lunes, 29 de noviembre de 2010

199. especies que desaparecen

Me desperté llorando.
La almohada estaba completamente inundada como si alguien hubiese vaciado sobre ella un florero. Pero no tengo florero… ni tampoco flores.
Totalmente agotado y sin fuerza alguna me levanté de la cama y en el baño, frente al espejo y al verme la cara y los ojos, me di cuenta que me desperté llorando, pero que además había estado llorando toda la noche.
Me sentía deshidratado, mi cuerpo se había quedado seco y mi alma evaporado.
Abrí la ducha y me metí debajo de la lluvia artificial.
Sentía cada gota que caía como un golpe. Un golpe bajo. Un golpe duro. Un golpe mortal.
Entonces cerré la ducha y abrí la canilla y empecé a llenar la bañera para darme un baño de inmersión que me limpie (purifique) de esta extraña sensación.

Tocan el timbre y fui a abrir la puerta sin preguntar quién era.
–¿Estás con alguien? ¬–me preguntó sorprendido Cris al verme completamente mojado y desnudo.
–No, pasá –le dije mientras me volvía al baño con lágrimas que seguían cayendo sin freno.
–¿Qué te pasa, Gastón? ¿Por qué estás así? Me estás asustando –me decía Cris mientras me veía sumergirme en el agua.
–No lo sé…
–¿Cómo que no lo sabés?
–No lo sé… Me desperté hace un rato así, con una angustia extrema.
–¿Por lo del departamento? No seas boludo, nene. Vos sabés que te vamos a ayudar a encontrar un buen lug…
–No, no es por eso –lo interrumpí mientras cerraba la canilla y me hundía unos segundos bajo el agua.
–¿Y entonces…?
–Mirá –le dije mientras tomaba aire y trataba de no ahogarme en un llanto–, hace unos días hablaba con Ana sobre Tami, ya que ella ya descubrió que Papá Noel en realidad son los padres. Bueno, y más allá de que uno siendo grande también lo sepa, cada vez que se acercan las Fiestas y por más que sea uno mismo el que se encarga de los regalos, sigue jugando con la existencia de este personaje anual. ¿Y sabés por qué? Porque a nadie le gusta perder la inocencia de los juegos, ser realista ante los juegos, quebrar ilusiones en miles de pedazos rotos.
–Gastón, ¿vos estás así por el tema de las Fiestas?
–No, estoy así porque anoche el último hada que quedaba sobre el planeta perdió sus alas, y con ella su vuelo, su sonrisa, y su vida.
-¿Eso es lo que soñaste?
–No, eso es lo que sentí, y por eso me desperté llorando… y todavía no puedo dejar de hacerlo.
-Gastón, amigo, ¿estás loco?
No nene. Pero desde anoche el mundo se quedó sin hadas… y por lo tanto yo también.
-Gastón, amigo, ¿estás loco?
–No, hoy soy el tipo más realista que pueda existir.
-Pero si vos sos un soñador.
-Sip, pero me acabo de despertar… llorando, porque mi mundo acaba de cambiar, y seguramente yo con él.

lunes, 15 de noviembre de 2010

198. el depto late

–¿Me estás jodiendo?
–No Sebas, el tipo dijo que uno de los deptos a vender era el mío
–¿Y ahora qué vas a hacer?
–Supongo que mudarme.

Apenas se corrió la bola, los chicos se fueron haciendo presente en el depto. El ambiente era de despedida, y efectiva afectivamente lo era…
No quiero ahora sacar cuentas de cuándo llegué a este lugar. Sólo recuerdo que lo vi y fue amor a primera vista (más allá de la vista del balcón).
Como garante salió la Editorial y de ahí en más la renovación del alquiler fue automática. El dueño (que yo no conocía hasta que se murió el otro día) estaba conforme con su inquilino, y yo amaba este lugar.

Y fue acá donde me reencontré con Sebas…
Fue acá donde se hacían la mayoría de las reuniones…
Fue acá donde caímos 12 horas presos por una batucada de ruidos molestos a deshoras…
Fue acá donde el amor y el desamor se dieron cita…
Fue acá donde Fernanda se instaló conmigo…
Fue acá donde iniciamos las noches de Lost…
Fue acá donde Sandra me propuso “Casamiento”…
Fue acá donde supe que Ana tendría a Tami…
Fue acá donde me metí en los mejores problemas de mi vida…
Fue acá donde decidí irme para después regresar…
Fue acá donde condimenté mis días más intensos e inolvidables…
Fue acá donde tantas veces reí con ganas y también lloré en libertad…
Fue acá donde el celular y mi cabeza se perdieron una y otra vez…
Fue acá donde aprendí que vivir no es sólo respirar…
Fue acá donde sentí que había encontrado mi lugar en el mundo…


–Tu lugar en el mundo es donde seas feliz –dijo Lorena con su tono y espíritu de libro de auto-ayuda.
–Pero es que acá fui feliz.
–Fuiste feliz… Ese tiempo está pasando porque ahora tenés que mudarte de acá. Pero conociéndote, en el nuevo lugar donde vayas a parar, vas a estar vos y nosotros también. Nada se va a acabar. Solamente va a cambiar el paisaje pero el espíritu interior seguirá igual o mejor que ahora, porque estás yendo al lugar donde vas a vivir nuevas aventuras, donde nos vamos a divertir, donde vas a continuar con tu vida tan a diario, y que por todo esto y mucho más, seguro que más rápido de lo que vos creés, se va a convertir en tu nuevo lugar en el mundo.

Todos nos quedamos en silencio después del petit discurso de Lore.
Y fue Pablo el que alzando la mano rompió el silencio preguntando:
–Vamos a hacer una buena fiesta de despedida, ¿no?

jueves, 4 de noviembre de 2010

197. deudos y deudas

Por diversas cuestiones sociales y egoístas, no podíamos (y en verdad tampoco queríamos) quedarnos hasta el final de la ceremonia final.
El hijo, de nombre Jorge como su difunto padre, nos había regresado el dinero del sepelio y nos había dicho que él se haría cargo de los gastos que todavía restaban cubrir.
–¿Y el dinero de la corona? –preguntó alguien que prefiero resguardar en el anonimato.
(te parece bien, Pablito?)
Así cada uno de nosotros y con la claridad del día ya instalada sobre la ciudad, nos fuimos retirando a rehacer nuestras vidas que aún seguían con vida.

Cuando me encontraba llegando al edificio donde vivo, pude ver en la puerta al encargado hablando con algunos vecinos sobre las últimas novedades acontecidas en el lugar. Me detuve a pocos metros haciendo como que buscaba algo y así pude oír palabras como: “traslado”, “venta”, “apuestas”, “amenazas”.
La verdad que en otro momento quizás me hubiese quedado a completar la historia pero tenía sueño y quería reponer energías en mi cama, la misma que se ocupa de proporcionarme el descanso adecuado como de dejarme agotado
(aunque últimamente sólo me brinda lindos sueños…)

Me desperté a la tarde con el sonido de lo que creí era un león caminando por el departamento, pero no, se trataba del sonido de mi estómago quejándose porque le arrojara algo en su interior. No encontré nada para picar por lo que refunfuñando salí a la calle a cargarme de provisiones. Apenas puse un pié afuera me choco con Jorge Salonso… hijo, claro.
–Hola, Gastón era tu nombre, ¿no?
–Hola, sí, el tuyo supongo que es más fácil de recordarlo, ¿no?
-Lamentablemente sí… –contestó con cierto misterio-. ¿Vamos a tomar un café? Yo te invito.
-Ok, pero acá no… Y en casa no tengo, justo salí a ver si compro algo par…
–No, está bien –se rió algo nervioso Jorge–. Debe haber algún bar por acá cerca…
–Sí, en la otra esquina –le señalé y hacia él nos fuimos.

Y entre su café doblé y el mío con crema me empieza a contar con esa verborragia del que precisa descargar todo y así me hace acreedor del conocimiento, sin muchos detalles, de que su padre era jugador. No compulsivo pero sí peligroso, según aclaró. La cuestión es que hacía 10 días más o menos había apostado una suma demasiada importante de dinero a un caballo que no llegó a la meta en el tiempo adecuado. Lamentablemente la apuesta la levantó de personas que están en “el juego pesado” y ahora debía cubrir esos “gastos” sí o sí, no sólo porque se trata de la honra de su padre, sino porque él carga con el mismo nombre y apellido, y así fue que no sólo se enteró de la deuda, sino que los que la quieren cobrar lo ubicaron a él y le pasaron la factura como una herencia.
–¿Y cómo vas a hacer para cubrirla? –pregunté con mi extrema inocencia.
–Con la venta de las tres propiedades que tiene mi viejo, precisamente en el mismo edificio.
Un sudor frío se deslizó por todo mi no alto ser. Se me ocurrió algo pero sería demasiado doloroso, por lo que dejé que siguiera hablando mientras yo rezaba por lo bajo…
–Tengo que poner a la venta el departamento donde vivía mi viejo… (que no diga el del séptimo piso, que no diga el del séptimo piso…) uno del piso 10… (que no diga el del séptimo piso, que no diga el del séptimo piso…) y otro del piso 7.
(bueno, por lo menos no dijo el del “séptimo piso”)

La verdad es que sentía desfallecerme, pero tomé el último trago de café con crema, tomé otro poco de valor y le pregunté:
–¿Sabés cuál de los tres departamentos del séptimo piso es el que tenés que vender?
–Sí, el 7º “A”. ¿Sabés quién vive ahí?

lunes, 1 de noviembre de 2010

196. Los que acá estamos

Era raro vernos metidos en ese lugar tan vacío, frío, silencioso, sorpresivo, pero por suerte tan ajeno.
Los sillones eran cómodos y la mesa ratona estaba llena de tazas de café vacías.
Hablábamos despacio como si alguien más que nosotros nos fuera a escuchar. Si alguien reía por alguna extraña razón, la mueca no duraba más de tres segundos.
Creo que actuamos bien, pero eso no dejaba de hacernos sentir tan incómodamente incómodos.
–En media hora la arman y la traen –dijo Sergio.
–¿Y qué va a decir la cinta? –preguntó Sebas con una curiosidad que nos tocaba a todos–. ¿Tus amigos? ¿Tus vecinos? ¿Tus familiares? ¿Tus conocidos? Si al final no somos nada de eso de él.
–Podríamos ponerle: “Los desconocidos de siempre”, en honor a una peli de Marcelo Mastroianni, o por una banda que había formado Nito Mestre –expuso con su saber cultural y multifacético Pablito.


–¿Alguien más sabe de esto? –me preguntó Cecilia sin separarse de mí.
–Me parece que el encargado del edificio iba a ubicar a un hijo, pero por lo poco que sé es que estaba solo en el mundo –le informé a Cecilia con mi desinformación sobre el tema.

Las tres de la mañana. Nos preguntaron si deseábamos irnos y volver por la mañana, pero aunque el tipo estuvo solo toda su vida, quisimos regalarle un poco de compañía en este viaje que andaba haciendo de acá para allá.
–Está igual que ayer, con la misma cara aunque, claro, con un poco de menos color –comentó Cecilia en una de esas frases recurrentes en situaciones y postales como esta.
Y es que ahí estábamos nosotros, rodeando el cajón donde yacía Jorge Salonso, mi ex vecino del 4º piso. Nosotros y nadie más. Salvo la chica que nos traía café en buenas cantidades, el encargado del edificio que pasó un rato y curiosamente no dijo nada, alguna que otra vecina de edad exagerada asomándose a un futuro no lejano, y el flaco de la florería que trajo la corona que encargó Sergio y con una cinta cruzándola que dice: “Los que acá estamos”.
–Y sí, si somos los que acá estamos –se justificó Sergio.


Ya comenzaba a aclarar afuera cuando se hizo presente un tipo de unos cuarenta y pico de años. Entró casi sin saludar y fue directamente a mirar el interior del cajón y se quedó un rato ahí, en silencio, sin hacer ningún gesto.
Unos minutos después se acercó hacia donde estábamos la mayoría y preguntó secamente:
–¿Quién se hizo cargo del velatorio?
–Entre nosotros pusimos un poco de guita cada uno.
–¿Lo conocían?
–Más o menos. Yo era vecino de él, del mismo edificio, pero era raro cruzarnos ya que él salía poco del departamento.
–¿Y por qué se hicieron cargo de estos gastos?
–Por una cuestión de respeto y sentimentalismo –explicó Cecilia con un tono que denotaba la molestia por las preguntas del desconocido.
–Disculpame pero… ¿vos sos detective? –preguntó Pablo para descomprimir un poco el aire extraño del lugar.
–No, soy el hijo.