miércoles, 20 de enero de 2010

165. sin despedida (aprendizaje)

—¿Qué hacés acá?
La respuesta, más allá del lugar exacto donde me encontrase al escuchar la pregunta, sería fácil de responder. Sin embargo… no supe contestarla con exactitud.

Por diversos motivos, la despedida no fue en la Terminal ni en el departamento. Al haber postergado el viaje por fallas técnicas, y habiendo aparecido un fin de semana totalmente de verano, nuevamente nos encontramos todos en lo de Sergio, con su refrescante pileta, su fondo despejado, y la buena compañía.
Todo iba en calma, como siempre, sin ninguna diferencia a los días pasados.
Fue Vero la que en un momento me dijo:
—El lunes te acompaño a la estación.
—Hmmm… No creo que Gastón quiera eso— le dijo Sebas.
—¿Por qué no? Es muy feo que nadie vaya a despedirse de uno.
—¿Sabés qué pasa? Una vez, una ex novia que llevaba tu mismo nombre, me enseñó algo sobre las despedidas —quise explicarle.
—¿Cuál fue la enseñanza?
—Cada vez que me iba de la casa, me daba un beso, simple, rápido, apurado y cerraba la puerta. La primera vez lo dejé pasar porque pensé que quizás estaba con sueño o cansada (había sido una laaaarga noche, jejeje), pero después, cada vez que nos despedíamos, ella repetía la acción diciendo “chau” de manera muy fría, sin tener en cuenta todo el calor anterior. Le pregunté entonces porqué actuaba así en cada despedida, porque sinceramente me dejaba mal cada vez que cerraba la puerta.
—¿Y qué te respondió?
—Bueno, que cuando uno está con una persona que quiere, o con la que se siente bien, no quiere despedirlo, y sin embargo llega la hora en que hay que decir “chau”. Esa situación para ella era una tortura, porque era estirar un beso que se cortaba sí o sí. Entonces me decía que ante lo inevitable, era mejor hacerlo de manera sencilla y rápida, para no sufrir demasiado.
—¿Y vos pensás lo mismo?
—Prefiero despedirme de todos hoy acá, estando en la pileta, divirtiéndonos, fuera de ambiente, que verlos en la estación, con todo lo que eso significa, y haciéndonos cada vez más chiquitos hasta desaparecer una vez que comience el viaje.


Al otro día, con el bolso ya preparado como lo había dejado la otra vez, me dispuse a salir nuevamente hacia la estación, previa llamada cerciorándome de que “el gusano de hierro” estaba en óptimas condiciones para realizar el viaje que me llevaría hacia un nueva vida. Salí del depto sin mirar atrás, cerré la puerta y avancé hacia la calle.


—¿Qué hacés acá? —me preguntó Vero al entrar al depto y encontrarme tomando unos mates nocturnos.
—Bueno, ella me enseñó sobre la mejor manera de despedirse, pero evidentemente no aprendí la lección.

viernes, 15 de enero de 2010

164. si alguien me pregunta...

Si alguien me pregunta, el mejor medio para viajar (en verano) sin duda alguna respondo que el tren. Más allá del placer de estirar las piernas, la posibilidad de conversar con más de un pasajero/a, de comprar un sánguche de algo junto a una lata cervecera, está la magnífica experiencia espiritual de recorrer pueblos, campos, y demás paisajes geográficos, con la enorme ventanilla levantada, y el aire del recorrido pegando con suavidad sobre el rostro.

Si alguien me pregunta, no entiendo porqué los chinos no inventaron un bolso donde se pueda guardar la ropa sin necesidad de doblarla. Claro que no es por unos días que llevo ropa, sino por una vida. Aunque por consejos de mi prima, me dijo que me lleve la ropa de verano, y en una de las idas y vueltas lleve el resto del ropaje abrigado.

Si alguien me pregunta, el reloj juega con el paso del tiempo de una forma sadomasoquista. Porque cuando me atrapaba cierta angustia por dejar el lugar donde pasé mis últimos años de buena vida, las agujas parecían detenerse por completo. Y lo contrario sucedía cuando no encontraba algo y las agujas iban saltando de tres en tres acelerando los tiempos escasos.

Si alguien me pregunta, creo que estuve acertado con elegir un horario de despedida algo complicado para los chicos. Sobre todo teniendo en cuenta que siempre duelen esas lejanías y es mejor disfrutar del viaje y no andar con algún aguijón clavado certeramente en el ya agujereado corazón.

Si alguien me pregunta, me parece que algunos viajes es mejor hacerlos solo, y valorar la buena compañía de la soledad que nos permite reencontrarnos con uno mismo. Pero bueno, eso no implica que no extrañe llevar al lado mío a Nadia, o a Fernanda, o a Sandra, o a Lucía, o a…

Si alguien me pregunta, no sé cómo hice para cargar todos los bolsos yo solito, meterlos en el ascensor, y llegar con ellos a la vereda. Y luego arribar un taxi y meter todo dentro del auto sin ayuda del chofer (se perdió la moneda de propina) y después volver a bajar todo adelantándome a las extrañas manos que enseguida se acercan sin tener precisión alguna de la intención de las mismas.

Si alguien me pregunta, puedo decir que es una especie de cábala llegar al horario de partida con menos de cinco minutos de anticipación, con la respiración agitada, el corazón en la mano, y el pulso perdido.

Si alguien me pregunta, no sé a quién insultar por haberme encontrado con el cartelito colgado que anunciaba con una escritura escasa que el tren que me llevaría a mi destino, había sufrido un percance técnico y se postergaba hasta el lunes el viaje programado.

Si alguien me pregunta, no me molesta estar de nuevo en casa, con la mayor parte de la ropa metida en bolsos, tomando una cervecita helada, y escribiendo mi vida (casi) a diario.

martes, 12 de enero de 2010

163. por siempre unidos

El verano, si nos encuentra sin salida, el camino nos lleva directamente a los de Sergio, con su natural hospitalidad y su refrescante pileta.
Él ya sabe de la invasión que le hacemos para esta fecha, pero es feliz de recibirnos y de tenernos a todos ahí reunidos divagando, divirtiéndonos, estando como siempre…
Y claro, ahora que los tiempos se aceleran y teniendo en cuenta que el pasaje ya está impreso, este fin de semana en particular y especialmente, nos juntamos desde el sábado al mediodía hasta el fin del domingo.

Sábado de sol y unas hamburguesas a la parrilla.
Sábado to night y una súper picada más completa imposible
Domingo al mediodía (y a pesar de esa extraña lluvia) un asado realizado por las manos expertas de Cris y nuestra supervisión externa.
Y en el medio de todo eso, nosotros, todos, como siempre, como casi siempre, como nunca.

Tragos multicolores, música de ritmos variados, las risas ultra divertidas más allá de las historias nuevas o las anécdotas contadas una y otra vez, y el placer, como siempre, de la excusa perfecta para pasar estos buenos momentos juntos.

Y desde la pileta, o desde alguna reposera a la sombra, o en alguna pequeña siesta interrumpida, o a mitad de la noche, los observaba y ellos ahí estaban, junto a mí, como siempre, pero esta vez bancándome para no hacer de esto una despedida, porque no lo es.
Haciendo que no nos ataque la sensibilidad porque todo lo que uno hace, por más que no se entienda, duela, moleste o sea inexplicable, siempre es para bien.
Y ahí estaban Pablo y Ana junto a Tami completando el rompecabezas familiar.
Sebas con mi prima Vero y con el vértigo de sentir que quizás el próximo casamiento al que vaya, no sea de colado y al mismo tiempo propio.
Pato y Pamela con su amor a prueba de todo, por más que se marque que estamos en el Siglo XXI.
Sergio exponiendo las filosóficas razones de su soltería.
Lorena informándonos que quizás se mude al Tigre con su novio.
Cris comenzando a vivir un buen tiempo en lo personal.
Y yo… Yo comenzando a dejar una antigua forma de vida por otra a la que le cambiaré el paisaje y, seguramente, algunas otras cositas más.

sábado, 9 de enero de 2010

162. la última cuenta regresiva

—¿Por qué no lo pensás como unas vacaciones? —me aconsejó Verónica mientras me veía acomodar algunas cosas en cajas.
—Porque no son vacaciones. Porque no me voy por unas pocas semanas. Porque no voy a tener ventana con vista al mar. Porque no llevo bronceador. Porque no tengo pasaje de vuelta. Porque…
Dejé de enumerar cosas porque Verónica se había ido dejándome solo con mi inusitada furia. Y juro que me dieron unas tremendas ganas de fumarme un cigarrillo, de aquellos que ya llevo seis años abandonados y que, salvo algún beso prohibido cuando veo que alguien saca su paquete de Gitanas, nunca más probé. Además, con estos treinta y pico de sensación térmica, lo mejor era no encender nada y sí tomar algo bien frío.
—¿Querés tomar algo? —le pregunté a Vero en son de paz.
—Ya preparé yo para los dos, tomá —me dijo alcanzándome un vaso de trago largo con una capa de hielo.
Hicimos un brindís en silencio y refrescamos nuestras respectivas almas.
—Gastón, primito, ¿te puedo decir algo?
—Sí, claro.
—Mirá, cuando yo estaba en Mendoza y con el tema de la Facultad, sabía que en algún momento iba a tener que venirme para acá. Y aunque Buenos Aires con su inmensidad de cosas para hacer me fascinaba, no dejaba de molestarme un poco el tener que abandonar mi lugarcito. Pero al igual que vos, nadie me obligó. Es una elección propia y siempre pensando que es lo mejor.
—Sí nena, nadie me obliga a irme. O quizás sí… Quizás el cansancio de una vida que está buena, pero que hay que cuidarla. O el querer saber si hay vida más allá de las fronteras. O buscar un lugarcito que vuelva a sentir mío. O…


(pucha, en los últimos días mis ojos se han vuelto demasiados sensibles)

martes, 5 de enero de 2010

161. reunión de consorcio

—¿Estuviste con Fernanda de nuevo? —me preguntó Sebas realmente consternado.
—¿Quién es Fernanda? —quiso saber Verónica para meterse en el tema.
—Fernanda es una chica que fue novia, ex novia, amiga, amante de Gastón, y ahora es… es… ¿Qué es ahora? ¬—se hizo el irónico Pablito.
—Chicos —intercedió Ana en defensa de su hermanito mayor— porqué no dejan que sea él quien hable y cuente qué pasó.


Había sido Sebas quien se la cruzó el otro día en la calle cuando Fernanda se iba de casa, y fue él mismo quien organizó la reunión, como cada vez que todos están con ansias de saber algo al mismo tiempo.
Y con Fernanda estuvimos juntos hasta el sábado, y entre las pausas obligadas para respirar nos pusimos al tanto de nuestras respectivas vidas. Le conté que en pocos días me estoy yendo de la ciudad y ella me sorprendió con la misma idea.
—¿Y a dónde te vas vos? —interrogué para no llevarme la sorpresata de que sea un ardid para irse para el mismo lado.
—No muy lejos… A Uruguay. Es que la empresa está abriendo una sucursal y me manda a mí como representante de la firma. El arreglo económico es bueno y Uruguay, además de cerca, es muy lindo.
—Supongo que sí. No conozco Uruguay.
—Pero nene, si fuimos a Colonia una vez en Semana Santa.
—Sí, me acuerdo, pero no recorrimos nada, salvo cada rincón de la habitación del hotel donde nos hospedamos.
—Ahhh… ¿te acordás?
—Cómo olvidar esos moment…
—¿Qué pasa? ¿Por qué te quedaste callado?
—No, por nada.
Era mejor que no diga nada que después pueda ser utilizado en mi contra. Muestro un poco de debilidad y Fernanda quizás quiera embarcarse conmigo y… ya fue.


—Y hablando de ir… ¿seguís con la idea de irte, no? —preguntó con cierta inocencia Cris.
—Sí, claro. Eso ya está decidido.
Hubo un silencio que me adelantó lo difícil que será la salida cuando llegue el momento.
—Che, supongo que habrá algún lugar cerca para ir a pescar, ¿no? — cortó el clima Sergio en el momento indicado.
—¿Por qué? ¿Pensás ir a buscar bagres más lejanos? —lo cargó Pablo conociendo las últimas “conquistas” de Sergio.

En un momento me llega un mensaje al celu. Era de Fernanda.
La pasé muy bien el otro día, igual que siempre que estamos juntos. Te voy a extrañar. Te quiero mucho
Le contesté con un: “Yo también… todo eso”.
—¿Quién era? —preguntó Lorena que, como toda mujer, no pierde detalles.
—Era uno de esos mensajes que te mandan y hacen bien.
Y continuamos hasta bien entrada la noche charlando, haciendo chistes, contando historias, pasándola tan bien como siempre.
Porque los amigos… también hacen muy bien.

viernes, 1 de enero de 2010

160. un nuevo despertar

La fiesta de anoche, la misma que comenzó el año pasado y terminó recién en este 2010, estuvo impresionante… Por lo menos hasta donde me acuerdo.
Mucha gente, la música invitando al baile, los tragos siempre dispuestos para el brindis, la pileta limpia y llena aunque estaba algo fresco para la zambullida, y muchas chicas dispuestas a dejar atrás las penas y comenzar a vivir alegrías.
Y yo estaba en esa fila, aunque había hecho la solemne promesa de dejar los problemas con cuerpo de mujer, y dedicarme a disfrutar de la vida sin tanto despiole.

Pablo estaba pasándola bien junto a Ana. Lo mismo Sebas con Vero. Al igual que Pato y Pamela. Y Lore con un chico nuevo, y Cris ya no estaba con aquella chica, y Sergio seguía concentrado en su santa soltería.
Y los miraba y cada uno estaba feliz de la manera en que estaba recibiendo al nuevo año.
—¿Y vos? ¿Cómo estás recibiendo la llegada de este año? —me preguntó una voz de mujer que no reconocí hasta que me di vuelta.
Se trataba de Fernanda. Sí, la misma mujer que en el misma lugar y en la misma fecha, pero de hace 365 días atrás, me dejó abandonado mientras los cielos, como una señal que no alcancé a ver, se vestía de colores gracias a la pirotecnia de las doce de la noche.
—¿Cómo estás? ¿Qué hacés acá? ¿Y tu…?
—Vayamos por partes… Estoy muy bien, ¿o no me miraste?
—Sí, es verdad —dije sintiéndome aplastado por su belleza y carácter.
—Estoy acá haciendo lo que todos los demás, es decir, festejando la llegada del año nuevo, ¿o vos viniste por otro tema?
—Segunda vez que tenés razón… Estoy por lo mismo… como cada año.
—Y sobre tu tercera pregunta incompleta… Supongo que estarás preguntándome por mi… ¿novio, pareja, marido? Bueno, marido no tengo… ni tampoco novio ni pareja… ¿Y vos?
—¿Yo? Bueno, yo… —sabía que tenía que mentirle, decirle que era feliz con una chica y que por un problema familiar no había podido venir, o se había ido hacía un ratito, no sé, decirle cualquier cosa pero jamás de los jamases decirle a ella que estaba solo.
—Bueno, yo… estoy… Bueno, estoy bien…
—Ahhh…
—Sí, la verdad es que estoy bien… Solo, pero bien.

¿Por qué había hablado demás?
¿Por qué había confesado que la soledad estaba conmigo?
¿Por qué apareció y yo o estaba con ninguna mujer de todas las que había a mi alrededor?
¿Por qué le dije la verdad?
¿Por qué no pude manejar la situación como lo había hecho miles de veces en situaciones más complicadas?
¿Por qué?
¿Por qué?
Todas estas preguntas me las volví a repetir esta mañana cuando desperté sin poder calcular cuántos días habían pasado del nuevo año.
De todas maneras pude reconocer que estaba en mi habitación, por lo que de inmediato mirá la otra mitad de mi cama. Estaba vacía. No había nadie durmiendo a mi lado, por lo que me alegré que la borrachera no haya sido tan aguda, aunque no recordaba cómo había llegado acá a mi casa.
Hice un pequeño esfuerzo y me levanté para ir a buscarme un poco de agua a la cocina. Pero me detuve en el camino al escuchar pasos que se acercaban hacia mí.
—Uy, no quería despertarte —me dijo Fernanda, totalmente desnuda y con un vaso de agua en la mano—. Pero bueno, ya que estamos despiertos y vestidos al natural…

Afuera la ciudad seguía recibiendo gotitas de lluvia… y yo de alguna manera también.