martes, 6 de enero de 2009

06. huellas de zapatos

Tengo una hermana más chica que yo. Se llama Ana y tiene un cuarto de siglo. También tiene una hija preciosa de seis años que lleva el bonito nombre de Tamara, pero todos le decimos Tami.
Estando en el trabajo me llamó mi sobrina para preguntarme si alguno de los tres reyes magos había dejado algún regalo para ella en mi casa.
Le dije que había salido rápido esta mañana y no me había fijado, pero que cuando volviera le avisaba si había novedades.
Después que corté la comunicación recordé uno de los pocos cumpleaños que, no sé porqué, tengo en mente sin necesidad de la agenda que nunca tuve.

Hoy cumple años Valeria, una amiga desde tiempos secundarios, salvo el período en que noviamos. Y aunque descreo profundamente en la amistad entre el hombre y la mujer, ella genera cierta excepción en nuestra relación, aunque no sé para qué lado.
La llamé para saludarla y, como no tenía ningún plan para hoy, la invité a cenar a la costanera.
—Te agradezco pero mejor lo dejamos para más adelante. El viernes me voy para Bariloche y todavía no armé el bolso ni nada y…
Quedamos con la cena pendiente para su regreso y que el viernes la acompaño al aeroparque a despedirla.

Me llamó más tarde Ana para decirme que hoy no vaya para la casa a llevarle el regalito a Tami porque se iban al cine y después a comer una cajita feliz a lo de “el tío Mc”.

De pronto me sentí totalmente abandonado por “mis” mujeres.
Principalmente por Fernanda, pero Lucía no me había llamado, Valeria pateó la invitación, Tami se iba al cine y Ana no me hizo lugar entre ellas.


Cuando estoy llegando a casa me llama Cristian para pedirme disculpas por lo del domingo y por no haberme llamado el lunes.
—¿Querés venir a casa y pedimos algo para comer? —le pregunté con necesidad de compañía.
—No, ayer comencé un régimen y hoy estoy un poco mareado. Además mañana madrugo.
—Yo también.
—Bueno, entonces acostate temprano —contestó finalizando tempranamente la conversación.


En el ascensor me encuentro con Sebas, un vecino y amigo (aunque no precisamente en ese orden) que vive cinco pisos abajo mío, y me invitaba a una fiesta de reyes que se estaba realizando en su depto.
Por respeto al día, acepté la invitación.
El único requisito indispensable para que todo funcionara en un orden exquisito era que había que dejar los zapatos en la entrada, junto a la ropa de las reinas que esperaban dentro de la habitación para entregar sus regalos más preciados.

2 comentarios:

Recursos para tu blog - Ferip - dijo...

Nooooo...no... no puedo leer esto!

Primero: que no puedas estar sin mujeres.
Segundo: "eso" es el regalo más preciado?

ay, nop...nop...
Espero que...oh casualidad!...los reyes hayan dejado algo para Tami ♥
en tu casa.
Dale!
Un beso.

Gastón dijo...

Ferip, te aclaro...
1) Puedo estar sin mujeres
(por momentos está demostrado)

2) Los regalos más preciados fueron la presencia y compañía de cada una de ellas
(¿qué pensaste?)

3) Mi querida y amada sobrina Tami tendrá su regalo de Reyes en casa
(sólo que debo buscar dónde lo dejaron estos Reyes)

4) Besos míos y de Gaspar
(y de Gasper, que sinó se pone celoso, jajajaja)