miércoles, 24 de febrero de 2010

168. máximo corazón

Recién hoy, después de un impar de días, me encuentro (casi) instalado en esta nueva ciudad que me supo dar una tímida bienvenida.

El tren salió con retraso, pero no de días sino de horas, por un simple “conflicto gremial” que supo resolverse horas después de anunciada la partida.
Me bajé del tren sosteniendo mi equipaje mínimo y mientras era rodeado por personas ajenas a mi vida, di los primero pasos entre nuevas manzanas, paisajes nunca antes vistos, y un horizonte por el que se asomaba un nuevo amanecer y que tomé como una señal al natural del momento exacto en el que comenzaba mi nueva vida.
Como un agente de bolsa de Walt Street, mi celular no dejaba de sonar con llamadas y mensajes de mis amigos y otras personas lo suficientemente cercanas y atentas como para saber de mi partida.

—¿Necesitás auto? —me preguntó un remisero que alcanzó a descubrirme caminando despacio sin haber salido todavía de la estación.
—Sí, entre otras cosas —le contesté sintiéndome algo desnudo.
—¿A dónde te llevo? —insistió el hombre.
—A esta dirección —le dije alcanzándole un papel con el nombre de la calle y la altura.
—Ah, es cerca —me aclaró sin darse cuenta que por ahora nada me resultaba cercano.
Metí los bolsos en el asiento de atrás, y yo me acomodé junto a ellos.
Desde ese lugar intenté amigarme con las calles que cruzaba y las casas que no se parecían a ninguna otra.
—¿Ya llegamos? —pregunté incrédulo cuando el viaje había finalizado antes de que pasaran cinco minutos.
Pagué, bajé mis cosas, y me quedé mirando como el auto desaparecía al doblar en la primera esquina.

Pasaron otros diez minutos y yo seguía en el mismo lugar, sin atreverme a tocar el timbre de la puerta que tenía delante de mí.
En esa casa vivía mi primo y su familia, y leyendo el blog se había enterado de mis ideas pasionarias de escaparme de la ciudad, y enseguida me ofreció alojamiento en su casa por unos días. Teniendo en cuenta que estaba comenzando de cero y que pese a la distancia, con mi primo siempre tuve una muy buena relación, acepté el hospedaje con la promesa de que sería por unos pocos días hasta lograr acomodarme.
Eran casi las seis de la mañana y seguía sin decidirme a tocar el timbre y despertar a toda la familia, pero también quería entrar y tomar algo caliente por lo que me acerqué a la puerta, apunté con mi dedo al botoncito electrónico y antes de tocarlo la puerta se abrió.
—Primo, ¡qué alegría que hayas venido! —me dijo mientras me abrazaba y sentía que se me quebraban algunos huesos de la espalda.
Con su metro noventa, peso de tres cifras, y un corazón grande como la Luna llena, me daba la bienvenida a su casa y a su ciudad, mi primo Máximo.

Apenas entré, dispuso la mesa, saco unas galletitas que rechacé pero que igual él puso, y con el primer mate de calabaza con el agua a la temperatura justa, me palmeó el hombro, me sonrió con su cara de bondad extrema, y me pidió que le cuente de mi vida.

Y mientras preparaba el tercer termo con agua… yo le seguía contando…

martes, 9 de febrero de 2010

167. después de la tormenta...

Demasiados días de mil grados de Térmica y del lado de la sombra, pero con cierta Justicia Divina (?) llegaron los días de lluvia, relámpagos y truenos que siempre supe disfrutar desde la cama con vista al cielo. Salvo que esta vez fueron varios días (y sus noches) de paisaje salvaje y húmedo… y mi cama todo lo contrario.
¿Acaso estaré queriendo aprender a vivir y convivir conmigo mismo?
De esta manera puedo ser alumno y profesor, pero ¿quién decidió que vaya a tomar esta lección?

“La vida es una gran escuela. Lo único malo es su viaje de egresados”
Alguna vez entoné esa frase ante demasiadas personas con diplomas. Quizás no fue el momento exacto ni el auditorio preciso, pero es una verdad certera y siempre son bienvenidas algunas punterías.

Las gotas contra la ventana eran impiadosas.
Cada uno estaba en su refugio y yo encerrado en la habitación desde hacía dos o tres días.
Revistas sin sentido, libros apilados sin terminar de leer sus finales, el equipo cargado de discos (con Jack Johnson como estrella invitada).
Del otro costado de la cama y de mi vida, una agenda llena de nombres propios e historias personales. Podría marcar algún número y una voz femenina estaría del otro lado, pero el celu lo dejé abandonado en algún lugar del depto, y no tengo ganas de ir a buscarlo.

Ok, la imagen es deprimente, sobre todo si se sabe que el cielo cubierto y las gotas infinitas hacen que no se distinga del todo el día de la noche, aunque deben haber pasado casi tres días en ese estado a siete centímetros del suelo.
Pero el Universo tiene cierta lógica sabia, y el sol comenzó a salir de a poco, y con él, la visión del mundo comenzó a despejarse. Y sabiendo que los lunes son fatales y odiosos para mí, es que decidí hoy martes comenzar a levantar mis abandonos.
Abrí la ventanas, tiré las revistas que no sirven, marqué los libros que dejé sin leer, cambié el ritmo musical, me di un baño de placer, me afeité, fui a la cocina a poner la pava para unos deliciosos mates, encontré en un rincón, en penitencia, y sin batería al celular. Lo puse a cargar y antes del primer mate, abrí la puerta para ver quién era el que golpeaba con tanta decisión la misma.
—Sebas, qué sorpresa. Llegaste justo para unos mates. ¿Qué hacés a esta hora por acá? ¿Pasó algo?
Sin decir nada sacó de su bolsillo un sobre y lo puso sobre la mesa.
—¿Qué es esto? —pregunté extrañado ante cierto misterio que no alcanzaba a descifrar.
—Estuve hablando bastante con Vero sobre vos y tus estados de los últimos tiempos y…
—Y…
—Y acá, dentro de este sobre está la solución.
Lamentablemente en ese sobre no podía haber un millón de dólares, pero como igual nunca le di demasiada importancia al dinero, abrí el sobre con ganas.
De su interior saqué un boleto de tren, para este viernes 12, con horario de salida 19.30 horas.

Sí, era la solución para emprender de una buena vez mi viaje tan postergado, y mi amigo Sebas había acertado con la solución.
Por suerte, la lección de la amistad desde hace tiempo la tengo demasiado bien aprendida gracias a mis amigos, a mis hermanos elegidos.
Y la vida, mientras tanto, escribía en el pizarrón para completar la frase:
“Después de la tormenta…
Después de la tormenta… llega siempre la calma.

martes, 2 de febrero de 2010

166. entre el cielo y el infierno (purgatorio)

Anclado en medio del mar.
A mitad de camino entre mi cabeza y mis pies.
En medio de una pelea entre mis pasiones y algunas de mis razones.
Me siento como Dante en su famoso viaje, habiendo realizado muy rápido, a buena velocidad, el viaje por el interior del Infierno, y cuando ya ponía la mira en el Cielo… Acá estoy. Dando vueltas infinitas en el purgatorio y definiendo situaciones por penal.

Según el almanaque al que ayer le quité una hoja, hace poco más de 15 días tendría que haber emprendido una marcha que me renovaría, que me llenaría de nuevas oportunidades, que limpiaría el camino ya recorrido y por recorrer, que me regalaría un poco de aire fresco, de esos que hacen flamear los vestidos del alma.
El alerta naranja y sin vitaminas me atrapó en Buenos Aires, me dejó encerrado en el depto al que todavía no dejé, y rodeado del paisaje que conozco de memoria.
Hace tres días que de fondo se escuchan tangos instrumentales para que pueda ponerles letra propia. Cantarle así a la percanta que no está, apoyarme sobre un farolito apagado, sentir los pasos por los adoquines de la experiencia ajena, y llorar solo en la pieza por no saber quién más soy.

Anoche me encontré con un New Age que alguien se había olvidado en casa. Fue quien estuvo toda la noche haciéndome compañía en el balcón, amontonando pensamientos inconclusos, sintiendo al aire extraño del séptimo piso, viendo el cielo en un desfile de estrellas, nubes, un poco de lluvia, y aviones de narices hacia arriba.

¿Qué estoy haciendo todavía acá? Me preguntaba cada vez que el vaso quedaba vacío.
¿Por qué todavía no emprendí la marcha? Reflexionaba mientras un pedazo de hielo jugaba en mi boca.
¿Cuál es la clave de todo esto? Intentaba saber ante una ciudad que no dormía al igual que yo.

El inmenso, intenso y exagerado calor de los últimos días me ha permitido mantener casi intacto los bolsos. Al igual que yo están listos a la espera de la partida. Porque el dolor de la despedida ya pasó, y se sabe que algunas segundas partes no son buenas.


El otro día, a la salida de una zambullida en la pileta de Sergio, con su sabiduría femenina, Lorena me preguntó reflexionando en voz alta:
—Si en este tiempo que te estás quedando acá, llegás a conocer a una mujer que atrape realmente a tu corazón, ¿qué hacés?
Hubo un silencio de esos que se escuchan, y después de unos pocos segundos interminables contesté con firmeza.
—No me quedo, porque seguramente esa mujer me debe estar esperando allá donde voy.


Acá desde el balcón, el día se iba vistiendo de claridad, y al mismo tiempo, yo comencé a sentir que alcanzaba a ver más cercano el cielo mientras iba avanzando y dejando atrás el purgatorio.