenía un carraspeo en la garganta, chuchos de frío, me dolía todo el cuerpo y por la noche comencé con dolor de cabeza que me acompañó hasta las dos o tres de la mañana que fue cuando mis ojos se cerraron… momentáneamente.
—¿Y tomaste algo? —quiso saber la doctora retomando el control.
—Nada.
—¿Por qué no tomaste nada?
—Porque no tengo ningún remedio acá en casa y además me sentía mal como para ir a la farmacia a comprarme un par de aspirinas.

La doc sacó su cuchara de madera, me hizo abrir la boca, sacar la lengua, decir “aaahhhh”, y terminar con una arcada al tocarme la campanilla.
(creo que esto último fue una petit venganza de su parte)

—No tenés placas ni fiebre por lo que es un simple virus que así como vino se irá. Si tenés mocos nebulizaciones. Si tenés temperatura, Ibuprofeno. Y si tenés cambio para abonar la consulta, mejor.

Le pagué con todos billetes de dos pesos y los saqué de casa.
Hasta el mediodía me sentí bastante bien. Después comencé nuevamente a decaer y me escondí nuevamente en la cama hasta que a eso de las siete desperté de la hibernación, me pegué un baño bien caliente, y después me hice unos mates que serán mi cena de hoy.

Según cómo pase la noche, veré si retomo mañana el laburo o le doy un día más a mi organismo para ponerse bien del todo.
Después de todo estoy mejor que ayer y (espero) peor que mañana.

lunes, 11 de mayo de 2009

93. mens (in)sana in corpore (in)sano

El sábado, mientras viajaba laboralmente por autopistas argentinas, comencé con una extraña carraspera en la garganta que ninguna pastilla mentolada calmó.
Cada tanto carraspeaba y mi copiloto me pedía que apretara el embriague.
No era nada grave, simplemente una molestia a la altura del cuello que el domingo se evaporaría con algún baño de inmersión y veinticuatro horas de vida casera.

Iba bien…
Bueno, no tan bien, pero no iba a morir por una gripe, por lo menos en ese día dominguero.
Se sabe que si por alguna causa dejo de vivir, seguramente será un día lunes.
(no me preocupo por la frase de acá arriba ya que estoy sentado sobre una silla de madera y me agarré el izquierdo mientras continúo escribiendo con una sola mano)

Pero todavía en domingo y cayendo la tarde pensé que iba a tratarse de un malestar pasajero cuando faltando cinco minutos para el final del partido que estaba mirando, el rival hace el gol del empate y mi garganta se cerró un poco más.
La cama me llamaba, y antes de instalarme en ella, me tomé una aspirina.

Pasé una noche abominable…
Entre chuchos de frío y al mismo tiempo altamente abrigado como odio dormir.
Me despertaba a cada rato y no tenía ánimo ni para leer alguna revista desactualizada.

Llegó la hora de levantarse y me resultó casi imposible.
Hice un llamado debajo de las mantas y avisé que hoy no me presentaba a trabajar.
Ningún problema, salvo el de estar un día más en casa y enfermo.
Dormí hasta las 10 y después fui a prepararme unos mates ya que estando solo no podía contagiar a nadie.

Revisé mensajes, escribí en cámara lenta algunas cosas y después me volví a la cama.
La almohada también estaba engripada por lo que me sentía incómodo, sin ganas de nada.
Sólo me levanté para ir al baño y después para buscar en la heladera algo de comer y decidirme por una naranja.

El tiempo pasó muy despacito y cada vez me iba sientiendo peor, hasta que tomé una decisión fuerte y llena de coraje: Llamé a un doctor.


Me dijeron que en tres o cuatro horas vienen.
Lo bueno: No es nada grave (creo)
Lo malo: No (me) aguanto más. Me voy a dormir y si lo escucho al venir, bienvenido.
Y sinó… mañana será otro día.

domingo, 10 de mayo de 2009

92. triángulo imperfecto

En mi vida a diario, voy escribiendo sobre situaciones que me suceden, pensamientos en voz alta, o circunstancias que me atraviesan con envidiable precisión.

Soy relativamente nuevo en este mundo blog y en cada escrito pongo parte del alma, de la mente y del corazón.
Sufro con historias fuertes que leo en otros barrios, y me alegro por el triunfo o las salidas que logran otros a través de sus escritos.
Disfruto de poesías y cuentos, y me asomo a ventanas que dejan abiertas de manera intencional.
(siempre con el mayor de los respetos).

Y a través de estas idas y vueltas literarias es que también siento el dolor del amigo que se va cuando un blog al que soy frecuente decide que ya el tiempo no alcanza, o que ha terminado de despuntar el vicio, o alcanzado la meta propuesta.
Al revés me pasa con los que aparecen y a fuerza de simpáticas y atrayentes letras, se quedan.

Este mundo cibernético es relativamente nuevo (por lo menos para mí) y más allá de lo que lleguen a explicar estudiosos sobre el tema, a muchos de los blogueros los siento amigos, ya que comparten conmigo sus vidas con todos sus arco iris de colores diversos.


A qué viene todo esto?
Bueno, porque en las últimas horas me entero de la ruptura de una pareja de amigos blogueros.
Una historia de amor que comenzó a caminar por los senderos del quiebre por la aparición de una divina tentación para uno de ellos.
Me refiero a Loli y el Profe, y con otra punta para formar el triángulo imperfecto, de la que es parte Cherry.

Conozco (a través de los escritos de cada uno) a las tres partes y sufro junto a ellos y también entiendo a cada protagonista.

A grandes rasgos, la historia es la siguiente: Loli y el Profe y un romance, un noviazgo, un amor a prueba de todo. Es decir a las contras que les impone la sociedad por una diferencia de edad considerable y de las que salieron airosos y triunfantes.
Pero el Profe pasó cerca de la tentación y como ser humano que es… cayó.
Hubo una infidelidad, pero no carnal, sino de pensamiento, de chateo, de posible encuentro para perderse en cuerpos ajenos.
Está Loli que se encuentra desgarrada por la desilusión provocada por su hombre, y que de un Dios pasó en un segundo a convertirse en un humano tan igual a todos los demás humanos.
Y está Cherry que jugó como le gusta (y nos gusta a la mayoría) pero con la leve diferencia que el final no fue el anunciado.

Condenar al Profe por un tropezón que no termina de ser caída?
Condenar a Loli por su inocencia de niña y su intuición de mujer?
Condenar a Cherry por elegir morder la manzana prohibida como hizo la primera pareja bíblica?

No.
Todos somos grandes como para saber los riesgos de ciertos juegos, y la seriedad y consecuencias de los mismos.

Sólo quería decir esta vez lamento que en la esquina de los extraños encuentros, se haya producido un choque de consecuencias fatales, y que la lluvia de lágrimas se vea manchada por lluvia de dardos que se lanzan escondiendo las manos.


Sigo al lado de los tres.
Porque ellos formaron un triángulo imperfecto.
Y nadie (y mucho menos yo con mi vida a diario) puede jactarse de perfeccionismo lanzando piedras imperfectas.

jueves, 7 de mayo de 2009

91. el mundo por una sonrisa

Hoy el día amaneció demasiado temprano para mi gusto, y ahí estaba yo firme como un soldadito de plomo pero con los dos pies sobre el suelo.
Me llamo la atención que el gallo electrónico no hubiera lanzado su cacareo certero. Y al encender la radio me entero de la verdad mientras la realidad me despierta del todo.
El gallo estaba apagado
(mi mano buscando dormir un poco más es la sospechosa principal)
El locutor radial anuncia la hora exacta del tiempo.
Y esta estación mezcla de otoño invernal provoca que el día aclare un poco más tarde.
Conclusión: A correr al laburo y sin un mínimo de desayuno.

Ya el día no había empezado del todo bien cuando mi copiloto me informa que tenemos que hacer unos viajecitos por microcentro y sus alrededores.
No sé la hora exacta, pero las calles y avenidas por donde teníamos que pasar estaban impasables por culpa de una manifestación política y por el millón de vehículos demás que hay en la ciudad.
Las bocinas impacientes comenzaban a llenar el aire.
Los ceños comenzaban a fruncirse.
Los relojes avanzaban con rapidez y el recorrido se atrasaba más de lo debido y permitido.
Horas para poder recorrer escasos metros.
Conclusión: La ciudad de la furia es mucho más que una canción en estereo.

La Plata hoy sería un país lejano y sus atajos naturales no me recibirían.
Eso no era grave ni del todo malo, pero lamentaba no hacer el recorrido hasta allá para alimentar la vista con el paisaje campestre que hay en el trayecto.
Encima el cartel para doblar hacia la derecha y rumbear para Mar del Plata o cualquiera de sus costas cercanas, siempre es una preciosa tentación y un recreo mental, imaginando que uno no sigue de largo.
Conclusión: El paisaje gris tenso reinaría sobre el día laboral de la fecha.


Sin embargo…

Avanzando un poco sobre una de las últimas avenidas del día, un colectivo rojo se pone a la par mía, dos carriles más allá.
Y desde una ventanilla abierta se asoma parte de una chica que va mirando parte de la misma ciudad que vamos recorriendo a la par.
Un semáforo que obliga al freno y ella que sin proponérselo me descubre.
En un juego que me gusta jugar, le sostengo la mirada y al mismo tiempo descubro que es una pasajera muy linda.
Acepta el desafío y nos seguimos mirando con la intensidad de poder detener el mundo por unos instantes.
Pero el semáforo enemigo comienza a cambiar los colores y me despido de ella diciéndole chau sin hablar pero con los labios expresivos.
Ella no dice nada, pero me regala una sonrisa hermosa, extraordinaria, y exclusiva.
El colectivo se pierde entre el tráfico y mi recorrido me obliga a doblar en la cuadra siguiente.
Sin embargo, esos tres segundos de sonrisa borró las horas de furia sufrida y mi alma se llenó de una energía inmortal.
Conclusión: La sonrisa de una mujer puede hacer de este, un mundo mejor.

(y por eso me encanta pertenecer a este mundo de mujeres y sonrisas)

miércoles, 6 de mayo de 2009

90. aprendizaje

Estaba por comenzar a escribir algo pero me di cuenta que este es el día de escritura Nº 90. Y aunque no soy de darle mucha bola a los números, no puedo dejar de ver el nueve y el cero juntos e irremediablemente asociarlo con el Mundial de Fútbol de Italia.
Obviamente para los argentinos tiene un sabor especial y un recuerdo imborrable, sobre todo por la canción que para la gran mayoría fue la más linda de la historia mundialista.

Pero la cuestión principal es que esas imágenes futboleras me llevan a una de las épocas doradas de mi corta existencia.
Y es cuando andaba por mis 15 años, y que aunque no tuve fiesta propia, sí tuve muchas ajenas.

Esto me lleva a revivir imágenes de amigos secundarios con sus primeros trajes y los mismos cigarrillos fumados frente al espejo del baño para practicar el no morir en el intento.
Esas fiestas eran muy esperadas, más allá de la cumpleañera en cuestión, por todos nosotros que nos sentíamos un poco más grandes con nuestra elegancia sport y las mujeres con sus vestidos de gala.
Pero aunque el mozo no dejaba vino en las mesas, siempre aparecía alguna botella debajo de ella, cubierta por el mantel largo y la complicidad de un poco de propina.

En ese tiempo yo no fumaba y mi primera gran borrachera fue un par de años más tarde.
Yo me encontraba fresco, despierto, peinado y bien vestido para encarar a la chica en cuestión. Y el vals sólo era un precalentamiento para mostrarnos formales y entrar en calor ante de los bailes programados.

Recuerdo a Mónica, compañera del colegio, con la que tenía buena relación (social) y hablábamos siempre a la salida del cole y en algún recreo sobre trivialidades de esos años dulces, casi inocentes, y sobre todo felices.
Mis indirectas eran bastante directas, y ella en su endemoniada timidez, solía responderme con el lenguaje universal de una sonrisa, leve pero sincera.

La fiesta era buena y las condiciones climáticas y exteriores hacían que esa noche de algún cumpleaños de 15, sea propicia para declararle mi amor y que su sonrisa quedara atrapada entre mis besos.

Siempre había una ventana, un balcón, una fuente en el jardín que fomentaba estos momentos especiales. En este caso fue una parte en penumbras del salón y unas mesas vacías que vestía de reservado.
La vi en esa oscuridad porque mi mirada comenzaba en esa época a adquirir propiedades felinas que ya no me abandonarían.
Me fui acercando lentamente, con el temblor en las rodillas y los zapatos inseguros.
Ya sabía qué le diría, cual sería la frase que abriría las puertas del cielo, la tenía memorizada después de imaginarla, estudiarla, y haberla practicado tantas veces frente al espejo.

Ya estaba decidido y me encontraba a 23 centímetros de ella cuando apareció un pibe desconocido y sus bocas (ajenas) se unieron salvajemente, sin percatarse siquiera de que yo me encontraba en una primera fila maldita siendo testigo de una película demasiada mala en vivo y en directo.

A partir de mi desilusión en aquella fiesta, aprendí mucho sobre el amor y el desamor.


Hoy, habiendo pasado otros 15 años y un poquitititititito más, me doy cuenta que en temas como el amor y el desamor, uno nunca deja de aprender.
A los golpes y a los latidos, uno nunca deja de aprender… por suerte.

martes, 5 de mayo de 2009

89. entre libros y otras hojas

Hoy desperté y viendo que el reloj marcaba una hora más de la hora en que debía haber abierto los ojos y saludar al día, me levanté demasiado rápido como para tomarme un capuchino mañanero.
El mundo exterior estaba frío y hasta creo que un poco lloviznaba.
Con las manos en el boslillo y con mi interior no muy cálido, fui en busca de la camioneta para comenzar el extenso recorrido diario.
—Hoy no salimos. La camioneta está en el médico —me dijo Luis cuando lo vi y maldiciendo que no me haya podido avisar antes de desperrame, levantarme, y salir al día invernal.
—¿Algo grave? —pregunto como para decir algo correcto y no insultar.
—No, hoy mismo ya estará solucionado. Nos vemos mañana.

Al llegar a casa me dieron ganas de volver a acostarme y taparme con todas las frazadas existentes (que no son muchas) y seguir soñando hasta el mediodía. Pero ya vestido y habiendo tomado contacto con la luz del día, decidí que lo más indicado era quedarme levantado y preparame unos buenos mates mientras veía qué podía hacer en casa y ponerme al día.

Estuve ordenando las bibliotecas (tengo una habitación con cientos y cientos de libros) y con música de fondo, en este caso algo de Drexler, pasé buena parte haciendo un poquito de limpieza y reoerdenando las estanterías.
Y haciendo este trabajo literario me encontré con algunas joyas más que interesantes… y una gran desilusión

1. Un libro que me había regalado un amigo de la facultad (“La tregua”, de Primo Levi) y que más allá de la buena lectura de su interior, me gustó mucho la dedicatoria que había en su primera página.
Para Gastón: Con el orgullo de poder considerarte un AMIGO y con la esperanza de que disfrutes tanto este libro como yo disfruto de la amistad.
Hace un tiempito nos volvimos a reencontrar y disfruté que guiños de la amistad sigan tan intactos.

2. “Polvo rojo”, de Ma Jian. Un libro que descubrí demasiado tarde, por lo menos para el tipo de lectura que necesitaba en ese preciso momento ya que estaba escribiendo una novela en que el contexto geográfico era China. Y justamente este libro hace un recorrido profundo por esta China fascinante y difícil (políticamente hablando), sin necesidad de pasar por los lugares turísticos.

3. “¿Quién, yo?, de Dalmiro Saenz. Libro que no recordaba que tenía y sin embargo ahí estaba, con su humor absurdo y que después de tantos años sin leerlo, sigue causando el mismo efecto gracioso.

4. Una colección de libros de historia que había compardo y que después no tuve tiempo de leer o que quedó ocupado por alguna otra lectura prioritaria. Los dejé separado, a la vista, aunque supongo que ahora tengo menos tiempo que antes, pero siempre se puede hacer un lugar para la buna lectura y el aprendizaje placentero.


Y la (maldita) desilusión fue la siguiente:
Quedó todo más que bien ordenado, y además de los títulos nombrados, encontré otras joyas literarias que ya acerqué a mi mesita de luz.
Como buen taurino me llevé mi tiempo para acomodar todo, además teniendo en cuenta que a la mayoría les deba una hojeada y curioseaba sobre lo escrito sobre los márgenes con lápiz de mi puño y letra sobre diversas ideas y frases fuera de contexto.
Y fue ahí cuando me percaté de algo que me llenó de bronquitis aguda…

Ordenando mis libros…
¡¡¡No me di cuenta de ir a visitar la Feria del Libro!!!

Pero bue…, de alguna manera podría decir que tengo la mía propia, y por suerte todavia me quedan muchos libros propios por leer.
(y que ningún otoño podrá deshojar)

lunes, 4 de mayo de 2009

88. visiones

El lado bueno de todo este paquetón extra de horas manejando, es la parte en que recorro de punta a punta la autopista Buenos Aires – La Plata.
(y al revés también, claro, es que tengo que regresar)
Y es que a sus costados me compaña un paisaje verde y natural.
Algunas pocas vacas flacas, algunos pájaros soñadores, y un cielo que va jugando con los colores del tiempo.

Pero la ciudad de La Plata también tiene cierto encanto al natural…
Voy mirando, observando, curioseando a través del parabrisas de la camioneta que manejo y sólo me bajo para descargar algunas cajas de poco peso, para comprar algo para comer, o durante alguna espera prolongada en que aprovecho a estirar las piernas, contestar mensajes de texto (no uso el celu mientras manejo), o hacer una pequeña caminata esquivando las diagonales por temor a perderme y no encontrarme más.

Y justamente fue al pasar pos una esquina impar que vi un edificio de pocos pisos que me trajo de inmediato algunos recuerdos que tenía olvidados o, mejor dicho, abandonados.

Resulta que unos años atrás (poco más de una década), los amigos con los que salía a divertirme en mis pagos, de los cuales un 74% eran mujeres, cuando terminaron los estudios secundarios, la mayoría emigró hacia La Plata a estudiar.
Pero claro, no era sólo eso…

Es que venir a estudiar a esta ciudad, a más de 300 km de sus hogares, significaba también, y sobre todo, encontrarse a esa misma cantidad de kms de distancia de los padres, sus miradas fuertes y sus dedos acusadores.
Para esa época yo ya estaba demasiado bien instalado en Baires y cada fin de semana me escapaba en el tren a visitarlos.
Salidas, recitales (recuerdo ahora a Soda Stereo actuando en la plaza principal, y principalmente gratis, por el cumple de la ciudad), y las fiestas privadas por motivos diversos y valederos.


Prometo escribir alguna anécdota sobre aquella época.
Pero primero voy a ver si me acuerdo de alguna historia platense, y después, recordar si se puede contar.


Besos y a sonreír que el lunes ya se acabó!!!

sábado, 2 de mayo de 2009

87. pablito clavó un clavito

—¿Estás deprimido? —me preguntó Pablo con cierta preocupación.
—No, para nada —le contesté con cierta honestidad.
—¿Y por qué entonces no querés salir a tomar algo?
—Es simple y ya te lo dije… ¡Estoy cansado!
—¿Tan cansado estás?
—Sí, nene. Desde las siete de la mañana estoy levantado y llegué hace un rato a casa. Me parece lógico querer quedarme acá en casa. Quiero darme un buen baño, poner algo de música tranqui, tomar algo y abrazarme a la almohada.
—Ok, ¿y si viene tu esposa?
—¿Quién?
—Bueno, Sandra…
—No va a venir.
—No sabés… Quizás se cruza y viene para acá.
—¿Y a qué va a venir?
—A tener un poco de mal sexo, quizás.
—Estoy cansado hasta para reírme. Mirá, fijate que hay en la cocina y prepará algún trago bueno mientras me pego un baño, ¿sí?
—¿Y si llama alguien?
—No estoy.
—¿Y si viene alguien?
—No estoy.
—¿Ni para Sandra?
—Otra vez con lo mismo… ¿Qué te pasa con Sandra? No va a venir, y si viene decile que no estoy. No tengo ganas de nada. DE NADA. ¿Me entendés o querés que te lo explique en chino mandarín?
—Ok.

Me estaba yendo finalmente a sumergir cuando…
—Escuchame —le digo a Pablo—, no me di cuenta pero… ¿vos viniste a verme por algo en especial?
—No, bueno… En realidad… Quería hablar con vos.
—¿Pasó algo?
—No, no. No pasó nada malo, pero tenía ganas de contarte algo, pero… No sé… Quizás hoy, ahora, vos estás cansado y no sea le mejor momento y…
—Pará nene… No me di cuenta —exclamo arrepentido—. Prepará algo para tomar y cuando salgo de bañarme me contás lo que quieras, ¿sí?
—Mejor no… Vos estás hecho pelota y además…
—Dale Pablo… Viniste a verme porque querés que charlemos y yo te banco nene. Solamente dejame que me saque el cansancio de encima y hablamos tranquilos.


La lluvia de la ducha comenzaba a recorrerme el cuerpo y yo sentía que poco a poco la energía regresaba a mí.
No se trata de un trabajo forzoso el que realizo, pero más de doce horas diarias manejando entre semáforos descompuestos, conductores suicidas, baches profundos, peatones ciegos, y demás condimentos callejeros que esquivar, hacen dejar exhausto a cualquiera.

Y mientras voy reponiendo las pilas bajo la ducha, me pregunto de qué me debe querer hablar Pablo.
Hace un tiempo que lo noto distinto, como cambiado.
Entre nosotros no hubo ningún problema, ni discusión, salvo por una que otra de sus bromas como marca registrada, pero nada grave.
¿Necesitará algún favor?
¿Tendrá ganas de revelarme algún secreto?
¿Estará por cometer alguna de sus locuras?
¿Andará con ganas de confesarse de algo?

Ya terminé de bañarme y el misterio a punto de ser resuelto.
Me ato una toalla a la cintura y salgo al encuentro de Pablo… pero no está, y en su lugar se encuentra una sorpresiva y sonriente Sandra.
—¡Qué lindo recibimiento! —me saluda viéndome casi desnudo
—¿Qué haces acá? ¿Y Pablo?
—Dijo que se iba, pero antes me dio estos tragos para que compartamos.


No entiendo qué pudo haber pasado.
Lo único que sí sé es que voy a necesitar darme otra ducha más tarde para sacarme un nuevo y placentero cansancio de esta noche casera y compartida.

viernes, 1 de mayo de 2009

86. hormigas trabajando

Como recuerdan (y si padecen de mi misma memoria se los recuerdo) la editorial en la que trabajo sufrió un espectacular robo de madrugada y bien organizado, dejando a la misma vacía de cuerpo y alma.
Y en esta alma herida se encuentra mi jefe Lorenzo, hundido en un pozo del que no sabe salir pese a levantar la vista y mirar una porción de cielo.
Pese, o como consecuencia de la fecha trabajadora del almanaque, voy a hacerle una visita para ver cómo se encuentra él, su mente y su corazón.

—Gastón, gracias por la visita —me saluda mientras se pone a preparar unos mates.
Aunque siempre tuvo barba, ahora la noto como desprolija, junto a nuevas canas que lo invaden y se han quedado con él.
Se lo nota cansado, desgastado, con la mirada pesada, pero de todas maneras debo hacerle la pregunta obvia.
—¿Cómo estás?
—Para la resanta mierda.
Su voz grave me arroja su sincera y grave respuesta.
El aire a su alrededor se vuelve denso, y el único contraste son los mates dulces que comienza a cebar mientras comienza a contarme sin obligación el tema obligado.
—¿Te acordás de León?
—Sí, tu contador y amigo —le contesto y estalla al escuchar esto último.
—¿Amigo? No, ese tremendo hijo de puta es el culpable de todo.
Me quedo mudo al escuchar su sorpresiva y certera descarga.
—Gastón, lamento tener que decirte esto, pero… ¡La editorial se fue a la mierda!
—¿Cómo? ¿Qué pasó?
—Este perro de León nunca pagó el seguro y aunque la policía no ha podido averiguar mucho al respecto, tengo la maldita sensación de que es el que entregó los datos a quienes nos robaron todo.
—¿Hablaste con él? —pregunté con la inocencia que a veces brota de mí.
—¿Hablar? Si lo tengo adelante mío no sé qué puedo llegar a hacer. Por su bien es mejor que no me lo cruce.
—¿Y entonces?
—No tengo forma de recuperar lo perdido, estoy endeudado hasta la nariz, y…
Nunca lo había visto a Lorenzo en este estado de furia, decepción, fragilidad, desesperanza, y con su rostro surcado por lágrimas que no se frenan a pesar de la espesura bárbara.
—Lorenzo… No sé… En lo que pueda ayudarte… Bueno, sabés que podés contar conmigo, ¿no?
Me abrazó como a un hijo, como a un amigo de verdad, como necesitando el apoyo sincero, la mano desnuda, el compartir honesto.


Con el paso pausado y las manos en el bolsillo hice el camino de regreso a casa.
Un conocido vende prendas deportivas en comercios variados de la ciudad de La Plata y necesitaba un chofer. Me ofrecí y ahora trabajo con él.
Pero son entre 12 y 14 horas diarias y los sábados igual.
Y aunque el dinero no es mucho, sirve para seguir… ¿viviendo?
A las siete de la mañana me levanto y estoy llegando a casa a las diez de la noche y realmente cansado.
Por eso es que igual estoy buscando un trabajo que sea un poco más normal en tiempos y economías.
Sin embargo, hoy recibo saludos por el Día del Trabajo y agradezco por eso.